Seguimos narrando a piñón todo lo que va aconteciendo por aquí. Hablamos de lo que sale en los telediarios, a tenor de lo que nos dicen los camareros («Dicen por la tele que hoy han pasado una muy buena, ¿no?» —refiriéndose al film de J.A. Bayona), aunque José David tuviera que decirle que no se crea todo lo que dicen por la tele. Pero también hablamos de muchas otras cosas menos televisivas para un prime time y sin embargo mucho más estimulantes.
Lo imposible, de Juan Antonio Bayona (España) Sesión especial
Segunda realización de Juan Antonio Bayona después del éxito conseguido con la muy discreta El orfanato, que narra la historia verdadera (como destaca literalmente la intro sobreimpresionada) en el marco de la catástrofe natural ocurrida en diciembre de 2004 en el océano Índico: un terremoto de fuerza devastadora originó una serie de tsunamis que anegaron y destruyeron las costas de Indonesia, Sri Lanka, India,Tailandia y otros países. Muchas personas murieron y muchísimas más se vieron afectadas de alguna manera. Bayona y su guionista Sergio Sánchez particularizan el drama en una familia atrapada durante sus vacaciones navideñas. La primera media hora de Lo imposible, sin resultar extraordinaria, consigue trasladar con vigor primero la catástrofe e inmediatamente la lucha por sobrevivir, destacando tanto el texto como una atrevida puesta en imágenes: en breve, el instante en que Maria debe convencer a su hijo Lucas para que no ignoren los gritos de un niño y cómo aquel comprende lo que significa del todo cuando consiguen salvarlo; los insertos de planos generales que explican por sí solos lo ocurrido y a que se enfrentan los protagonistas; la crudeza física sufrida por los cuerpos de ambos: la pierna destrozada de Maria que Lucas no puede soportar mirar, el desgarro del pecho que le provoca una rama a María mientras el agua la zarandea en su interior, las señales en las vertebras de Lucas. A partir de este momento el guión y la realización se devaluan progresivamente, cambiando el punto de vista de forma un tanto negligente hacia el resto de la familia (hasta el punto de incluir una rídicula escena de los hermanos pequeños de Lucas con una anciana interpretada por Geraldine Chaplin), aumentando la participación de la mediocre música para subrayar cualquier instante ¿imposible?, filmando el dolor de la forma más evidente (véase la escena, nada controlada, en la que el padre llora como una magdalena cuando llama a su suegro por teléfono; o la aún peor, llena de tendenciosos planos intermedios, en la que se reencuentran los hermanos y el padre), anulando alguno de los aciertos previos con conclusiones prescindibles (cuando no decididamente abyectas): Lucas contándole a su madre que vió a Daniel, el chavalín que consiguieron ayudar y luego perdieron en una aldea, en el hospital, y estaba muy feliz y alegre, jugando con el que seguramente era su padre… José David Cáceres
Lovely Molly, de Eduardo Sánchez (EE.UU.) SOFC
No es en absoluto extraño que una de las películas más innovadoras, estimulantes e inefables de la última hornada de cine de terror venga de la mano del cineasta pionero Eduardo Sánchez. Tenemos aquí un filme de casas encantadas que se transmuta en una película de posesiones para adherirse, posteriormente, a la poética y retórica del terror psicológico. Basculando entre la tercera y la primera persona —con ecos evidentes del found footage—, nos hallamos frente a un interesante estudio formal que nos desorienta deliberadamente respecto a la condición diegética/extradiegética de las imágenes y sonidos, reflexionando acerca de lo inestable que es la percepción de ese algo tan inaprehensible que hemos decidido denominar como realidad. Lovely Molly, además, resulta muy eficaz como cinta de terror: los largos paseos de la protagonista por su hogar en penumbra ponen fácilmente los pelos de punta; y es que el apartado técnico es llanamente magistral. Sánchez apuesta por la monotonía y la reiteración de situaciones más que por la yuxtaposición de sustos para describir, de forma asfixiante, la progresiva degradación física y mental de una joven trabajadora norteamericana recién casada que debe enfrentarse a sórdidos traumas familiares. A partir de cierto punto, la película prefiere exponer antes los efectos que describir las causas de la enajenación de la pobre Molly. El director incluso flirtea con el cine social, acogiéndose a una suerte de determinismo social típico de los postulados naturalistas. A un nivel eminentemente personal, me gustaría señalar que una de las últimas escenas —fraguada en una sombría serenidad— produjo en mí una sensación de pánico que no recordaba haber sentido desde mi infancia, y en muy escasas ocasiones. Ignacio Pablo Rico
Crave, de Charles de Lauzirika (EE.UU.) SOFP
Aiden tiene un trabajo de mierda, fotografía cadáveres, vive de espaldas a una sociedad que no entiende y tampoco quiere comprender, en definitiva, lleva una existencia patética que se ve acompañada por pequeñas fugas mentales donde imagina ser una mezcla entre vengador y vigilante urbano. Seguramente nada de esto le pasaría a Aiden si decidiese abrirse una cuenta de Twitter, se buscase un perfil lo más provocativo posible, hinchase el ego a costa de menciones y RT y hasta se acreditase para un festival de cine para ver cuan líder de opinión puede llegar a ser. Afortunadamente estamos en un festival de ficción y fantástico y la realidad apenas tiene cabida en estas letras, por lo que tras algunas desviaciones imaginarias violentas Aiden acaba follando con su vecina y se obsesiona tanto con ella como con las posibilidades de una nueva vida plena a su alrededor, pero como en el fondo es un perdedor todo le acabará saliendo torcido. El director contó en su presentación que la película contenía buena parte de material autobiográfico, palabras premonitorias con lo visto durante una película que no dejaba de buscar el guiño y sonrisa cómplice con un público que en el fondo se ve más identificado con Aiden de lo que desearía. Roberto Morato
American Mary, de Jen y Sylvia Soska (EE.UU., Canadá) SOFP
Aunque la ópera prima de las hermanas gemelas Sylvia y Jen Soska ostentase como aviso inequívoco el título de Puta muerta en un maletero [Dead Hooker on a Trunk, 2009], el tráiler de esta su segunda propuesta e incluso sus minutos iniciales de metraje hacía presagiar que nos toparíamos con el típico producto indie de género, una de esas películas lindantes con el direct to video de hechuras tan pulcras, estériles y derivativas como American Psycho 2: El legado de Patrick Bateman (American Psycho II: All American Girl. Morgan J. Freeman, 2002) o Donnie Darko. La secuela (S. Darko. Chris Fisher, 2009). Y algo hay de ello en sus hechuras escenográficas y narrativas, por mucho que su mirada sobre el torture porn y la nueva carne trascienda el coqueteo, y que su desenlace convierta en emotiva heroína trágica, en mártir desclasada del futuro, a Mary (Katharine Isabelle), una estudiante de medicina que, cuando la universidad le muestra su verdadera faz, pasa a dedicar sus talentos tempranos como cirujana a la escena alternativa de Vancouver. Lo divertido, en cualquier caso, es cómo las Soska aprovechan el ecosistema artístico en el que han empezado a desarrollar su filmografía para fraguar un cóctel explosivo compuesto por sátira social, cirugía extrema, post-feminismo, la teoría queer, Beatriz Preciado, Orlan y Sterlac, y un largo demás de argumentos con un interés inmenso. American Mary es la película de terror político más inteligente desde Martyrs (Pascal Laugier, 2008). Diego Salgado