Django desencadenado

En Le dinosaure et le bébé, un documental dirigido por André Labarthe en 1967, Fritz Lang y Jean-Luc Godard se encuentran y hablan durante una hora de lo que les une y les separa como directores de cine. En un momento determinado, Lang señala a Godard y le dice que ha encontrado una diferencia muy importante entre sus respectivas formas de hacer cine. Es una escena de El desprecio, cuando Godard muestra un accidente en el que mueren Brigitte Bardot y Jack Palance: Godard, en este caso, no edita una escena en la que aparezca el accidente de coche, sino que muestra el desenlace de ese mismo accidente, momentos después de que se produzca. Así, aparecen los cadáveres quebrados de Bardot y de Palance, entre dos camiones, con un breve y dramático travelling que finaliza posándose en la cara de Bardot. Según el director austriaco, Godard se fija en los resultados de la acción, no en la acción misma. Es decir, mientras que Lang hubiera filmado el accidente, Godard ha rodado las “consecuencias” del mismo.

Esta conversación, en apariencia intrascendente, encarna dos formas muy distintas de hacer cine. Una, que podríamos denominar clásica (a falta de una palabra mejor), representada por el director de M, el vampiro de Dusseldorf  y la otra, una visión contemporánea (o, si se prefiere, postmoderna) personificada por el director de Banda Aparte. Como en el diálogo que mantuvieron Lang y Godard, esta crítica pretende también ofrecer dos visiones diferentes, complementarias y, en algunos casos, contrapuestas sobre la última película de Quentin Tarantino, Django desencadenado, un latigazo explosivo y sangriento a la espalda de los puristas del western. Pero antes de que el lector pueda sospechar de la oportunidad de la comparación con la que hemos comenzado este texto, permítesenos recordar que el propio Tarantino ha reconocido en varias ocasiones la importante ascendencia del cine de Godard en su propia concepción del arte fílmico porque—como muy bien ha señalado Lang— Godard transgredió las normas clásicas de la dirección y del montaje y—como consecuencia de ello— porque ha creado un excelente cine experimental sobre la base de la tradición USAmericana, que conocía perfectamente, como muchos colegas de su generación. Además, un aspecto importante que une a Godard y a Tarantino es su incombustible cinefilia, de la que intentaremos dar cuenta en este texto.

Por otro lado, el propio carácter dual de la mirada, tal y como queremos subrayar en estas líneas, también viene a colación a propósito de una de las escenas de Django desencadenado, un suceso brutal en el que un negro es despedazado por una jauría de perros, ante la mirada de varios personajes, mayoritariamente blancos. Frente a esta terrible escena, que Tarantino edita en un conveniente fuera de campo, se producen varias reacciones. Unas jocosas, otras pasivas; unas cómplices, otras indiferentes. Sin embargo, tanto Django como Schultz (los dos protagonistas de la historia) deben dominar su furia y su repulsión para poder seguir con su farsa: la de hacerse pasar por negreros. Pues bien, ante la contemplación de Django desencadenado también se multiplican las reacciones. Y este texto pretende ofrecer dos de ellas.

Presencias y espectros: Django y la cinefilia desencadenada

No es este el momento de estudiar el lugar que ocupa esta ficción pulp, a favor del abolicionismo, en la cultura USAmericana. De La cabaña del tío Tom a Toni Morrison, pasando por Mark Twain y Ralph Ellison, Tarantino desenmascara la crueldad y la inconsistencia de la esclavitud, justificada por paparruchas frenológicas e ignorancias varias. Como afirma King Schultz, el mismo Alejandro Dumas, tan admirado por Calvin Candie (Leonardo Di Caprio), era de ascendencia negra. Por su parte, en el campo de la cinematografía, de El nacimiento de una nación a El color púrpura, de Tic, tic, tic… y Arde Mississippi a Lincoln, la nueva película de Spielberg, pasando por Matar a un ruiseñor o El intruso, el cine (digamos, oficial de Hollywood) siempre ha sido una avanzadilla en el debate sociológico y jurídico contra el racismo y la esclavitud. Pero, como decimos, este no es el momento de estudiar Django desencadenado como un producto ideológico o moral, sino como un producto fílmico. Por eso, lo que sigue será como si aplicáramos los ojos de rayos X de Ray Milland a la cinefilia desencadenada de Django, a los espectros y presencias que contiene.

