Sitges 2011. Crónicas I

Día 5. Coches, planetas, corazones y fantasmas

Alcanzamos el ecuador y seguimos el rumbo previsto en nuestras cartas de navegación repletas de horarios, salas y películas. Sin nuestras parrillas horarias estaríamos tan perdidos como Mad Max sin su gasolina o Leatherface sin su sierra mecánica. Hoy los fantasmas han vuelto a hacer su aparición y la sombra del apocalipsis aún no nos ha abandonado, pero nos mantenemos a flote viento en popa y a toda vela.

Bellflower, de Evan Glodell (EE.UU.) SOF

Autenticidad, riesgo y respeto. Malabarismo, cinefilia y talento. Voz, ternura e implacabilidad. Obra, principio y proyecto. Formas de definir el fondo, maneras de refinar lo consabido, certeza y locura, tan unidas tantas veces como veces separadas, agitando los trayectos dispersos de un viaje en común. El debut de Evan Glodell (también actor protagonista, guionista, montador y director de casting) rezuma todo eso (y un poco más), se hace fuerte ante los defectos típicos e inherentes a los que empiezan, certifica que la independencia es no tener bandera que nos descubra, ni himno que nos delate. Solo una convicción meridiana (sin convenciones ni prebendas), unas cuantas referencias a contracorriente (entre Mad Max, Gregg Araki y lo que el año pasado no conseguía Monsters) y la apuesta inteligente y decidida por un estilo libre de ataduras y presupuestos. Glodell se desparrama en una historia que necesita el compromiso del espectador menos complaciente, que no lo pone fácil ni para los que esperan o un esquema básico mainstream o uno de “arte y ensayo”, que no palidece ni cuando acelera, ni cuando se detiene, que, a pesar de ciertas derivas (¿erráticas?¿geniales?) en su tramo final, se nos antoja como uno de los filmes más personales e insobornables de la sección oficial.

Melancolía, de Lars Von Trier (Dinamarca y otros) SOFP

Si algo define y une a los tiempos más convulsos es que todo vuelve a la normalidad. Por eso era de esperar que tras la agradable sorpresa de Anticristo (una película que no tiene miedo de llegar más lejos que su autor), Von Trier regresara a su cine de qualité, engolado, aparente, mecánico y formulario. Una pena porque los aficionados al séptimo arte creíamos que por fin el enfant terrible era uno de los nuestros (e incluso estábamos dispuestos a perdonarle que hablara bien de Hitler y de Mourinho si hiciera falta). Y es una pena porque lo que arde dentro de Melancolía podía llegar más lejos que a un fin del mundo doméstico y sofisticado. Y podría llegar más adentro que esos dos segmentos, iniciados por un cansino videoclip esteticista en forma de flash forward, hilados por la historia de dos hermanas enfermas de sí mismas que sirven al danés para volver a formularnos su particular y conservadora visión del mundo y del ser humano, caprichosos secundarios de sus propias vidas, ególatras hastiados de sus profundas rutinas, gente especial que lo es porque lo dice Lars y punto. Tramas superfluas tan vacías como henchidas e hipertrofiadas de transcendencia y purpurina. Lugares comunes pero enfocados de otra forma. Palabras e imágenes gigantescas biggers than life, pero más muertas que vivas. Heridas irreversiblemente de grandilocuencia.

