Las mejores de 2013

El resultado de nuestra encuesta a colaboradores y amigos. Todos los votos cuentan igual, con la única imposición de que sea cine estrenado comercialmente en España en 2013, ya sea en salas o en el mercado doméstico. Allá van, del 20 al 1…

20. Stoker (íd., Park Chan-wook)

No nos andemos por las ramas. Stoker es un ejemplo nada común de cómo un guion sin pies ni cabeza y una realización a la que no le importa nada ese guion, que se ríe de ese guion, pueden dar lugar a un artefacto fascinante, extraño, inaprensible, que parece tener un argumento aunque luego resulte difícil concretar cuál, y que se abandona a una expresividad deslumbrante que, sin embargo, habita siempre el rabillo del ojo. En Stoker hay discurso, hay referentes, y hay errores, como apuntó en su momento Álvaro Peña. Pero a mí eso me da igual. Me basta con un plano: la panorámica circular que sigue de cerca el cinturón de Charles (Matthew Goode) mientras este se lo quita para estrangular a Gwendolyn (Jacki Weaver). Un plano obsceno, impúdico, capaz de hacer eclosionar en un cine uno de esos silencios colectivos en los que se entreveran pupilas dilatadas y bocas entreabiertas.

Diego Salgado

19. Lincoln (íd., Steven Spielberg)

Tiene uno querencia por las películas de cineastas con personalidad que se han olvidado un poco en ellas de que la tienen. Como Invictus (íd., Clint Eastwood, 2009). Como El escritor (The Ghost Writer. Roman Polanski, 2010). Como Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tattoo. David Fincher, 2011). Como Lincoln. Una propuesta interesante en cualquier caso por cuanto nos describe con minuciosidad —justo cuando cualquiera con un mínimo de cerebro o de dignidad ha dado la política, esta política, por muerta— de qué polvos vienen estos lodos; por qué nos ha convenido que los fines justifiquen nuestros medios; y las maneras untuosas, mafiosas, con que el capitalismo democrático nos ha vendido ciertos ideales de progreso. Un poco lo que ha hecho el propio Steven Spielberg últimamente: vendernos en nombre del cine y hasta del clasicismo, en Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull. 2008), Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (The Adventures of Tintin. 2011) o Caballo de batalla (War Horse. 2011), lo que no han sido sino aspavientos, estilemas, amaneramientos. La nada. En Lincoln, Spielberg delata que es Spielberg en cada plano, pero cómodo tras los mapas, los escaños y los cortinajes. No disfrazado de Lincoln. Y eso está bien, porque nos permite apreciar la película en lo mucho que vale, no por lo que dictan sus títulos de crédito. «Los travellings vertiginosos y los planos expresionistas dan paso a una cámara que se desplaza lenta, casi perezosamente, como si se reconociera incapaz más que de ir a la zaga del espíritu libre ante ella» (Álvaro Peña).

D.S.

18. La caza (Jagten, Thomas Vinterberg)

Para percibir la abyección de la que son capaces los seres humanos, no hay que esperar a un apocalipsis nuclear. Basta con observar atentamente las interacciones en las redes sociales. La caza tendrá tres tipos de espectadores. Los que constaten en sus imágenes lo que grita a los cuatro vientos el día día y ellos han sabido escuchar, que las personas normales y corrientes son basura. Los que lo descubrirán; porque tienen doce años, o porque hasta entonces creían que todo el mundo —léase: ellos— era bondadoso, y despertarán y considerarán La caza lo más duro y revelador que hayan visto nunca. Y los que leerán el argumento de la película y la verán de medio lado, como si no fuera con ellos, porque sospechan que va totalmente con ellos. Me equivoco. También hay un cuarto tipo de espectadores. Los que no solo no verán La caza, advertidos por un instinto zorruno, sino que pasarán a poner en su punto de mira cabal, bonancible, comedido, a quienes la han entendido y los han entendido. Sí, así son los seres humanos normales y corrientes. «El grupo y su fuerza contra el individuo y su debilidad» (Israel De Francisco).

D.S.

17. Gravity (íd., Alfonso Cuarón)

El largo plano secuencia que inicia esta película y del que tanto se ha hablado, indudablemente está muy bien rodado, pero sería un demérito para la obra, para el creador y para sus intérpretes centrar sus virtudes, que las tiene, en el apartado técnico. Gravity es una película ponzoñosamente claustrofóbica, de las que desasosiega de verdad. El impagable momento onírico tan necesario como descanso, y tan bien resuelto, es solo el preludio a uno de los finales más intensos que recuerdo en una sala en tiempo. Nunca he fumado, excepto de forma pasiva, algo de lo que he abusado bastante en el pasado, pero cuando salí del cine tras una experiencia así hubiese aceptado de buen grado un cigarrillo. No la vi en 3D, por cierto.

Sergio Vargas

16. La noche más oscura (Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow)

Kathryn Bigelow siempre se ha caracterizado por ser una cineasta de músculo, donde el gesto prevalece sobre la idea. La noche más oscura es casi una película imposible en la que la verdad se balancea peligrosamente sobre la cuerda de la ficción; donde esa fantasmagoría contemporánea que representó la caza de Osama Bin Laden le echa un pulso al thriller con vocación de escrutar su presente. Un filme donde la realidad supera a una ficción que, asmática, no puede cumplir con su obligación de dar caza al mayor enemigo del mundo porque en verdad no sabe dónde encontrarlo.