Y es que, cada vez que Tarantino estrena una película, nos regala un compendio de historia del cine. En este caso, el director de Tennessee se atreve con su género mater: el western. Pero si algo caracteriza a Django desencadenado es su naturaleza híbrida, plasmada en un blend de tabaco fuerte y masticable, compuesto de varias hebras que han sido seleccionadas por la visceral cinefilia tarantiniana, especialmente del relativamente oscuro western europeo y del, aun más oscuro, western blaxploitation. De éste último, hay que destacar los espectros de Boss Niger o de las películas sobre el negro Charley, protagonizadas por el black star Fred Williamson, junto con Las noches rojas de Harlem. Sin embargo, estas cintas, dirigidas al público negro, eran mucho más radicales, políticamente hablando, que la historia de Tarantino, que no deja ser una más de las tópicas venganzas individualistas del género porque, para el caso, King Schultz es un mero catalizador.

De la tradición exploitation del cine italiano, producido entre la década de los sesenta y la de los setenta, destaca la presencia del gran Sergio Corbucci. De hecho, como todo el mundo sabe, el título del film de Tarantino proviene de la obra homónima del “segundo Sergio”. Pero ahí no acaba su presencia espectral. Los despiadados y Salario para matar también muestran su influencia, con esa visión jocosa de la violencia, esos continuos zooms y esas asociaciones humanas que, de puro egoísmo, acaban resultando generosas. Y, por supuesto, El gran silencio, ese western salpicado de nieve resplandeciente y embarrada, también proyecta su sombra en el nuevo Django desencadenado. Por su parte, los Westerns intelectualizados y comprometidos de Sergio Sollima sobrevuelan constantemente por toda la trama. En este sentido, no parece insignificante la comparación entre el tándem formado por Django y Schultz y el que protagonizó la robusta y sorprendente Cara a cara: Gian María Volontè y Tomás Milian. O el que aparecía en la violenta e interracial Por la senda más dura, de Antonio Margheriti, con Jim Brown y Lee Van Cleef. De Giancarlo Romitelli, poseedor de una estrafalaria filmografía, hay que recordar algunos de sus westerns operísticos, alejados de los patrones clásicos y lanzados definitivamente al paroxismo. Concretamente un título francamente olvidable, Le llamaban King, cuyo personaje protagonista recuerda a King Schultz y que contó, además, con la presencia, evasiva y breve, de un memorable Klaus Kinski. De Ferdinando Baldi, convendría siquiera citar sus Blindman y Adiós, Texas: dos películas de venganzas con sorpresa, especialmente la última. De forma muy matizada pero apreciable, también se puede seguir el rastro de Tonio Valerii (El día de la ira) y de Damiano Damiani (especialmente de su obra maestra, Yo soy la revolución).

Pero también hay que recordar algo característico de las películas de Tarantino: el humor, presente desde luego en algunas paródicas derivaciones del eurowestern, como en Le llamaban Trinidad, de Enzo Barboni, o en Mi nombre es ninguno, de Tonino Valerii. No por casualidad, el icono del humor en el western europeo, Terence Hill (el progresivamente hilarante alter ego de Franco Nero), interpretó un personaje llamado Django en El clan de los ahorcados. Como en Boot Hill, de Giuseppe Colizzi, donde Terence Hill y Woody Strode persiguen una venganza, en Django desencadenado también la muerte es interracial, también “death comes in two colors”. Sin embargo, Tarantino también cae en el humor fácil, llegando incluso a rodar una escena, larga y anacrónica, en la que los miembros del Klan critican lo mal hechos que están los agujeros de sus capuchas, lo cual les impide ver correctamente. Humor para las nuevas generaciones, quizás. Pero, por suerte, estas escenas no abundan en el film.

