En la mente del asesino

Franquicias

No deja de ser cuanto menos curioso la coincidencia del estreno en las carteleras españolas durante el mismo fin de semana de Holy Motors (Leos Carax, 2012) y En la mente del asesino (Alex Cross, Rob Cohen, 2012). No seré yo el que someta ante un jurado crítico la comparación autoral entre los responsables de Los amantes del Pont-Neuf (Les amants du Pont-Neuf, Leos Carax, 1991) y The Fast and the Furious (A todo Gas) (The Fast and the Furious, Rob Cohen, 2001) pero si que es significativo la convivencia en un mismo plano temporal y existencial de dos películas tan distintas entre sí y que en el fondo acaban desentrañado una tesis parecida: la imposibilidad de ser nosotros mismos en una realidad que exige la autoimposición de diversas máscaras con el fin de encajar en ella. El personaje interpretado por Denis Lavant recorre el minutaje de Holy Motors adoptando varias personalidades con el fin último de ganarse la vida a través de la interpretación, el actor se reduce a ser una arcilla moldeable a los intereses de la persona que lo requiera en el momento de interactuación.

El mundo actual obliga a la especialización, que el ser humano actual se convierta en una serie de franquicias ambulantes con el gusto de satisfacer placeres ajenos. Marcas, branding andantes con los que poder diferenciarse y establecer relaciones. Una continua venta de intereses y posicionamiento a las que se ve sometido constantemente con el fin de poder sobrevivir. Lo que antes eran nuestros rasgos diferenciadores ahora no dejan de ser un slogan con el que anunciarnos ante el mundo. El cine, cada vez más apegado a la circunstancial tangencial en la que vivimos no es ajeno a esta circunstancia. La ficción cada vez es más un pretexto con el que vendernos una marca de cierto valor adherente a una serie de cualidades específicas que pueden tener cierto apego emocional para el espectador.

Ejemplos cinematográficos recientes demuestran que lo circunstancial es ahora lo primordial. La saga Barsoom de Edgar Burroughs en realidad no es tal, sino la plantación de una semilla de las aventuras de un John Carter que es únicamente producido porque nos retrotrae a una película anterior de ilimitado éxito como es Avatar (James Cameron, 2010), las adaptaciones ya no son tales, sino piezas fundacionales de una nueva firma con la que poder crear una fidelización serial acorde a nuestras apetencias. Jack Ryan o Jack Reacher son los últimos ejemplos de personajes que han pasado de ser protagonistas de fábulas inherentes a ser el centro de nuevas ficciones orbitacionales en sus nuevos largometrajes. No se debe caer en el error de simplificar el actual panorama de nuevas franquicias y reducirlo a una galopante falta de originalidad dentro de la maquinaria hollywoodense, sino a la búsqueda de la identificación para con la audiencia a través de una marca comercial transformada en película mediante una serie de valores intrínsecos.

La franquiciación progresiva de la realidad contemporánea provoca la aparición de engendros unimorfos como Tyler Perry, que únicamente se pueden concebir como válvula de escape cultural de una sociedad fragmentada. Su existencia cinematográfica sólo es posible si atendemos a los valores socioculturales de su target objetivo. Atendiendo a su filmografía, ya sea en sus labores como director, actor o productor, cabe pensar en una audiencia negra, mayormente conservadora, de un extracto más bien bajo donde el núcleo familiar es motor y pegamento de la vida social. Que En la mente del asesino resulte ser un reflejo cristalino de la imagen fílmica proyectada de su protagonista no es más que una consecuencia de todo lo previamente expuesto. No es extraño entonces, que la película sea una apología absoluta de la venganza como valor y salvaguardia del entente familiar, que el personaje de la madre de Alex Cross sea un ancla moral, que exista un intercambio racial en los roles habituales de una buddy movie policial o que el diseño de los antagonistas atienda a prejuicios sociales exógenos a las derivas de su argumento. La suspensión de la realidad en cuanto a la verdadera finalidad del producto es tal que poco importa que la credibilidad del héroe sea nula o que la dirección esté supeditada a la imposibilidad física del actor para realizar escenas de acción. La cinematografía pasa a un segundo lugar cuando la meta ya se ha cruzado antes siquiera de haber rodado un plano.

Si la primera encarnación de Alex Cross respondía a un modelo claro cinematográfico de copia y apropiación propiciado por el éxito de una película precedente como lo fue Se7en (David Fincher, 1995), el Cross de 2012 es un modelo plenamente acorde a unos tiempos donde la ficción se limita a ser una fina lámina transparente que nos separa de la realidad.