Yo hago jaleas: Una década para Miradas de Cine

La década ¿prodigiosa?

Diez años después, seguimos aquí.

Recuerdo una brillante secuencia, acaso la mejor, de War Horse (Steven Spielberg, 2011). Una nieta reprocha a su abuelo que este se haya comportado como un cobarde durante la guerra, a diferencia de sus padres, cuya valentía les condujo a la muerte. El abuelo le narra una anécdota, la historia de unas palomas mensajeras que sortean el campo de batalla sin poder mirar abajo, presenciando el pánico sin poder intervenir, atrapadas en su valiosa misión. El abuelo se pregunta qué puede ser más doloroso que existir habiendo sido testigo directo del horror. La testarudez de la joven, impetuosa, impulsiva, es desarbolada por la madurez de un hombre que finalmente restaurará el orden moral de la película. Y dicha secuencia se erigirá como limpia de conciencia de un artista vapuleado simplemente por haber sido fiel a sí mismo y a sus principios, por ser lo más independiente que uno puede ser cuando comulga con unos valores que aprecia y considera únicos. Steven Spielberg es el superviviente de una guerra cuyo núcleo es una batalla de carencias que hoy por hoy están lejos de poder ser resueltas, y que sufrimos en todas las áreas de nuestra vida.

Diez años son muchos años, sobre todo para un revista online, aún más en los tiempos actuales donde el presente será pasado en cuanto terminéis de leer estas líneas. Diez años son los que transcurren entre ver una película por placer o verla por desahogo; entre elegir la comedia más chorra que te apetece o el melodrama que tiene un toque de comedia pero que satisface a tu pareja. Diez años son muchos años para aquellos que escribíamos cuando teníamos que estar estudiando y ahora escribimos cuando las luces se apagan, el niño ha parado de llorar, y otra voz nos reclama desde la habitación. Diez años son los que transcurren entre la voluntad de cambiarlo todo y la necesidad de aferrarse a algo. En diez años uno toma conciencia que en todos los ámbitos existen bandos, y yo elijo ser feliz tomándome unas cañas con los míos. Por las migajas que se peleen otros.

Miradas de Cine nació en 2002 con el propósito de dar cabida a una amplia gama de pulsiones relacionadas con la escritura cinematográfica. Como todo proyecto es fruto del deseo, y el deseo es, inevitablemente, una llama que se apaga y se enciende a medida que quienes la llevan se desvían o retornan al camino. Desde aquel momento hasta ahora, han cambiado muchas cosas, demasiadas: ha cambiado el cine y la forma de verlo; ha variado la escritura y la forma que tenemos de acercarnos a ella; y sobre todo, ha cambiado el lector, más ávido y voraz, más (aparentemente) experto… y también más voluble. En esta década, algunos proyectos relacionados con la crítica online han sufrido considerables mutaciones, otros directamente han desaparecido durante el trayecto. Pero Miradas de Cine, de algún modo, ha intentado renovarse, seguir siendo fiel a su manera de entender la escritura cinematográfica, pese a que ello le ha granjeado no pocas críticas. Diez años dan para mucho, me explico.

¿Y cómo respira la crítica de cine diez años después? Pues de una manera análoga a como están funcionando los mecanismos sociales que empujan al pueblo a lanzarse a las calles, porque el establishment detenta el poder en todas las áreas que comprenden la existencia, y su autoridad se ejerce en todos los ámbitos con la misma inseguridad y el mismo miedo al cambio. Así que más que nunca, la crítica de cine es el mundo de la poltrona y el servilismo, la plutocracia y el mamoneo, los ricos y los pobres, con la adhesión de pequeños grupos que se mueven en los márgenes y se catalogan como combativos, pero incapaces de movilizar nada porque nadie los escucha. Internet ha cambiado las formas, pero el fondo permanece tan pautado como antaño.

La nueva cinefilia sigue buscando referentes a los que vincularse. A propósito de ello, resulta especialmente interesante reflexionar sobre los diferentes artículos que la revista Détour (revista de escritura cinematográfica creada en 2011 por dos personas a las que respeto y admiro muchísimo, más hermanos que amigos, como son Óscar Brox y Ferdinand Jacquemort) ha publicado desde sus inicios, con el objetivo de establecer un diagnóstico de la cinefilia actual. Diagnóstico certero, sí, pero carente de mordiente y que por su propia estructura se revela como el eterno circunloquio alrededor de contenidos nuevos pero con resultados estériles. Por decirlo de otra forma, diálogos como ¿Qué es la nueva cinefilia? podrían ser el equivalente crítico a Inside Job (Charles Ferguson, 2010), es decir, las dosis de subversión que el sistema permite porque son necesarias, pero que no afectan en lo más mínimo a sus cimientos. Son textos que serán aplaudidos por el sistema porque nos mantienen en los márgenes, porque nos invitan a seguir ocupando la posición miserable que nos merecemos. De ahí que sea necesario detectar y atacar, más que nunca, las verdaderas grietas del sistema, si nuestra intención es suscitar el cambio, generar debate, e intimidar a quienes detentan el poder. Realmente para demostrar que otra crítica es posible es fundamental generar las estructuras necesarias para ello, pero partiendo de un objetivo que solo puede ser alcanzado si abordamos la independencia artística a través de las conquista de las formas del mercado, comprobado el agotamiento de los resquicios más alternativos.

