Los años 20. La construcción de Hollywood

Original y múltiple

En una de sus tantas sentencias aforísticas, Ángel Faretta nos comentaba que si alguna vez creímos que Hollywood se había equivocado en algo, debíamos volver a pensarlo, para darnos cuenta de que, seguramente, los equivocados éramos nosotros.

El sistema de estudios nace en la década de 1920, con la intención de lograr la construcción de un estado de poder, industrial, comercial y cultural, de manera de lograr la creación de una política de afirmación de cierta tradición occidental y de oposición efectiva a las fuerzas devastadoras de la modernidad liberal. Los estudios se plantearon como empresas de organización vertical, donde lo que primaba eran las decisiones en todos los niveles, organizadas hacia una política de corporaciones. Desde la supresión de un plano en una película, hasta la incorporación de una actriz en un papel secundario, desde la incorporación de un tipo de proyector hasta las modificaciones en las butacas de un teatro. Desde el sistema de precios acordado a través de la red de distribución, hasta los sueldos, horarios, beneficios y obligaciones de los empleados técnicos. Si un travelling era demasiado largo o si un diálogo era el incorrecto, si un gesto era mejorable, eran resoluciones que debían tomarse, también, si la autoridad lo creía conveniente. Hollywood era un sistema de autoridades, y su razón de ser era la toma de decisiones constante, que abarcaban todos los aspectos inherentes a las obras que de allí salían: desde la creación, la producción, la distribución y la exhibición de las obras, y por supuesto toda perspectiva derivada de previsiones económicas, tecnológicas y humanas, que, con el trabajo del estudio, se potenciaban. Es que Lang, Sirk, Hitchcock, Walsh, Ford, y tantos otros, antes de que Hollywood sea Hollywood, eran, apenas, grandes directores. En Hollywood fueron big personalities. Y lo fueron gracias a Warner, Goldwyn, Zanuck, Lasky, Zukor, y a lo que entre todos crearon. Les dieron fama y gloria, pero también un lugar objetivo, una cura para la angustia moderna del desarraigo, del abandono de un ámbito simbólico permanente. Y la posibilidad de atender la libertad individual como una forma de cooperación histórica. La Metro, la Paramount, la Warner, la RKO, la Columbia, la Universal, y también la United Artists, funcionaban de esta manera. Pero también aplicaban, a escala, el mismo modelo productoras menores como la Monogram o la Republic.

¿Qué querían, en definitiva, Warner o Zanuck? Construir lo que el resto, a veces peyorativamente, llamarían fábrica de sueños, corporación, show business, tierra de estrellas. La cultura vienesa, origen de los productores, trasladó a nuevo territorio, la idea de no secesión entre supuesta cultura alta y cultura popular. El cine negaba la idea de cultura burguesa, para Hollywood existía una gran apetencia universal, un arte que debía ser entendido por todo el mundo. De allí los géneros o el star system. Ambos, magníficas dependencias de sus arquetipos. En la década del 20 el cine carecía de algunos elementos que luego se harían rutinarios como el sonido o el color. Pero lo cierto es que carecía de algo no menos importante, esto es, de un centro de irradiación, de algo que recuperara el papel del intermediario jerarquizado, de protector y guía entre la obra, el hacedor y el naciente concepto de espectador. El cine carecía de Hollywood. Carecía, además, de un sentido, ya no técnico, ya no estético, elementos que había aportado Griffith desde 1908, sino de un sentido político integral, esto es: económico, cultural y religioso. Hacía falta una reinstauración ecuménica de lo desplegado en otros ámbitos, en otras artes y en otras circunstancias. Hacía falta un concentrador de elementos en suspensión cultural que los recondujera en el mismo sentido. Luego de un siglo de fragmentaciones, de diásporas sin resguardo, de locos sueltos vociferando en tugurios, susurrando en museos, escribiendo eternamente sus primeras grandes novelas, hasta desaparecer en sus solitarios mundos de clausura, llegó Hollywood para cobijarlos, reunirlos y darles protección y alcance en su exposición. Pero, también, para tutelar sus desvíos y evitar, en la medida de lo posible, que se fueran en vicio y dejaran de ser operativos con sus artes. Todo esto se fue generando a fines de la década de 1910 y durante la de 1920. En 1930 ya la hegemonía estaba resuelta.

