Festival D'A 2012

Diez días cenando mal (y viendo películas)

George Clooney y Elisabeth Olsen copan los carteles de las películas que se proyectan en el Aribau Club de Barcelona. Estamos a quince de mayo. Hace algo más de dos semanas, este cine de la Gran Vía interrumpió su programación habitual para exhibir películas de, entre otros, Werner Herzog, Terence Davies, Johnnie To, Mia Hansen-Love o Carlos Vermut. Se acabó la segunda edición del D’A, el Festival Internacional de Cine de Autor de Barcelona, que el año pasado tuvo como homenajeado célebre al canadiense Guy Maddin, de quien se proyectó una retrospectiva muy completa (compartida con la Filmoteca) y este año le ha tocado a Claire Denis, la autora francesa por excelencia, cuyos largometrajes aún se están pasando en la misma Filmoteca, aunque en el ciclo falte alguna que otra pieza capital como esa pequeña joya que es US go home (1994), el capítulo que Denis dirigió para la serie de televisión francesa Tous les garçons et les filles de leur âge… Aunque ahora mismo no tengo aquí a Antoni Peris —ahora mismo esto lo escribe alguien llamado Toni Junyent— las proyecciones que recuerdo más abarrotadas de gente fueron las de L’Apollonide, Into the Abyss y Diamond Flash. La más despoblada, Los viejos, y la que fue sepulcral por excelencia, en el buen sentido, Ensayo final para utopía. La verdad es que no recuerdo la sesión con más mujeres, aunque durante el pase de Bestiaire hubo un niño que se pasó casi toda la película hablando, pidiendo agua y víveres, moviéndose y saboteando a Denis Côté. Era el amigo del hijo de dos años y medio de Antoni Peris. O eso me dijo él. Como me lo dijo él, es posible que en realidad se tratara de su propio hijo, sangre de su sangre, y él, avergonzado de haber criado a un chico tan poco respetuoso, le echara las culpas al otro amigo, que vete tú a saber si era imaginario. Bueno, vamos a dejaros con las reseñas. Si queríais leer algo así como un balance, cifras, porcentajes, palmaditas en la espalda, minutos de nuestra vida que hemos perdido, la crisis, lo que está ocurriendo en Sol y en Grecia, las poluciones nocturnas de un tal Vilanova, lo sentimos, recurrid a otro medio de comunicación. Sólo puedo decir que, bueno, estuvo bien mientras duró. Nos perdimos alguna que otra película buena, seguro, ya que no las vimos todas. Pero fueron unos días bastante decentes. Vamos allá.

Sette opere de misericordia (Gianluca y Massimiliano di Serio, 2011)

Cual espectador de cine de explotación, me disponía a asistir a algo parecido a una violación o a un trato carnal pactado fuera de campo entre personas necesitadas, pero los hermanos Gianluca y Massimiliano de Serio, que debutan con esta película, defraudaron mis expectativas. Tengo mis dudas sobre la verosimilitud de dicha escena, como también las tengo acerca de la clase de espectador al cual recomendarle una película como esta, que se esfuerza en ser correcta, visualmente competente y hasta ocasionalmente hermosa, con sus milagritos cotidianos y las infinitas posibilidades del alma y de la misericordia humanas, pero que no nos cuenta nada que no sepamos ya. No está del todo mal, tiene su fuerza, un plano final no exento de lirismo (los autobuses públicos y las narrativas sobre la marginación, siempre hermanados) pero vaya, que no os perdéis nada.

El alma de las moscas (Jonathan Cenzual, 2010)

Lo siento, pero mi convicción de que esta película me iba a gustar mucho se disipó a los tres o cuatro minutos de empezar a verla. Y es que, a veces, que te guste narrar, que te guste la literatura y las historias de antes, puede ser un problema. Porque te empeñas en hacer algo bonito, poético y divertido pero te dejas en casa el carisma, la inspiración o alguna otra cosa. La opera prima del español Jonathan Cenzual maneja géneros y referentes que podrían dar lugar a algo sumamente agradable —el viaje entendido como cúmulo de casualidades y descubrimientos personales, véase Jim Jarmusch; ese rollo folklórico a lo Kusturica que mencionan en la web del D’A; humor absurdo con un poso bondadoso y vitalista— pero se queda en una mera anécdota, que hace reír muy de vez en cuando y deja un regusto constante a déjà vu. Lo mejor del filme son los evocadores parajes desérticos en los que transcurre. Lo peor, ese epílogo que hace hincapié, innecesariamente, en el buen rollo y en las cosas que nos pasan por el camino, y que a mí me sonó a anuncio de Coca Cola.

