Star Trek & J.J. Abrams

Un encuentro inevitable

Universos paralelos

No siendo un fan incondicional de la franquicia Star Trek —puesto que, dentro del grupo de amigos y colaboradores habituales, el auténtico seguidor de la saga es Roberto Orci—, J.J. Abrams tan sólo se declara como un admirador del universo creado por Gene Roddenberry (1921–1991), un espectador atento pero difuso de las andanzas espaciales del grupo liderado por Kirk y Spock —al mando de una tripulación formada por nombres míticos: Uhura, McCoy, Chejov, Sulu, Scotty…— y que ha generado un multiverso compuesto por dieciséis series de televisión [1] y doce largometrajes cinematográficos [2].

El hecho de que el propio Abrams naciera en 1966, el año en el que precisamente nacía el fenómeno televisivo de Star Trek y que, por lo tanto, disfrutara en su infancia de las numerosas reposiciones de la serie que se produjeron en los años 70 —recordemos, el verdadero quid de la cuestión del perdurable éxito de la franquicia— marca, desde sus mismos orígenes como telespectador, el encuentro entre dos universos —el suyo propio y el de la saga espacial— compuestos a partes iguales por seriales televisivos y largometrajes cinematográficos, además de muchos puntos en común entre ambos.

MATTHEW FOX

Lo primero que habría que destacar en los proyectos liderados por Abrams —ya sea en su calidad de director, guionista o productor— sería la presencia de protagonistas traumatizados por la ausencia de uno de sus progenitores. Sus personajes principales viven acomplejados y en un estado de frustración vital al haberles sido arrebatado el padre o la madre de una forma violenta, prematura o imprevista, viviendo una inesperada orfandad que les hace variar sus expectativas vitales para enfrentarse en solitario ante los avatares de su incierto y amenazador destino. Sin hurgar demasiado en la memoria, acuden a nosotros nombres como Sydney Bristow (Jennifer Garner), la protagonista de Alias (2001-2006); Joe Lamb (Joel Courtney), el niño que se enfrenta a la invasión extraterrestre en Super 8 (Id., 2011); la detective Rebecca Madsen (Sarah Jones) de Alcatraz (2012); los hermanos Matheson, Rachel (Elizabeth Mitchell) y Danny (Graham Rogers), de Revolution (2012- ); o muchos de los protagonistas de su excesiva y apasionante Perdidos (Lost, 2004-2010), donde encontramos personajes con graves conflictos con alguno de sus progenitores, debiendo enfrentarse a ellos para conseguir realizar sus sueños de libertad —Sun Kwon (Yunjin Kim)—, arrastrar físicamente su ataúd —Jack Shephard (Matthew Fox)— o, directamente, asesinándolos —Kate Austen (Evangeline Lilly)—, por poner tan sólo algunos de los ejemplos más evidentes.

No es, por lo tanto, algo aleatorio o caprichoso que en la base de su primer acercamiento a Star Trek (íd., 2009) se encuentren estos mismos complejos en su pareja protagonista, el capitán James Tiberius Kirk (Chris Pine) y su primer oficial Spock (Zachary Quinto). El primero, viviendo a la sombra del sacrificio de su padre George (Chris Hemsworth) para que él pudiera nacer. El segundo, acomplejado por su condición de mestizo, viendo morir a su madre Amanda Grayson (Winona Ryder) delante de sus ojos. Es ésta una característica que les vuelve especiales y que facilita el encuentro entre ambos, siempre presente cierto espíritu de superación que forja a los verdaderos líderes, los cuales deben vencer sus miedos en soledad y con la oposición de un entorno normalmente hostil, siendo el rechazo la nota dominante hasta que logran reivindicarse ante los demás a través de su valor y sus sacrificios personales.

Esta nota también es la base de uno de sus proyectos más ambiciosos, Fringe (Al límite) (Fringe, 2008-2013), cuyo drama argumental se sustenta en la aparición de dobles pertenecientes a distintas dimensiones espacio-temporales, alternando la trama entre diferentes épocas y lugares para lograr conectar la relación directa que existe entre las causas y sus consecuencias, muchas veces en forma de paradoja. Mucho menos antojadizo resulta entonces que en las dos incursiones de Abrams en el universo de Star Trek aparezca una figura fundamental —para la franquicia en general y para el argumento de estas dos películas en particular— como es el Spock del futuro (Leonard Nimoy), un ser venido de otra dimensión para guiar y aconsejar a los héroes de su pasado, de ese tiempo que él ya vivió y del que, por lo tanto, ya conoce su desarrollo, debiéndose asegurar que continúe con su natural proceso.

