El valor del diálogo
Ante libros como éste uno no sabe qué pensar de frases como “Todo lo que no es copia es tradición”. No sé si podría sondear la genial estructura de este Imágenes de la Revolución (Shangrila, 2011) en alguna obra anterior, pero lo cierto es que aquí Israel Paredes y José Francisco Montero han logrado crear un auténtica obra viva a partir de algo tan necesario —y cada vez menos abundante— como es el diálogo.
Cada uno de ellos encargado de reflexionar en sus respectivos textos sobre una obra en concreto que ha supuesto una película emblemática sobre el proceso revolucionario —Israel a través de La inglesa y el duque (L’anglaise et le duc, Eric Rohmer, 2001) y Pepe con La commune (Paris, 1871) (Id., Peter Watkins, 2000) en su punto de mira—, ambos se interpelan, corrigen y matizan, logrando un ente orgánico. Cada uno de ellos invade la parte del otro, punteando los pensamientos ajenos con el suyo propio, evitando así la infalibilidad que supone el texto cerrado y canónico. Su diálogo supone lo más cercano que un lector podría estar de la tertulia de café, siendo espectador privilegiado del duelo dialéctico de dos tipos geniales que saben lo que se dicen y cómo decirlo.
Pero leyendo este libro también acude a la memoria aquella frase célebre de Jean-Luc Godard, que reclamaba que “un travelling es una cuestión moral”. Efectivamente, el cine es tanto fondo como forma. A algunos a veces se nos olvida, y perseguimos la idea de analizar únicamente el valor del argumento, sondeando no sólo la ideología del texto, sino sobre todo la ideología oculta y última del hecho comunicativo, en un alarde de «filosofía de la sospecha» con la que denunciar el espanto del engaño. Aquí, Israel y Pepe ponen en valor la potencia de esa misma filosofía oculta, esta vez transmitida a través de sus formas, de los recursos cinematográficos seleccionados coherentemente por cada uno de los realizadores aludidos. La suya es una labor de desglose, una clase magistral de teoría fílmica donde el cómo es tan importante o más que el qué, donde la técnica condiciona el mensaje, evitando las trampas propias de aquella filmografías ladinas que nos las meten dobladas.
El valor de la convergencia
Sin duda, hablar hoy en día sobre la revolución es toda una osadía. Su concepto está actualmente denigrado, y los soportes del mismo término están plenamente frivolizados, pues incluso el inofensivo hecho de acampar en plazas y parque públicos son elevados a la categoría revolucionaria ante el contraste con el pasivo entorno social en el cual se insertan dichos actos de «rebeldía» —más bien rabieta o pataleta contra entelequias de orden superior e inalcanzables.
La verdadera revolución es un acto radical y desesperado llevado a cabo por kamikazes que nada tienen que perder —y sí mucho que ganar. Por eso, que en el año de publicación de este libro se haya producido un fenómeno llevado a los altares con el pomposo —y falaz— epígrafe de “Spanish Revolution” —que más bien pareciera el spin-off de una de las infumables secuelas de Matrix— parece un verdadero chiste si lo comparamos con aquellos procesos históricos que inevitablemente pusieron patas arriba el orden establecido hasta el momento de su consecución —sin ir más lejos: el hartazgo de los millones de habitantes norteafricanos que, arriesgando sus vidas, durante la primavera del 2011 dieron la patada en el culo a sus deleznables caudillos.
El gran valor de un libro como Imágenes de la Revolución está en reivindicar dos películas que nos hablan sobre dos momentos históricos muy precisos, realizados en sendos espacios tan próximos en el tiempo como afines en sus conclusiones. Y es que tanto La inglesa y el duque como La commune fueron creadas en ese espacio de transición que supuso el cambio de siglo y de milenio, en el seno de una Europa en plena transformación —ideológica, social, política, monetaria, etc.— que pretende alzarse como el paradigmático contenedor de los más universales y eternos valores —heredados, precisamente, de sendos procesos revolucionarios, como fueron las insurrecciones de 1789 y de 1871 en la capital francesa—, pero que reiteradamente son conculcados en nombre de un bien mayor —casi nunca en la dirección del interés público, es decir, de la res publica.
