Docs Barcelona 2013

Durante la última semana de mayo se ha celebrado en Barcelona la XVI edición de DocsBarcelona, uno de los festivales de no ficción más longevos de nuestro país. Algunas novedades se presentaban en esta edición en relación a las anteriores. Se mantenían el cine Renoir Floridablanca y la Sala Aribau como los centros neurálgicos del festival, además de las Biblioteca Agustí Centelles y la Biblioteca Vilapicina i la Torre Llobeta —donde se podían ver pases gratuitos— y se ampliaba la presencia del festival en el CCCB y en la remozada Filmoteca de Catalunya. En cuanto a la programación, la novedad más notoria es la pérdida de la Sección Finisterrae, foco del festival donde tenían cabida las propuestas más arriesgadas del cine de lo real y donde otros años se han podido ver estrenos difícilmente programables en nuestro país. En la Sección Oficial, algo sobreprogramada al incluir dieciocho títulos, el nivel ha sido algo desigual. Aunque se han podido ver cintas de directores de cierto renombre como Alan Berliner o Michael Glawogger, la selección carecía de una estructura definida que, por tanto, no ha terminado de tejer una línea de pensamiento en torno al cine documental, teniendo cabida propuestas de toda índole, desde el documental biográfico hasta cintas de marcado carácter etnográfico. Se ha programado mucho cine en poco tiempo, lo que hacía imposible un seguimiento más detallado; perdiendo la oportunidad de extender la mirada más allá de esta Sección Oficial y de bucear dentro de otra secciones (Nou Talent o Docs+). En este texto repasaremos, por tanto, lo más destacado entre estos estrenos.

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La Filmoteca de Catalunya albergó el pase de la última película de Michael Glawogger, Whore’s Glory, que a pesar de datar de 2011 aún no había sido estrenada en nuestro país. Glawogger propone un estético retrato sobre la prostitución en países periféricos (México, Tailandia, Bangladesh). Con su habitual querencia por la construcción de retratos globales sobre un conflicto particular —la explotación laboral en Workingman’s Death, el ser humano aislado en la gran ciudad en Megacities— y su elegante y en ocasiones almibarada puesta en escena, la cinta se pierde por momentos en el suntuoso ejercicio de estilo antes que ofrecer una denuncia del negocio sórdido que envuelve a la prostitución. En otra propuesta documental con grandes aspiraciones y filmaciones en distintas ciudades del mundo, Trains of Thoughts, del realizador alemán Timo Novotny, viaja por el subterráneo de Nueva York, Los Ángeles, Tokio, Hong Kong y Moscú para, desde la filmación de la estructura del metro y de sus viandantes, construir una gran reflexión sobre la vida diaria que se desarrolla bajo tierra, buscando la significación de ese espacio de tránsito. El retrato se hace mediante trazos, muy fragmentado, sin conseguir profundizar en las historias que se intentan tejer, y quedando más bien como un crisol efectista y muy bien editado —cercano al videoclip— a ritmo de la música envolvente de Sofa Surfers, construida para la ocasión.

Dos acercamientos biográficos en la Sección Oficial a destacar: una, de carácter oficialista y formato televisivo, sobre el político sueco Olaf Palme (Palme, de Kristina Lindström y Maud Nycander), recorrido respetuoso sobre su influyente figura en el panorama político del siglo XX, y Beware of Mr. Baker, del periodista Jay Bulger, recorrido por la vida llena de excesos de Ginger Baker, batería del grupo Cream. Este último no ahonda en el retrato hagiográfico en demasía (como sí hace Palme) y avanza gracias a la gran cantidad de material sobre el músico, además del increíble anecdotario en torno a su figura. En un plano parecido a estas dos, Breathing Earth (Thomas Riedelsheimer) es un sencillo acercamiento a la obra del artista japonés Susumu Shingu, autor de esculturas que dialogan con la naturaleza; no deja de ser una bella colección de planos en torno a la obra del escultor.

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Uno de los estrenos más esperados era The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer. Sin estar anunciado, se proyectó el montaje del director, de casi tres horas de duración, y no el montaje que ha circulado por festivales y que tantos premios ha reportado a la cinta. Así, la valoración de la película queda supeditada a esta elección un tanto confusa: la copia proyectada abusa en exceso de la edición del material filmado, como si estuviésemos ante un primer ejercicio de montaje, reinando en el conjunto una narración un tanto dislocada y con saltos de guión que alejan al espectador de la película. Aún así, la película es sumamente atractiva por todo lo que plantea: Oppenheimer viaja a Indonesia para realizar una película junto a las milicias y escuadrones de la muerte que participaron durante años torturando y asesinando durante el régimen totalitario indonesio. Los protagonistas, ajenos a cualquier crítica sobre sus actos, se comprometen a reconstruir dentro de una película de ficción cómo mataban y torturaban a los disidentes políticos, sin mostrar al inicio ningún síntoma de arrepentimiento. Oppenheimer retrata la naturalidad con la que describen sus acciones y traslada la incomodidad a los espectadores, atónitos ante esta banalización del mal. La película registra pocos momentos catárticos donde estos protagonistas sin escrúpulos reflexionen sobre sus atrocidades y sientan el más mínimo síntoma de arrepentimiento, lo que acrecenta el valor de lo filmado. El retrato de estos asesinos a sueldo del gobierno, cercano e íntimo, muestra cómo el acto de matar se puede volver un hecho trivial mientras esté auspiciado por un régimen. De hecho, los instantes en los que surge un aparente remordimiento parecen forzados, buscados ex-profeso por el director, más que una consecuencia del desarrollo del documental. A pesar de todos estos problemas de edición, la película tiene una fuerza indudable (la reconstrucción inicial recuerda poderosamente a S21: la máquina de matar de los jemeres rojos, de Rithy Panh) y una gran cantidad de momentos logrados, como todo el proceso de reconstrucción ante la cámara que acometen los protagonistas.

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Para finalizar, la última película a la que pude asistir fue la que más interés me transmitía a priori, First Cousin Once Removed, de Alan Berliner. Después de su exitoso paso por el Festival Punto de Vista de Pamplona, la película cerró el festival la noche del domingo. First Cousin es un retrato del poeta Edwin Honig, enfermo de Alzheimer. Con su habitual uso del material de archivo y un evidente interés en ir más allá de la simple filmación de las huellas que deja la enfermedad, Berliner trata de ofrecer un discurso sobre la memoria y la perdurabilidad de las palabras. First Cousin es una película honesta, dura, sin ambages ni concesiones, ni a la enfermedad ni al enfermo. El recurso de la escritura mecanografiada para el montaje —a veces algo reiterativo—, que emparenta su película con el acto de escribir que profesaba Honig, y el acercamiento a su figura a través de familiares y amigos conforman un retrato poliédrico de su persona, poco amable en ocasiones. Estamos también ante un proyecto documental biográfico, pero sus riesgos y sus decisiones narrativas lo alejan de la convencional postura que hemos visto en las otras cintas de carácter biográfico proyectadas en DocsBarcelona (Beware of Mr. Baker y, sobre todo, Palme).