Los miserables

Something to sing about

Life’s a show,
And we all play our parts,
And when the music starts,
We open up our hearts.

Its alright if something’s come out wrong,
We’ll sing a happy song,
And you can sing along.

Buffy Summers (Once More With a Feeling)

Una cámara se sitúa dentro de un autobús lleno de estudiantes. El silencio se concentra en el ambiente, cada una de las pasajeras contemplan sus aparatos tecnológicos en la soledad que la electrónica les puede proporcionar. De pronto, un sonido corta la tregua con el mutismo general, una de las chicas comienza a entonar la canción que está escuchando en ese momento. Es Party in the U.S.A de Miley Cyrus, la melodía es contagiosa, poco importa que la canción resulte ridícula a oídos del espectador —Look to my right and I see the Hollywood sign. This is all so crazy. Everybody seems so famous— y de las protagonistas de la escena, es un momento liberador, es una escena donde la canción se convierte en un vínculo emotivo entre audiencia y personaje. Cualquier tipo de complejo social o intelectual ha sido erradicado por un sentimiento emancipatorio hacia la música. Por un momento nos sentimos libres, por un momento, nos sentimos bien. La película es Dando la nota (Pitch Perfect, Jason Moore 2012).

Una mujer se encuentra tumbada en los restos de un navío encallado en un puerto, símbolo de su vida a la deriva después que haya perdido el trabajo y se haya visto obligada a prostituirse, vender su pelo y dientes con tal de poder pagar el alojamiento y las medicinas de su hija. La cámara poco a poco va acercándose a su figura, el plano cambia y se centra en su semblante mientras canta una canción. El encuadre resulta una exploración del rostro como ventana al alma del personaje, la suciedad y  el maquillaje roído de sus mejillas acompañan a las letras del himno a la inocencia perdida y la vida engullendo sus sueños. El contexto dramático del número musical encierra y asfixia a la interpretación de la actriz que encarna a la mujer y a la puesta en escena del director que conscientes de la importancia emocional de la escena fuerzan la composición hasta niveles irreales con tal de epatar. La canción acaba resultando un acto de constricción por el subtexto dramático que ella encierra. La mujer es Anne Hathaway atrapada en el alma en pena de su personaje Fantine; la canción I Dreamed a Dream y la película Los miserables (Les misérables, Tom Hooper 2012).

Cámara y plano surgen del agua, atraviesan un jirón con forma de bandera francesa y se precipitan en picado travelling digital hasta el rostro de Hugh Jackman, que encarna a Jean Valjean, y que se encuentra realizando trabajos forzosos levantando un barco encallado. Representación espectral del sufrimiento, una escena concebida para recrear emociones reales levantada bajo un teatro de lo artificial y aparatoso. Una sola imagen, la que da paso a la película que ya ofrece una buena muestra del repertorio en la dirección de Tom Hooper de esta adaptación del famoso musical creado por Schönberg en 1980. En su crítica de Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, Robert Wise 1965)  Pauline Kael argumentaba el enorme retraso que suponía en la modernización del Nuevo Hollywood la adaptación de musicales de éxito en Hollywood así como a la idiotización y manipulación emocional que suponían escudándose en las tarareables tonadillas de los mismos. No seré yo el que cuestione el avance o retroceso del cine en cuestión a un género o una película, pero lo que está claro es que Los miserables de Tom Hooper supone una fantasmagoría de un género atrapado en el tiempo, una representación óptica de la obra teatral donde texto (canciones) y subtexto (dramatismo forzado), una idea virtual de lo que supone la representación original con la música en directo, los primeros planos y la cámara en mano como mentiras narrativas de un acercamiento sentimental nunca logrado. Si la obra de Schönberg se erigía como un acercamiento pop a la novela de Victor Hugo, la adaptación cinematográfica de 2012 acaba convertida en el vídeo de recuerdo de nuestras últimas vacaciones, un catálogo audiovisual carente de continente y de contenido si queda deslavazado de nuestra memoria emocional.

Por esta misma razón, el número musical Stars, interpretado por Russell Crowe como el Inspector Javert, acaba convirtiéndose en el verdadero corazón de la película.  Encaramado en una cornisa, su esfuerzo y convicción pese a sus más que notables carencias vocales conmueve cantando a unas estrellas digitales que no son más que una representación virtual del teatro de la mentira que estamos viendo. Incapaz de entender el mundo en el que vive acaba resultando paralelo al devenir del propio género que incapaz de comprender su naturaleza caduca y que se empeña en sobrevivir a base de un enfermizo sentido propio de la identidad hasta que acaba comprendiendo que los valores por los que se ha regido ya no tienen cabida en el mundo moderno. Suicidio creativo que acaba por convertirse en una hermosa alegoría de lo que hemos estado viendo hasta el momento.