Por otro lado, por supuesto, Tarantino tiene muy presente el cine sobre las aberrantes condiciones de vida de los esclavos en las plantaciones del Sur americano así como la violencia continua que sufrieron, aunque sin llegar a la dramatización de Raíces. Para ello, lanza guiños a las morbosas historias de Mandingo, de Richard Fleischer, y a su secuela, Drum, de Steve Carver. No por casualidad, Dino de Laurentiis estaba detrás de la primera. Aunque es curioso que Tarantino no incida en los aspectos más sexuales y mas sádicos de esa explotación, como sí hicieron algunos blaxploitation de la época y, curiosamente, no solo respecto de la esclavitud moderna sino también de la esclavitud en la antigua Roma, como en The Arena. Finalmente, la presencia del Django original, Franco Nero, en una escena metaficcional, así como la de actores como Russ Tamblyn, Michael Parks, Bruce Dern o Don Stroud terminan por redondear el homenaje cinéfilo de esta extraña mezcla de spaghetti, blaxploitation y southern western, aunque ni los decorados ni el vestuario ni otros factores técnicos se coordinan correctamente para que el homenaje sea más auténtico.

En todo caso, la presencia espectral más constante y poderosa es la de Sergio Leone, de quien Tarantino hereda, especialmente, su pulida estilización formal (subrayada por la fotografía de Richardson) y muchos de sus motivos narrativos y visuales. La presencia de Leone tambián arrastra a Tarantino en su intento de emular su personalísima remitificación del western clásico. Aunque para hacer justicia al genio italiano, convendría señalar que Tarantino no consigue estar a la altura de las historias pergeñadas por Leone, ni siquiera al intentar relacionar el argumento de Django con el mito de Sigfrido. Además, frente a la obsesión historicista de Leone, Tarantino presenta una parodia histórica contrafactual que, sin embargo, materializa una idea atractiva y provocadora: la venganza de un esclavo como sinécdoque de una justicia histórica que nunca ha tenido lugar.

Sin embargo, si en Reservoir Dogs y en Pulp Fiction, Quentin se sometía a los cánones del thriller para subvertirlos en varios aspectos, en esta ocasión, Tarantino debe crear, casi ex nihilo, un subgénero, el que se destila de los 165’ de Django desencadenado. Es decir, una farsa pseudohistórica sobre los retazos de dos subgéneros serie B, como el western europeo y el western blaxpoitation. Algo parecido a lo que hizo en Malditos bastardos con el género bélico. O en Death Proof con los grindhouse baratos y bizarros de los setenta. En todo caso, a la postre, Django desencadenado acaba encajando mejor en lo que el mismo director ha denominado southern movie. De ahí la presencia de la banda sonora que Ennio Morricone compuso para Dos mulas y una mujer, apropiado homenaje al western de un cineasta, Don Siegel, que, a su vez, fue el director de una de las mejores materializaciones visuales de la forma de vida esquizofrénica de la Confederación, con sus plantaciones, su hospitalidad sureña y sus esclavos. Hablamos de El seductor que, no por casualidad, parece salido de esos cuentos góticos y crueles, de soldados y civiles, fantaseados por la pluma del ignoto Ambrose Bierce.

Aitor Bolaños de Miguel

Las raíces morales de un cineasta irreverente y postmoderno

El deseo de libertad va implícito en cualquier ser humano desde el comienzo de los tiempos. Pero tendremos que esperar hasta el s.XVIII y, sobre todo, el XIX para que una serie de filósofos aborden la defensa sistemática de este derecho desmitificando los prejuicios que sustentaban una sociedad, cuando menos, injusta; y hasta el s. XX para conseguir, por fin, que se legisle la libertad como derecho humano fundamental (junto con su hermana igualdad). Su efectividad real aún está por llegar. Ya desde la época de Aristóteles y la democracia ateniense, la aceptación de la esclavitud se sostenía en que era algo natural. Argumento que también utilizará Thomas Carlyle, para mantener la imposición de la esclavitud, y también el personaje Calvin Candie (un genial Leonardo Di Caprio) al hablar de “la base fisiológica” como motivo de la inferioridad de la raza negra, paralelismo de similar locuacidad al de Hans Landa en su metáfora de las ratas, prejuicios todos que impiden el progreso moral de eso que llamamos humanidad. ¡Que curioso que siempre se apoyen en “lo natural” los que pretenden imponer algo anti-natural,  en contra de la igualdad de base!

