A puerta fría

Venderlo todo

La tendencia que casi todos, y muy especialmente los analistas cinematográficos, tenemos a colocar las obras de arte —y no sólo las obras de arte— en el continuum bueno/malo, nos lleva en numerosas ocasiones a soslayar la siempre bienvenida frescura de lo diferente. “Lo diferente”, por supuesto, es también un concepto discutible, sobre todo en función del bagaje cultural de cada cual, pero desde luego mucho más interesante y objetivable que “lo bueno” o “lo malo”. Digo esto porque cuando vi Noche de fiesta, ópera prima de Xavi Puebla, tuve la sensación, durante todo el filme, que bien podría estar presenciando un germen de obra redonda sin culminar o un auténtico bodrio sin pies ni cabeza; al final, aunque la opinión se decantó más en el terreno de lo segundo, la idea más importante que subyacía es que había visto una película diferente, que contenía elementos más que suficientes para tener en cuenta más allá de cualquier opinión subjetiva. Algo parecido podría decirse de su más reciente cortometraje, Cartas desde la locura (2012) y, desde luego, de la trilogía formada por su primer corto, Viernes (2002), su segundo largometraje, Bienvenido a Farewell-Gutmann (2008) y la intensa A puerta fría (2012). Por todo lo dicho hasta aquí, se desprende fácilmente que estamos ante un cineasta de fuerte personalidad, que apuesta por relatos de riesgo y que ha hilvanado ya, en su corta trayectoria, numerosos elementos de coherencia estética, estilística y semántica.

Aunque la mencionada trilogía reúne multitud de líneas de convergencia, quizá dos son las más destacables: en lo formal, la frialdad de la puesta en escena —tonos fotográficos oscuros y siempre en la gama de los marrones, negros, grises y azules; severidad en el vestuario (casi siempre con el traje como “uniforme”); gestualidad adusta y profundidad melancólica— y, en lo semántico, la denuncia de la inmoralidad del capitalismo, llevado sobre todo al mundo de la empresa —espacio social por excelencia en las tres películas—, que acaba por prostituir hasta el extremo la dignidad humana.

A puerta fría lleva hasta el límite estos planteamientos, mediante una puesta en escena sin concesiones y una descripción moral verdaderamente escalofriante, para cuya definición deberé desvelar algunos detalles relevantes del final de la película. El filme narra la historia de un comercial, Salva (Antonio Dechent, excelente) que lleva décadas trabajando para una empresa de venta de artículos audiovisuales, y que se ve arrollado por la necesidad de ampliar mercados, ante las dificultades económicas del sector, y obligado a manejar nuevos conceptos tecnológicos que desconoce, a tratar clientes con los que debe hablar idiomas que no domina y a incrementar su ritmo habitual de trabajo; a pesar de tener una relación de cierta amistad con su jefe, Toni (José Luis García Sánchez, en su buena línea) y de ser el empleado más antiguo de la empresa, su permanencia acaba dependiendo de una venta comprometida con un importante cliente americano, Mr. Battleworth (Nick Nolte, ajustado a su papel, aunque un poco pasado de vueltas). Salva entiende que sin el inglés no podrá seguir avanzando y utiliza sus todavía eficaces artes comerciales a la antigua usanza con Inés (María Valverde, seductora pero contenida, avanzando en una carrera espectacular), una azafata de la feria que tiene lugar en el hotel donde se desarrolla la película, y a la que convence para que le haga de intérprete con Mr. Battleworth a cambio de una cantidad. Inés logra acceder al importante cliente porque gracias a su belleza el recepcionista del hotel le facilita el contacto de su habitación; y, del mismo modo, consigue la atención de Mr. Battleworth no gracias al interés de los productos que vende Salva, sino porque queda rápidamente enganchado a su atractivo. En la película juega un papel también relevante Carmelo (Héctor Colomé, en otra interpretación magnífica), un comercial de otra empresa, mayor que Salva, que esconde su verdadera decadencia detrás del falso relato sobre su actual trabajo, y que representa la muerte del sector al que pertenece, y la sustitución de un modo de entender las cosas por otro donde él ya no tiene cabida.

La idea central de la película, que se desvelará al final en un desenlace éticamente brutal y de una inusitada contundencia estética, es que todo está en venta. Que valemos lo que podemos intercambiar por dinero. Que la dignidad del ser humano, en este momento de la historia social, no vale nada frente a la capacidad de los poderes económicos para someternos al miedo y al acorralamiento moral. Al principio de la película, Salva es un personaje preocupado por su futuro pero alegre y optimista; bromea con su jefe sobre la situación de la empresa y confía en su capacidad para cerrar las ventas necesarias. Sin embargo, pronto descubre que su amigo, cuyo puesto de trabajo también tiene encima la espada de Damocles del incremento de ventas, ya le ha dispuesto un sustituto, y está dispuesto a relevarle inmediatamente si no certifica el mínimo de negocio necesario durante la feria. Pronto sabemos, pues, que la amistad no existe en la selva, y que tiene exactamente el precio que haya que ponerle a la supervivencia laboral; el personaje del sustituto de Salva, que no da tiempo a desarrollar y que aparece un tanto esquemático, es el típico joven sobradamente preparado que no duda en poner el pie en el acelerador caiga quien caiga. Y el carácter de Salva, progresivamente, irá tornandose más y más sombrío.