O abismo prateado (Karim Aïnouz, 2011)

No he visto Viajo porque preciso, volto porque te amo (2009), la anterior película del realizador brasileño Karim Aïnouz, y el comentario generalizado que he ido oyendo por ahí es que “la anterior era mejor”. Mi compañero de revista y, en esta ocasión concreta, de butaca Antoni Peris fue aún más duro: “Me ha horrorizado”. A mí, sin embargo, me había resultado agradable, así que me pregunté si la culpa de mi benevolencia la tenía Raymond Carver, a quien últimamente he estado releyendo, ya que O abismo prateado no deja de ser la crónica de otra neurosis de pareja en la línea de las que solía escribir el autor de De qué hablamos cuando hablamos de amor. Los filmes sobre gente que deambula por ciudades, si tú mismo también eres un deambulante, pueden caerte simpáticos sin demasiado esfuerzo. Y aunque aquí llega un momento en que la aparición de ciertos personajes hace que la película pierda fuelle y se torne algo rutinaria, este viaje sólo de ida al desamparo conyugal no está exento de cierta belleza nocturna y melancólica. Habitación de motel incluida.

Bestiaire (Denis Côté)

Lo pensé a propósito de Los viejos (Martín Boulocq, 2011) y creo que la idea también podría aplicarse a este documental de Denis Côté. Para ciertas películas digamos de autor, o que simplemente están construidos en base a planos fijos y estáticos, sin apenas acompañamiento vocal, podría ser divertido e incluso útil añadir, en una esquina del cuadro, como si fuera una presentación de Powerpoint, un indicador con el número de planos que quedan. Así: 45/60. El indicador podría parpadear o cambiar de color si el cineasta cree que el plano siguiente es muy importante o impactante. Este método, aunque así, a priori, suena despectivo, puede incluso beneficiar la experiencia del visionado. Imagina que, de repente, te ha empezado a gustar una peli y, maldición, quedan sólo diez planos. Diez planos que habrán de lograr que tu cerebro eyacule o que descubras el motor del mundo. Puede ser todo un drama. Dicho esto, Bestiaire muestra, con planos fijos, la vida o las miradas de algunos animales en el Parque Safari del Quebec, en Canadá. También salen algunas personas, pocas. No me dijo gran cosa, pero me siento culpable porque creo que la misma película, exactamente, pero con mujeres desnudas en vez de animales, sí que me gustaría. Está bien encuadrada, eso es innegable.

Hors Satan (Bruno Dumont, 2011)

Aunque no sean estrictamente de género, la mayoría de las películas de Bruno Dumont (lo digo habiendo visto tan sólo dos de ellas, ¡toma ya!) operan a un nivel cuasi esotérico: son como hechizos o pócimas audiovisuales que precisan, para funcionar, de la complicidad del espectador. En su momento, hace ya bastantes años, no disfruté demasiado de Twentynine Palms (2003), por no decir que la encontré un poco coñazo, pero esta vez, con Hors Satan, Dumont me ha conquistado. Con sus grandes angulares y ese dúo protagonista feo y ambiguo. Al principio los tomas por gente muy sórdida con problemas mentales y de todo tipo, pero conforme avanza la película, te vas preguntando si no serán gente esencialmente buena o bien intencionada que buscan tranquilidad y redención en la naturaleza mientras tú haces lo propio dejándote hipnotizar por los paisajes. Ascética y misteriosa, Hors Satan podría entrar en mi categoría de películas que me aburren al mismo tiempo que me fascinan, como la hermosa The Brown Bunny, Vincent Gallo, 2003). Invocar a Dreyer al mismo tiempo que filmas uno de los polvos más malrollistas de 2011 tiene mérito.

Los viejos (Martín Boulocq, 2011)

Películas que no llegan a aburridas o que en un determinado momento resulta que no te aburren pero querrías ser malvado para golpearlas con un báculo con cabeza de pene, como si una película fuera un perro rabioso que se puede apalear sin pecar de falta de elegancia, o un viejo que cuando era joven sirvió a causas poco loables. Y, sin embargo, aunque no sé si es una tomadura de pelo, hubo algo que me atrapó en esta película mínima y minimalista, hermética como una tumba, misteriosa y algo pagada de sí misma, o eso me pareció, aunque también puede ser que su director, Martín Boulocq, sea alguien dotado de una sensibilidad extraordinaria. Recuerdo un plano que creo que era de unas montañas, con niebla, y una canción triste cantada por una voz rasgada. Eso me llegó. Luego hay que decir que la protagonista atesora un busto firme y buen puesto, unas tetas redondas que se marcan demasiado tras un vestido que ondea al viento en un plano en el que la chica va en moto y piensa en si ha sido buena idea volver. Los viejos, en realidad, es un thriller bucólico codificado en el interior de un drama familiar. Me gustó más de lo que estoy dispuesto a admitir. Mierda. Creo que es la única película boliviana que he visto en mi vida.

