Sitges 2012: Volumen 4

Ayer en Sitges el ambiente era extraño, disfrutamos de la singularmente fiel adaptación del videojuego Ace Attorney, de momento la película más divertida del festival, que también proyectó la lacrimógena Lo imposible, y entremedias el fútbol devolvía sentimientos encontrados a unos y otros. Pero hoy es más raro todavía, han programado una obra maestra titulada The Lords of Salem y gran parte del público (de la prensa en su mayoría, pues era el pase matinal) la ha acogido con silbidos. Es muy posible que fuesen los mismos que luego se desternillaban con el humor facilón y, salvo algún chiste esporádico, sin gracia, de la insulsa Robo-G

The Lords of Salem, de Rob Zombie (EE.UU.) Galas

No sé que esperaban hoy los demás de Rob Zombie. Lo que yo esperaba me lo ha dado multiplicado por cien. En The Lords of Salem (de igual título y temática que la canción que publicó en el álbum Educated Horses hace seis años) se dan cita el Carpenter de La niebla o El príncipe de las tinieblas (en su geografía, en su religión, en la presencia del mal), el Clive Barker de Razas de noche (en sus pesadillescas criaturas), el Polanski de El quimérico inquilino o La semilla del diablo (en las vecinas de la protagonista) o el Kubrick de El resplandor o Eyes Wide Shut (en el barroquismo y el color de algunos escenarios en el tramo final, en los cuerpos desnudos enmascarados). Pero ¿Y qué? Todo eso no sería importante si por encima de todo ello no nos encontrásemos, como es el caso, con una película cien por cien personal de su autor donde se condensa y exponencia toda su obra: En ese videoclipero (rodado por el padre de clips como este o como este, que también dejan claras sus influencias, tiene connotaciones positivas) y excesivo tramo final llevando hasta las últimas consecuencias lo que hizo en La casa de los mil cadáveres, o con esa rencarnación del Dr. Loomis que es Francis Matthias, el personaje interpretado por Bruce Davison, o con personajes tan inquietantes y maquiavélicos como cualquiera de los miembros de la familia Firefly. Desde su crudo prólogo hasta su brillante conclusión que destroza todos los tópicos sobre los que aparentemente se construye el film (algo que ya se anuncia en el encuentro entre Matthias y las brujas tomando el té) el terror, que se anuncia tras una puerta que no debería abrirse, va in crescendo, distorsionando la realidad entre pesadillas y alucinaciones (que incluyen a una bruja escupiendo sobre el rostro de un neonato, una felación con un final no muy agradable o curas de rostro monstruoso masturbándose) mientras pasan los días de la semana a modo de capítulos que separan la narración. Zombie, que ha sido cocinero antes que fraile, emplea una banda sonora original de corte clásico, muy atmosférica (excepto el tema central del film, con un violonchelo disonante que recordaría a Formentera Lady si la hubiese hecho Cradle of Filth), que alterna con temas de Rush, la Velvet Underground (impagable Heidi vestida como la virgen María mientras suena All Tomorrow Parties) e incluso Bach o Mozart en el desaforado desenlace. Por si no queda claro, es la película del festival.

Jack and Diane, de Bradley Rust Gray (EE.UU.) SOFP

El espeluznante comienzo de esta película seguido de un flashback es el que consigue atraparnos a la butaca del Prado en una noche como esa en un festival como Sitges. Teniendo en cuenta los horarios y el programa, el romance lésbico de dos adolescentes contado en clave romántica podría ser perfectamente sacrificado por Eli Roth luchando frente a los terremotos y sus consecuencias en el cine Retiro o por el tsunami que asola a los protagonistas del último film de J.A. Bayona en el enorme pabellón que es el Auditori. Pero un inicio con monstruo promete mucho. Y luego, cuando vuelve a aparecer el monstruo, uno no se arrepiente de haber aguantado para llevarse el mayor susto de todo el festival hasta el momento. Por lo demás, la película no deja de ser la lucha por la adolescente experimentada, Jack (Riley Keough), para conseguir el amor de la que se está iniciando (Juno Temple) y que esta no se vaya al extranjero tras el intenso verano que viven. Una historia romántica, sí, pero a ratos turbia y turbadora, transportando el morbo y la depravación en una incursión por el mundo de los videos-porno-de-fiestas-en-colegios-mayores-en-los-que-los-protagonistas-se-aprovechan-de-las-borracheras-de-las-universitarias o las propias escenas eróticas de la pareja y sus coqueteos con la noche y las drogas. Y con Kylie Minogue. Sergio Vargas