Milocrorze – A Love Story, de Yoshimasa Ishibashi (Japón) NV

Decía mi abuela que el que mucho abarca poco aprieta y llevaba razón. Otras veces decía otras cosas en las que no tenía razón (como cuando intentaba convencerme de que me comiera las espinacas diciendo que me convertiría en Popeye, ¿para qué quería convertirme yo en un garrulo, calvo y bruto, con una novia fea como un demonio?). Pero viendo Milocrorze yo me he acordado de cuando la llevaba. Porque la nueva película de Ishibashi no pasa de regular por su irregularidad, por haber intentado sacar tres chicles de donde quizá solo había uno y medio. Una película que empieza abriéndonos los ojos con la ilusión de quien ve algo nuevo por primera vez no puede empujarnos a cerrarlos por el sueño en su tercera historia. Porque esta es una película que realmente son 3 y una es muy buena, otra está bien y la otra es aburrida y difusa. El desamor es el motor y las bujías de todas, pero lo que hace que la cosa vaya hacia delante es su gusto por una estética cuidada hasta el extremo, por una puesta en escena llena de detalles sorprendentes y por una narrativa que nos lleva del comic al cine clásico, pasando por los dibujos animados y los videojuegos, con una soltura que ya la quisiera tener luego a la hora de desarrollar las tres historias y los vínculos que le dan cohesión, sentido y coherencia. Ahí naufraga y nuestro interés con ella.

Manuel Ortega

Emergo, de Carlos Torrens (España) SOF

Este guión firmado por Rodrigo Cortés sigue la estela de películas recientes como Paranormal Activity o Grave Encounters, esta última también incluida en la programación de este año. Fenómenos paranormales en una vivienda,  sospechas de que el fantasma de la madre fallecida recientemente puede ser el causante, cámaras por todas partes como testigos omnipresentes, y vueltas de tuerca parecidas a las de Insidious o El último exorcismo, donde no solo las casas están embrujadas. Un extraño coctel que combina el efectismo de algunos sustos anunciados con otros más inesperados y sorprendentes. Los sentimientos de culpa mal canalizados para esa muerte no superada, y el odio latente del dueño de la vivienda hacia la fallecida ayudan a construir los perfiles de los personajes y el mapa de ruta de los investigadores, cuyo líder es ante todo un hombre de ciencia que no cree en lo paranormal sino como en algo cuya base científica se desconoce. Pena, penita, pena lo de ese final gratuito y nefasto que se lleva el buen sabor de boca que teníamos de antemano.

Sergio Vargas

Día 4. Testimonios, mafiosos, deshonor y fantasías

El festival de Sitges cumple 44 ediciones, pero su espíritu existe desde mucho antes. En Le petit poucet, el padre de Pulgarcito decapita un conejo con un cuchillo de carnicero y sus cinco hijos aplauden entusiasmados. Ese es el espíritu, pero hoy toca hablar de otras cosas, que no solo de sangre vive el hombre, a no ser que se trate de un vampiro.

Arirang, de Kim Ki-Duk, (Corea del Sur, 2010) NV

Entre los Celebrities de Muchachada Nui y el vídeo que grabó Stephon Marbury dentro de su locura transitoria, Arirang respira y se reivindica como un cine de autor tan radical (tan de raíz) que da miedo, vergüenza ajena, risas e incomodidad. Como si Rickie Gervais fuera su guionista o Bill Hicks su protagonista, como si el vestuario lo hiciera Camps y el socialismo el PSOE, como cuando en Cahiers hablan de la nueva comedia americana, como si alguien te escupiera a la cara pero estuviera en el sitio ese de La Dama de Shangai donde había más espejos que personas. En Arirang hay más humanidad que reflejos de personalidades maestras, hay un director que no entiende porque antes era querido y ahora no, un hombre que canta para espantar sus males y acaba llorando, un ser humano que supera su bloqueo creativo a fuerza de recrearse en su propio hábitat y momento. Kim Ki-Duk repliega lo bueno y lo malo de su cine (que es lo bueno y lo malo de su vida) en una ráfaga de referencias, intimidades y presunciones que se somatizan en/con un sentido del humor tan extraño como suicida, tan efectivo como diferente.

M.O.

