Los 47 Rōnin de la tabla redonda
Leyendo ‘La leyenda del samurái: 47 Rōnin’ desde su mito fundador
Ninguna leyenda puede pervivir virgen al tiempo. Según pasan años, no digamos décadas o siglos, las leyendas varían según los intereses de quienes las narran, asumiendo valores propios de la época en que están siendo re-creadas más que narradas; cualquier narración es re-creación y, aunque nos guste pensar en el remake como mal endémico propio de nuestro tiempo, sin atisbo similar en el pasado, desde el principio de los tiempos se vienen contando las mismas historias. Una y otra y otra vez. Las leyendas lo son porque funcionan y funcionan en tanto hablando de algo profundo, atávico incluso, sin por ello dejar de ser dúctiles; son standards narrativos que pueden adaptarse para dar forma según nuestros intereses. Tanto la originalidad como el respeto por el original, entendiendo por respeto la imposibilidad de cambiar una sola coma, es un absurdo, no por imposible, sino por inconveniente; una historia que nos contara algo absolutamente nuevo, nos hablaría de cosas ajenas a nosotros —incluso a lo desconocido penetramos desde lo conocido: los mitos lovecraftianos, paradigma de otredad, son proyecciones de los sentimientos oscuros de la humanidad; es imposible concebir algo nuevo— y, por extensión, no habría razón alguna por la cual sentir interés alguno. O en el peor de los casos, ni siquiera entenderlo.
En no pocas ocasiones, eventos ominosos acaban convirtiéndose en leyenda por las resonancias que adquiere como evento paradigmático del pensamiento de una época o un país. En el caso de los 47 Rōnin de Ako la historia sirve como paradigma del bushidō, el código ético samurái. La leyenda nos narra como 47 samuráis se convirtieron en rōnin, samuráis sin señor ni privilegios, a causa de la condena a muerte de su señor por intentar matar a un hombre que cometió un importante agravio hacia su personas; los cuarenta y siete se mantuvieron leales, esperando durante un año fingiendo haberse convertido en campesinos, para poder ejecutar al enemigo por el cual su maestro fue condenado. Cuando consiguieron darle muerte, se suicidaron todos ellos para ser enterrados junto con su señor. Aunque la historia pueda resultar absurda a ojos occidentales, pudiendo leerse como pura alienación, no lo es en realidad. Según el código del bushidō su comportamiento es ejemplar, sólo que en último término nuestro código no difiere demasiado del suyo: si asumimos que la justicia, el coraje, la benevolencia, la cortesía, la honestidad, el honor y la lealtad son virtudes que deseamos en nuestros semejantes, entonces comprenderemos por qué no es absurdo. Diferencia clásica entre «desear ser» y «ser»: el cinismo.
Por la ductibilidad de las leyendas, además de lo inapropiado de juzgarlas desde perspectivas ajenas, no debería extrañarnos que Hollywood haya decidido adaptar la leyenda. En tanto dúctiles, no debería extrañarnos que Hollywood haya encontrado puntos en común con nuestro pensamiento a través de los cuales poder adaptar la leyenda a nuestros tiempos. Adaptar, porque poco se parece a la original. Irónico resulta su desviación flagrante del relato original no para hacerla más occidental, más próxima al público, sino al contrario: refuerza los aspectos japoneses de leyenda, asumiendo códigos más comprensibles para el espectador occidental, pero reteniendo el sentido original nipón.
La versión de Carl Erik Rinsch asume la leyenda original como base para sí misma, aunque también otra cosa, algo más europeo: una leyenda de caballería. La introducción del mestizo como protagonista —en tanto mestizo gaijin, en tanto gaijin de herencia demoníaca: brujo—, la bruja malvada que desencadena la catástrofe, el caballero negro indestructible si no es a través de tretas y la aparición de seres mitológicos —en este caso, japoneses; desde el kyrin que derrotan al comienzo hasta los monjes tengu que les proveen de armas o el dragón chino que actúa como objeto de catarsis— hace del conjunto una historia que se circunscribe como lógica occidental: es épica germánica primitiva, con herencias evidentes de las leyendas artúricas. El cambio más importante dentro de la historia no es ya el motivo para la búsqueda de la venganza, que ha sido modificado para hacer intervenir la magia y no sólo el agravio —en un movimiento que lo consagra a la lógica de caballería, en cualquier caso—, sino el hecho de pervertir códigos para ajustarlos al nuevo paradigma.
