Tol’able David

Como sucedió con un porcentaje lamentablemente importante de la obra filmada por tantos y tantos pioneros del cine, también la mayor parte del periodo mudo de la filmografía del norteamericano Henry King ha desaparecido, impidiendo acercarnos a un periodo fértil en el que el gran realizador fue configurando los elementos de su estilo. Sin embargo, por fortuna permanece entre nosotros no solo el que quizá fuera su título más representativo de aquellos años, sino al mismo tiempo una propuesta íntimamente ligada a esa vertiente del cine norteamericano que expresaron directores como el propio King, John Ford, King Vidor o Frank Borzage. Una hermosa tendencia que tuvo su propio género –con la denominación “Americana”-, y que se delimitaba en el recorrido y la plasmación de historias centradas en un entorno rural, mostrando el esfuerzo de sus moradores, e inclinando sus obras a una mirada revestida de serenidad, apego a la naturaleza y esfuerzo colectivo, ligadas a un modo de vida definido por un notable alcance telúrico, con la implicación del individuo con la naturaleza en la que han residido sus antepasados durante generaciones.

En King, a dichas características siempre se incorporó un elemento cercano a un misticismo de vertiente panteísta, que en buena medida extendió a lo largo de toda su amplia filmografía dentro del sonoro, firmemente ligada a la 20th Century Fox, contando con el apoyo de su máximo responsable, Darryl F. Zanuck. Pero lo que resulta sorprendente a la hora de asistir a esta admirable película, es por un lado ese aspecto precursor que impone la traslación de una historia de estas características, quedando prácticamente como referente para una de las tendencias que ha proporcionado algunos de los títulos más sinceros, conmovedores y auténticos del cine norteamericano. Sorprende que King ejerciera –indudablemente sin pretenderlo-, como un auténtico precursor de esta vertiente temática, aplicando ya en este título los rasgos que permanecerán vigentes durante bastantes años –incluso en la década de los años treinta, dominada por el sonoro-.

En ocasiones las casualidades son las que llevan a forjar una obra muy pronto caracterizada como personal. Los orígenes del proyecto de Tol’able David, parten de la ruptura del joven actor Richard Barthelmess con el director D. W. Griffith, logrando el intérprete adquirir los derechos del relato de Joseph Hergesheimer, al cual el posterior realizador Edmund Goulding transformará en guión cinematográfico, y apostando por Henry King para plasmar en la pantalla los rasgos que presentaba ese relato de ecos bíblicos. Fue una elección que King asumió desde el primer momento como un reto personal, hasta el punto de modificar los lugares elegidos para la filmación de exteriores –en Pensilvania-, trasladándolos a la Virginia natal del director, en concreto a muy pocos kilómetros de su lugar de nacimiento y entorno de infancia. A partir de dicho punto de partida, Tol’able David narrará en sus imágenes el proceso por el que su protagonista –David Kinemon (Richard Barthelmess)-, el hijo pequeño de una familia tradicional norteamericana, rural y cristiana, pasará a marchas forzadas de ser el pequeño de la casa, hasta convertirse en un hombre. Esa evolución está narrada de manera sorprendentemente madura por un realizador que indudablemente acarició el proyecto desde un prisma muy cercano –algo que, por otra parte, marcó su posterior devenir como hombre de cine-, dominada por un primer tercio en el que la sensación de totalidad se desprende en sus secuencias, al describir el entorno bucólico y tranquilo que rodea la existencia de su protagonista y su familia. Alternando admirablemente los primeros planos de David con otros generales exteriores dotados de una extraordinaria belleza, y contraponiéndolos con unos interiores dominados por su rigor, King equilibra un conjunto que traslada al espectador una sensación de confort, sencillez y autenticidad, trasmitiendo ese mensaje de totalidad y espiritualidad casi mística inherente a los mejores momentos del cine de su artífice. Es tan intensa y profunda esa sensación que, en un momento determinado, y tras un emocionado primer plano del protagonista, un rótulo –muy bien insertados todos ellos-, señala: “Una onda de amor se adueñó del corazón de David”.