Smuggler, de Katsuhito Ishii (Japón) SOFP

Katsuhito Ishii triunfó hace varios años en Sitges con su película The Taste of Tea, ganando el premio de la hoy desaparecida Orient Express (absorbida por las películas con el sello Casa Asia). Hoy se ha proyectado Smuggler, algo más corta, menos surrealista, pero igualmente simpática y disfrutable. Un producto de entretenimiento hecho con tanto oficio como falta de pretensiones. Una película que olvidaremos pronto, pero que nos ha hecho pasar un rato divertido. El personaje principal es un vago y un fracasado que pasa su tiempo frente a las tragaperras hasta que un día se ve obligado a trabajar para la mafia para pagar una deuda. A partir de ahí la violencia en slow motion y un humor basado en personajes exagerados y situaciones extremas toman las riendas hasta un desenlace donde, sí, la única evolución que ha tenido el protagonista es el encanecimiento prematuro (a ver quien aguanta una tortura parecida a la que él sufre), pero a veces el destino se lleva escrito en la frente con letras mayúsculas. Basada en la novela gráfica de Shohei Manabe, Smuggler nos deja además un personaje para la galería como Vertebras y también las ganas de ver el próximo trabajo de su director, que seguro no faltará en alguna futura cita con el festival.

Hara-Kiri: Death of a Samurai, de Takashi Miike (Japón) SOF

Si el año pasado Takashi Miike sorprendía a sus acólitos, que cada vez parecen ser menos (las razones aludidas para darle de lado, por lo general, bastante incomprensibles teniendo en cuenta su regularidad a la hora de entregar grandes películas), pero más auténticos, con una obra de corte clásico como 13 Samuráis, ayer pudimos disfrutar con otra historia del mismo palo, alejada del habitual bizarrismo de la mayoría de sus propuestas en esta adaptación del clásico Seppuku de Masaki Kobayashi. La película se vertebra en dos largos flashbacks que narran la historia del joven samurái Motome: el primero es una visión incompleta, desde el prisma del clan, y tras un leve giro argumental un estupendo Ebizo Ichikawa, con una interpretación digna del gran Toshiro Mifune, nos otorga la otra cara de la historia, adentrándonos en un melodrama social de proporciones épicas que deriva en una profunda y desoladora reflexión sobre el honor y la moral. Soy defensor del 3D bien empleado, que en casos como el de Up proporciona una diferencia abismal, pero en este caso es injustificable desde todos los puntos de vista.

S.V.

Attack the Block, de Joe Cornish (Reino Unido) SOF

Entre la austeridad de la magistral obra de Ferrara y la fría visión de Soderbergh de una humanidad contra las cuerdas, Attack the block contempla este cuasi apocalipsis con una visión más fresca y relajada. La cinta de Joe Cornish revisa la invasión extraterrestre sucedida en un suburbio londinense en clave de comedia gamberra con unos resultados que son de agradecer. Tiene por protagonistas una banda de delincuentes juveniles, su última víctima y unos traficantes que deben unir sus esfuerzos para sobrevivir al ataque. A diferencia de numerosas cintas de survival el humor no es el mero recurso para balancear el terror sino que resulta inherente a los personajes y sus reacciones al verse desplazados aun en el mismo bloque de viviendas que habitan por una situación que les supera. También a diferencia de muchas cintas semejantes, los personajes se van definiendo conforme avanza la trama y se sitúan más allá del puro esquema, paralelamente al desarrollo del ataque alienígena. Comentarios sobre el machismo, la violencia juvenil, el uso de marihuana, la incomunicación o el abuso de autoridad no son meros apuntes sino que enriquecen la cinta y hacen avanzar la acción. Al igual que en cintas semejantes, Cornish imprime un ritmo que no decae en ningún momento. Con rigor argumental y sin más pretensiones, Attack the block es un muy recomendable plato para digerir en el festival entre cintas más ambiciosas pero mucho más pesadas.

Antoni Peris

Les contes de la nuit, Michel Ocelot (Francia) SOF

La animación al servicio de nuestra fantasía, el placer de lo bello representado a través de unas imágenes exquisitas o la posibilidad de dibujar pequeños tratados morales a través de las sensibles historias que componen el filme, son algunos de los rasgos que hacen de Les contes de la nuit una delicada experiencia. Como si de un Aulo Gelio (autor de las imprescindibles Noches Áticas) animado se tratase, Ocelot explora texturas, mundos y, en definitiva, la condición humana en su riqueza para describir relatos sobre la virtud, la bondad, el valor o el humanismo, que no por su elemental bondad dejan de recordarnos hasta qué punto hemos ido sacrificándolos a medida que dejábamos marchar nuestra inocencia. Así, estos cuentos nocturnos recuperan una forma de narrar, fantasiosa e íntima, que nos recuerda que la fantasía, la ilusión por (re)descubrir nuestro mundo y sus entresijos, continúan habitando en nuestro interior, como valores intactos de una educación que, gracias a los universos animados (y a un sutil y excelente uso de las 3-D), nunca pierde su vigencia.

