Paso en falso de Marvel
No todos los héroes son super”, reza el eslogan que los capitostes de Marvel Studios idearon para lanzar Agentes de S.H.I.E.L.D. (Agents of S.H.I.E.L.D., 2013-). Tirando de malicia, podríamos afirmar que tampoco todos los productos de Marvel son super, como demuestra este intento de desembarco en la ficción televisiva con una serie que promete mucho ruido pero, de momento, ofrece muy pocas e insípidas nueces.
Con Joss Whedon encumbrado en los altares de la compañía y de los fans más puristas de La Casa de las Ideas después de la jugada (casi) redonda que supuso Los Vengadores (The Avengers, 2012), el siguiente paso lógico en la bulímica estrategia de Marvel para saturar el mercado audiovisual con productos absurdamente caros y espectaculares —y, lo más importante desde su perspectiva industrial, absurdamente rentables—, era utilizar su nombre y su conocimiento del medio para que apadrinara la primera serie televisiva de la casa con personajes de carne y hueso. Sin embargo, el estilo del director de Serenity (íd., 2005) se intuye en los primeros capítulos, sobre todo en el cruce de géneros de la serie y en el diseño de algunos personajes, pero se diluye según va avanzando la primera temporada en la repetitiva estructura narrativa de la propuesta. Y no es casualidad, porque Whedon ha quedado relegado a mero supervisor del proyecto y en calidad de showrunners los verdaderos responsables son su hermano Jed y su cuñada Maurissa Tancharoen, cuyo única experiencia al respecto se reduce a, atención, Spartacus.
El inicio de Agents of S.H.I.E.L.D. nos sitúa en el anticlímax posterior a la batalla de Nueva York de Los Vengadores, con el agente Coulson redivivo sin explicación aparente después de su muerte a manos de Loki. Él está al mando de un comando de élite formado por un remedo de agente 007 que sabe seis idiomas pero tiene aspecto de no haber leído un libro en su vida, dos científicos postadolescentes a cual más geek, una mujer de acción a la que ya no le gusta la acción y una potencial enemiga convertida en fichaje de última hora: una improbable hacker perteneciente a un grupo antisistema llamado Marea Creciente que tiene todas las papeletas para convertirse en la típica heroína marca Whedon, pero bastante menos avispada y guerrera que Buffy, cazavampiros. Después de las presentaciones, llega la acción: diálogos ágiles y con chispa, un tipo de clase obrera despedido por culpa de la crisis y convertido en villano a su pesar, localizaciones exóticas por un tubo y el espíritu de los seriales de aventuras de toda la vida. Pero, pasado el piloto y algún que otro destello de originalidad en los capítulos posteriores (esa secuencia en Estocolmo con una veitena de tipos ataviados con máscaras y maletín, la secuencia de la pelea en el avión), la fórmula se revela como lo que realmente es: una pieza más en el gigantesco engranaje del Marvel Cinematic Universe, que sirve a la compañía como puente para conectar —y promocionar— las diversas tramas de las películas por venir (Capitán América: el soldado de invierno, Los Vengadores 2, etc.) y aprovechar el carisma del renacido agente Coulson, único personaje con cierto peso de la serie.
Como bien explicaba Tonio L. Alarcón en el especial de esta revista sobre Los vengadores, o Alejandro G. Calvo en su crítica de Thor: el mundo oscuro para Sensacine, lo que Marvel ha puesto en funcionamiento en los últimos años es un modelo industrial aparentemente imparable, que fabrica una tras otra películas de una calidad estimable pero, en su gran mayoría, carentes de carácter propio. “El borrado estilístico del director va supeditado hacia una eficiente y lustrosa marca-blanca”, argumenta Calvo. Y ahí es donde radica en mi opinión el verdadero problema de las últimas producciones de Marvel y de la que Agents of S.H.I.E.L.D. es su mejor ejemplo y extensión: están bien realizadas, tienen un ritmo vertiginoso y entretienen con suficiencia, pero su inocua puesta en escena y su falta de personalidad narrativa lastran considerablemente su impacto en un espectador que exija algo más que “pasar un buen rato”. Incluso bajo esta premisa poco exigente, en varias ocasiones la serie se acerca peligrosamente al aburrimiento o indiferencia del espectador y provoca la conclusión evidente: en un mercado tan competitivo y voraz como el de la televisión, mucho tienen que cambiar los índices de audiencia para que la renueven por una segunda temporada.
En los primeros capítulos de esta primera tanda, Coulson y los suyos viajan en su gigantesco avión (hermano pobre, como la serie, del portaaviones volador de Los Vengadores) a París, Malta, Suecia, Perú, China y Rusia; secuencias de acción pura se salpican con humor infantil y detalles de películas de espías; los personajes van tomando forma poco a poco a través de sus relaciones entre ellos… Pero se echa en falta, y no se entiende, la ausencia casi total de auténticos superhéroes y personajes del vasto universo Marvel (lo de Nick Fury es un simple cameo posterior a los créditos del segundo capítulo) y la vaguedad a la hora de presentar a los posibles villanos, en este caso la organización Centipede.
A la sucesión de escenas y diálogos, descubrimientos de nuevos artefactos alienígenas y casos extremos de vida o muerte le falta fuerza y empaque visual. Es como el trabajo de un eficiente y aburrido funcionario que, parapetado tras su escritorio y con actitud pesarosa, no es capaz de imprimir identidad alguna a lo que está tratando de plasmar en imágenes. Quizá el verdadero problema radica en que la serie la produce ABC, que busca un aséptico producto apto para todos los públicos, o que Marvel ha dado un paso en falso confiando en que todo lo que lleve el nombre de Whedon asociado va a ser bueno, bonito… y ¿barato?. La cuestión es que, cuantos más capítulos ve uno de la serie, con más ansiedad e impaciencia espera las cuatro miniseries con verdaderos superhéroes de la factoría Marvel que Netflix prepara para 2015.