60 Festival de San Sebastián: Vol. 5

El mundo, Suecia, Chile y Memphis, Tennessee

Madrid. Sigo mandando crónicas y haciendo repaso de lo que fue un festival que me vino como agua de mayo en septiembre. Hoy hablamos de países que son planetas de raros que son, de mundos que se hunden en sus propios océanos de abundancia y frenesí, de historias para la historia, de ciudades míticas que albergan la casa donde viven los yos que nunca seremos, de hacerse el sueco, de destrozar a un dictador, de matar a Olof Palme y de tener un sueldo vitalicio con Bankia y su puta madre.

El mundo

Costa-Gavras es perro viejo y lobo bueno. Se sabe el cuento y lo cuenta de maravilla. No imposta la voz, no dice nada impuesto. Con los años además ha ido aprehendiendo cierto sentido del humor que dulcifica sus terribles diatribas que ya nunca serán tan redondas como Z o Missing, pero que ahora son más digeribles, más masticables, más facilonas. El capital peca de eso y de que lo discursivo puede llegar a abrumar a los que están esperando más otro tipo de lenguaje, más moderno, más dinámico. Eso lo intenta conseguir mediante la narración en primera persona, los parlamentos a cámara y los constantes viajes de sus protagonistas, pero al final son trucos superficiales que no consiguen alcanzar lo que persigue. Lo que consiguió fue el aplauso en una sala abarrotada y concienciada de lo que está pasando en el mundo y en nuestro país, y eso es innegable y aplaudible. Pero la sátira, a veces de brocha gorda, nos dejó el paladar dormido a los que una vez amamos el sabor especial e indomable del director griego que estaba metido en todas las salsas.

Suecia

Por su parte Lasse Hallstrom nunca nos endulzó la vida. Ni con Chocolat ni con ningún otro caramelo que nos ofreciese. The Hipnotist no va a cambiar su historia ni la nuestra, es más, no nos cambió ni el día que la vimos. Porque nos encontramos ante un thriller truculento e hipertrofiado, poco original y nada ágil, confuso, torpe y aburrido, que tarda en arrancar y que cuando arranca no lleva puesto el GPS. Por otra parte (más positiva), una experiencia visual rica y un tramo final mucho más entonado que consigue al menos que salgamos de la sala con la sensación de que unas tijeras en el guión y en el montaje, unos policías un poco más listos (parecen más de nuestro país o coreanos de película de Na Hong-jin que suecos) y un timing más bailable podrían haber salvado el entuerto.

Chile

En 1988 Pinochet accedió al plebiscito porque lo tenía todo más amarrado que Franco con el Rey Juan Carlos, la transacción española y Victoria Prego. Pero el sentir del pueblo y la magia de una campaña de publicidad hicieron que la dictadura cayera contra todo pronóstico y contra toda manipulación. No de Pablo Larraín, director de las sugerentes pero imperfectas Tony Manero y Post Mortem, cierra su trilogía sobre el régimen pinochetista con su inesperada muerte, contando en los 115 minutos que dura su tercera filme el proceso difícil y arduo que conllevó la creación, producción y difusión de esa campaña publicitaria. Y lo hace con un filme admirable, con una apuesta arriesgada en lo formal (está rodada íntegramente en vídeo u-matic) y en lo ideológico, con una de esas historia bigger than life que en los tiempos que corren se agradecen en lo personal y en lo cinematográfico. Una de las mejores películas del año que lo es por el equilibrio de todos sus elementos, por el atrevimiento de la propuesta y porque es difícil unir la emoción a la inteligencia narrativa de una manera tan brillante y tan veraz.

Memphis Tennessee

Armando Bó es nieto e hijo de famosos cineastas argentinos y él a sus 34 años ya es una de las más fulgurantes estrellas de la realización publicitaria mundial. Su debut en lo artístico se llama El último Elvis y está a medio camino entre el cine comercial y el cine de autor, un paso escorado hacia la narrativa seca de cierta parte de la nueva cinematografía argentina y con ciertos ramalazos poéticos que confieren a su acabado una pátina de extrañeza y beldad. Su película transita todos esos caminos reflexionando sobre las máscaras cotidianas de un individuo que se enfrenta a la realidad con otra realidad diferente, que se opone a la mentira establecida por los demás con la mentira establecida por él mismo. Dos caras de una misma moneda que a fin de cuentas no vale un duro. La familia, el trabajo, la aceptación de nuestro rol frente el mito, el arte y los corazones dibujados en el vaho de nuestros espejos diarios. Cosas feas y cosas bonitas que guardamos en los cajones, así o con o. Un filme que reflexiona sobre todo eso y sobre la fama, sobre ser el otro o conformarnos con ser uno mismo. Una propuesta tan atractiva como realmente ligera y digerible.