Portugal. Años 20

El cine portugués de los años 20, ese gran desconocido

En la transición de la década de 1910 a 1920, la producción cinematográfica lusa se dedica principalmente a la adaptación de obras literarias portuguesas del siglo XIX a la gran pantalla. En este sentido, resultan especialmente notables las películas A Rosa do Adro (1919), según la novela de Manuel Maria Rodrigues; Os Fidalgos da Casa Mourisca (1920), de Júlio Diniz; Amor de Perdição (1921), a partir de la obra de Camilo Castelo Branco, y O Primo Basílio (1922), de Eça de Queiroz, todas ellas dirigidas por el francés Georges Pallu para Invicta Film.

En 1920 Raúl de Caldevilla fundaba en Oporto su Caldevilla Film. Más tarde compraría un terreno en la pedanía de Lisboa conocida como Lumiar para construir un estudio que, con la llegada del sonoro, daría lugar a la Tobis Portuguesa (1932). Raúl de Caldevilla contrata al realizador francés Maurice Mariaud para filmar Os Faroleiros (1922) y As Pupilas do Senhor Reitor (1923), primera de las tres versiones cinematográficas que se llevarían a cabo de este romance de Júlio Diniz.

Rino Lupo, de origen italiano, es otra de las figuras más destacadas del cine portugués de esta década. Filmó dos películas que conocieron un éxito internacional: Mulheres da Beira (1921-1923), para Invicta Film, y Os Lobos (1923), para “béria Film, un pequeño estudio fundado por el propio Lupo en Oporto. Este realizador, que ya había trabajado en el cine francés, alemán, danés, ruso y polaco antes de recalar en Portugal, dejó testimonio en sus filmes del influjo que había recibido de Louis Feuillade en su formación artística y técnica así como de la utilización de la Naturaleza y el valor pictórico de la luz aprendidos en los grandes nórdicos.

En 1925 el fotógrafo funchalense Manuel Luís Vieira decide dedicarse al arte cinematográfico. Surge así en Madeira la Empresa Cinegráfica Atlântida, que comienza realizando diversos cortometrajes de carácter documental y que más tarde respaldaría trabajos como A Calúnia y O Fauno das Montanhas, ambas de 1926.

La escasez del mercado nacional, el hecho de que las películas extranjeras ocuparan un lugar preferente en la distribución y los costes excesivos de algunas producciones hicieron que el cine portugués entrara en una fase de estancamiento en el segundo lustro de los años veinte, crisis agravada por el golpe militar con el que, el 28 de mayo de 1926, se iniciaba la dictadura de Salazar, cuya censura condicionará drásticamente el ámbito de la cultura y de la creación. En este contexto, cabe resaltar la aportación de Reinaldo Ferreira, periodista conocido bajo el pseudónimo de Reporter X, que con sus películas Hipnotismo ao Domicílio, Rito ou Rita? (en las que se percibe el influjo del humor americano, al estilo de Harold Lloyd) y, sobre todo, O Táxi 9297 (probablemente, el primer filme policíaco portugués) dio un soplo de originalidad al cine luso en 1927.

Las películas de mayor interés de finales de esta década son obra de Leitão de Barros, quien, tras dedicarse durante unos años al teatro, reapareció en el cine con tres brillantes realizaciones que cierran con broche de oro el período de cine mudo portugués: Nazaré, Praia de Pescadores (1929), en la que analiza los sentimientos y emociones de la comunidad de pescadores de esta localidad costera; Lisboa, crónica anedótica (1930), en la que retrata la vida cotidiana de la capital en clave de humor, y Maria do Mar (1930), en la que trabajó con actores aficionados y habitantes de Nazaré con el propósito de dar mayor realismo a un filme que combina la ficción con el documental. En estos tres filmes se percibe el nítido influjo ejercido por la vanguardia cinematográfica soviética —por S.M. Eisenstein, especialmente— sobre Leitão de Barros en estos años.

Por su parte, la vanguardia intelectual portuguesa se va dejando seducir progresivamente por el cine y cada vez es mayor su apoyo a este nuevo arte, como bien demuestran los artículos publicados en la revista literaria Presença, sobre todo los firmados por el escritor José Régio. En este orden de cosas, no puede pasarse por alto la innovadora película de Jorge Brum do Canto A Dança dos Paroxismos (1929), obra experimental dedicada a Marcel L’Herbier, uno de los máximos exponentes del futurismo en el Séptimo Arte.