Ensayo final para utopía (Andrés Duque)

Más o menos a la mitad del metraje de la última obra de Andrés Duque nos hallábamos en una habitación en penumbra. La penumbra y el silencio me indujeron al sueño. Luego desperté, a los pocos minutos, algo cabreado. Envidio a Carles Matamoros, que quedó literalmente hipnotizado por el filme en Rotterdam, tal y como lo cuenta aquí. También yo me adentré en la sala de cine dispuesto a viajar hacia algún lugar, y a ratos igual lo logré, aunque los niños mozambiqueños que bailaban y a veces miraban a la cámara terminaron por aburrirme, y los adultos también. Pero al mismo tiempo reconozco que la apuesta de Duque es sumamente atractiva sobre el papel: la constante voluntad de búsqueda de imágenes y de texturas, de ríos por los que fluir hacia los imprecisos y siempre cambiantes territorios del placer de mirar o, más bien, de observar. El personaje de Will More en Arrebato (Iván Zulueta, 1980) también creía que sólo era necesaria una cámara y el querer registrar imágenes. El que la mayor parte de la película sea silenciosa contribuye a crear un ambiente muy onírico, te sientes parte de un sueño experimentado de forma colectiva, en el que antiguas películas africanas y el recuerdo de un padre muerto hace demasiado poco se entremezclan en tu cabeza.

Diamond Flash (Carlos Vermut, 2011)

A la misma hora que el D’A proyectaba la brillante opera prima del ilustrador madrileño Carlos Vermut, un garito del Paralelo acogía la presentación de Moowiloo Woomiloo, uno de los mejores cómics españoles del año, parido por las mentes retorcidas de dos entes que se hacen llamar Néstor F. y Molg H. Diamond Flash podría ser perfectamente otra de las pequeñas historias que integran dicho cómic, con el que comparte una arquitectura narrativa similar basada en compartimentos estancos que podrían (o no) estar relacionados entre sí. Ambas obras son frescos diabólicos y hedonistas, bromas de largo recorrido y efectos retardados, que dibujan una realidad invertida, subvertida y pervertida. Y, por supuesto, muy divertida. Igual que decía Carlos Losilla en su Facebook, por ahora no tengo mucho más que decir de la película de Vermut, salvo que me lo pasé en grande y que creo que el cine debería aspirar siempre a confundir y a sorprender, a mezclar tonos y a traicionar expectativas. Habrá quien desacredite Diamond Flash aduciendo que en algún momento se le ve el bajo presupuesto, o que visualmente podría estar más trabajada… Que con pan se coman su decepción. Que no os cuenten de qué va. Dejaros deslumbrar por el destello de diamante…

Toni Junyent

Un amour de jeunesse (Mia Hansen-Løve, 2011)

Si queremos ser políticamente incorrectos podemos decir para empezar, para provocar, que Un amour de jeunesse es una película francesa. Más que menos. Es decir, que la nueva cinta de Mia Hansen-Løve sigue la estela de la nouvelle vague y de los herederos de la nouvelle vague, buscando también el naturalismo que ya estaba presente en la obra de Jean Renoir. Sin embargo, dejémoslo claro, esta cinta merece situarse en este contexto de modo notable. La directora se desprende del lastre cinéfilo de su obra anterior, El padre de mis hijos (Le pere de mes enfants, 2009) y elabora una nueva obra sensible (…vaya, otra palabra que nos hace resbalar por la pendiente del tópico) y sólida. Un amour de jeunesse revisa con frescura y efectividad, con la ayuda de necesarias elipsis, una relación de pareja que, como todas, es desigual; en este caso la de una joven colada por un tipo egocéntrico que, no obstante, deja bastante claro un objetivo que ella no comparte ni acepta. El personaje femenino es el mejor descrito, en sus altibajos, en sus catarsis, y ello pesa sobre unos oponentes masculinos poco dibujados, lo que finalmente desequilibra toda la cinta. Alguien me dijo que al principio de la cinta le soltaría un sopapo a la chica y hacia el final, se lanzaría contra el chico. Hansen-Løve consigue ciertamente no sólo que veamos la evolución (poca) de los personajes sino que nosotros nos posicionemos y resituemos respecto a ellos. La directora consigue que los espectadores podamos percibir aquellos pequeños detalles que pesan sobre los sentimientos y determinen una reacción como, sobretodo, disfrutemos de la capacidad liberadora de la naturaleza que permite a los personajes tomar sus decisiones y sentirse bien consigo mismos. Si las imágenes rodadas en la ciudad nos remiten al cine francés de las últimas décadas, aquellas filmadas en el Ardeche nos devuelven las mejores esencias del cine clásico.

