Si por algo se caracteriza esta aproximación colectiva a una de las realizaciones justamente más celebradas de Alfred Hitchcock, es por su conciencia de que se está escribiendo sobre un título ya con medio siglo a sus espaldas en lo relativo a exhibiciones, análisis e influencia sociocultural. En la introducción a su propio trabajo y el de sus compañeros de volumen, el editor del libro, José Antonio Planes Pedreño, cuenta que supo de Psicosis gracias a que se la contó su madre (sic), lo que fue determinante en su primer visionado de la película. Enrique Pérez Romero comienza su análisis de las estrategias narrativas de Psicosis advirtiendo que «nadie puede verla hoy como la vieron los espectadores de 1960. Creo que es fundamental partir de esta aparente obviedad para transitar con suma prudencia sobre este filme mítico, y no cometer demasiados errores». Ana Sanz Crespo afronta su relato sobre la publicidad y el marketing que envolvieron la película bajo la admonición de «la frase que descansa en la alfombrilla del ratón de mi ordenador [A Boy’s Best Friend is his Mother]». Y José David Cáceres inicia su repaso al cine de terror posterior al film de Hitchcock dejando claro que «la primera vez que vi Psicosis habían pasado más de treinta años desde su estreno, en un contexto en el que otras películas de miedo ya habían hecho mella de una manera u otra».
Es decir, este trabajo viene a reconocer, como abunda Pedreño en su prólogo, que, pese a «no existir en castellano ninguna obra monográfica dedicada exclusivamente a Psicosis […] nuestra intención ha sido querer ampliar el espectro de enfoques con los que se puede abordar una película de tal envergadura». Es algo que ya de entrada predispone el ánimo del lector a favor del libro, entendido como labor de suma y sigue en el ámbito crítico, deudor de infinitos textos previos y de la santificación del título en cuestión; no nos hallamos ante un libro autista ni falsamente novedoso, de los que simulan que por una película concreta o un cineasta no han pasado décadas, algo muy cómodo a la hora de hacer pasar lo de siempre por revolucionario.
Es precisamente desde esta certidumbre, desde la dificultad no esquivada por los autores de expresar algo nuevo a partir de una película tan manoseada como Psicosis, que logran conjurarse la sorpresa y el placer reales, que procura en especial la confrontación entre el texto citado de Pérez Romero y el antagónico, por tanto complementario, de José Francisco Montero, que le sigue; el debate implícito entre ambos sobre el clasicismo o la modernidad de Psicosis es un ejemplo magnífico de que el relativismo en materia de crítica cinematográfica, tan obviado hoy por hoy a favor del forofismo, sigue siendo la mejor herramienta de quien escribe de cara al lector inquieto, el que no espera respuestas sino las mismas incógnitas que a él le atenazan mejor planteadas, o preguntas que nunca se le había ocurrido formular.
Lo mismo cabe decir de la comparativa entre Psicosis y la serie Alfred Hitchcock presenta, obra de un Alexander Zárate que realza, ilumina e incluso fabula sobre lo que trata a golpe de puro lenguaje, de literatura; del artículo de Rafael Arias Carrión sobre las secuelas y los remakes generados por Psicosis, menos interesante por su completismo que por sus apuntes sobre los inevitables cambios por los que ha pasado el cine de terror en los últimos cincuenta años, incluso en el seno de una misma franquicia; o de las melancólicas reflexiones de Israel Paredes a propósito de Robert Bloch, cuya novela inspiró el film de Hitchcock, centradas en las grandezas y las miserias de la cultura popular.
Por lo demás, Israel de Francisco sitúa Psicosis en su contexto sociohistórico, «de la caza de brujas al auge de la televisión»; Antonio Pardo Larrosa aborda un asunto inevitable, el «punto y aparte en la música cinematográfica» que constituyó la banda sonora de Bernard Hermann para la película; y Anna Petrus examina las tres caras de la feminidad —perversa, heroica, como víctima— que propician los personajes de la madre de Norman Bates, Lila Crane y Marion Crane.
No todos los textos están al mismo nivel. Alguno de ellos abusa de lo simplemente enunciativo, otros ocupan demasiado espacio para lo que su argumento merecía, en desdoro de lo otorgado a la propia película. Pero son pegas menores en comparación al respeto y la dedicación que se perciben en el conjunto, trescientas sesenta páginas maquetadas y editadas con el mimo y la sobriedad habituales en Ediciones Mensajero. Planes Pedreño, que por cierto se aprecia ha disfrutado lo suyo con su descripción de los orígenes reales de Psicosis (es decir, las brutales andanzas de Ed Gein), remata su introducción al volumen afirmando que «el lector o la lectora tiene la última palabra sobre si este homenaje ha merecido o no la pena». Para quien esto escribe, sí.