Los restos del naufragio
Entre los millones de personas con derecho a sentirse indignados (sin comillas) con el estado de las cosas, hay un tipo que se ha empeñado en aprovechar todas las potencialidades narrativas de la televisión, un medio de comunicación desaprovechado durante décadas. Un señor calvo, pertinaz y minucioso, que busca la manera más lúcida posible de protestar como mejor sabe: haciendo series incisivas, inteligentes y sin compasión con lo que se entiende por “espectador medio». Se llama David Simon y cuenta con un irreprochable historial a sus espaldas, jalonado de hitos de la televisión reciente: Homicide: Life On the Street, The Corner, The Wire y Generation Kill, en las que ha ido depurando un estilo tan marcado por su antigua profesión como periodista del Baltimore Sun como por un exquisito gusto a la hora de componer tramas corales, casi siempre con un único objetivo: denunciar, a través de sus personajes y las situaciones a las que se enfrentan, las injusticias y precariedades de la vida moderna en las ciudades. Con las dos temporadas (y las dos que aún quedan) de su última criatura, Treme, Simon y su colega Eric Overmyer pretenden unir varias de sus inquietudes, eludiendo el discurso panfletario: reflejar fielmente el estado en que quedó Nueva Orleans después del huracán Katrina, denunciar la negligencia de políticos, policías y militares a la hora de gestionar el desastre, relatar los denodados esfuerzos de sus habitantes por salir a flote y, antes que nada, mostrar en toda su grandeza la música que todo lo invade y en la que todo confluye.
La pericia de Simon y sus coguionistas, entre ellos varios periodistas locales, el malogrado guionista David Mills y el novelista George Pelecanos, pasa por novelizar el relato, dejando a un lado la estructura clásica del guión televisivo, heredado directamente del cine americano y pasado por la turmix de los horrendos manuales del perfecto guionista tipo Sid Fyeld. Generalizaciones aparte, quien esclarece mucho mejor que yo éste problema es el mítico guionista Budd Schulberg, que en el prólogo de la reciente edición de La ley del silencio (El Acantilado, 2011), explica con claridad meridiana las diferencias entre novela y película. Permutando “novela” por “serie de televisión”, estamos ante el reflejo más fiel de lo que hizo Simon con The Wire y ahora repite con Treme: «El cine no tiene tiempo para lo que yo llamo digresiones esenciales: la digresión del personaje complejo y contradictorio; la del trasfondo social. El cine ha de ir de episodio significativo en episodio más significativo aún en una pauta de ascenso constante. Es una forma que entusiasma, pero paga un precio. No puede divagar como divaga la vida, ni detenerse a contemplar lo incidental o lo inesperado. Tal vez intento decir que, si una película debe actuar, un libro tiene tiempo para pensar y hacerse preguntas. En eso estriba la diferencia esencial». ¿Podría aplicarse a las series de televisión más selectas de los últimos años? Desde luego, esa novelización está presente en Los Soprano, Deadwood, Mad Men, Breaking Bad… pero más y mejor en The Wire y Treme, porque aquí el trasfondo social es el núcleo, la razón primordial, el origen y objetivo de cada línea argumental. Simon y Overmyer no sólo nos presentan unos personajes que van más allá de lo verosímil, sino que ponen de manifiesto con una sutileza aplastante y una grandísima riqueza de matices los problemas, tragedias y alegrías a los que se enfrentan los habitantes de Nueva Orleans en los meses posteriores a la catástrofe.
Si sus series son la manera que tiene Simon de rebelarse y dar rienda suelta a su rabia contra las injusticias sociales y políticas, sus personajes son sus portavoces más elocuentes. Albert Lambreaux (Clarke Peters) defiende su herencia como indian red y sus derechos a poseer una vivienda digna hasta hacerse okupa y ser detenido; Davis McAlary (Steve Zahn) vierte sus críticas en sus canciones y arrebatos radiofónicos; Creighton Bernette (John Goodman) escupe improperios a través de YouTube para que EE.UU. se de cuenta de que Nueva Orleans todavía existe y merece ser reconstruida; su mujer abogada, Toni (Melissa Leo), acosa sin descanso a la policía e intenta destapar sus mentiras… El todo acaba siendo mucho más que la suma de las partes, un tsunami emocional acompañado por la mejor selección musical que se ha visto nunca en una serie. Además de los desfiles de la second line y los conciertos, hay una presencia constante de artistas de primera fila en apariciones que van más allá del cameo ocasional. Treme aborda el permanente diálogo entre la tradición y la modernidad y la inalterable pasión de músicos y aficionados. Abarca una infinidad de estilos musicales, principalmente el jazz, pero también el hip-hop, el folk, el blues y el country, con invitados de lujo: Elvis Costello, Dr. John, Cassandra Wilson, Steve Earle, Ron Carter, Trombone Shorty… Como en casi todas sus facetas, la serie va un paso más allá de lo visto hasta la fecha, mostrando los desafíos y vivencias cotidianas del músico amateur callejero (Sonny y Annie), el instrumentista que vive a duras penas participando en bolos (Antoine Batiste) y la estrella consagrada (Delmond Lambreaux) con una naturalidad pasmosa. Sólo falta el Dexter Gordon de Alrededor de la medianoche (Round Midnight, Bertrand Tavernier, 1986) para cerrar el círculo.
La muerte es el otro gran tema de Treme. Quizá no sea más que el eco de lo que sucedió durante el rodaje, primero con el fallecimiento del guionista David Mills y después el del actor Michael Showers, ahogado en el Mississipi, o quizá, simplemente, el anhelo realista de Simon llevado hasta las últimas consecuencias. [Atención spoilers] La cuestión es que la brutal desaparición de Creighton Bernette en la primera temporada tras fumar su último cigarro causa un efecto emocional en el espectador que va más allá del nudo en el estómago: a partir de ese momento su ausencia, su silencio atronador y las insondables razones que le llevaron al suicidio se perciben en cada secuencia posterior en la que aparecen su mujer y su hija. Simon y sus guionistas tenían otra amarga sorpresa preparada para la segunda temporada y puede que planeen hacerlo en cada una de las que quedan por delante: forma parte orgánica del ciclo vital y en Nueva Orleans conlleva además ese afán celebratorio de la despedida a través de la música. En todo caso, ambos sucesos subrayan lo inesperada, injusta y dolorosa que puede ser la guadaña, lo desesperadamente fácil que es desaparecer de este mundo. Cada vez hay más fantasmas en Treme y su alcance en las próximas temporadas promete ser devastador.
Al final del último capítulo de la segunda temporada, Davis McAlary da con la clave del sentido último y más relevante de Treme en su regreso a las ondas: «Un poco más de hogar cada día y, aunque no es como debería ser, incluso si lo hacen difícil ¿dónde más podríamos ir? ¿Quién más nos acogería? Dejemos que la música lo diga». Y Louis Armstrong comienza a cantar Wrap Your Troubles in Dreams y observamos a los personajes en algunas de sus labores cotidianas, como en el último episodio de cada temporada de The Wire. Treme habla de la pertenencia a un lugar y una cultura, de cómo una quincena de individuos, aisladamente y como colectivo, son capaces de defender con música, uñas y dientes su manera de ser y estar en el mundo.