De gigantes y enanos
Dice la máxima gramsciana que la crisis se da cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no puede nacer. Sin embargo, la facilidad con que políticos de todo signo emplean dicha frase debería alertarnos de cuán poco difiere la naturaleza de «lo nuevo» respecto a «lo viejo». Ambos aluden a estadios de consenso generalizado, útiles para mantener el statu quo y habilitar el pastoreo de la sociedad por élites democráticamente asumidas. La transición entre ambos incomoda sumamente: de ahí que, por ejemplo, a la revista Time le parezca más relevante la retórica popular del papa Francisco que el temblor de cimientos institucionales provocado por la renuncia de Ratzinger, o que, cuando en España cesa el ruido de las bombas, lo haga también la voz de la calle que supuestamente impedía oír.
En la industria del cine tampoco se premia la indefinición no calculada, como habrá aprendido Bryan Singer a raíz del batacazo en taquilla de Jack el caza gigantes (Jack the Giant Slayer) y su discreto respaldo crítico. Para su desgracia, el filme es uno de esos títulos bisagra entre diferentes maneras de entender el cine, ausentes de las listas de lo mejor y lo peor del año e invisibilizados a la espera de reivindicaciones oportunistas. Sin necesidad de esperar a una burbuja cinéfila que cotice al alza sus contadas virtudes, es este año 2013 el que pone su valor en relación a diversas crisis de consensos vigentes hasta nuestros días: en torno a su director, al relato y a la imagen.
La primera se gesta con el estreno de Superman Returns (2006), la cual rompió el idilio acrítico de gran parte de la prensa de entonces con un Bryan Singer crecido tras el éxito de X-Men (2000) y X2 (2003). El tiempo transcurrido desde la última incursión cinematográfica en el personaje, la añoranza de Christopher Reeve y, sobre todo, el escepticismo del mundo post-11S obligaban a una refundación estética y moral del universo Superman aún más profunda que la operada en el de la saga mutante. Singer no estuvo a la altura del reto y se topó con un fracaso que echaba por tierra la reputación de sus películas de Marvel, además de cortar amarras definitivamente con el culto a Sospechosos habituales (The Usual Suspects, 1995), una obra más deudora del guión de Christopher McQuarrie y de la solvencia de sus intérpretes que de su director.
Jack el caza gigantes llega siete años después, con un Bryan Singer curtido como productor de TV y sin un perfil de revolucionario del blockbuster —perdido entre arrogantes entrevistas durante la promoción de Valkiria (Valkyrie, 2008)— como el que ostentan Joss Whedon o Christopher Nolan. Irónicamente, la falta de expectativas concretas hace ahora el movimiento de Singer más arriesgado en un panorama audiovisual descentralizado, con franquicias y derivaciones de fenómenos sociológicos como únicos hitos luminosos para las rutas de comercialización.
Ello nos lleva a la segunda crisis planteada. ¿Qué historia merece la pena contar? La película bebe de dos cuentos de hadas diferentes, Jack y las habichuelas mágicas y Jack the Giant Killer. En el primero hay un elemento fantástico (la enorme planta que trepa hasta la casa del gigante) que ejerce un efecto disruptivo en la vida de Jack, el cual aprovecha la oportunidad para enriquecerse materialmente. Por el contrario, en el segundo lo importante es la habilidad del protagonista para vencer a formidables enemigos y convertirse en un héroe merecedor de su amada. Aparentemente el modelo favorecido por Singer es este último, con un protagonista noble de espíritu y pobre de condición (Nicholas Hoult), el cual ve recompensada su valentía con riquezas y (sobre todo) amor. Ello invita al enfoque de acción y aventura que se observa en Hansel & Gretel: Cazadores de brujas (Hansel & Gretel: Witch Hunters, Tommy Wirkola, 2013) o Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, Tim Burton, 2010), películas donde predomina la proyección ideal del yo (el héroe que transforma el mundo, canon capitalista) frente a la dramática (el mundo maravilloso que transforma al héroe, canon moralista).
¿Qué añade entonces Jack y las habichuelas mágicas a esta orientación individualista? A diferencia de otros más arraigados en valores tradicionales, la (no) moral de este cuento aportaría la mezquindad propia de las fantasías potterianas tan en boga, donde el protagonista es ungido con poderes exclusivos respecto a otros personajes, sin relación alguna con sus méritos acreditados. Singer, no obstante, descarta la legitimación del egoísmo e inventa una vía moral inexistente en el nivel literario, haciendo que dicha componente fantástica trascienda el ámbito de decisión del personaje… hasta permear la misma imagen.
A nadie con conciencia de lo que significan películas como Battleship (Peter Berg, 2012) o Sucker Punch (Zack Snyder, 2011) se le escapa la descomposición en tropos visuales prácticamente autónomos que está viviendo el relato cinematográfico. Ahora bien, frente a la narración como excusa de El Hobbit (The Hobbit: An Unexpected Journey, Peter Jackson, 2012) o Transformers: la venganza de los caídos (Transformers: Revenge of the Fallen, Michael Bay, 2009), algunos títulos han empezado a recuperar las posibilidades de la imagen para la creación de nuevos significados a partir de la representación de otros preexistentes. Ese es, por ejemplo, el papel arcilloso del cuento de hadas en Brave (Mark Andrews y Brenda Chapman, 2012) o Caperucita Roja (Red Riding Hood, Catherine Hardwicke, 2011).
En Jack el caza gigantes Singer da un paso más allá de la contención reflexiva de estos filmes y se aventura en el redescubrimiento de la fascinación, como ya hicieran Sam Raimi en Oz, un mundo de fantasía (Oz: The Great and Powerful, 2013) y Gore Verbinski en El llanero solitario (The Lone Ranger, 2013). Las escenas relativas a las plantas mágicas o al mundo de los gigantes, además de espectacularidad, implican la conciencia de un acervo legendario al servicio de las vidas de las personas que lo han heredado. Al igual que en la película de Verbinski, los vasos comunicantes entre Historia y leyenda se explicitan reconociendo a las imágenes su significado; es decir, la intuición de lo real detrás de lo percibido. No obstante y debido al proceso de evolución de nuestra conciencia cultural, dicha intuición no puede abarcar por completo el mito, sino solo aquellas partes aún conectadas con nuestro presente. En eso consiste la tercera y, en el fondo, única crisis con la que ha debido lidiar Bryan Singer, al igual que otros realizadores que han querido abarcar más fantasía de la que podía tolerar su público. Una crisis de la imagen que es una crisis de la conciencia.
Significativamente abundan las críticas hacia el aspecto poco realista de las criaturas, más propio de una cinta de animación. Pero los desubicados no son los gigantes, sino las aún más gigantescas proyecciones del ego de tantos enanos vitales, las cuales persisten en adulterar el espacio ficcional legítimo de la fantasía. De una vez por todas, lo viejo debe morir.