Entrevista Tonio L. Alarcón

Muchos años antes de dedicarse al periodismo especializado y a la crítica cinematográfica, Tonio Alarcón devoraba los comic-books de Marvel o DC que llegaban a España con cuentagotas a finales de los 70. Tres décadas después, ha cerrado el círculo con Superheroes. Del cómic al cine, en la que aúna dos de sus principales pasiones.

—¿Cuál fue el primer cómic de superhéroes que te desvirgó en el género?

—Mi primer recuerdo superheroico, la verdad, consiste en ponerme una toalla a la espalda, cogida con una pinza a la altura del cuello, intentando imitar a Christopher Reeve. Supongo que eso fue lo que me impulsó a leer las ediciones de Vértice, pero realmente, si hubo un cómic que me hizo apasionarme por los superhéroes, creo que fue la etapa de John Byrne en Los 4 Fantásticos.

—¿A qué personaje le tienes más cariño?

—Spiderman, ahora y siempre. Me encanta el planteamiento del personaje, un desgraciado en la vida cotidiana que, sin embargo, obtiene sus mayores victorias poniéndose la máscara (y muchas veces, éstas son pírricas).

—Tres creadores de la última década que te permitan mantener la fe en el género

—Aunque acostumbre a recibir muchas críticas, me gusta mucho Brian Michael Bendis, sobre todo el de Powers. También me gusta Grant Morrison cuando está inspirado, como en New X-Men o All-Star Superman. Y hombre, no sé si es jugar con trampa, pero quien nunca me ha fallado es Peter David. Es una debilidad personal: me encanta su eficacia como narrador y su sentido del humor.

—¿Qué demonios tienen los superhéroes para haber enganchado a tantas generaciones de lectores?  

—En una palabra: aventuras. Son una forma espléndida de desconectar de nuestra gris vida cotidiana, y de vivir a través de esos personajes todo tipo de peripecias extravagantes y rocambolescas. Y para los adolescentes hay un bonus: mujeres con tetas grandes y uniformes ajustados.

—¿Crees que la crítica pasa por alto las connotaciones sociológicas de este fenómeno de la cultura pop?

—Al menos en España, sí. En otros países hay mucha más tradición de utilizar los cómics de superhéroes como base para estudios sociológicos y culturales (sólo hay que echar un ojo a Amazon USA o Francia), pero aquí parece que el género es una cosa de niños. O lo que es peor, de friquis, que ya se sabe que esa intelligentsia que parece haberse apoderado del panorama cultural de los últimos años nos trata como si fuéramos leprosos.

—Una lectura atenta de los cómics de la Marvel permite detectar los miedos y ansiedades sociales de las últimas décadas. DC, en cambio, tiende al escapismo y a la creación de dimensiones paralelas. ¿Qué línea editorial prefieres?

—Siempre he sido mucho más marveliano. De hecho, lo que más me gusta de DC es aquello en que se acerca más a Marvel, o sea, cuando se profundiza más en la vertiente humana de sus personajes y se dejan de líneas argumentales estratosféricas y de universos paralelos. Por eso cómics como Linterna Verde me aburren soberanamente. Prefiero los superhéroes a ras de tierra.

—Blockbusters como Los Vengadores o La Liga de la Justicia han arrinconado en los últimos años en ventas a los cómics de mutantes y demás perseguidos. ¿Está el público necesitado otra vez de grandes héroes?

—Está claro que el éxito de los mutantes fue un fenómeno muy nineties, muy de la época del grunge, de la contestación a esa época de bonanza económica en la que vivimos. Ahora mismo, con la crisis brutal en la que estamos instalados, y sin posibilidad aparente de solución a corto plazo, está claro que el público busca entretenimiento puro y duro, sin complicaciones. Es un cambio de actitud que también empieza a notarse en el público de cine.

—¿Qué le falta en tu opinión a la bibliografía de superhéroes y qué hueco has intentado cubrir con este libro?

—El problema de los libros sobre superhéroes de nuestro país es que siguen dos vertientes: o la dirigida al aficionado que sólo quiere conocer datos y más datos, al que no le interesa profundizar en el género, o la que mira al fenómeno por encima del hombro, incluso con cierta mueca de desprecio. Faltan enfoques más culturales, y menos condescendientes. No es algo que haya intentando cubrir con Superhéroes: Del cómic al cine, que no deja de ser un libro de divulgación, pero sí he intentado ser un poco más crítico y más exigente de lo habitual.