L’Apollonide (Souvenirs de la Maison Close) (Bertrand Bonello, 2011)

No deja de ser tentadora la opción de orientar el comentario de esta obra en sentido moral o, como mínimo, discutir si la vida era tan tranquila en los burdeles de cambio de siglo como aparenta en esta película. No obstante es mucho mejor disfrutar de la cinta y no dejarnos llevar por aspectos que son claramente externos (que no ajenos) a la opción tomada por Bertrand Bonello. L’Apollonide es una cinta sobre un grupo de mujeres encerradas en un entorno limitado, con escasas opciones de ascenso social, y de las relaciones que mantienen entre ellas y, colateralmente, con sus clientes. Hay una intención de definir el medio social a través de unas y otros, aunque sea basándose en la anécdota. Si hay que buscar referentes no estarían tanto en cintas sociales a lo Dardenne o en los duros melodramas de Fassbinder, ni en el blando erotismo de David Hamilton, como en la elegante decadencia finisecular contemplada por Visconti. Bonello nos muestra un grupo de mujeres atrapadas en su hábitat, al que acuden depredadores a los que se entregan con profesionalidad. Sin embargo el sufrimiento está, según Bonello, limitado, siendo superado por cierta indolencia o hastío en la mayor parte de los casos o, en alguna ocasión, por el entusiasmo de la principiante que ve la prostitución en la Maison Close como una vía rápida de ingresos o de la veterana que sigue convencida de su capacidad para encontrar un mecenas que se la lleve de allí. A la exquisita puesta en escena hay que sumarle una estrategia que contrapone la intimidad de las mujeres en sus habitaciones (y de la madame echando cuentas y pidiendo ayudas legales para su negocio), algunas de las cuales cohabitadas por sus hijas, la relativa intimidad de los dormitorios dónde (según los casos) juegan sus mejores bazas o en los salones comunes en los que clientes y profesionales cohabitan en un sutil juego de sugerencias, a caballo entre la elegancia y la lascivia, como un conjunto de pavos reales enseñándose mutuamente el color de sus plumajes. Exquisita obra que parecía destinada al premio del público y que merece, sin duda alguna, un estreno.

Les bien – aimées (Beloved, Cristophe Honoré, 2011) / The Deep Blue Sea (Terence Davies, 2011)

Situadas en lo que sería el equivalente a la sección oficial a concurso, ambas cintas comparten la mirada a mujeres que tratan de romper los límites impuestos por la sociedad en la que viven y el uso de fórmulas teatrales como expresión del melodrama. El melo tomado por Christophe Honoré en la tradición más clásica del musical francés, con Jaques Demy como inequívoco referente, toma las formas del cine que quiso seguir siendo clásico y no fue arrastrado por las olas. Les bien-aimées luce consecuentemente la figura (la doble figura cabe decir) emblemática de la Diva francesa por excelencia, Catherine Deneuve,  y su hija y heredera icónica, la encantadora Chiara Mastroianni. Tras un arranque impecablemente coreografiado y vibrantemente divertido, Honoré sigue las vicisitudes de madre e hija entre 1964 y 2001 a ritmo de pop, con música impecablemente orquestada y números sencillos pero realizados por alguien que sabe ciertamente cómo filmar un musical. Honoré vence el riesgo de teatralidad y crea cine puro aunque lamentablemente, pone demasiada contención a las emociones (la película es casi tan gélida como Deneuve suele ser) y poca sobre un metraje que, por excesivo, evidencia la insuficiencia de parte del guion.

Terence Davies, por su parte, elabora la que junto a Voces distantes (Distant Voices, Still Lives, 1989) es la mejor cinta de su filmografía y una de las mejores del festival. Basándose en una obra de Terence Rattigan (ya llevada al cine por Anatole Litvak en 1955 con Vivien Leigh en el papel que ahora interpreta Rachel Weisz), The Deep Blue Sea narra concisa, eficaz y bellamente la historia de una mujer que lo pierde todo por amor y que se gana a sí misma. Basándose en elipsis, en las canciones populares de los 40 y 50 en Inglaterra y en un formidable uso de la iluminación de escenas, Davies funde con éxito el estilo teatralizado que marcara Voces distantes, El largo dia acaba (The Long Day Closes, 1992) e incluso gran parte del ensayo Of Time and the City (2008) con la narración dramática, trabajada  antes con peor suerte en La biblia de neón (The Neon Bible, 1995) y The House of Mirth (2000). El resultado es magistral y evidencia el dominio de Davies del medio en el que integra perfectamente los movimientos de cámara (el picado rotatorio sobre los amantes en la cama, la panorámica durante el intento de suicidio, el fastuoso, emotivo, travelling en la estación de metro al ritmo de una canción coral) con un trabajo de iluminación sorprendente. Esperemos un pronto estreno para disfrutarla una y otra vez.