Cuando Salva conoce a Inés se abre la fase central del filme dramáticamente, no solo porque es esa relación la que impulsará la narración, sino porque la interacción entre los dos personajes, que se irán descubriendo poco a poco, ofrece lo mejor de la película. María Valverde, quizá demasiado dependiente todavía de los papeles de lolita que inauguró con 16 años en su brillantísimo trabajo como María en La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003), ha ido adquiriendo una madurez profesional que le facilita componer un personaje sereno, emocional y frío a la vez, consciente de su responsabilidad y capaz de cambiar de registro eficazmente sin demasiadas alharacas; no es fácil decir que es lo mejor de la película en una película con tanta excelencia, pero sin duda apunta a ser una gran actriz si pule algunas de sus imperfecciones técnicas y elige adecuadamente los trabajos. Inés es una chica, como tantas otras de su edad, que trabaja en lo que puede y cuando puede, sin demasiadas perspectivas de futuro, con un entorno familiar que no se adivina maravilloso y que pronto observa en Salva una limpieza moral a la que no debe estar acostumbrada. Salva ve en ella su única posibilidad de contactar con su cliente, pero sabemos pronto que él es perfectamente consciente de que es su belleza, y no solo el idioma, lo que le dará acceso a Mr. Battleworth; la película no cae en el tópico de poner el acento en el atractivo que Inés pueda producir en Salva y, de hecho, la relación se construye más sobre los cimientos de una extraña amistad por cercanía ética y de ciertos matices paternofiliales. La mejor escena de la película, a excepción del final, es la conversación en la habitación del hotel, tras lo que parece un primer fracaso en el acercamiento al cliente americano, en la que ambos se sinceran y, sobre todo él, emocionado, que deja en suspenso lo que parece una dolorosa confesión sobre su hija. En lo que concierne a la “puesta en venta” de todo lo humano, y a pesar del gran respeto y afecto que tiene por ella, parece claro que Salva utiliza la belleza de Inés como moneda de cambio.

Pero el inocente uso de Salva del atractivo de Inés para llegar a Mr. Battleworth se convertirá en la piedra de toque moral de la película, durante la negociación que mantienen los tres, ella como intérprete, para cerrar una venta que protegería el puesto de trabajo de Salva. Se trata de un trato en el que el espectador sabe que el interés de Salva es máximo, dadas sus circunstancias, aunque como buen comercial trata de evitar que se transparente, y de hecho juega con el órdago en varias ocasiones, porque además solo percibe de la conversación la traducción de Inés; Mr. Battleworth sabemos que no necesita los productos de Salva, y que si ha accedido a entrevistarse con él y gastarse una importante suma de dinero en ellos es porque ha sido Inés quien le ha seducido, y también se entera de la conversación a través de ella. Es solo Inés quien conoce, antes que ellos y en su totalidad, el contenido de la negociación, y por eso es ella la primera que entiende que lo que verdaderamente quiere Mr. Battleworth es tenerla: solo si acaba teniendo sexo con Inés accederá a la firma en las condiciones que impone Salva.

La escena final reúne ante la barra del bar del hotel, primero a Inés y Salva, después a Salva y Carmelo. En la primera parte de la escena, la desolación de Salva es completa, porque entiende que no solo ha sometido a Inés a una humillación que no hubiese querido, sino que se siente incapaz de pedirle que asuma tamaño sacrificio, con lo cual no solo da por perdido su empleo, sino que también siente herido su amor propio y su dignidad frente a ella; Inés, sin embargo, resueltamente, se aleja de su lado y solo el espectador sabe que efectivamente acudirá a la habitación del americano para que el contrato se pueda firmar y así ayudar a Salva; este, incapaz de reaccionar, no sale tampoco en su busca para evitarlo (aunque la película no ofrece evidencias de que él imagine a dónde se dirige Inés, todo lo descrito hasta ese momento sobre los personajes nos obliga a pensar que sí lo supone). Después, en la segunda pate de la escena, Carmelo le cuenta a Salva, muy amargamente, que la entrega de toda una vida a su profesión, enteramente, con sacrificios irrecuperables en el terreno de lo personal, no le ha servido absolutamente para nada. La escena, que se cierra sin concesión alguna (sin más explicaciones ni transiciones visuales, por corte directo a negro y títulos de crédito) sume al espectador en un escalofrío.

La utilización de la amistad y de la belleza física como monedas de cambio en un mundo donde todo se compra, se unen en esta escena a la completitud de la dignidad humana: la venta de toda una vida a cambio de nada (Carmelo), la entrega de su cuerpo para proteger la vida profesional de otro (Inés) y la renuncia a seguir ejerciendo la moral propia para poder seguir sobreviviendo (Salva). Nada queda al margen de la compraventa.

La fortaleza de A puerta fría, más allá de todas las virtudes descritas, descansa precisamente en esa capacidad para comunicar sin resultar en exceso discursiva, ofreciendo un mensaje ideológico de primer nivel con pocas palabras y algunas imágenes elocuentes. Así, podemos imaginar que después de lo ocurrido Salva conservará el trabajo durante un tiempo, no mucho; e Inés, probablemente, volverá a vender su belleza si verdaderamente lo necesita. Y lo que es peor, no hace falta ninguna palabra, ni siquiera una sola imagen, para saber que venderlo todo, darlo todo a cambio de una supervivencia momentánea, no les servirá de nada: ni habrá más felicidad ni el futuro estará garantizado.