Tan desconcertante como fascinante es que funciona. Aunque en la leyenda original ni hay mestizos ni magia ni criaturas mitológicas, menos aún oscuros planes de conquista territorial —en ese sentido, la leyenda original es más contemporánea: el agravio hacia el señor se produce porque éste mostró integridad al no querer sobornar a un funcionario del shōgun; vil metal aquel que el deber hace olvidar—, el resultado consigue conjugarlos en la estructura originaria de la leyenda. Leyenda que queda desdibujada sólo hasta cierto punto, porque todo detalle donde se desvía, incluso aquellos puntos donde más que detalles son claves centrales de la historia, consiguen ser re-configurados a través de otras formas.
¿Cual es entonces esa estructura básica compartida? Los siete momentos de lo que llamaremos «la estructura heroica del bushidō«: cortesía, honestidad, honor, coraje, benevolencia, justicia y lealtad.
La leyenda original nos narra la historia del daimyō de Ako, Asano, el cual se vio obligado a cometer seppuku por haber agredido a un alto funcionario judicial, Kira Kozukenosuke, en una sede gubernamental. No por capricho lo hizo, sino por buena razón: éste debía enseñarle los protocolos de la corte, cosa que no sólo se negó a hacer, sino que además lo ridiculizó como castigo por negarse éste a sobornarlo. Los 47 samuráis que tenía a cargo, o al menos 47 de cuantos tuviera, idearon un plan de venganza que consistía que asesinar a Kira; expectante de ver si buscarían venganza o ni siquiera justificaran su antiguo estatus como samuráis, los ahora ronin tomaron una determinación: unos se fueron de Ako y otros se quedaron, asumiendo trabajos del campesinado. Un año después, dejó de temer represalia alguna; los había derrotado moralmente, pensaba, y de confirmar tal falsa impresión se encargó Ōishi: abandonó a su mujer, se hizo con una concubina y se pasó día y noche entre alcohol y putas; un hombre que lo reconoció, borracho en la calle, lo pateó incluso. Nada podía convencer más al cruel Kira de su seguridad que ver hundido al noble Ōishi. Sólo la grave estupidez, quizás venida por exceso de orgullo, le pudo hacer creer que unos samuráis dejarían sin vengar a su señor; o dicho en llano, se cree el ladrón que todos son de su condición. Pasado ese año, donde por ya no temer se deshizo de gran parte de su guardia, todos los ronin volvieron a las armas y a Ako: asaltaron su casa por delante y por detrás, acabaron con toda su familia y Ōishi mató a Kira con la misma daga con la que su señor realizó seppuku. Después de aquello, ofrecieron la cabeza a la tumba de su señor, e hicieron también seppuku, siendo enterrados con este. No resulta difícil ver los diferentes momentos del bushidō caracterizados en esta leyenda. Comienza por la cortesía (Asano intenta aprender el protocolo de la corte), sigue con la honestidad (no admite tener que sobornar) y el honor (menos aún que le insulten, aunque eso le lleve al seppuku), sigue con el coraje (mantener su deseo de venganza pospuesto durante un año), la benevolencia (dejarse patear por un inferior), la justicia (vengar a su señor) y la lealtad (realizar seppuku por sus actos, por haber atentado contra las leyes del shōgun).
Del mismo modo, es posible seguir a través de ésta estructura mítica los acontecimientos narrados por su última versión fílmica —aunque para ello tendremos que tener en mente su añadir un subtexto inexistente en el original: la necesidad de aceptar la diferencia en su seno, al mestizo Kai—: comienza por la cortesía (Asano invita al shōgun y otros daimyō a unos juegos en Ako/acepta en su seno a un niño mestizo criado por tengus), sigue con la honestidad (asumir la culpa de los actos de sus subordinados) y el honor (aunque es engañado con magia, aceptar el seppuku por sus actos cometidos), sigue con el coraje (mantener su deseo de venganza pospuesto durante un año), la benevolencia (admitir la necesidad del mestizo para los samuráis), la justicia (vengar a su señor) y la lealtad (realizar seppuku por sus actos, que han atentado contra las leyes del shōgun).
No se puede negar la diferencia entre ambas historias, ya que en donde lo original pesaba lo dramático en la adaptación cobra vida la aventura y el romance. Aventura y romance inexistente en el original. Ahora bien, si funciona, es porque introduce elementos pero no rebaja el significado original, sino que introduce otros nuevos sin escamotear los anteriores: el viaje al bosque de los tengu, la magia o el romance prohibido son pura mitología medieval europea, pero ejercen la misma función que aquellos elementos que han sido omitidos. O para reforzar otros elementos antes inexistentes. Su código genético es mestizo, tanto por como aborda la narración como por el papel predominante de Kai: tiene forma de cuento de caballería, pero es una historia sobre el bushidō.
Quizás por eso le sientan tan bien las composiciones simétricas que trufan todo el metraje: es tan occidental como oriental, una combinación tan sui generis que sólo puede entenderse como ese mestizo tierra de nadie. Puro oriente destilado a través de la mirada de un caballero artúrico.