Into the Abyss (Werner Herzog, 2011)

O ¿cómo diablos consigue Herzog encontrar y exhibir situaciones y personajes tan bizarros? La exploración de la Tierra ya ha sido superada por el cineasta viajero y en sus últimas obras se zambulle en la mente distorsionada del ser humano, sea en tramas ficcionalizadas (Teniente corrupto; Bad Lieutenant, Port of call New Orleans, 2009; My Son, my Son, What Have ye Done, 2010) o documentales (Grizzly Man, 2005). Si en esta última, así como en Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the End of the World, 2007), al igual que en el grueso de su filmografía, Herzog encontraba y captaba el personaje extraño, no debería sorprendernos que lo haga ahora. Pero que combine una efectiva (que no efectista) denuncia de la pena de muerte, una descripción de los ambientes de los white trash americanos y que en una aproximación a las miserias humanas tan cercana a la de Truman Capote y Richard Brooks en A sangre fría, nos haga reír y simultáneamente nos conmueva, no deja de sorprender. Into the Abyss es el relato de un triple asesinato, las entrevistas con los culpables (uno de ellos en el corredor de la muerte, es ejecutado durante el rodaje), con sus familiares, con familiares de las víctimas y con agentes de la ley. Se inicia con la descripción de la ejecución y de su papel en ella de un capellán que cuenta con serenidad el procedimiento (ante cientos de tumbas sin nombre correspondientes a tantos ajusticiados) y continua con el catártico llanto del personaje al recordar como puso en riesgo la vida… de dos ardillas. Si la actuación de los asesinos está próxima a la psicopatía, tal y como es relatada por ellos mismos en las entrevistas, Herzog también evidencia el aberrante entorno dónde criminales y víctimas convivían (no estamos tan lejos de la impactante Snowtown (J. Kurzel, 2011). Y si la película oscila entre la desesperanza y el cinismo (el subtítulo, A Story of Life and Death nos lleva no tanto a vida y muerte como a cadena perpetua y muerte) nos depara el conocimiento de dos héroes. El padre, condenado a 40 años, que defendió a su hijo con tal convicción para salvarle de la pena de muerte y que llora, entre rejas, como coincidió con él como prisionero. Por otro lado el funcionario que, harto de su trabajo en el corredor de la muerte, renunció a empleo, sueldo, beneficios y pensión para romper con un trabajo sin dignidad. Herzog les hace brillar e ilumina un poco la oscuridad de la historia.

Life Without Principle (Dyut meng gam, Johnnie To, 2011)

La implacable visión de la crisis y la corrupción según Johnnie To. En una cinta dónde tenemos humor, mafia y ritmo visual pero dónde no hay casi sangre y en la que las luchas de bandas quedan casi en ausencia total… Y sin embargo, con toda la esencia del autor de Hong Kong. La cinta arranca con tres secuencias. La investigación policial de un asesinato sucedido tras la lucha entre dos abuelos que pugnaban por un espacio en una pensión de mala muerte, la visita a un micro apartamento en un mar de torres de viviendas por parte del policía a cargo de la investigación que no puede pagar la entrada del mismo y la reunión de ventas de empleados de banca que han de colocar productos tóxicos al más puro estilo Glengarry Glen Ross. La historia se completa con la intervención de un usurero y un gánster de tercera que trata de recaudar dinero para la fianza de un hermano. Unos y otros se mezclarán al ritmo de la crisis de Grecia, mientras To exhibe nuevamente un catálogo de vicios humanos (y alguna virtud, básicamente la lealtad y el tesón, repartidos a ambos lados de la ley) pero los combina con una narración que describe como los mafiosos juegan y especulan con las acciones y las primas de riesgo para obtener beneficios inmensos en un solo día sin ensuciarse las manos. Menos rotunda que el díptico Election pero coherente con él para describir cómo se construye nuestro nuevo mundo y a costa de quien.

