Nader y Simin, una separación

Separación(es)

En disTINTAS OCASIONES, ASGHAR FARHADI HA CONTADO LA singular experiencia de la primera vez que acudió a una sala de cine sin la compañía de sus padres: entró al recinto casi una hora tarde, pudiendo apenas disfrutar de la segunda mitad de la película que se proyectaba. Poco tiempo después, intentó regresar para poder verla al completo, pero ya la habían retirado de las grandes pantallas. La frustrante situación espoleó su creatividad: durante un tiempo, se dedicó a escribir un punto de partida imaginario para completar su fragmentario conocimiento del relato.

Ésta simpática anécdota revela con inusitada transparencia el principal abono dramático del cine de Farhadi: siempre apela a la elipsis en el momento determinante de la trama, erigiéndose el misterio como principio vertebrador de un relato condicionado por la ambigüedad factual y por una aproximación poliédrica a los encuentros y desencuentros entre personajes. Más de una vez, Farhadi ha hecho alusión a lo arquitectónico de su concepción cinematográfica: la importancia de los espacios como marcos de interrelaciones personales resulta esencial, y una vez urdido el entramado de equívocos acontecimientos, la mediación del artista ya no tiene razón de ser, estableciéndose una comunicación plena y directa entre los observadores —espectadores— y los observados —personajes—; las impresiones que recibimos dependen de la posición —casi física, podríamos decir— que tomamos frente a la intrincada red de relaciones humanas sobre la cual se cimenta su obra cinematográfica. Si bien en Fireworks Wednesday (Chaharshanbe-soori, 2006), la joven e ingenua criada funcionaba a modo de cordón umbilical entre la realidad del público y la ficción cinematográfica, ya en la maravillosa A propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009) nos enfrentamos sin intermediaciones con una dramatización coral marcada por la incertidumbre, que sirviéndose de un magnífico sentido del suspense recrea la creciente tensión entre un grupo de jóvenes parejas que se debaten entre su educación universitaria europeizada y moderna y la descomunal influencia de los roles sociales y sexuales— impuestos por la tradición. La fascinante indefinición de los hechos y, sobre todo, el aura enigmática que desprende el personaje central de la película —al que le espera un destino antonioniano—, obligan al espectador a rellenar, a partir de su intuición, los numerosos datos que Farhadi ha elidido con astuta elegancia y, por tanto, a situarnos ante unos hechos inquietantes e incómodos: la muda expresión de un malestar social que intuimos generalizado. Siempre serán las mujeres —y así, el director reivindica su papel capital en las estructuras sociales del Irán contemporáneo— quienes desencadenen, por agencia o por pasividad, una red de acontecimientos llamada a destapar flagrantes contradicciones individuales y colectivas.

Nader y Simin, una separación es una película elaborada a partir de estrategias formales similares, pero con una mayor sofisticación en forma y estructura. Así, el teatralizado y casi exclusivo espacio de A propósito de Elly se ramifica en los múltiples espacios públicos y privados, institucionales y domésticos, donde tienen lugar los complejos, ambivalentes y confusos enfrentamientos que sirven de motor dramático al hasta ahora último filme del persa. Los malentendidos, secretos, desacuerdos y recelos matrimoniales vuelven a ser la materia prima de una historia que parte de la más sencilla de las premisas —una mujer quiere separarse de su marido porque ella desea viajar al extranjero y permitir que su hija tenga asegurado el futuro, mientras que él opta por quedarse en Teherán cuidando de su anciano padre, aquejado de alzheimer— para iluminar, progresivamente, innumerables recodos e inusitados pliegues que revelan un vasto océano de medias verdades, mentiras piadosas, chantajes y oportunismos varios que nos resultan, no obstante, comprensibles en el asfixiante universo que retrata el humanista Farhadi. El discurso de género en A propósito de Elly se ve enriquecido, en este caso, por un minucioso estudio de las grietas culturales entre hombres y mujeres pertenecientes a distintos estratos sociales, describiendo así una situación con puntos en común pero, a su vez, netamente distante de las aproximaciones occidentales al problema de la lucha de clases.

El gran mérito del cineasta iraní no es otro que el de edificar un discurso sobre la situación política y socioeconómica de su castigado país sin recurrir a grandes metáforas o a la obviedad de lo simbólico; en cambio, leemos la Gran Historia a partir del peso descomunal que ésta ejerce sobre los hombros de seres humanos limitados por condicionamientos institucionales y sociales, pero siempre libres y autónomos, nunca infectados por ese determinismo llorón tan propio del grueso del discutiblemente denominado cine social de hoy.