Porque para Miradas de Cine, la verdadera militancia no está situada en los márgenes ni en la periferia, ni tiene relación con el sobrevalorado ámbito de lo incognoscible. La verdadera militancia se genera cuando nos adentramos en el interior del establishment y lo detonamos desde dentro. La verdadera militancia se construye desde la fidelidad a nuestros valores, para desde ahí intentar promover otras formas de construir el mundo a través de pequeñas variaciones. La verdadera militancia no es ningún juego ni una boutade, aunque lo parezca. Porque de mantener esta línea temerosa, tened por seguro que vegetaremos en nuestros cómodos ghettos.

Y como muestra, otro ejemplo. En el número 1 – Enero 2012 de la revista Caimán Cuadernos de Cine (antigua Cahiers du Cinema España), Ángel Quintana reflexionaba sobre la función que debía cumplir dicha publicación ante los cambios del audiovisual contemporáneo. Para ello, expresaba que «el gran reto de la crítica reside en escribir y pensar desde el cambio», y hacía alusión a lo recogido en la declaración de intenciones de su número fundacional: «espacios para la diferencia, para el disenso, para la libertad de innovación, para la heterodoxia, para la exploración de lo imprevisto, para la interrogación y para la duda…». No obstante, ¿realmente podemos creernos todo esto cuando, cinco años después, seguimos leyendo a las mismas firmas? ¿De qué hablamos cuando hablamos de cambio? ¿Puede hablarse de diferencia, de heterodoxia, cuando tras cinco años, la política de la revista sigue siendo tan lineal? Siendo Caimán Cuadernos de Cine una revista que cuenta entre sus filas con algunas de las voces más clarividentes de la crítica (p.e. Carlos Losilla, Adrian Martin), resulta aterrador pensar que el uso de esas palabras a estas alturas del juego no difiere mucho de los eslóganes políticos que ya no nos creemos ni de las hipócritas frases publicitarias de bancos o multinacionales varias. En definitiva, un lenguaje desnaturalizado que no refleja la realidad de su contenido. Porque no importa tanto quienes somos, sino quienes pretendemos ser. Y ahí radica el horror.

¿Dónde están, por tanto, las nuevas voces de la escritura cinematográfica? ¿Quién las lee? ¿Dónde las leemos? ¿Dónde terminarán nombres como Óscar Brox, Henrique Lage, Manuel Ortega, Roberto Amaba, Miguel Blanco, Francisco Algarín, Santi Pagés, Pablo Muñoz o Aarón Rodríguez? Simplemente, desperdigados en un maremágnum de webs que se crean y se destruyen, insuflando su talento a proyectos con fecha de caducidad. En un post del foro Focoforo un usuario se quejaba, a propósito de la edición del libro Ven y Mira. El cine fantástico y la zona prohibida, que siempre escribían los mismos. El sistema, una vez más, nos está ganando la partida.

Los vicios del presente

No voy a cuestionar la importancia capital que una publicación como Rockdelux tiene para la cultura musical patria. Sí voy a cuestionar que se trata de una revista ferozmente burguesa, excesivamente insegura para el legado tan valioso que posee y con un miedo atroz a perder su posición. Eso es al menos lo que se desprende de las editoriales que Santi Carrillo firma mes tras mes. En su número 303, correspondiente a Febrero de 2012, Carrillo reflexionaba sobre el drama al que se está viendo abocado el mundo del periodismo y del arte en general debido, en el fondo, a la democratización de sus formas. Amparándose en el consumo de lo gratuito, podría leerse entre líneas un cierto temor a la pérdida del status quo ante la proliferación de las nuevas herramientas de comunicación.

Se ha hablado mucho (y mejor) de las taras sociales generadas por la democratización de la información y el acceso libre a las herramientas culturales. Cada bando se ha encargado de afilar sus argumentos para denostar al otro. Pero se trata de un problema social al que todos hemos contribuido: la bonanza económica ha generado una oferta desmedida que ha provocado un aumento de consumo en dosis mínimas. Dicho incremento del consumo, fruto de la incapacidad para valorar los límites de nuestra propia satisfacción, propicia la aparición de un bucle hedonista de usar y tirar, que valora el uso superficial tanto de lo material como de lo humano. Este hecho ha potenciado el consumo de lo rápido, de lo tweet, por encima de valoraciones más complejas. Resulta complicado pensar en esforzarnos por digerir algo complejo cuando ya podemos obtenerlo masticado.