Óscar Brox

Día 3. Corrupción, enfermedad, deshonor y los muertos de la Navidad

Avanzamos como en las tragaperras en busca del premio. De momento nos da para seguir jugando. Hoy tenemos un trío oriental y un avance (de la Navidad), y muchas perricas en el bolsillo. Por lo menos nos da para una semana. Vamos cogiendo la tónica del festival. Ahora solo nos falta la ginebra.

Scabbard Samurai / Saya Zamurai, de Hitoshi Matsumoto (Japón) SOF

Lo de Sion Sono es de traca. El año pasado éramos 30 a la 1 de la mañana viendo el único pase intempestivo de su película seleccionada, Cold Fish (para el que esto firma la mejor película de 2010). Este año hay colas hasta para decir su nombre. Pensaba sobre ese tema esta mañana mientras veía Arirang y recordaba como los mismos que me decían de Kim Ki-duk que era el mejor director del milenio tras Primavera, verano, otoño, invierno (¿era ese orden?) y Hierro 3, luego lo ninguneaban y aprovechaban para achacar sus palabras a una borrachera de emociones pasajeras. Lo mismo pienso ahora que escribo sobre Scabbard Samurai y su director y protagonista, Hitoshi Matsumoto, un creador excelente, un cineasta libre, un humorista egregio y un director rompedor que quizá se ponga de moda el año que viene (si los de la opinión única y la única opinión lo creen apropiado). Nosotros ya lo hicimos constar hace dos años con Symbol, su obra maestra, y ahora volvemos a recordarlo porque en Miradas, a pesar de los cientos de miles de millones de defectos que empezamos a tener, firmamos las cosas con nuestro nombre y sin censura de ningún tipo (ni cuando se piensa, ni cuando se escribe, ni cuando se publica). Y ahí sentimos en Matsumoto un hermano. Su última película parece salirse de la imaginería desbordante e imprevisible de su obra anterior para presentarnos un chambara bufo y triste que vuelve a servir de espejo sucio y deformado de la cultura de masas nipona más arraigada. Una historia que realmente es un ejercicio de superación inútil (nunca llega a alcanzar el listón que las tradiciones, el honor y el orgullo imponen) pero que sabe sacar de ese absurdo, el lirismo que hace reír y el silencio que hace llorar. Atentos al final, que es tan de traca como lo de Sion Sono o Arirang.

Sint, de Dick Maas (Países Bajos, 2010), SOF

En Sitges hay espacio para todo, incluso para las películas que parecen haber nacido para ser proyectadas en Sitges. Porque todo no va a ser morralla intelectualoide a lo Beyond the Black Rainbow o películas orientales hechas exclusivamente para orientales, como es el caso de The Sorcerer and the White Snake y otras (dieci)tantas. También podemos tener una hora y media al día de terror puro (además de esa otra hora y media de torture porn malintencionado que es el momento en el que la prensa tiene que recoger las entradas para el siguiente día) y eso es de agradecer. Sint es una película humilde, sostenida sobre clichés fun(da)cionales y un aire retro ochentero que lo emparenta con ciertas películas de los setenta. Por eso por las rendijas de su construcción van apareciendo continuas referencias tanto a Carpenter (el principio en el instituto a lo Halloween, el desarrollo que remite a La niebla y el cierre a Golpe en la pequeña China) como conscientes guiños autoparódicos a Amsterdamned; misterio en los canales, exhibida hace 23 años en esta misma localidad. Todo imperfectamente ensamblado para construir un extraño slasher con elementos demasiado habituales y con una mala leche (toda la parte política y de los medios de comunicación) digna de mejor café.