Sobre estos conceptos de igualdad y libertad se han erigido movimientos políticos como el socialismo, el feminismo (Tarantino también simpatiza con esta causa al encumbrar como protagonistas a unos personajes femeninos complejos, valientes, persistentes e inteligentes en Jackie Brown y Kill Bill), el abolicionismo y la lucha contra el racismo o incluso el especismo (Tarantino asegura en los títulos de crédito finales que “Ningún caballo ha sido dañado durante el rodaje de este filme”). Pero también en nombre de ambos han surgido unas disgregaciones horrendas, como los totalitarismos socialistas en pro de la igualdad (el mal llamado nacionalsocialismo alemán, ya criticado por Tarantino en su genial apología judía Malditos Bastardos), o, en aras de la libertad, movimientos tan poco libertarios como el ultra liberalismo económico de la Escuela de Chicago, germen de la crisis provocada actual.

Thoreau, quien opinaba que en mundo injusto “la desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad” (lema que encaja a la perfección con la independencia ideológica y autoral del realizador de Tennesse), se opuso con fervor a la esclavitud. Más tarde también se opondría Lincoln pero, a pesar de ser contrario a la esclavitud de los negros, tampoco aceptaba de pleno la igualdad (contradicción como la del propio Dr. Schultz, un cínico que está en contra de la esclavitud pero que a su vez usa esta ley en beneficio propio) y, con más ahínco y radicalidad, el ideólogo John Brown, o el cineasta Tarantino (un apasionado de la cultura de color) que,  haciendo acopio de la versión más tajante y apasionada del movimiento abolicionista en su última cinta (aunque ya denunciaba los conflictos raciales en Jackie Brown), parece que va a radicalizarse más aún en su siguiente proyecto Kill Crow, en el que va a presentar toda una banda de vengadores negros contra sus negreros, cerrando así su trilogía sobre la barbarie humana.

Ante la necesidad de abrir el camino hacia la recuperación histórica Tarantino re-visita el western porque—en palabras del propio realizador—“la mayoría de los países tiene episodios terribles en su pasado y se han enfrentado a ellos para superarlos. Desde que se abolió la esclavitud, Estados Unidos ha evitado el dolor de encarar y afrontarse a aquella época. Esto lo he experimentado mientras hacíamos la película. Y no solo entre la gente blanca, la población negra tampoco ha querido enfrentarse a la verdad de lo que fue. Por eso hay tan pocas películas sobre el tema”. Tarantino, que realiza un cine irreverente e insumiso respecto de los poderes dominantes, sin autocensura y opuesto a lo políticamente correcto, realiza un cine subversivo tanto estética como ideológicamente, siguiendo la estela de su maestro Godard. No pretende conseguir un documento histórico, como si pudiéramos abstraernos a la forma de pensar del s. XIX, sino que propone que, desde el pensamiento actual, nos enfrentemos a la forma en que se vivía en los EE.UU. de la esclavitud. Dado que la Historia no es más que una historia más (la historia de los vencedores), con Django propone una vuelta de tuerca a la Historia, con ironía y crítica, sobre la base de “qué pasaría si” un hombre de color se rebelase contra el establishment esclavista de la época pre-emancipación. Es evidente que su representación de la memoria histórica no iba a pretender ser ni fidedigna, ni realista, ni documental, como sí lo haría el clasicista Spielberg. De hecho, en Amistad y en El Color Púrpura se rodaron escenas explícitas de maltrato a los hombres de color, mientras que en Django desencadenado (como Godard) al querer ir más allá de mostrar el hecho en sí, opta por analizar las reacciones ante el propio acto.  Además, en la escena que nos atañe, la del “hombre negro devorado por los perros”, Tarantino se dio cuenta” de que, en concreto, en la lucha de los mandingo o en la de los perros, podía soportar algo mucho más violento, pero al público le dejaba traumatizado”. Es la única escena desagradable de la película, porque las escenas violentas están, normalmente, camufladas por el toque de moda burlesco de exageración digital, y las de maltrato, están difuminadas a través de impresiones. Impresiones que volverán a aparecer en los pensamientos de Schultz en uno de los momentos top del film, cuando está a punto de cerrar un “negocio” con Candie (la libertad de Broonhilda) y le asaltan a la mente recuerdos del destripamiento, infundiéndole un sentimiento mezcla de remordimiento, repudio y rabia contenida. Así, en lugar de rodar el propio acto del destripamiento, Tarantino opta por posar su mirada a través de unos primeros planos (a lo Leone), en el desafío cara a cara entre Candie y Django y en la repugnancia que muestra Schultz. Resaltamos esta escena porque es la que más expresa la alegoría tarantiniana de su crítica hacia la esclavitud desde una perspectiva no de la acción misma, sino de la reacción ante la acción (como diría Godard), con dos sentimientos internos a reprimir, porque sus reacciones externas deben ser otras, propias de la farsa ideada: por un lado Django (un postmoderno Espartaco), intenta mostrar entereza frente al duelo de Calvin para no revelar su verdadera identidad, y Schultz interpreta indiferencia con cierto asco físico ante el hecho atroz del destripamiento, para camuflar su desaprobación moral. Aunque esta vez con una diferencia: Django nunca antes se había visto en la disyuntiva de poder salvar la vida a otro hombre, pero su interés personal de liberar a Broonhilda está por encima de la más pura solidaridad, pues no estamos ante un héroe que lucha contra la esclavitud, sino que Django es un Sigfrido en busca de su amada.