Once Upon a Time in Anatolia (Nuri Bilge Ceylan, 2011)

El D’A nos ha permitido degustar algunas obras maestras pero no todas han obtenido el mismo eco. Este sería uno de esos casos. Ceylan consiguió triunfar en el pasado Cannes con esta obra, poniéndose a la altura de Lejano (Uzak, 2002), film que nos lo diera a conocer. Cinta que se antoja próxima al desaparecido Theo Angelopoulos, Once Upon a Time in Anatolia es un viaje al fondo de la noche, al fondo del alma humana, repleta de la melancolía de la cultura anatólica, de la meseta que lleva sus habitantes de Oriente a Occidente. Si Lejano enfrentaba a dos representantes de ambas culturas en el territorio más conocido por Europa, en terreno amigo del autor y de los espectadores occidentales, Ceylan deja atrás la seguridad de Estambul para lanzarse de cabeza al misterio de la estepa, del ánimo (o desánimo) de los páramos. Durante una hora seguimos un pequeño convoy en el que policías, fiscal, forense y presunto culpable buscan un cadáver enterrado. Los tres vehículos y sus ocupantes zigzagueen por la noche anatólica en un ir y venir que parece no tener origen (no se explica cómo sucedió el crimen ni, hasta más adelante, se sugiere el móvil) ni fin. Los personajes conversan entre si como en sueños, iniciando conversaciones que no acaban, respondiendo a destiempo o dejando de lado a su interlocutor para sumirse en sus pensamientos. La narración errática y la impecable fotografía nocturnas nos remiten también a Sokurov o a Wojciech Has. El interludio en una posada rural, el sonido de los perros y los batientes movidos por el viento o la aparición fantasmagórica de una belleza sirviendo el té a vivos y muertos marca el punto álgido de la cinta. Tras la recogida del cadáver, a la mortecina luz del día, los personajes se revelan cansados de todo y de sí mismos y Ceylan recupera la desesperanza infinita de sus otras obras.

Sangue do meu sangue (J. Canijo, 2011)

Justa vencedora del premio del público, la cinta de Canijo se despliega a tres niveles. La descripción de una zona urbana azotada por la miseria (aunque lejos del tono  visual de Guediguian, Dardenne o Loach), el uso de los códigos genéricos del melodrama e incluso del culebrón televisivos y la explotación de dichos códigos. Sangue do meu sangue es la historia de una familia rota constituida por dos hermanas convivientes y los hijos de una de ellas, el más joven, un camello que roba la mercancía a su jefe, ella, estudiante enrollada con su profesor. La necesidad de ahorrar calefacción se mezcla con el deseo de un aumento de pechos, la confrontación entre amor y deseo planteada por la madre a la hija se refleja en el ansia de una tía que se siente despreciada y solterona a los 30 y pocos, la necesidad de sobrevivir con dignidad se contrapone a las posibilidades de subir en la escala social mediante el tráfico de drogas o el braguetazo. Pero Canijo no se conforma con la historia en sí misma. Canijo examina sus mecanismos y contempla las reacciones de los personajes en función de cómo el Cine las ha mostrado durante su historia. Consigue, sorprendentemente, una obra que se aproxima, con cariño, a sus criaturas (muy especialmente a la madre coraje) y que se distancia de la historia como diciendo “vamos a ver cómo se construye”. Simbólica en este sentido es la escena del duelo entre la madre y el amante de su hija dónde la planificación en el set de rodaje permite colocar a los personajes en un scope equivalente del melodrama clásico de los cincuenta.

L (Babis Makridis)

Grecia al borde del abismo. En plena crisis económica y social las elecciones han mezclado derecha e izquierda, pro y antieuropeos y, entre estos, comunistas y nazis deseosos de disparar contra los inmigrantes. Tal vez el país que conocemos ya no exista en breves semanas, a la publicación de este texto. Tal situación no se nombra ni se refiere explícitamente en ninguna de las surrealistas y peculiares cintas griegas que han llegado a nosotros últimamente. Ni Canino (Kynodontas, 2009) ni Alps (2011) de Yorgos Lanthimos ni L hacen referencia alguna a la situación social o política. Pero el feroz surrealismo de unas y otra, el humor absurdo que las recorre, tiene una correspondencia lógica con la situación. Es difícil explicar L sin verla en imágenes. Un hombre ejerce de transportista de frascos de miel para un narcoléptico pero sólo lo hace de uno en uno. Vive en el coche y su familia le visita a diario, encontrándose en un parking dónde los hijos abordan su vehículo y son paseados recibiendo lecciones de conducción. Añora un amigo que murió haciendo el oso (sic) y escucha los deseos de navegar de su hermano (?). Al perder su trabajo deja el coche y se une a un grupo de moteros, adquiriendo su filosofía y viviendo en la carretera (literalmente, sobre la moto)…. El gran mérito de L no es tanto reflejar el absurdo de las normas y la frivolidad con que se pueden asumir unas en lugar de otras como la contemplación de ello con humor, la falta del cual lastraba Alps. L no es una película para todos los gustos, sin duda. Pero si hay afición por el absurdo (y en los tiempos que corren es un hábito casi necesario), esta es su cinta.