M.O.

The Unjust, de Ryoo Seung-wan (Corea del Sur, 2009) SOFP

Llevamos mucho tiempo apreciando y sobre todo disfrutando el cine coreano en todas sus dimensiones aun con sus excesos, desvaríos y limitaciones. Algo que ocurre casi literalmente con esta intensa pero irregular The Unjust, un policiaco vibrante en sus formas e incómodo en sus significados. Es la octava película de su director, Ryoo Seung-wan, del cual vimos hace 3 años en este mismo festival Dachinawa Lee: una comedia de acción discreta y bien simpática, pero que al parecer suele estar más interesado por las maneras del thriller. Dedicación y motivación que se refleja en la sensación positiva que deja The Unjust a pesar de sus diversas arritmias y simplificaciones. Sensación que se diría natural en estos tiempos en los que vemos a las instituciones, a las personas que las conforman, que deberían proteger y servir a la ciudadanía, como poderes independientes (léase matones con placa o niños de papá con traje), que actúan por intereses puramente personales, no tienen reparo alguno en pisotear cualquier ética laboral y, en el mejor de los casos, se muestran demasiado transparentes. No se trata solo de corrupción (moral o económica). de hecho no es la corrupción el verdadero galimatías actual (porque tampoco es algo nuevo): es la negación de lo colectivo y comunitario: es la veneración del éxito inmediato. The Unjust no llega tan lejos, pero lo cierto es que al cine coreano incluso cuando es distentido o espídico le cuesta ser frívolo o superficial.

J.D. Cáceres Tapia

Kotoko, de Shinya Tsukamoto (Japón) NV

Lo último de Shinya Tsukamoto es la historia de una enfermedad mental. Es un drama, pero también es una divertida comedia. Contiene momentos duros y como diría Joe Crepúsculo, momentos bestias. Muy bestias. Una de las grandes virtudes del film es lograr convertir un tema tan delicado en algo divertido sin fracasar en el intento. El paso de las situaciones tensas a las distendidas funciona verdaderamente bien (p. ej., cuando la protagonista se corta con una cuchilla y le pide al personaje interpretado por Tsukamoto que busque las toallas es tronchante) y la inclusión de ese amor imposible es magnífica en todas sus consecuencias. No me gusta tanto el Tsukamoto que no sabe cómo coger una cámara, que parece que se la ha dado a un chimpancé hasta arriba de estupefacientes, algo que evidentemente hace de forma intencional, y que a mí me pone nervioso, aunque seguramente ese sea su objetivo. Tampoco me gusta que la protagonista, la popstar Cocco, se pase cantando todo el tiempo que no está automutilándose o viendo a gente que no está. Pero a veces hay un precio que pagar.

S.V.

 

Día 2. Tetazas, arco iris, ladridos y arbolitos

Siguiendo la estela de la primera crónica optamos por la enumeración para el título de esta segunda, y quizá para las que queden, que el tiempo se nos escapa de las manos y es la forma más fácil de relacionar cuatro films bien dispares. La odisea sexual de Izumi a cargo de uno de los nuevos pesos pesados del festival, título que se ganó a pulso el año pasado con Cold Fish, a pesar de que ya lo merecía con casi cualquier trabajo previo como Love Exposure o Exte: Hair extensions. El film del hijo de Panos Cosmatos, que apuntaba a ser una de las revelaciones del festival, pero que ha despertado sensaciones contradictorias. Lo nuevo de Xavier Gens, una película 100% sitgera y ya era hora. Para cerrar, el regreso de Naomi Kawase con una de sus historias contemplativas.

