Bernard Herrmann y la chistera mágica

La música del compositor de origen semita Bernard Herrmann tiene ciertas similitudes con la labor escénica de los grandes magos. Estos preparan sus números de magia pensando en la innata capacidad que el espectador tiene para asombrarse. Ataviados con sus elegantes levitas, los magos —creadores de ilusión— sacan de sus viejas chisteras un buen puñado de historias que a buen seguro harán estremecer al público. Para Herrmann, esta dimensión de la personalidad incide directamente en la labor de la música cinematográfica —el llamado score—, ya que tiene la particularidad de recurrir de una forma deliberada a la imagen para completar el sentido último del mensaje audiovisual. El músico de scores elabora pequeñas fábulas —en Psicosis (Psycho; Alfred Hitchcock, 1960) es más que evidente— que se deslizan a través de la música, propiciando que el espectador encuentre las claves para entender la compleja personalidad de los protagonistas. En otras palabras, la música de Herrmann hurga allí donde el fotograma pierde su intención… ¡esta es la clave! Herrmann fue un maestro, un ilusionista que supo extraer de la chistera un sin fin de sonidos que dieron sentido a las historias que otros pretendieron contar.Cincuenta años más tarde de su estreno llega a las pantallas la producción cinematográfica Hitchcock, dirigida por Sacha Gervasi y protagonizada por los actores Helen Mirren y Anthony Hopkins, entre otros. Basada en el libro Alfred Hitchcock and the making of Psycho, de Stephen Rebello, la cinta muestra como el director británico sacó a flote un proyecto en el que nadie creía. Gervasi se cuela entre bambalinas mostrándonos los entresijos de una producción extremadamente complicada que tuvo como denominador común las continuas obsesiones de un genio incomprendido. Hitchcock tuvo que lidiar con sus propios fantasmas. A buen seguro que el de Bernard Herrmann lo visitó en más de una ocasión.

Para este proyecto, la responsabilidad de componer la música ha recaído en el denostado compositor Danny Elfman. Hace unos cuantos años, el propio Elfman puso voz a la conciencia de Norman Bates en un remake de Psicosis, dirigida en 1998 por Gus Van Sant. El resultado fue decepcionante. Si el gran Bernard Herrmann sacaba, una y otra vez, de su chistera la magia y el embrujo necesario para hechizar al indefenso espectador, Elfman fracasa estrepitosamente en sus planteamientos musicales. Su score es plano, anodino e, insulso, una música creada para acompañar algunas de las escenas que reflejan los sentimientos de los protagonistas, nada más.

Cabría esperar que la música de esta nueva producción hubiera mostrado la tortuosa personalidad de Herrmann y Hitchcock, completando el desarrollo técnico de esta compleja creación audiovisual. Las alusiones a la música de Herrmann son muy escasas, por lo que se obvia una vez más su gran importancia dentro de la estructura viva de la película. Solo al final del metraje aparece la figura de Bernard Herrmann. La secuencia muestra una de las sesiones de montaje donde el director, su mujer, Alma, y el propio compositor discuten sobre la posibilidad de introducir música en la famosa escena de la ducha. Para Hitchcock, “las imágenes deben hablar por si solas”, es decir, sobra la música; pero para Herrmann y Alma la música debe anticiparse a la imagen, es decir, debe crear un espacio indefinido que haga pensar al espectador en las distintas posibilidades que la música y la imagen les ofrecen. Una vez más se repite la sempiterna idea de hurgar allí donde el fotograma pierde toda su intención.

Esta es la única mención que la obra de Gervasi hace sobre la persona de Bernard Herrmann, pero, por otro lado, nos descubre un momento crucial de la película: Hitchcock, mirando a través de una de las puertas del teatro, espera la respuesta —los gritos— de los espectadores durante el estreno de Psicosis, los cuales, atónitos y asustados, sucumben al poder de la música, a la magia de Herrmann. Su música juega con el espectador, envolviéndolo en un estado emocional donde el suspense provoca una sensación psicótica. Es una escena sobrecogedora, surrealista. Son sólo unos cuantos segundos ejecutados con maestría donde la angustia se va a prolongar durante el resto del metraje. Herrmann responde al director: “Mi música va más allá de la imagen, mi obra es inmortal”. Hitchcock cierra la puerta del hall disfrutando del éxito de su extraordinaria película.