Romance Joe (Lee Kwang- kuk, 2011)

O el placer de narrar. Historia de historias, el director coreano juega con los tiempos narrativos, con la mezcla de la realidad (?) y la ficción, de creadores y criaturas, para elaborar un complejo puzzle en el que finalmente nada parece ser lo que parece. Un director de cine es buscado por sus padres, quienes, mientras esperan, escuchan la narración de un compañero de trabajo del director sobre un niño que busca rastros de su madre en un bar de alterne. Un director frustrado por el suicidio de una colaboradora es consolado en un motel por una chica de alterne. Esta chica le cuenta la historia de otro director, apodado Romance Joe, que quería suicidarse por la muerte de una antigua amiga. Romance Joe fue a su vez salvado del suicidio por una prostituta que le explicó una historia sobre dos jóvenes que se amaban. La prostituta parece ser la protagonista del cuento narrado a los padres del primer director mientras que la historia que escucha Romance Joe viene a ser la historia real del otro director… El protagonista es finalmente identificado como no existente por un policía (que busca un conejo blanco) y se le plantea regrese a la ficción de dónde vino… Romance Joe es un brillante ejercicio de estilo, divertido y espontáneo pese a la artificiosidad de su construcción y conserva el aroma de Hong Sang-Soo en su base para construir una propuesta simpática y original que pone en evidencia, una vez más, la variedad y calidad de los autores y la industria cinematográficas de Corea del Sur.

El senyor ha fet en mi meravelles (Albert Serra, 2011)

Nombrar a Albert Serra es invocar el desconcierto. El chico travieso de la intelectualidad, el director bendecido por Cahiers que se permite mezclar chistes o humoradas en medio de cintas aparentemente trascendentales sobre la caballería, la dignidad o la comunión con la Naturaleza (Honor de Cavalleria, 2006) o sobre la Sagrada Familia y los Reyes Magos (El cant dels ocells, 2008). Tipo culto, inteligente y simpático, Serra es amante de lanzar boutades con aparente inocencia aunque sin nada de humildad (¿por qué tenerla?) creando un personaje peculiar en el que es difícil de distinguir dónde empieza o termina lo natural y lo creado. El proyecto Correspondències fílmiques promovido por el CCCB  permitía elaborar una obra epistolar entre autores. Pudimos ver duelos entre Guerín y Mekas, entre Erice y Kiarostami o complicidades entre Kawase y Lacuesta, aunque también algunos diálogos de sordos…  Serra, después de contactar con Lisandro Alonso, desafía a los patrocinadores y filma una única carta de casi dos horas y media  en la que reúne a sus sospechosos habituales. El resultado es tan fresco como su primera obra, Crespià (2003) pero presenta buenas dosis de sabiduría fílmica revelándose como un objeto metacinematográfico que oscila entre la experimentación y el divertimento repleto de autoironía y autoreferencias. El pretexto de un rodaje que nunca existió permitió al director la elaboración de una suerte de “Cómo se hizo” dónde contempla, provoca, desafía e utiliza a partes iguales a su elenco para hacer un retrato de grupo en tiempos muertos. El resultado es tan auténtico como incoherente, tan excesivo como atrayente, con momentos de vacío combinados con secuencias emotivas. El largo plano secuencia en el que tres de los personajes se sitúan y resitúan en la puerta lateral de una furgoneta mientras escuchan, entre pasotas y burlones, las órdenes que Serra, en off visual, da a un quinto personaje, es realmente memorable por la naturalidad conseguida. Como destacables son las secuencias de cotidianeidad y los diálogos humorísticos que sabe construir y recoger. Hay en Serra aun la ilusión del director primerizo y ello se nota en la densidad de determinadas escenas, repletas de vida, pero también en un exceso de imágenes, por duración o por heterogeneidad, llegando a insertar planos de gran belleza plástica y cuidada puesta en escena alternados con otros de tono más casual. Tras un visionado que se precisa relajado para un buen goce, habrá que esperar el estreno de su próxima obra para intuir hacia dónde, hasta dónde, puede llegar el autor catalán.

