Ceremonia sangrienta

Entiende el realizador Jorge Grau el fantaterror español, una definición genérica que nunca le convenció, como una actualización cinematográfica coyuntural de la vieja tradición de los cuentacuentos. Sabe de lo que habla. Él mismo conoció la existencia de la condesa sangrienta, Erzebeth Bathory, gracias a los relatos que le contaron durante una estancia en la antigua Checoslovaquia, en un tiempo en el que apenas había bibliografía sobre la aristócrata húngara que asesinó a más de 600 muchachas para conservar su belleza. Ningún estudio se arriesgó a comprar la idea, hasta que el éxito de la hammeriana La condesa Drácula (Peter Sasdy, 1970) le abrió las puertas para filmar una coproducción hispano-italiana que supondría su debut en el cine de terror. Su primera incursión en el género (del que nunca ha renegado) le valió para hacerse con los códigos de un lenguaje que hasta entonces le era ajeno, aún sin prescindir de su particular sello de fábrica autoral. Ceremonia sangrienta no es, pues, uno de tantos proto-slasher que proliferaron en la España de mediados de los 70, sino una desesperada reflexión sobre la inevitable fugacidad de la existencia, del temor que produce el despiadado paso del tiempo. La conexión genérica entre el Eros y Thánatos, tan a ras de piel en la taquilla española por aquel entonces, surge aquí mórbida, sugerente y lírica. El desprecio de su marido impide a Erzebeth a realizarse mediante el sexo, entendido como un acto de plenitud cercano a la muerte, lo que precipita su búsqueda desesperada de la vida eterna, mediante un elemento tan simbólico como la sangre.

El periplo de Grau por el fantaterror español fue breve, y quizá por ello pudo evadirse en parte de las penurias que sus compañeros de generación sufrieron por culpa de unos productores que anteponían el dinero fácil a la excelencia artística. O lo que es lo mismo, una fotografía feísta derivada de la escasez de medios técnicos y un mimetismo en los contenidos porque lo que se demandaba era la réplica de éxitos foráneos. No fue el caso de Ceremonia sangrienta. Si en la posterior No profanar el sueño de los muertos Grau optó por un tratamiento grisáceo de la imagen, aquí juega con una paleta ocre de colores, reflejo simbólico de una Europa consumida por la peste, las guerras y la hambruna. Por otra parte, se trata de un fantástico más sugerido que epidérmico. Aunque se introducen varios guiños a la iconografía vampírica (algunos personajes se llaman directamente Helsing o Carmilla), los elementos sobrenaturales son abordados al nivel de supersticiones populares; mera excusa de la decadente aristocracia para tener engañado al vulgo mientras se llevan a cabo actos execrables. Es precisamente esta mixtura de excelencia estética y denuncia social la que convierte a Ceremonia sangrienta en uno de los títulos más reivindicables del periodo. Lástima que la edición en DVD de la película, a cargo de Divisa Ediciones, carezca de extras que llevarse a la boca.