Guilty of Romance, de Sion Sono (Japón) SOF

La condición femenina y la obsesión por cosificarla, domesticarla y adaptarla a los deseos masculinos hace del último filme de Sion Sono una epopeya sobre el deseo y la sexualidad femenina mal entendida. A través del diario de su protagonista, Izumi, Sono construye un cuento sórdido sobre el despertar sexual, la dominación masculina y el conformismo de una mujer atrapada en un catálogo limitado de roles a desempeñar a lo largo de su vida. Así, lo que en un principio comienza insinuando la fractura latente dentro del matrimonio tradicional, plagado de secretos y frustraciones, evoluciona pacientemente (a través de Kafka y Mahler, motivos literarios y musicales que contrapuntean el relato) hacia una crónica terrible de la descomposición de una figura, la mujer, atrapada en lo que el lenguaje (y la moral y sus condicionamientos sociales) quiere hacer de ella. Si, como dice uno de sus personajes centrales, en cada palabra hay carne, un cuerpo, Guilty of Romance narra la putrefacción de ese cuerpo (orgánico y social), que ya no da más de sí, y cuya lenta agonía dice mucho de la represión, tan silenciosa como colectivamente aceptada, que hunde cualquier intento por expresar libremente nuestra manera de ser, especialmente la sexual, en una sociedad que prefiere girar la vista, tal vez porque no conoce otra forma mejor.

O.B.

Beyond the Black Rainbow, de Panos Cosmatos (Canadá, 2010) NV

En Sitges 2009, fue Amer (Hélène Cattet y Bruno Forzani, 2009). En Sitges 2010, Nuits rouges du bourreau de jade (Julien Carbon y Laurent Coutiard, 2010). En la presente edición, el ejercicio de estilo enciclopédico y fetichista ha sido esta ópera prima de Panos Cosmatos, hijo al parecer del fallecido —y aún por reivindicar— George Pan Cosmatos. En Beyond the Black Rainbow, el modelo es la ciencia ficción posterior a 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey. Stanley Kubrick, 1968) y, en especial, títulos de culto, exigentes y hasta pretenciosos realizados en la época por Saul Bass, Nicholas Roeg o John Boorman, en los que fueron tan importantes las sinergias estéticas con el op art como los argumentos críticos. Del mismo modo, bajo su envoltorio minimalista, hipnótico, la película de Cosmatos alberga una historia verdaderamente fantacientífica, una distopía conjugada en pasado sobre los Estados Unidos de los setenta y los ochenta, cuyo irónico desenlace trasciende la ficción para hablarnos sobre los cambios creativos acaecidos por entonces en la cinematografía norteamericana. Una película magnífica, que hace honor pleno a su inclusión en la sección Nuevas Visiones.

Diego Salgado

The Divide, de Xavier Gens (EE.UU.) SOF

Otra del fin del mundo donde el punto de mira lejos de centrarse en la catástrofe, la deja de lado y se aproxima a un núcleo reducido. Los inquilinos de un bloque de viviendas, también en Nueva York, se ven obligados a refugiarse en un búnker mientras una lluvia de misiles asola la ciudad. A pesar de tratarse de un punto de partida arquetípico (un grupo de personas encerradas en una situación límite), el guión de Karl Mueller y Eron Sheean sabe sortear los lugares comunes exponenciando lo extremo hasta el límite y aprovechándose de unos personajes que, dentro de los tópicos (el cobarde, el líder, los villanos, la figura de la integridad y la sensatez en la protagonista en contraposición al personaje interpretado por Rosanna Arquette, prototipo de la degradación), resultan veraces y además están bien interpretados. Xavier Gens, director de Frontier(s), maneja el género con soltura y la cámara con destreza, sin los excesos de montaje de los que a veces no se libran estas obras tan propias de (y tan disfrutables en) un festival como este. Una vez más, el hombre es un lobo para el hombre, y a veces es mejor (literalmente) revolcarse en la mierda que aguantar entre unos congéneres que se han convertido en otra cosa. Ya visto, sí. Pero a cosas como esta se viene a Sitges.

