Holmes & Watson, Madrid Days

Postales desde el más allá

Huelga decir que el interés por el personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) no es nada nuevo. Más bien todo lo contrario. De hecho, la página de consulta cinéfila por excelencia, IMDB, recoge a día de hoy 259 entradas cinematográficas referidas al detective británico, una cifra que se queda corta si añadimos las más de sesenta referencias que se pueden encontrar en Sherlock-Holmes.es durante el periodo 1900-1913. La cosa, pues, viene de largo.

Lo interesante del boom actual reside, sin duda, en el carácter apócrifo de las propuestas, pues la incorporación de elementos no oficiales completan aquello que su autor original tan sólo dejó entrever. Como les suele pasar a muchos personajes de ficción, pasar de mano en mano les enriquece y da protagonismo a aspectos poco potenciados, completando en este caso en concreto la personalidad del habitante del 221B de Baker Street más allá de su innata sagacidad. Relacionarle con las nuevas tecnologías para transformar los vetustos anuarios en consultas a través de Google en Sherlock (Id., Mark Gatiss & Steven Moffat, 2010-…), hacerle luchar contra un Moriarty en forma de virus en House (Id., David Shore, 2004-2012) o verle pelear a cámara súper lenta, a medio camino entre el karate y la capoeira, gracias al —aunque a muchos les pueda escocer— enorme talento visual de Guy Ritchie, son sólo algunas de las formas de universalizar a este personaje, manipulando sus inabarcables posibilidades más allá de aquellos elementos externos más reconocibles.

Para nuestra desgracia, no es oro todo lo que reluce, pues el sueño del reciclaje también sabe defecar sus propias pesadillas. Es el caso de Holmes & Watson, Madrid Days (José Luis Garci, 2012), una película que es dos por el precio de una —y no lo decimos por su extenso metraje—. La primera de ellas, Sherlock & Holmes, es un film fantasma, una película que no existe, pues la presencia de sus protagonistas se basa en la pura anécdota, en la referencia superficial de sus nombres y poco más.

Este Sherlock Holmes carece del brillo de su original, de la lúcida verborrea plagada de sarcasmo que no sólo le dio Conan Doyle, sino también muchas de adaptaciones realizadas hasta la fecha. El problema fundamental es que para que un personaje diga algo inteligente, los autores deben tener el talento suficiente. El gran atractivo con el que este héroe siempre se ha definido se difumina en la rancia interpretación de Gary Piquer, quien bajo la batuta de Garci ha compuesto un detective que es poco más que un tipo bastante listo, un dandi estirado y pedante, de poses tan acartonadas como el pergamino sobre el que están impresos los fotogramas de esta opereta repleta de incongruencias —la más flagrante de todas, el misterio  de los idiomas en los que se expresan los personajes—.

Sin embargo hay otra película, la titulada Madrid Days. Y esta sí que existe, configurándose como el resultado de las filias y fobias de sus creadores. Un dispositivo ideológico que, como todos los mecanismos bien engrasados, hacen poco ruido cuando se ponen en marcha, pero producen los resultados deseados. Desplazando a los dos héroes protagonistas de su ecosistema natal, ese ambiente londinense reconocible y familiar, Garci hace enfrentarse a Holmes y Watson con el exotismo de una España de costumbres peculiares, disertando sobre la tauromaquia, deleitándose con las porras del desayuno o alabando las propiedades del cocido, convirtiendo así al detective y su escudero en dos turistas fascinados por unos tópicos repletos de un misterioso atractivo.

«El elogio en boca propia desagrada a cualquiera», que dijo Diógenes. Esta parece ser la única explicación para el rapto que sufre Sherlock Holmes por parte de Garci y sus guionistas —María San Román Riveiro y Andrea Tenuta, siguiendo la idea original del propio director y de Eduardo Torres-Dulce—: la de poner a un personaje célebre ensalzando las peculiaridades derivadas del franquista lema publicitario «Spain is different», creado por Manuel Fraga Iribarne.

Desde luego, nada parece gratuito, y la conciencia conservadora y tradicionalista se ha impuesto a través de un Madrid recreado, un gran plató de rodaje convertido en parque de atracciones galdosiano en el que desplegar un concepto político que ya no existe, pero al que se mira con nostalgia. El mundo visto a través de esa colección de postales que, a modo de elipsis, se despliegan sobre una época en pleno proceso de transformación, donde —como llega a concluir el propio Holmes— el progreso es el gran enemigo, el mal a combatir.

Madrid Days es una sucesión de fotografías estáticas y secuencias sin solución de continuidad, enlazadas mediante el abusivo uso del fundido encadenado, una técnica que pretende paliar la pesadumbre de una acción inexistente en el marco de un Madrid congelado en el tiempo. Sus habitantes, vetustos e ilustres moradores de este museo de cera, están criogenizados en sus poses, carentes de vida más allá de la farsa en la que se inscriben. Su estampa no se diferencia demasiado de los cuadros, las instantáneas o los carteles que ilustran las transiciones espacio-temporales, elaborando un ejercicio de nostalgia ocupado por autómatas sin alma que recitan aquellas frases que se les espera oír.

Al final ambas películas, Holmes & Watson, Madrid Days, son un fiel reflejo de qué es y cómo está el cine español. Por una parte, la evocación de un mundo idealizado, donde cualquier tiempo pasado fue mejor. Sobre todo para Garci, quien todas las noches debe irse a la cama pensando que el amanecer le traerá otro Madrid y otra época en los que vivir, un siglo XIX que nos trajo la luz eléctrica y el divorcio, pero que, como bien se encarga el autor de poner en boca de su álter ego, también aportó el boxeo y las apuestas (!).

Por otra, que todo aquello que triunfa es digno de ser copiado. Sea bueno o sea peor. Por eso, encontrar de nuevo un detective privado, misógino en sus comentarios y acompañado por un elenco en el que lo más destacado se encuentra en los cameos, resucita la receta impuesta por Santiago Segura, quien bajo el paraguas filosófico del amiguetes entertainmet logra acaparar la suficiente atención para que, por lo menos, sus torrentes puedan superar las barreras de la invisibilidad. Filtrar que se va a contar con las actuaciones estelares de Inocencio Arias o del actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón —interpretando a su tío-bisabuelo, Isaac Albéniz—, habrá podido crear el suficiente morbo y forjar el necesario gancho para que, aunque sea para mal, se acabe siendo trending topic.

Somos muchos los que pensamos que lo mejor de la carrera de José Luis Garci fue su programa ¡Qué grande es el cine!, que durante casi una década nos ilustró sobre cómo unos tipos con mucha sabiduría veían las películas. Una muestra, también, de que conocer el cine no significa necesariamente saber hacerlo. Quizás todo se resuma en un pensamiento que el marqués de Simancas (Manuel Tejada) le dice a Holmes: «Nosotros vemos primero aquello que los demás no pueden ni quieren ver». Sí, señor Garci, usted lo sabe perfectamente: esa es, en resumen, la vida de un crítico de cine.