Entrevista con Albert Serra. Del misticismo a la jocosidad

 Aquí tenemos un pequeño resumen de los apuntes tomados en una conversación con el director. El ímpetu y entusiasmo de sus declaraciones y el énfasis de sus opiniones los hace forzadamente breves y un pobre reflejo del que fue un divertido y estimulante diálogo… que no me atrevo a reproducir en su totalidad.

—¿Cómo surgió el proyecto de El senyor ha fet en mi meravelles?

—El CCCB planteó el proyecto de las correspondencias fílmicas, un trabajo epistolar entre directores. Es una obra falsa puesto que el conocimiento personal entre unos y otros era escaso y cada uno se puso a filmar lo que quiso con independencia del otro… ¡alguien se limitó incluso a filmar a su mujer durmiendo! Yo me planteé mi opción como una provocación contra el formato breve y la idea en su conjunto. Contacté con Lisandro Alonso que es amigo (bueno, conocido, la aprecio lo justo, lo normal) y acordamos hacer cada uno un documento.

—Da la impresión que en El senyor… hay mucha improvisación y que la cámara está simplemente colocada para ver a los personajes pero en otros momentos se intuye la planificación precisa.

—Es mi papel como director. Nos conocemos hace tiempo con los actores, hemos trabajado juntos y se lo que ellos pueden hacer. Por eso soy buen director, por saber qué actores son los idóneos. Ellos conocían mis intenciones y aceptaron la propuesta. Por ambos motivos se puede obtener la sensación de naturalidad. Hay mucha repetición de las escenas pero también hay improvisación. Se lo que quiero de ellos y también se cuando merece la pena captar una escena antes no prevista. Hay que saber también colocar la cámara y permitir trabajar a los actores relajándose, hasta que se olviden de que hay una cámara observándolos. En cierto modo, se evoluciona del azar a la fabricación de la película.

—Llama la atención la presencia de imágenes específicamente bellas en contraste con la naturalidad y cotidianeidad del resto del rodaje. Se ve la búsqueda de una composición pictórica por encima de la improvisación o el encuadre casual.

—Hay planos bellos que no se pueden evitar. Cuando aparecen, hay que colocarlos. De hecho, hay alguno con los que dudamos en la sala de montaje; pero finalmente decidimos colocarlos. Creo en el valor real de las cosas, no en el simbólico. Como dijeron, “hay que guardar los principios para las ocasiones importantes”.

—¿Es caro tu cine?

—El presupuesto era el mismo para todos los implicados en el proyecto. Imagina, algunos rodaron material para un corto y yo hice una película de dos horas y media…. Aunque cuando vi la dimensión fui consciente que debía añadir dinero de mi bolsillo. De hecho, lo más caro, fue la canción de los créditos finales. Harry Belafonte es una gran persona y un filántropo pero los que administran sus derechos de propiedad no lo son… Aun así, pensamos que la canción daba un aire melancólico a la película y daba un gran final.

—¿Por qué haces cine?

—Por divertirme, por pasarlo bien. Es mejor no trabajar. Así que si no me lo paso bien, dejaré de hacerlo

—¿Estás a riesgo de perder la espontaneidad a medida que haces cine? El senyor.. mantiene la frescura de Crespià… pero ¿podrás seguir manteniéndola?

—A medida que haces cine, adquieres un nivel mayor de autoconocimiento pero hay que mantener la ilusión.

—¿Tienes referentes, directores a los que sigues?

—Los clásicos, todos. En el cine español, Buñuel, sin duda. No hay nadie en la actualidad que me interese

—Acabas de rodar en Rumanía tu nueva película.

—Es Història de la meva mort.

—¿Otro título místico o religioso ?

—Las referencias religiosas, otorgan seriedad a la película. Este no lo es tanto como los anteriores pero he tratado de seguir la costumbre. Es una película sobre Casanova y Drácula. Es una película distinta a las demás, con mucha violencia, sangre y sexo. Son intérpretes nuevos pero a los que también he conocido en mi pueblo, aunque los anteriores también están en papeles secundarios. Trataré de tenerla lista para la primavera próxima.

—¿Para llegar a Cannes?

—¿Quién sabe?

—¿Te condicionó que una publicación como Cahiers de Cinema te seleccionara como uno de los directores más prometedores del nuevo siglo?

—Hombre, por supuesto que halaga. Si ellos quieren decirlo así. Pero yo hago el cine como me gusta y quiero seguir disfrutando.

—En Cannes dijeron de ti que eras de un minimalismo grandioso. También eres de un divertido misticismo. Esperemos que hasta pronto y suerte.

Antoni Peris