Hanezu, de Naomi Kawase (Japón) NV

La directora de Shara vuelve por sus fueros. No podemos decir que haya una evolución ni tampoco que haya dado un paso atrás respecto a sus anteriores films. Los pros y los contras son prácticamente los mismos. Hay que reconocer el interés de ciertos apuntes visuales, la belleza de la naturaleza y de ciertas situaciones cotidianas (las vistas de los brumosos bosques de Nara, o el encuentro de los amantes en el santuario son buenos ejemplos) y como relaciona la historia de un triángulo amoroso con el fondo poético de la historia de otro triángulo legendario entre tres montes locales. Pero aunque todo esto funcione, las suyas son películas que me dejan frío (y esta no es una excepción), fracasando en la empatía y en la búsqueda de emociones con el espectador, con situaciones que desde luego dan para ello. Kawase (y/o sus actores) ponen el mismo énfasis en la preparación y degustación de una ensalada que en contar un aborto o contemplar el suicidio de un ser amado. Y eso tampoco es. La coartada fantástica (que tampoco es que sea imprescindible para incluir un film en el festival aunque sí tendrá que ser así en un alto porcentaje de las obras) es un cadáver en una tumba dentro de una cueva llena de bichos emitiendo sonidos guturales, intercalado esporádicamente durante todo el metraje, que al finalizar, se levanta y anda, como Lázaro. A mí que me lo expliquen…

S.V.

Día 1. Robots, virus, vacas y cintas (porno) de vídeo

Volvemos a Sitges con la sonrisa de oreja a oreja y con las maletas llenas de parrillas con tachones y sugerencias. Como todos los años dispuestos a reencontrarnos con viejos y nuevos amigos, ver películas como si nos fuera la vida en ello (nos va) y escribir diariamente para que nuestros lectores se sientan un poco más cerca de este magnífico festival de la costa catalana. Hoy hablaremos de inteligencia artificial, de la inteligencia humana (tan escasa y tan poco de moda), de la carne que nos comemos y de la carne que disfrutábamos en nuestras primeras películas prohibidas. Leyenda secciones:

  • SOF: Sección Oficial Fantàstic
  • SOFP: Sección Oficial Fantàstic Panorama
  • NV: Noves Visions
  • MX: Midnight X-treme
  • AN: Anima’t

Eva, de Kike Maíllo (España, 2011) Inauguración

 Se inauguró esta edición dedicada a la inteligencia artificial (con un único pase del film de Steven Speilberg la misma tarde) con esta singular pero insuficiente ópera prima catalana, en concreto de Escándalo Films (el sello de la ESCAC). Singular en una industria como la española poco dada a financiar y soportar un cine de ciencia ficción: Eva llama la atención inmediatamente por su voluntariosa y por momentos estupenda escenografía retro-futurista en la que destacan los efectos especial de Lluís Castells. Sin embargo, la apuesta, enriquecedora en esos términos y deseamos que valedora de próximos proyectos de características similares, se estrella estrepitosamente con la inconsistencia dramática del conflicto emocional que plantea alrededor de la vida artificial (que para mal o para bien no plantea variaciones importantes respecto a sus referentes cinematográficos y literarios más cercanos), la roma construcción de personajes y la pírrica prestación de los actores (quizá un Lluís Homar, más esforzado y atinado que de costumbre, resulte el único realmente convincente, en el rol de un robot, de todo el reparto), la desangelada narración cinematográfica apenas sostenida por un guión que firman para nuestra sorpresa hasta cuatro plumas, y, especialmente, la aburrida puesta en escena de su novel director que se revela bajo mínimos en la secuencia en el bar o en la inevitable solución final.

J.D.C.T.