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Como vemos, los viajes en el tiempo son un constante territorio de interés y de investigación por parte de Abrams —quien ya lo introdujera en las mencionadas Perdidos y Alcatraz— tanto como lo fueron en su día para muchos de los numerosos guionistas de Star Trek. Pues en las tres temporadas de su serie original son varios los episodios en los que la tripulación de la USS Entreprise acaban en épocas pretéritas —por mencionar uno de ellos podríamos citar “The City of the Edge of Forever” (temp. 1, ep. 28)—, e incluso en una de sus más memorables películas, Misión: salvar la Tierra, Kirk y su grupo aterrizan en los Estados Unidos de aquellos años 80 en los que se produjo el film. Son estos saltos temporales —o, incluso, otro tipo de conexiones entre universos paralelos donde las cosas son muy diferentes, como en “Mirror, Mirror” (temp. 2, ep. 04)— los que alimentarían la imaginación del adolescente J.J. Abrams allá por las décadas de los 70 y los 80, forjando en él la idea de realidad permeable que tanto abunda en su obra y que le permite preguntar y preguntarse sobre el destino y las premoniciones, allí donde el sujeto permanece atado a un futuro que ya parece escrito, pero el cual puede condicionar a través de su voluntad.

Trekkies vs. trekkers

Fue el ya mencionado Roberto Orci quien hace tiempo diferenció entre ambas terminologías para referirse a los distintos seguidores de Star Trek: los trekkies, término un tanto despectivo —que inmediatamente se asocia con lo friki— y que alude a esos fans incondicionales que fagocitan sin criterios ni control los productos de la franquicia y sus derivados; y los trekkers, aquellos que analizan y profundizan en las propuestas argumentales y formales del universo forjado por Roddenberry, alejándose de banalidades para sumergirse en una serie de propuestas orgánicas y coherentes, derivadas de la imaginación inquieta de todos aquellos que aportaron su curiosidad como método de trabajo, cuestionando la realidad que les tocó vivir.

Y es que uno de los signos de identidad que ha definido a la gran mayoría de productos asociados a la marca Star Trek ha sido la conexión con su presente, convirtiendo los argumentos de los distintos episodios de las diferentes series y las tramas de cada película en una alegoría de la realidad en la que se insertaban. Pues, como reconoce el propio Abrams, «Star Trek siempre hizo comentarios sobre el mundo contemporáneo de una manera muy particular» (Gabriel Lerman, “Entrevista a J.J. Abrams”, Dirigido por… nº. 434, junio de 2013, p. 20). Los ejemplos que puedan ilustrar esta aseveración son innumerables, pues las lecturas políticas y/o ideológicas están presentes de una u otra manera en la mayoría de los argumentos. Quizás, por ser algunas de las más significativas, destacar el mensaje ecologista de Misión: salvar la tierra —en un momento de especial sensibilidad hacia el incierto futuro de las ballenas que existía a mediados de la década de los 80— o las similitudes entre la sexta entrega cinematográfica de la saga, Aquel país desconocido, con el proceso de desarme y reconciliación entre las dos superpotencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética —traspuestos sus papeles en la Federación de Planetas Unidos y el Imperio klingon—.

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Muestras como las citadas dan fe de la potente madurez del espíritu con el que cada proyecto de Star Trek ha sido gestado y la férrea voluntad de no permanecer en un estado de simple entretenimiento, dominando a lo largo del último medio siglo un carácter analítico alejado de la trivialidad del mero espectáculo. Sin embargo, con Abrams la franquicia ha superado un cierto estado de ingenuidad adolescente que ha dominado a la saga hasta fechas recientes —sobre todo en sus primeros años de vida—, desplegando una mirada hacia la sociedad del futuro que, en más ocasiones de las que pudiera parecer, caía bajo el influjo del cándido idealismo sesentaiochista, arrastrando un espíritu naif donde la ciencia parecía ser el antídoto para cualquier afección, aspecto éste que había envejecido peor que sus efectos especiales.

El universo trekker brindado por Abrams está plagado de aristas y claroscuros, presentando unos personajes y unas situaciones complejos, donde las cosas no siempre son lo que parecen y ciertos maniqueísmos han desaparecido. Los villanos ya no son némesis —recordar que tanto el décimo largometraje de la saga como el hombre vestido de negro de la isla de Perdidos (Titus Welliver) tenían este apelativo— de los héroes, sino que se configuran como un contrario-complementario, el yin y el yang, el ser y su doppelgänger, la otra cara de la moneda, un reverso tenebroso en el que se reflejan los protagonistas y, a través del cual, llegan a comprenderse mejor. La presencia del romulano Nero (Eric Bana) y del superhumano Khan (Benedict Cumberbatch) aportan trascendencia a la dimensión humana del resto de los personajes, facilitando que afloren unos sentimientos imprescindibles para el buen fin de sus misiones. Algo trascendental en el caso del joven Spock, pues su extremo racionalismo y su perfecto seguimiento de las leyes y las normas de la Federación se trasmutan, consecutivamente en cada uno de los dos films, en ira y lágrimas, aproximándose cada vez más al método de improvisación y la filosofía utilitarista con los que Kirk trata de condicionar las acciones de la nave Enterprise.

