Katmandú: un espejo en el cielo

Una historia saturada de denuncia

Siempre me atraen a priori los nuevos trabajos de Icíar Bollaín. Es una directora con una sensibilidad especial a la hora de escoger proyectos, todos de hondo calado social: el problema de la soledad en la sociedad moderna en Hola, ¿estás sola?, la inmigración en Flores de otro mundo, el maltrato a la mujer en Te doy mis ojos,  la difícil conciliación para la mujer de su vida profesional y personal en Mataharis, y el descubrimiento como eufemismo de la colonización en También la lluvia. Todas sus películas destacan por el mismo motivo —el ímpetu por crear debate sobre temas de enorme importancia en la sociedad actual—, pero también adolecen, en mayor o menor medida, del mismo defecto: la falta de una narratividad sólida que trasmita esa fuerza y entusiasmo que la directora quiere expresar y, lo que es peor, un cierto buenrollismo bienintencionado que infantiliza y sobrecarga sus películas con su espíritu multi-denunciatorio. En ésta su 6º película, la directora nos muestra el laberinto de difícil salida que supone la falta de educación de las clases bajas —los intocables— en Nepal y de cómo la falta de ella, el analfabetismo, es la peor espiral a la que pueda estar sometida una persona, porque le imposibilita salir de la pobreza ya que le impide tener las armas para ver la verdad y luchar por su propia libertad.

Para ello nos cuenta las experiencias de una maestra que pretende cambiar el futuro de los niños más desfavorecidos a través de la educación, y de cómo su estancia la aportará más de lo que ella da y de lo que en un principio imaginaba. Narrada en VO en inglés y con una puesta en escena sencilla, pero aprovechando la majestuosidad paisajística y el color natural de Nepal, Bollaín nos relata la historia con final feliz de una maestra catalana, Laia. Hasta aquí vamos bien, pero donde el libro en el que está basada la película (Una maestra en Katmandú, de Victoria Subirana) narra con pasión y en primera persona sus experiencias y nos contagia su vitalidad y su entusiasmo en lo que hace; la cinta no llega a trasmitir la cercanía y efusividad de esta profesora infatigable (conocida por todos como Vicki Sherpa), y ha preferido saturar al espectador —y, por ende, desfragmentar la historia— con multitud de historias paralelas que no hacen sino desconcentrarle y alejarle de la historia principal, la de una maestra interpretada por otra parte por una excesiva Verónica Echegui que exagera cada una de las escenas cargándolas aún más si cabe de inverosimilitud.

Y he ahí su gran problema: que no llega a ahondar en nada y al final trasmite frialdad por el exceso de denuncias a las que nos somete y que, por su montaje, más parece un documental de las penurias nepalíes que un largometraje de ficción sobre una profesora y sus vicisitudes en Katmandú  —la historia que pretende narrar. Y si lo que pretendía era hacer un documental amplio sobre la cultura nepalí, ¿por qué solo esboza a modo de apéndice los Himalayas, donde mucha gente vive con sencillez pero sin faltarle lo necesario y que, a diferencia de la capital, donde casi se llega a oler el hedor de la pobreza extrema, presenciamos lo sublime del paisaje y vemos al hombre en plena armonía con los suyos y la naturaleza?

Resulta ser al final, muy a su pesar, pura propaganda panfletaria, influida quizás por el último Loach —no olvidemos que el coguionista, Paul Laverty, es colaborador habitual del director de Agenda Oculta— pero donde el director británico transmite fuerza y empatía para con sus personajes a la par que ejemplifica una reivindicación general, Bollaín intenta —sin éxito—, la tamaña empresa de reflejar en una sola película todos y cada uno de los problemas que sufren los nepalíes (la pobreza, el analfabetismo, la falta de higiene, el sistema de castas, el machismo y la explotación de la mujer en todos los ámbitos de la vida, la prostitución, la corrupción política….) y se mantiene en la estela de un cine social light bañado de continuos diálogos demagogos que ignora las técnicas de la figuración y la metáfora como formas de expresión cinematográficas, y abusa de la explicitud de un mensaje sobrecargado, superficial —muy a su pesar— y unidireccional.