La placidez que ha dominado este largo fragmento tendrá su contrapunto a partir de la llegada de esas nubes negras, que mostrarán su vertiente humana en la presencia de esos tres bandidos de la familia Hatburn, que traerán las desdichas y una obligada reafirmación de su existencia a los Kineman, y que llegarán a vivir en el hogar que ocupan sus lejanos familiares, Isaac y su hija Esther (Gladis Hulette), esta última ligada sentimentalmente a David. Un fortuito encuentro de Allen (Warner Richmond) con estos bandidos, llevará por un lado al asesinato del perro de la familia –tan querido por David- y por otro a dejar al mayor de los Kineman tullido para siempre, llevando esta circunstancia tan dramática a la muerte del patriarca de la familia –ya delicado de salud- de un ataque. La tragedia motivará que los supervivientes tengan que abandonar la granja que han habitado, llegando a una vivienda en plena ciudad donde David tendrá que emplearse en el comercio de la misma, al tiempo que mostrará un profundo desdén por Isaac y Esther, a quienes de alguna manera relaciona –injustamente-, con la tragedia sufrida en su familia.  Sin embargo, él desea ser conductor del carro del correo –responsabilidad que había sobrellevado su hermano Allan hasta sufrir el ataque de los Hatburn-, mientras que de forma paralela de nuevo irá acercándose a Esther. De repente, una oportunidad insospechada llega a él cuando el conductor habitual es despedido por borracho, teniéndose que hacer cargo del correo. Será el detonante para la catarsis que llevará por un lado a nuestro protagonista a enfrentarse a la terna de maleantes, al tiempo que este casi inevitable enfrentamiento ejercerá como necesaria prueba de madurez para que nuestro protagonista se convierta en un hombre. En no pocas ocasiones, se han hecho comentarios y referencias a la hora de trasladar el alcance bíblico de esta situación de enfrentamiento final, contraponiéndola al “David y Goliath”. A mi juicio, le pertinencia de dicha aseveración es notable, conociendo ese primitivismo y querencia cristiana de su realizador, y la base que proporciona el propio relato que se recrea en la película. Lo cierto es que este tercio final, espléndido, está articulado dentro de las mejores enseñanzas heredadas del cine de Griffith –que siempre se consideró un gran admirador del film-, contraponiendo la alternancia de un admirable montaje de situaciones, y un dominio de la alternancia en la planificación -¡esos intensos primeros planos!- realmente magnífico.

Con ello, Tol’able David llegará a plantear tres bloques armónicos y contrapuestos al mismo tiempo; la placidez inicial, la tragedia de su tercio intermedio y el aprendizaje que servirá como culminación del metraje. El equilibrio que se ofrece entre ambas, la intensidad que domina su realización, sus matices, la convicción de su planteamiento dramático, alternado por oportunos contrapuntos de comedia, convierten al film de King en una obra de sorprendente madurez, máxime considerando que se rodó en 1921, permitiéndonos incluso pasar por alto determinadas ligerezas, como el olvido que en su conclusión la película dispensa al personaje del hermano mayor del protagonista. Pero sobre todo, disfrutando de sus fotogramas, uno pronto encuentra en ellas el precedente cinematográfico de títulos como El pan nuestro de cada día (City Girl, 1930. F. W. Murnau), Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940. John Ford), Stars in my Crown (1950, Jacques Tourneur), La ruta del tabaco (Tobacco Road, 1941. John Ford), God’s Little Acre (1958, Anthony Mann) y tantos otros. En definitiva, que el género “Americana” empezaba a despegar en Hollywood, algo de lo que Henry King pudo sentirse siempre legítimamente orgulloso.

Texto originamente publicado en http://thecinema.blogia.com/