Tanto Rohmer como Watkins —mucho más este último, debido a la vehemente explicitud de su propuesta, dentro de eso que tiende a denominarse como «cine militante»— extienden sobre las épocas retratadas un velo de cercanía para comparar aquel momento con nuestro presente —el de la época en las que fueron filmadas sus obras— y establecer ciertas conclusiones lógicas sobre las causas y sus consecuencias, así como las distintas posiciones sobre las que abordar la degeneración de un bello sueño convertido en pesadilla por obra y gracia de sus propios excesos.
Pero el verdadero valor de todo ello es cómo Israel Paredes y José Francisco Montero se acercan a estos sus respectivos cronistas para establecer el pulso al propio proceso revolucionario del cine, que en manos de estos dos maestros establece en su metalenguaje el cauce idóneo para mostrar la manera más efectiva —verdadera y única revolución— de traer hasta nosotros y nuestro tiempo los decisivos factores de la lucha y la resistencia —otra forma de lucha esta última, de la que tanto se ha abusado, tanto para bien como para mal.
Así pues, este libro está repleto de referencias a nuestros días —como lo están las propias películas escogidas, en el caso de la de Rohmer de forma más velada, mucho más evidente en la de Watkins— para realizar preguntas y que cada uno de nosotros active su parte más dinámica en el contexto de nuestro presente, tomando como punto de partida las sabias reflexiones de los autores de los textos.
El valor de la sincronicidad
Desde hace algunos años mi mentalidad ha cambiado. Ya no soy esa persona racionalista y materialista que un día —durante mucho tiempo— fui. El empirismo de la experiencia me ha hecho comprender que hay cosas mucho más allá de lo visible y lo tangible, energías que se manifiestan ante nosotros de forma tangencial y ante las que hay que estar atentos para poder apreciarlas e interpretarlas. Uno de estos fenómenos es el de la sincronicidad: hechos que convergen en el tiempo de forma aparentemente arbitraria, pero que transmiten en su lectura un mensaje en forma de lección.
Por eso, y aludiendo en este punto a un aspecto hoy en día tan consumado como es el de la «inteligencia emocional», no puedo dejar pasar la oportunidad de destacar dos hechos personales de la vida de mis grandes amigos Israel y Pepe y que están recogidos en una parte de su libro que no es el del texto sobre el que se fundamenta la existencia de este Imágenes de la Revolución. Me refiero a ese segmento muchas veces pasado por alto —por reiterativo y aburrido en la mayoría de las obras— en las que los autores rinden tributo en forma de agradecimientos a todos aquellos que, de un modo u otro, han contribuido a la forja de su trabajo.
Encuentro, pues, en dos frases llenas de emoción, las garantías del éxito de lo que acabo de exponer. Por una parte, que Israel mencione a su madre, Coral, que durante la confección de su texto se enfrentó a una grave dolencia. Y que, por la otra, Pepe dedique su trabajo a su recién nacido hijo Elías, una bendición deseada. Y es que en toda revolución se dan la mano aspectos tan distantes como la vida y la muerte, conviviendo en un mismo espacio y en un mismo tiempo.
Que sus respectivos textos se dediquen a sendas películas que retratan el principio de una pesadilla en forma de destrucción, tiñendo la mirada de desencanto y desesperanza con un trasfondo de resistencia ante la imparable degradación —en el caso de Israel— y el maravilloso nacimiento de una obra colectiva tan llena de esperanza como de ingenuidad —en el caso de Pepe— me parece tan significativo que, viéndolo todo desde este punto de vista, nadie podrá negar que el azar poco ha participado en todo esto.
Queda así claro que hay lazos invisibles que nos unen y nos retratan —a veces a nuestro pesar—, transmitiéndonos el valor de la vida en sus grandezas y en sus miserias —que es lo mismo que decir que en su total complejidad. Las revoluciones personales de estos dos grandes amigos les acompañaron a la vez que escribían —escribir también tiene algo de revolucionario— sus textos sobre dos revoluciones, llenas de semejanzas pero con sus propias idiosincrasias. Unir todo ello y hacerlo de esta forma tan coherente no está al alcance de muchos.