La línea recta
Si alguien está familiarizado con la obra literaria del Dr. Seuss conocerá su manía por rechazar la línea recta de todas sus creaciones. Para el autor de El Gato Garabato, el camino más corto entre dos puntos nunca existió, siempre prefirió perderse por curvas imperfectas y caminos improbables hasta llegar a su destino. Por desgracia, la economización de recursos también parece haber llegado a la imaginación, no parece merecer la pena perderse por las periferias fílmicas para descubrir parajes extraños o caminos abruptos y llenos de interrogantes, quizás por eso, sus relatos originales resulten prácticamente inalcanzables hoy en día para el cine actual, por sus personajes esquivos, alejados de todo orden social, que combaten y cambian el status quo de establishments anquilosados a base de anarquía. Seguramente por esta imposibilidad de aprehender la filosofía del autor, su mejor adaptación haya sido precisamente la que más se aleja de él, El gato (The Cat in the Hat, Bo Welch, 2003) un extraño artefacto irreverente que despreciaba cualquier tipo de narrativa tradicional en favor de la fusión entre el universo seussiano y el de Mike Myers, erigiéndose en un alegato en pos del derribo de las formas tradicionales a pesar de sus caóticos resultados finales.
Recortes y esquilmación de recursos que parecen haber llegado al discurso crítico, que no le importa despachar con inusitada rapidez, cierta invisibilidad y dudosa profesionalidad, cualquier película de animación que pasa por sus manos, con la excepción claro está de esa burbuja cultural que supone para algunos la factoría Pixar. Sin necesidad de hacer un recopilatorio de todas los textos vertidos sobre Lorax, en busca de la trúfula perdida (Dr. Seuss’ The Lorax, Chris Renaud, 2012) uno puede imaginarse cierta necesidad de justificar el vacío de argumentos tirando de tópicos alusivos hacia el discurso medioambiental de la película o la saturadísima paleta de colores que se despliega durante todo el metraje. Sin embargo, tras la aparente rectitud que puede suponer la película de los estudios Illumination, se dirime la lucha entre modernidad y tradición cinematográficas, un conflicto clave sin el cual nos es imposible comprender buena parte del cine de animación actual.
Dilema de textura casi moral que también acaba afectando estructuralmente a la película. Mientras la historia principal del joven Ed en busca de los árboles desaparecidos se mueve en la supuesta modernidad cinematográfica, abrazando cierto derroche visual en busca de la venta del artefacto tridimensional o se intente reconocer y empatizar con una audiencia concreta, de ahí que se apueste por inclusión de íconos adolescentes como Zach Efron o Taylor Swift en el reparto de voces, o la asimilación de los rasgos y tonos vocales de Betty White, como la definitiva representación hip de la ironía postmoderna americana; el verdadero corazón de la película radica en el enorme flashback que cuenta la historia del Una-vez, a la postre verdadera adaptación del relato original del Dr. Seuss. ¿Es posible para el cine de animación norteamericano moderno narrar una historia sin deslizarse de los andamiajes clásicos de su pasado? Desde luego, salvo ejemplos individuales si parece que así sea, mientras tanto la mezcolanza entre formas pasadas y presentes acaba dejando extraños elementos por el camino como el número musical How Bad Can I Be?, desviación alucinada del número musical habitual disneyano donde se justifican las bondades del capitalismo más abrasivo. Todo un ejemplo de discurso asumido en tiempos de Gürtels, Madoffs y corruptelas varias, quizás porque de la misma manera que se modifica el final del relato original, seamos conscientes de que las grandes batallas morales ya no se pueden librar y sólo queda convencernos de la bondad de nuestras acciones cuando lo que realmente intentábamos era ganarnos el favor de la mujer por la que suspiramos.