Ya cayó la primera maratón. Alcanzado el ecuador, empieza a ver desgaste, pero también lo más esperado no ha hecho más que empezar. Ya hemos visto The Lords of Salem y The Cabin in the Woods, sin duda de lo mejorcito que caerá por aquí, y hoy tendremos Cronenberg, Argento y Jennifer Lynch. Tras nuestro encuentro con Eli Roth la otra noche no podíamos dejar Aftershock sin reseñar, aunque a Roberto Morato no le haya gustado nada y así nos lo haga saber. Afortunadamente, no todo ha sido malo, For Love’s Sake de Miike le gustó bastante a José David, e Ignacio coincide con la mayoría en que el film de Drew Goddard es una de las películas del festival, y nos comenta lo que falla en Motorway.
Cabin in the Woods, de Drew Goddard (EE.UU.) SOFG
Meses antes de su proyección en el festival que nos ocupa, Cabin in the Woods ya se había convertido en algo así como un clásico instantáneo. Nos encontramos ante un filme que es, a la vez, la declaración de intenciones de un cineasta con espíritu vanguardista, un ejercicio crítico clarividente y riguroso y una robusta ficción, tan maliciosamente divertida durante su desarrollo como amarga e inquietante en sus conclusiones. Convendría señalar, en primer lugar, la decisiva labor sismográfica de la película de Goddard, que explora con penetrante lucidez el estatuto del cine de terror en las sociedades del espectáculo occidentales; la figura del espectador, por supuesto, no sale muy bien parada. Hay, por otro lado, un claro llamamiento a la inmolación de las tradiciones narrativas más arraigadas, o acaso a la acuciante necesidad de reinventarlas. Pero las meditaciones en torno al estado actual del género están profundamente ligadas a la perturbadora tesis social que mantiene el filme: tratamos de evitar la necesaria autodestrucción del actual sistema socioeconómico como quien pone una tirita para curar una hemorragia interna. Existe una potente alegoría acerca de los tiempos que vivimos en la historia de esos personajes aislados y recluidos en una cabaña que, de pronto, vislumbran en toda su complejidad los mecanismos que ponen en marcha la implacable maquinaria que los está triturando entre sus engranajes. No andaba nada desatinado Rubén Sánchez Trigos al comentarme que, en el gozoso último tramo de la obra —un festín multirreferencial que me hace pensar en la parte final de la también magnífica Insidious—, los hombres son devorados por los monstruos que ha engendrado su cultura popular. Cabin in the Woods nos recuerda que la crítica cultural es un ejercicio que nos exige apercibirnos de las múltiples problemáticas que restringen, limitan y asfixian a la sociedad que ha parido el artefacto cultural estudiado.
Motorway, de Soi Cheang (Hong Kong) SOFC
Tres años después de la curiosa Accident llega a Sitges la última película del cineasta Soi Cheang —habitualmente apadrinado por el maestro Johnnie To—, ejemplo pluscuamperfecto de la parálisis expresiva y del estancamiento estilístico que el cine negro hongkonés acusa desde hace no poco tiempo. Aunque, bien pensado, en este caso más que de estancamiento cabría hablar de regresión: Motorway permanece ajena tanto al estilo artificioso y aéreo que caracteriza la puesta en escena en los filmes de To como a las mutaciones más recientes del thriller automovilístico —desde las Fast & Furious hasta las series de televisión y películas que conforman la saga anime Initial D—, optando por la sobria elegancia de lo clásico. La diáfana escenificación de las secuencias de acción hace de la narración un paseo suave, agradable y sin mareos, pero formalmente estéril y escasamente creativo. Juan Ramón Jiménez nos recomendaba que, cuando nos dieran papel pautado, escribiéramos del otro lado, y es un consejo que no le vendría nada mal a Cheang de cara a futuras producciones. Podemos recrearnos, no obstante, en la lustrosa y admirable fotografía de Yuen Man Fung, que da lugar a la inmersiva nocturnidad de la obra. Ignacio Pablo Rico
For Love’s Sake, de Takashi Miike (Japón) NV
Este nuevo trabajo del incorregible y alucinante cineasta japonés Takashi Miike es una muestra, otra más, de su absoluta devoción por filmar, pero más aún por hacerlo divirtiéndose. Pero lo mejor de sus películas, las geniales (que son bastantes), las correctas (unas cuentas) y las olvidables (no tan pocas), es que consigue trasmitir esa pasión y, aunque sea solo puntualmente, hacernos partícipes, a la audiencia, de lo maravilloso que resulta narrar en imágenes. Ai to Makoto, digámoslo de entrada, no es un film redondo, principalmente porque su excesivo metraje (dos horas y cuarto) juega en su contra teniendo en cuenta lo limitado del enunciado, pero posee una devastadora fuerza expositiva. No es ya su capacidad para trascender un libreto, en este caso a partir de un manga, repleto de referencias. Tampoco solo su más que probada su la habilidad para hacer coexistir diferentes tonalidades, ritmos narrativos, en definitiva, tendencias genéricas. Sobre todo se trata del inmenso caudal creativo y la brillante pericia técnica para poner en escena cada pieza que tiene entre manos. La tragedia de Ai y Makoto bascula entre un humor bizarro o chusco, según el caso, números musicales caricaturizados hasta el paroxismo, peleas imposibles, uno contra muchos, directamente extraídas del mundo del videojuego, segmentos animados en apariencia tan gratuitos como libres… y de fondo la deriva emocional de toda un generación de jóvenes que se enamoran y odian como si vivieran en un drama de Shakespeare. Realmente es más que un mero entretenimiento. José David Cáceres
Aftershock, de Nicolás López (EE.UU.) SOFC
El concepto de haunted house americano es un gran desconocido para la cultura popular española. Pequeños pasajes del terror con una mínima storyline, a veces ejecutados en casas particulares, vecindarios o parques temáticos. Proximidad e interacción con un terror más cercano, casi palpable, son las señas de este fenómeno cultural que con el paso de los años se ha ido convirtiendo en algo tan apasionante como para rodar documentales estudiándolo desde el punto de vista sociológico —The American Scream (2012)— o para que directores como Rob Zombie o Eli Roth se hayan apuntado al negocio en un paso lógico de abarcar nuevas conexiones de fidelización para con su audiencia. Desconozco si el chileno Nicolás López conoce la profundidad del término, pero su quinta película no deja de ser un barracón de feria, organizado por un adolescente cuya rebosante testosterona pocas veces ha debido ser utilizada. Bacanal de estupidez a mayor gloria de la generación bro dude, con terremoto de fondo como excusa para las vacaciones sudamericanas pagadas de Eli Roth. Roberto Morato