Hay, por lo tanto, una clara apuesta por destacar las ventajas de lo emocional sobre la racionalidad radical, ya que Kirk representa esa parte intuitiva del conocimiento y de la comprensión que, hasta fechas recientes, ha tratado de ser desprestigiada como una forma poco fiable para interpretar la realidad. Aquello que solemos llamar sexto sentido o sentido común aflora ahora como ese método que llega donde lo analítico no alcanza, expandiendo la mirada a través de la percepción de las sugerencias. Un aspecto trascendental en la obra de Abrams, si tenemos en cuenta que en la mayoría de sus proyectos hay una realidad no aparente que no suele manifestarse físicamente, sino a través de pistas desordenadas, configurándose el entorno en forma de puzle que hay que resolver. Es el territorio que tan bien domina, forjado a través de misterios y conspiraciones en marcha que invitan a poner en tela de juicio la verdad oficial, repleta ésta de intereses espurios, mentiras convertidas en dogmas de fe y acciones de falsa bandera —como la que destapa la trama oculta del almirante Marcus (Peter Weller) en Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013)— que amenazan con una hecatombe de proporciones mundiales —e, incluso, universales.

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Para dar entidad de verosimilitud a este tipo de tramas, en ocasiones harto complejas y repletas de retruques imposibles, Abrams recurre a lo que podríamos considerar uno de sus signos de identidad más destacables, clave en su capacidad para atrapar la atención de millones de espectadores en todo el mundo: la introducción de teorías de la física cuántica —tales como viajes en el tiempo, agujeros negros, motores de energía oscura, etc.— que, más allá de su completa comprensión, resultan ser un ingrediente apasionante, pues abren las puertas a un futuro espléndido que se está forjando en nuestros días en los centros de investigación más avanzados. El espectador, así, puede a través de estas experiencias didácticas integrarse en su mundo, en su momento, en el pensamiento filosófico y científico que están generando sus congéneres más preparados, compartiendo una forma de ver el mundo a través de una exposición fácil de asimilar —como es la experiencia audiovisual—. Se ha conseguido así, por lo tanto, que varias generaciones de espectadores confluyan con su presente, compartiendo conocimientos que, de otra manera, hubieran sido difíciles de adquirir, y propiciando la aparición de otros productos audiovisuales con las mismas inquietudes en su didactismo científico —como las televisivas Flashforward (Id., Brannon Braga & David S. Goyer, 2009-2010) y Big Bang (The Big Bang Theory, Chuck Lorre & Bill Prady, 2007- ), ya comentadas en su día en esta misma publicación.

Elogio de lo verosímil

Puede que uno de los momentos más memorables conseguidos por Robert Wise en aquella primera incursión cinematográfica de la franquicia fuera la magnífica presentación de la nave Enterprise. Encerrada en un astillero espacial, la cámara recorría su contundente anatomía, deleitándose en sus pulcras formas y su superficie metálica, transmitiendo la mirada de aquel Kirk (William Shatner) el poderoso influjo que le provocaba su nave, convirtiéndola en codiciado objeto de deseo.

Es precisamente este sentido de lo tangible el que Abrams ha querido que domine en su aproximación al universo trekker. Aprovechando el alto grado de desarrollo tecnológico con el que Hollywood cuenta en estos momentos, sus incursiones en la saga Star Trek devienen en experiencias vívidas, pues la cámara actúa con un carácter casi documental allí donde domina la inverosimilitud, por situarse en el vacío de un espacio no habitable. Efectos como motas de polvo y reflejos en el objetivo de la cámara —obra del talento de los técnicos de Industrial Light & Magic— denuncian la presencia de una lente, de un ente generador de la ilusión y la fantasía, pero que, al mismo tiempo, sitúan al espectador en un espacio posible por su capacidad de reflejar los efectos físicos sobre el artefacto de registro.

Así, aquello que hasta un pasado no demasiado remoto era la pesadilla de los directores de fotografía por su denuncia de una cámara que, no sólo debía ser invisible, sino que además tenía que ser olvidada por el espectador, Abrams lo ha convertido en uno de sus mayores atractivos y aliados, en una herramienta para consolidar la idea de lo verosímil sobre el espectáculo desnaturalizado y sin entidad. Su propuesta se encamina sin discusión hacia la integración del espectador como substancia de la acción, convirtiendo el lugar en el que se sitúa en un palco privilegiado desde el que observar, en toda su grandeza, unos acontecimientos desarrollados en forma de non stop, vertiginosos en su consecución y en su puesta en escena gracias al vigor de unas imágenes repletas de unas vibraciones generadas por la mano del propio Abrams —pues es de sobra conocida su afición a tamborilear en la cámara allí donde la acción requiere una sobrecarga de movimiento.