La democratización de la vida, mal que nos pese, coloca la responsabilidad en nosotros, y hasta el momento —y la crisis que estamos sufriendo no hace otra cosa que ponerlo en evidencia— no hemos demostrado estar mentalmente preparados para afrontarlo. Lo único que se ha evidenciado es nuestra fragilidad psicológica como individuos, nuestra incapacidad para desligarnos de las estructuras del mercado, la sensación de estar atrapados en un lodazal que sigue beneficiando a aquellos que sacan partido en la anestesia mercantilista, cultural e ideológica que alimenta a las masas.

El mundo de la escritura cinematográfica tampoco ha sido ajeno a este hecho, un fenómeno no solamente observable en publicaciones con menor pedigrí, sino también tras comprobar el pensamiento lineal del que hacen gala otras muchas publicaciones que abordan un cine aparentemente más marginal y erudito. Esos «campos de distorsión de la realidad» a los que hacía referencia Diego Salgado: líneas de pensamiento que pretenden oprimirnos y que se asocian en bucles que conjugan las mismas referencias, los mismos nombres, hasta desproveerlos de significado. Si por algo se está caracterizando nuestro presente es por la aniquilación de ese concepto que definió el psiquiatra Murray Bowen, la muerte del self sólido, entendido como la capacidad que posee el individuo para diferenciarse de la sociedad y de los demás, por convertirse en una persona autónoma, que defienda sus propias ideas respetando las del otro. Porque cuando pensamos que somos más libres, nos estamos dando cuenta que en el fondo somos más esclavos. Da miedo pensar que, por arriba y por abajo, estamos jodidos.

Una línea editorial (y un futuro)

Soy consciente que uno de los aspectos más discutidos de Miradas de Cine ha sido esa idea de no poseer línea editorial. No sé, quizás sea mentira, o quizás sea necesario aclarar los términos. Recuerdo que cuando era un simple lector de la revista, disfruté con aquella polémica alrededor del hoy semiolvidado film de Sokurov El arca rusa (Russkij kovcheg, 2002). Pasé de leer el entusiasta texto de Manu Yáñez al escéptico artículo de Jorge-Mauro de Pedro, para finalmente regocijarme con la crítica en contra de Manuel Ortega y José David Cáceres. Aquello me ofreció la posibilidad de enriquecer mi visión de la obra, obligándome a pensarla desde todos los puntos de vista posibles, como también lo hizo a su manera aquel texto de Carlos Losilla en Dirigido Por sobre Caché (Michael Haneke, 2005), que se dividía en dos partes que atacaban y defendían a la película.

Siempre he creído que no puede haber crecimiento sin conflicto, y no existe el conflicto sin la crítica. Por eso siempre he creído en Miradas y en aquellos que la han formado desde el principio, a los que he leído tanto y a los que agradezco por haber contribuido a mi formación como escritor cinematográfico, a críticos como los citados anteriormente y otros como Alejandro G. Calvo, Emilio Martínez-Borso, Juan Esteban Lagorio o Carlos Rosal. También he creído siempre en la pluralidad de la revista, en la colisión entre todas las maneras posibles de acercarse al hecho cinematográfico, en lo estúpido que es mantener una línea de editorial que guíe una opinión, porque eso solamente nos estanca, no nos ayuda a crecer. Lo único que nos importa es hablar del cine que nos gusta, sin ataduras, porque para eso no cobramos ni tenemos que bajarnos los pantalones ante nadie. Nos gusta contradecirnos y que nos contradigan, aunque a veces la caguemos y publiquemos textos de mierda. Por eso no nos ha importado poner la otra mejilla cuando quizás no teníamos que haberlo hecho. Es una opinión ante el cine que también lo es ante la vida: una opinión que nace desde la seguridad de ser cómo somos y de nuestro conocimiento, porque quien evita el conflicto y teme a los cambios es quien carece de seguridad sobre sí mismo, sobre sus propios atributos.

Una vez soñé con la posibilidad de hacer algo grande, de crear algo distinto, de erigir una tercera vía. No sé si algún día lo conseguiremos. La mayoría de quienes formamos este proyecto no vivimos de la escritura, y eso ayuda y dificulta al mismo tiempo. Ayuda a mantener una distancia con este sector, a reírnos de la envidia y apartar los intereses; y dificulta por la imposibilidad de dedicar todo el tiempo que nos gustaría a ello. Pero yo sigo soñando. Mientras lo hago, lo único que sé es que este proyecto, esta revista, esta familia, es lo más cerca que ha estado de hacer realidad ese sueño. Y creo firmemente que en vuestras manos esa posibilidad todavía puede hacerse realidad.

Y si hemos aguantado diez años, quien no apuesta a que dentro de otros diez todavía andaremos por aquí.