Citadel, de Ciarán Foy (Irlanda, Escocia) SOFP

Encontramos en Citadel un escenario decorado a imagen del perverso retrato que de Londres hace Alan Moore tomando a John Constantine como cicerone. El Apocalipsis no es para autores como Clive Barker o el mismo Moore un bramido de trompeta que derriba los muros de Jerusalén; en sus historias los iniciados que conocen el lacerante dolor de las llamas infernales practican sus ritos en el sótano del Starbucks y un simple vagón de metro puede llevarte a las vetustas entrañas de la ciudad donde serás consumido y luego defecado. Sin embargo el escenario no es protagonista de esta película, como sí lo es de los relatos de la magia postmoderna, al fin y al cabo influenciados por el terror materialista de H.P. Lovecraft. En esta película, como le sucedía a otra de similares influencias exotéricas, Heartless de Phillip Ridley, se sacrifica el horror real tratando aparentemente de ganar cierta distancia que nos permita analizar el problema desde una nueva perspectiva. Pero desafortunadamente la metáfora es tan transparente que uno se siente absolutamente desconectado del relato fantástico: a pesar de la genial interpretación del protagonista, la empatía con los personajes se reduce al mínimo. Y así, descartada la tensión que se pretende en los últimos compases con peligros que ya no interesan, solo queda la reflexión sociológica… decepcionante. Porque criticando como critica, ridiculizando incluso, la ceguera del ciudadano medio que elige ignorar los muy reales horrores con los que convivimos día a día, finalmente acusa una ceguera propia: la fantasía anglosajona de que uno es dueño absoluto de su destino.

Despite the Gods, de Penny Vozniak (Australia) NV

Solo leyendo en qué anda metida Penny Vozniak actualmente, un proyecto de ocho años acerca de superhéroes reales y un documental/musical producido en Kabul, me han entrado ganas de ver Despite the Gods. Y aún así la sorpresa ha sido mayúscula al encontrarme con una película que ha pulsado en mí teclas muy parecidas a las que pulsó en la pasada edición Arirang de Kim Ki-duk. Jennifer Lynch aparece retratada con sus virtudes y defectos, sin énfasis hagiográficos ni subrayados capciosos. Y debe de ser difícil verse así de desnuda, ver expuestas debilidades que quizás tengamos todos pero que permanecen normalmente ocultas. «¿Quién es la madre y quien la adolescente?», bromea uno de los colaboradores de Lynch al respecto de la relación de esta con su hija, pinchando visiblemente en hueso. Al principio de la película Lynch advierte que su hija es su principal ocupación: no es casual. Vozniak demuestra un verdadero talento para encontrar planos significativos en lo que, adivino, serán muchísimas horas de grabaciones. Pero, siguiendo con la verdadera ocupación de Lynch, me gustaría contrarrestar las opiniones de algunos que a raíz del documental consideran que es algo así como una maruja que se ha puesto a hacer cine porque tocaba. Como muchos de nosotros Lynch ha deambulado largo tiempo sin saber muy bien cual es su papel en el mundo, pero no caigamos en despreciar a la ligera sus intentos pues la mayoría de nosotros no trabajamos limpiando váteres un año y al otro viajamos a la India para dirigir una superproducción de Bollywood. Rosendo Chas