Por todo lo dicho, me cuesta comprender las reacciones de anti-tarantinianos como Spike Lee o el Guru-Murthy, porque ha quedado demostrado ya que estamos ante un crítico de la esclavitud en su máxima expresión, un inteligente e irreverente cineasta que sabe que ya ha pasado el tiempo necesario para hacer de un drama una comedia, como definía Woody Allen a la comedia. Tarantino llena la pantalla de acción, entretenimiento, cinefilia, referencias culturales, debates morales y unos increíbles diálogos gracias a la presencia de Schultz (un personaje impresionante, elocuente, irónico y sarcástico) en esta cinta descabellada repleta de humor negro. Por eso engancha desde el primer momento esta historia ágil y divertida, pero con trasfondo y honestidad personal. Eso sí, la versión doblada, una vez más, destroza la película porque se pierde la sutileza del Dr. Schultz, y sus juegos de lenguaje. Tiene algún que otro fallo de montaje (que pueda ser debido a la ausencia de su habitual Sally Menke, fallecida en 2010), algún que otro plano irrelevante o superfluo, pero ¿realmente importan estas menudencias si su cine emociona, vislumbra, entretiene y brilla a partes iguales? Como él mismo asegura como propósito final de esta película: “Quiero que todo el mundo, y no solo el público estadounidense, tenga una idea de lo que fue aquella época y grite y aplauda con Django al final”. La verdad es que lo consigue, y con creces.

Arantxa Bolaños de Miguel

Epílogo

Una de las frases más penetrantes de Django desencadenado es la que pronuncia un esclavo negro a punto de morir. Tarantino deja caer su visión de la realidad, con esa dureza y rotundidad que le caracteriza. Y es que el guión, escrito por el propio Tarantino, toma partido de forma inequívoca contra la esclavitud y contra la sociedad que la permitió. De hecho, en algunas escenas, el espectador podría recordar perfectamente aquel dictum de Benjamin sobre la relación entre la cultura y la barbarie. Para ello, debe mostrar la crueldad del fenómeno (“cash for flesh business”), su ridiculez (o, mejor dicho, la inconsistencia de su justificación), así como la injusticia general que subyace detrás del sometimiento legal de otros seres humanos. En todo caso, y volviendo al comienzo, Tarantino también subraya que, en realidad, la esclavitud nunca nos ha abandonado porque, como dice el esclavo a punto de morir, “siempre habrá un Candyland”.

Arantxa y Aitor