Hollywood fue una elite, una asociación de pensamientos, postulados y posturas para la generación de patrones expresivos e influencias concretas dentro y fuera del cine. En Hollywood se construyó una maquinaria, donde todo era pensado, probado y proyectado, donde no había razón para lo espontáneo. Y si algo no existía en Hollywood era la apatía. Desde la creación del star system hasta la división de los géneros, la clase A, la B o la C, desde la promoción de la tecnología de punta aplicada, hasta la organización funcional de los oficios y el personal. Todo convergía o emanaba de Hollywood. Desde la publicidad hasta el control de los medios, la creación de la crítica y la magnífica suficiencia y hasta desprecio sobre Broadway, los submundos literarios, universitarios, periodísticos, artísticos y cualquier otra rama del quehacer liberal, que eran juzgados en decadente retirada sin esperar ni estimación ni sentencia ajena. En Hollywood se abolió el estado de confusión que gobernaba el afuera, los oficios tradicionales estaban organizados según una dirección de sentido. Si había que conseguir a tal o cual escritor o actriz, había una persona específica para esa función. Si había que poner en su lugar a tal director, niño precoz o a cualquier otro pelmazo que la jugara de artista incomprendido, se lo hacía. Si había que mandar a la mierda a algún funcionario del gobierno, había un grupo de abogados para llevarlo a cabo. En la década del 20 se realizó la acumulación originaria de Hollywood, se dieron los pasos para adelantarse al mundo y tomarlo en desventaja. Los derrotados del sur se unieron a los derrotados europeos y se propusieron formar una tercera posición opuesta tanto al mundo liberal como al socialista. Dixies, irlandeses, católicos, judíos y demás exiliados del imperio austro-húngaro, convergerán paulatinamente a lo largo de las primeras décadas, para crear ese ingenio grandioso, un dispositivo para combatir, desde el mismo vientre de la bestia, con sus propias armas, en otros usos, y construir una tradición de tradiciones. ¿Dónde sino en América? La tierra de promisión, la segunda oportunidad, el lugar donde todo va a concluir. Por eso decimos que Hollywood fue creado con una actitud finalista. Allí concluía todo. Los restos de un cierto pensamiento occidental comenzaron a concluir en ese momento, en ese lugar: 1920, suburbios de Los Angeles. Si Griffith había desviado la utilidad de lo técnico, Hollywood haría lo propio con la razón de lo industrial. Al mismo tiempo también allí se postulaba una zona de encuentros, un resumen de lo preexistente, la historia anterior existe para ajustarla y oponerla. Hollywood convirtió a America en una expresión cinematográfica que no fue otra cosa que la proyección del gradual desencanto de la utopía americana. La composición imaginaria que tenemos del siglo XX, y de los anteriores, le debe mucho a Hollywood, que la realizó como respuesta, como reclamo, de un lugar usurpado por el liberalismo, cuya última y más avanzada arma quiso ser el cine. Para el mundo liberal, Hollywood era, íntimamente, el outsider, el principal enemigo, el sostenedor de la Cristiandad o Europa, el revalidador del papel del productor, del protector conciente, tanto de los Miguel Ángel como de los Julio II, en suma, el continuador del rol de la aristocracia en el arte. Por otro lado, así como en el Renacimiento apareció una manera siniestra, en el sentido de no diestro o desviado, una manera demasiado humana para manifestar fenómenos religiosos, donde lo sublime se hizo humano, con Hollywood sucede algo similar: lo trascendente se hace industrial, lo simbólico se aloja, a la manera de un huésped, en un sustento mayor compuesto de lo técnico, lo económico y lo político. Aquél análisis que Poe y Baudelaire extrajeron del mundo moderno: el arte debe contemplar un mundo cotidiano y otro sublime, concatenados, inextricables, donde la preponderancia de un solo aspecto no hace sino abolir al otro, fue comprendida y llevada a cabo. Ni Poe ni Baudelaire, ni tantos otros precursores, tuvieron la oportunidad de ser prohijados por un núcleo soberano afín. El cine y, sobre todo, Hollywood, lo llevaron hasta la máxima expresión y en todos los niveles. Por ejemplo, con la fabricación de arquetipos autorizados. Esa tarea de ordenamiento a esta máxima, recayó de manera ejemplar en el papel de los productores, lo cual también se usó para alimentar la leyenda negra que aún nos rodea increíblemente. Los productores recondujeron la tentación fáustica, el egotismo y la clausura del pensamiento autónomo de los directores, hacia otra posibilidad de sabiduría. Lograron que el talento o la soberbia se plegasen a otro código de representación, donde esa soberbia o ese talento fueran parte de un poder que los conquistara y al mismo tiempo que los preservara. Sus resultados comienzan a verse en la década del 20 y continuarán, por lo menos, hasta mediados de los 50. Los que no entendieron, no pudieron o no quisieron, quedaron al margen. Caso ejemplar: Von Stroheim.

En la década del 20 se sentaron los principios de trabajo para el futuro. De esa manera se pudo poner a trabajar en un mismo lugar gente tan disímil, tan genial y tan individual que hoy nos preguntamos como fue que sucedió. Claro que funcionó. Si el cine no se hubiese industrializado rápidamente, si no hubiese continuado con la diferenciación polémica con el mundo sajón, si no hubiera eliminado tanto la propagación del elemento marxista de producción como el repudio al elemento cultural liberal laico que lo rodeaba, hubiese perdido poder y frente a los ataques de sus enemigos hubiese desaparecido a los pocos años. Se recuperó la idea de cofradía, de comunión con los sindicatos y la reivindicación del artesanato. La organización de la producción en clase A, clase B y demás, provocó tanto el aprovechamiento de los recursos técnicos como expresivos. En Hollywood los desplazados culturalmente pudieron reconducirse sin el impulso pernicioso del individualismo impulsado por el statu quo reinante y crear, junto a Hollywood, una cultura propia. Recobrados para la corporación, al amparo de ese mundo extraordinario, fueron librados de sus objetivos de tormentos y persecuciones socorridos por el trabajo continuo. El gran mérito de Hollywood fue llevar todos los elementos constitutivos del cine, tanto artísticos como culturales y mercantiles, en forma conjunta, productiva. Hollywood no trataba sólo de cine, pero tampoco sólo de lo mercantil, y tampoco sólo de su influencia cultural, pero todo ello formaba parte de su proyección como organismo ejecutivo. Por supuesto, nada fue gratis, lo que comenzó en la década del 20 costó mucho. Muchos fueron los sacrificios y las injusticias, pero toda gran obra comienza con imperfecciones. El enemigo se dio cuenta de su grandeza, de su grandeza como enemigo y la combatió. Tanto que ya en 1938 Roosevelt presentó una demanda contra el monopolio de Hollywood. Contra los cinco grandes y sus prácticas comerciales. Así continuaron las embestidas, obligadas a someterse a normas y regulaciones, a dictámenes y a condenas, que los fueron desmantelando y presionando a lo largo de los años hasta la década del 60.

Hoy en día, ya sin el Hollywood que comenzó en los 20, la fiesta sigue, convocando a un dios ausente.