Contagio, de Steven Soderbergh (EE.UU. 2011) SOFP

Hay mucho director de género que acaba como autor con mayúscula para sorpresas de los de siempre, pero es más raro, o está peor visto, el que empieza con el fervor de la crítica más capillita y entregada y acaba facturando productos de consumo para grandes salas. Al igual que no tengo dudas de que Slumdog Millionaire es la peor película que jamás ha ganado un oscar (aunque a la pelea con la también dañina Crash), para mí Sexo, mentiras y cintas de vídeo es lo más plúmbeo e idiota que nunca se haya alzado con la Palma de Oro de Cannes. Por eso el Soderbergh que me gusta es el que hace género puro (El halcón inglés o Ocean Eleven) o género híbrido (Un romance muy peligroso). Al otro lo detesto cordialmente. Por eso me sorprende que se hable de Traffic cuando se habla de Contagion porque cada una de ellas dos pertenecen a las dos subdivisiones establecidas y divergentes. En la fronteriza, todo era circunspecto y pretencioso, en la global, el humor con el que se trata el tema sirve para sentirse cómodo incluso con una situación (el fin del mundo) y con una película que no lo es. Una película que es un prodigio de narración y montaje en sus primeros veinte minutos, minutos que ensamblan con habilidad y convicción todos los elementos que luego explotarán por los aires de los sistemas, los humanos y los protocolos. Porque Contagion funciona siempre y cuando no se toma en serio su pátina trágica y trascendental, cuando el mundo se pone en peligro por una infidelidad de una señora de Minnesota con un señor de Chicago, cuando los últimos minutos de existencia pueden servir para enaltecer el periodismo tradicional (grande Elliot Gould) y atacar a los bloggeros o cuando se carga a sus actrices principales a los 5 minutos de salir. Cuando se pone a sacar conclusiones políticas o sociales, Soderbergh se pone pesado y entonces no llega y la película baja sin remisión.

Bullhead, de Michaël R. Roskam, (Belgica) NV

Para todos los que crean que el cine belga son solo los Dardenne, Bullhead representará una anomalía suculenta y transgresora, una manera nueva y fresca de afrontar el cine social y los ciudadanos que lo habitan. Una realidad donde la tristeza no es solo un sinónimo de lucha sino el preludio para una divertida tragedia. Michaël R. Roskam no se corta y consigue con su primera obra abrir un camino repleto de paradas obligatorias. La primera, la creación de un personaje mítico y con unas características pocas veces vistas en el cine, un bruto con el corazón partido, un hombre que colecciona heridas por dentro y por fuera, un matón que pincha su carne y la de sus vacas intentando conseguir algo en lo que no cree, un desgraciado con cabeza de toro y corazón de ternero. La segunda, un tratamiento de la violencia inusual, entre lo cómico y lo grotesco, lo directo y lo inesperado. Como si Guy Ritchie tuviera el talento y los personajes de los Coen. La tercera, una capacidad de sorpresa a prueba de bombas mediante la utilización de un flashback que cambia de género, de día y de fecha todo lo que se nos había ido marcando en los 45 minutos iniciales. La cuarta, una trama shakesperiana que por una vez se centra más en dos Rosencrantz y Guildentern a la deriva (los personajes de Jacky y Diederik) que en los que manejan la barca de la situación.Y la quinta, tener la seguridad de que por películas como esta merece la pena esperar un año a cada Sitges.

M.O.

4:44 Last Day on Earth, de Abel Ferrara (EE.UU., 2011) NV

El mundo se acaba. Sin posibilidad de escape. Nos hemos cargado la capa de ozono y aquí no se salva nadie, es cuestión de horas y minutos. Esa es la premisa de esta película de Abel Ferrara donde Cisco (Willem Dafoe) y Skye (Shanyn Leigh) comparten sus últimas horas en un preapocalíptico Nueva York. Ella pinta sus cuadros abstractos y él se dedica a ver en la televisión las declaraciones del dalai lama y otros gurús hablando del apocalipsis, las noticias, y sí, aprovechan también para amarse unas cuantas veces y discutir otras tantas, forzados por una situación demasiado tensa como para tomársela a la ligera. Al margen de incluirnos uno de los planos más desagradables de las cuarenta y cuatro ediciones del festival (concretamente del vello púbico de Dafoe), Ferrara retrata los últimos estertores de la ciudad que le vio nacer de una forma intimista (desde despedidas por Skype hasta un filete compartido con el perro) no exenta de momentos crudos (algún que otro suicidio para evitar la tensa espera, o la escena en que Cisco se va a chutar heroína en el baño), y con cierta belleza para esos últimos instantes, que contrasta con la funesta realidad que nos narra. Una película curiosa y discreta que desde luego no se merecía los improperios generalizados del festival de Venecia.

S.V.