Es esa suciedad añadida artificialmente a las imágenes a la que aludíamos antes otro de los grandes atractivos de estas nuevas propuestas, pues nunca como antes se había podido observar la convivencia de escenarios pulcros y luminosos —el interior de la Enterprise, la Acedemia Estelar, etc.— con otros en los que dominan las sombras y la suciedad —las entrañas de la nave romulana o el planeta de los klingon—. Es esta dualidad de caracteres —potenciado por esos reflejos en la lente antes mencionados, y que aluden a una época brillante que se manifiesta incluso desde el fuera de campo del plano— lo que convierte la obra de Abrams en un espacio repleto de texturas y capas de realidad, cuya profundidad de campo alude a la profundidad psicológica de unos personajes trascendentes en su dimensión ética, situados en un espacio donde sus responsabilidades transmiten la idea de que el destino no debe ser confundido con la casualidad.

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Todo lo dicho convierte a Abrams en la personalidad indiscutible para poder realizar lo impensable: fusionar el universo de Star Trek con el de Star Wars. Y es que, a poco que se piense, el trabajo de este director en la franquicia de Star Trek resulta ser un inmejorable trampolín estético y temático para tomar el relevo al propio George Lucas en la saga creada por él mismo, pues las similitudes y concomitancias entre los tres universos —el de Abrams, el de Star Trek y el de Star Wars— resultan tan innumerables que, sólo con enumerarlas y sin entrar en su desarrollo, podremos darnos cuenta de ello: protagonistas traumatizados por su origen familiar, destino y predeterminación, conspiraciones que desenmascarar, ultratecnología, uso de fuerzas sobrenaturales, etc. Pues de hecho, y como el propio Abrams reconoce en los comentarios a las ediciones digitales para el consumo doméstico, los mismos estudios sobre mitología y religiones comparadas de Joseph Campbell que influyeron de manera decisiva en Lucas para crear su saga, han sido recogidos por él para configurar el hilo narrativo de sus guiones para Star Trek.

Abrams parece ser ese eslabón que unifique ambas sagas galácticas, dotándolas de esa necesaria madurez de la que no siempre han gozado. Rodearse con el mismo grupo humano desde hace una década —fundamentalmente Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof como guionistas y productores, y Michael Giacchino a las partituras— y ver lo que han conseguido en estos últimos años —excepto alguna salvedad, como el caso de Alcatraz, con el que incluso el propio Abrams, con muy buen humor y sentido autoparódico, hace una broma en la recién estrenada Star Trek: En la oscuridad— hace observar con esperanzas renovadas la continuidad de ambas space operas hacia el rumbo correcto. Dentro de no mucho tiempo podremos oír a alguien disfrutando de la libertad de poder decir: Larga vida y prosperidad… y que la Fuerza te acompañe.


[1] Hasta la fecha, y por orden de aparición: Star Trek: La serie original (Star Trek: The Original Series, 1966-1969), Star Trek: The Animated Series (1973-1974), Star Trek: La nueva generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994), Star Trek: Espacio profundo 9 (Star Trek: Deep Space Nine, 1993-1999), Star Trek: Voyager (1995-2001), Star Trek: Hidden Frontier (2000-2007), Star Trek: Enterprise (2001-2005), Star Trek: New Voyages (2004- ), Star Trek: Odyssey (2007-2011), Star Trek: Federation One (2008), Star Trek: Osiris (2009), Star Trek: Intrepid (2009), Star Trek: The Helena Chronicles (2009-2010), Star Trek: Henglaar, M.D. (2009- ), Star Trek: GENESIS (2012- ) y Star Trek Continues (2013- ).

[2] Hasta la fecha, y por orden de aparición: Star Trek – La película (Star Trek: The Motion Picture, Robert Wise, 1979), Star Trek II – La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, Nicholas Meyer, 1982), Star Trek III – En busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, Leonard Nimoy, 1984), Misión: salvar la Tierra (Star Trek IV: The Voyage Home, Leonard Nimoy, 1986), Star Trek V: la última frontera (Star Trek V: The Final Frontier, William Shatner, 1989), Aquel país desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, Nicholas Meyer, 1991), Star Trek: la próxima generación (Star Trek: Generations, David Carson, 1994), Star Trek: Primer contacto (Star Trek: First Contact, Jonathan Frakes, 1996), Star Trek: Insurrección (Star Trek: Insurrection, Jonathan Frakes, 1998), Star Trek: Némesis (Star Trek: Nemesis, Stuart Baird, 2002) y los dos largometrajes dirigidos por J.J. Abrams.