—Difícil tarea la de condensar en menos de 300 páginas tal volumen de información objetiva y opinión crítica. ¿Qué otros retos te ha supuesto tu primer libro en solitario?

—¡Sobre todo, tener que alternarlo con mis primeros meses como padre! Ése ha sido, la verdad, el mayor reto. A nivel profesional, la verdad es que ha sido un proceso de escritura muy placentero. Si no fuera porque continuamente sentía que me perdía instantes irrepetibles con mi hijo, la verdad es que en general me lo he pasado muy bien escribiéndolo.

—¿Qué personaje aún sin adaptar te gustaría ver en la gran pantalla?

—Me gustaría ver a Luke Cage y a Puño de Hierro repartiendo estopa por los bajos fondos. Y a ritmo de música blaxploitation

—¿Qué adaptación reharías?

—Daredevil, por favor. Me da mucho miedo lo que puede hacer David Slade, pero es que lo que hizo Mark Steven Johnson no tiene nombre…

—Al espectador neófito le recomendarías acercarse a…

—Depende mucho del espectador. Al que quiera puro entretenimiento, le recomendaría los Spider-Man de Raimi o los dos primeros Superman de Christopher Reeve. Si se quiere un poquito más grave, están los X-Men de Bryan Singer y el Batman de Christopher Nolan. Y para los que quieran droga dura, les aconsejaría el Hulk de Ang Lee o El protegido de Shyamalan.

—¿Cómo fan del género y a la vez crítico, prefieres la gravedad del Batman de Nolan o el espíritu pop de las últimas adaptaciones de Marvel como Thor y Capitán América?

—La verdad es que me gusta mucho la gravedad que Nolan le ha imprimido a Batman (y además, no me incluyo en esa tendencia, ahora tan cool, que lo pone a parir: me parece un muy buen director), pero no desprecio un enfoque más pop. Eso sí, Thor me pareció torpe y aburrida, me gusta mucho más Capitán América, que sí que tiene un tonillo pulp, desenfadado, que me encantó.

—Con unas ventas cada vez más menguantes, y sin la capacidad de generar personajes que enganchen a nuevos lectores, ¿qué futuro le espera al fenómeno de superhéroes? ¿Estarán más cerca de las consolas de nueva generación que de la viñeta?

—Es muy difícil de predecir. El problema, creo yo, está en dos cuestiones: la primera, que la falta de fomento de la lectura hace que a los niños cada vez les dé más pereza leer, aunque sean los bocadillos de un cómic; y la segunda, que se ha convertido en una afición demasiado cara. Yo aún recuerdo que, de niño y adolescente, conseguía estirar mi asignación semanal para comprarme cómics continuamente, y aún me sobraba para otras cosas. Ahora eso es casi imposible: son todos carísimos. Como otras industrias, el cómic debería replantearse su política de publicaciones.

—El acercamiento paródico a iconos de la cultura popular suele preceder a su decadencia, como ocurrió con las comedias de Abott y Costello y los monstruos de la Universal. ¿Producciones del calado de Super indica que estamos ante el mismo fenómeno?

—Bueno, en realidad los acercamientos paródicos al mundo de los superhéroes nacen de forma bastante temprana: aparte del Batman de Adam West, que data del 66 (y que ya se cachondea bastante del género), un par de años después tenemos un ejemplo italiano como Vip, mi hermano superhombre, de Bruno Bozzetto. No creo que sea señal de decadencia, más bien es una forma sana de quitarle trascendencia al género.

—Has dejado deliberadamente fuera las variantes europeas y orientales del género ¿Qué obras y personajes fundamentales te hubiera gustado reseñar?

—Sobre las variantes europeas, me habría hecho mucha gracia hablar de héroes del fumetto como Diabolik, Kriminal y similares. Y en cuanto al manga, la verdad es que podrían hacerse varios volúmenes al respecto, pero me hubiera gustado escribir sobre el Astroboy de Tezuka y sus diversas variantes, el Devilman de Go Nagai o, por qué no, de Son Goku y compañía. Quizás algún día, quien sabe…