Extraño vínculo de amistad
“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por comunicarse, deseosa de tenerlo todo al mismo instante, la que nunca bosteza ni habla de lugares frecuentes, sino que arde, arde y arde como bengalas en mitad de la noche. “
Así relata Sal Paradise (alias Jack Kerouac) su pasión por los personajes al límite, los seductores, los no convencionales, los cool, los arrebatadores, y así define a su admirado amigo Dean Moriarty (Neal Cassady). Le atraen estas personas carismáticas, vivaces, extremas, que no conocen la rutina, que ven la rebeldía (con o sin causa) como única forma de vida: antorchas que arden (Dean), y que oscurecen (tan solo hasta su ocaso) a la luces perennes (Sal). Pero, tras la admiración e ilusión se pospone la irremediable decepción. Como la película, que pese a su buena fotografía (de Eric Gautier), su guión literario y cierto halo cool, lo cierto es que defrauda y mucho si se espera encontrar las mismas franqueza y llaneza que en la novela, llamada con acierto por los entendidos como prosa espontánea. Una novela que fascina desde la primera página y que se lee de un tirón, llena de sinceridad, arrebatadora y lúcida a partes iguales. Pero la película, lejos de plasmar en imágenes el viaje de auto-descubrimiento de Sal, opta por una puesta en escena centrada más en los devaneos sexuales de Dean Moriarty que en las reflexiones y sensaciones del protagonista: un escritor en ciernes que sabe transmitir sus cuitas de juventud al narrarnos en primera persona su viaje geográfico pero también psíquico junto con el que cree su mejor amigo, un personaje fascinante, pero con una inestabilidad emocional básica porque, tras su aparente fuerza esconde tan solo confusión. Es “el estafador santo de mente brillante”, en palabras del propio Kerouac, el símbolo de los nuevos tiempos, de la era moderna, del universo frenético de la contemporaneidad: la utopía ilusoria de los placeres consumistas intrascendentes y caducos, la sociedad podrida por la ego-satisfacción momentánea, el egoísmo, el culto al yo, las drogas, y el placer nada epicúreo, sino mas bien fantasmagórico.
La novela deja un poso de regusto meta–cultural llena de referencias cinéfilas, musicales, literarias, mientras que la película apenas traslada esta inquietud del protagonista, más bien se pierde en exceso en la relación de ambos amigos con Marylou (Kristen Stewart) una atractiva actriz que ya demostró sus dotes como intérprete de damisela hippie en la película de Sean Penn Hacia rutas salvajes (Into the Wild, 2007) (una película también de introspección y de iniciación a través, esta vez, de un largo viaje solitario). Y es que la sombra de Sean Penn es alargada a la hora de hablar de personajes a la deriva, de iniciaciones y de viajes, pero también de cierta dicotomía Caín–Abel. Dean recuerda a su mímesis Frank Roberts, el personaje perdido de Extraño vínculo de sangre, un personaje en busca de la estabilidad y en continuo desasosiego. Está interpretado por Viggo Mortensen, que también da vida al mismísimo William S. Burroughs (personaje escueto pero trascendental de On the Road), que sabía bien alejarse de tipos como Dean y que, en un momento de la trama advierte a su amigo Sal, no sin razón, de los peligros de estas personas porque “Dean no siente ninguna responsabilidad hacia los demás pero hace que la gente lo pase de maravilla, es una ilusión, una farsa”. Abel por su parte (aquí Sal/Kerouac) vive entusiasmado e hipnotizado por el espíritu subversivo de Dean, un personaje independiente pero esclavo de sí mismo, que enseñará a Kerouac mucho más de lo que él mismo es capaz de aprender. Una experiencia única y catártica para Sal, no exenta de dolor, pero tampoco carente de placer, de ganas de experimentarlo todo. También es alargada la sombra de la enigmática e icónica Easy Rider. Buscando mi destino (Easy Rider, Dennis Hopper, 1969), esa exaltación de la amistad, del viaje como fin en sí mismo, en una verdadera road movie, a diferencia de On the road, porque ésta presenta demasiados planos interiores para ser llamada En la carretera.
La generación beat propugnó el yoismo y la exaltación del carpe diem, las drogas, el placer caduco e intrascendente. Probablemente sea muy difícil trasladar estas novelas a la pantalla, como ya ocurrió con El almuerzo desnudo y su excéntrica versión cronenbergiana. Pero a Salles parece no interesarle demasiado la generación beat y sus devaneos filosóficos, ya que ha demostrado más su interés en un cine social (Diarios de Motocicleta, Estación Central de Brasil), lejos del tema de esta historia, y es ahí donde le vemos su autoría y su valía, retratando a personajes e historias con trasfondo social, de luchas de clases. Dice ser un entusiasta de la novela y ha intentado plasmar su texto, pero le falta hacerla suya porque, mientras esta novela está hecha desde la necesidad más personal, desde la pasión, On the Road-film está hecha como si de un corta y pega se tratara, resultando cada vez más lenta y repetitiva. Las escenas están filmadas con mucho gusto estético, pero el hilo argumental parece enlazado sin fuerza, como si no sintiera la novela de Kerouac, quizás por el hecho de que sea más una película made by Coppola Enterprise (aka American Zoetrope), ya que detrás de todo está Roman Coppola (el hijo de Francis F. Coppola y coguionista en varias películas de Wes Anderson), que se la encomendó a Salles tras ver su Diarios de motocicleta. Solo la escena del garito de jazz o la del baile con Kirsten Dunst (con Ella Fitzgerald de fondo), reflejan algo del espíritu de esa generación desenfrenada llamada beat. Es una pena que el resto de la película esté filmado desde la distancia de un observador imparcial, y no desde un apasionado por este movimiento socio-cultural. No es capaz de trasmitírnoslo. Quien ha leído la novela de Kerouac, esa novela tan desvergonzada, de viaje interior a través del viaje exterior (la famosa Ruta 66), no puede gustarle esta fría traslación de su universo, no; pero quien no la haya leído me temo que tampoco. A lo mejor hay una edad para entender la novela, y Salles hace tiempo que la pasó, puede ser. O que Coppola como productor (y no solo él pues estamos ante una coproducción con muchos intereses contrapuestos) haya frenado y cuarteado al Salles autor, ¿quién sabe?