Óscar Brox

15. En otro paísDa-reun na-ra-e-suh (In Another Country), Hong Sang-soo—

Planteaba nuestro compañero Aurelio Medina en su crítica de la primera película de Hong Sang-soo estrenada en España, que el cine del director surcoreano «parece volver siempre sobre sí mismo, reescribir historias del pasado […] los personajes solitarios, en crisis personal o creativa, parecen estar transitando siempre por la misma película»; cualidades que hacen de sus realizaciones borradores evidentes de la novela en marcha que es su propio universo creativo. Por eso, la protagonista real de En otro país es la guionista que empieza a escribir sobre una realizadora francesa para olvidar sus problemas, erigiéndose Isabelle Huppert únicamente en rostro visible de una digresión metacinematográfica en torno a lo arbitrario de la existencia y la posibilidad de crecer vital y artísticamente a partir de tal constatación. Las obras de Hong Sang-soo podrían ser tachadas de nimias e intercambiables. Pero no cabe entender esto como reproche, sino como síntoma de una conciencia lúcida a la hora de afrontar el cine.

D.S.

14. El atlas de las nubes (Cloud Atlas, Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski)

Los hermanos Wachowski y el alemán Tom Tykwer han unido sus fuerzas repartiéndose la titánica tarea de dirigir una obra como esta. El atlas de las nubes es una maravillosa película de casi tres horas de duración que, de forma ambiciosa, dando vida a la novela de David Mitchell a través de seis momentos que abarcan varios siglos de la historia de la humanidad (con un notable uso del montaje que coordina todas ellas alternativamente sin bajones perceptibles de ritmo) con pequeños nexos de unión, más allá de unos personajes que podrían ser (y en casos lo son) descendientes de otros, en forma de comedia, de película de acción, de aventuras, de drama, de thriller, aborda temas como la genialidad de la creación, el amor eterno, los tabúes en las sociedades supuestamente civilizadas, pero donde el principal es la esclavitud. La de ayer, pero también la de de hoy, la esclavitud de la raza humana, o de la mayor parte de ella, que será la de mañana y la de siempre si no cambian mucho las cosas. ¿Es posible una (r)evolución?

S.V.

13. Mud (íd., Jeff Nichols)

La inocencia de los niños no es más que un placer culpable. Un pacto tácito con el futuro, una manera de tener una patria donde compusimos los himnos y los estatutos hacia/para/por el recuerdo. Por eso el punto de vista que adopta Jeff Nichols en su tercera película es el de Ellis, un joven con 14 años en el justo momento de despertar del sueño americano para ingresar en la pesadilla telúrica de su propia condición. Con ecos de Mark Twain, con aroma a las películas antiguas con las que crecíamos cada sábado por la tarde, Mud es un ejemplo esencial de clasicismo cinematográfico redivivo y de ese nuevo género que está empezando a arrancar con bastante éxito artístico: películas sucias con Matthew McConaughey loco.

Manuel Ortega

12. Django desencadenado (Django Unchained, Quentin Tarantino)

Siempre me ha encantado el cine de Tarantino, pero reconozco que, a pesar de que para muchos ya perdió su encanto después de Pulp Fiction, disfruto como el que más con su última etapa, en la que la venganza es el motor de todas y cada una de sus películas (Kill Bill, Death Proof, Malditos Bastardos y el Django desencadenado que nos ocupa). Es uno de mis temas favoritos (incluso en la ficción), y cuando lo desarrolla un genio como el director de Reservoir Dogs es un deseo cumplido más. Tarantino sigue rodando mejor que casi cualquiera y aunque sus detractores sigan tipificándolo como un mero DJ cinematográfico lo cierto es que Django desencadenado para mí es una obra maestra incontestable y representa una de las películas más originales, sí, y rompedoras de este año que dejamos atrás.

S.V.

10. Tabú (íd., Miguel Gomes)

Gomes juega siempre sus cartas como un maestro que ha aprendido a jugar solo, sin la ayuda de nadie. Sus películas sorprenden porque no necesita marcar los naipes, ni señalizar la jugada, ni hacer un guiño ni al pasado ni al presente cinematográfico. Es autónomo, autosuficiente, autor. De los de verdad, de los de la hago a morir sin arriesgar la sonrisa. En Tabú, su película más ambiciosa y a la vez más recatada, el joven director portugués nos plantea la geografía mental del purgatorio, la melancólica capacidad del espectador para componer paraísos y el infierno candente y subyugante de vivir perseguido y enfrentado a tu corazón, actos y deseos. Y de lo personal a lo universal, desencadenar una guerra colonial, apostar el honor a la lotería y dejarse masticar por los cocodrilos guardianes de nuestros pantanos mentales. El safari interior del deseo, la afonía proverbial de la memoria, el vivir en el edén y beneficiarse a la mujer embarazada de nuestro mejor amigo. Destruir el paraíso, arrasar la humanidad, ser kamikaze moral de la civilización occidental y de la selva virgen.

M.O.

10. The Act of Killing (íd., Joshua Oppenheimer)

Era de esperar que este documental de Joshua Oppenheimer y Christine Cynn figurase entre las mejores películas de 2013 para los colaboradores y amigos de Miradas de Cine: su estreno en agosto propició hasta tres artículos en la publicación, obra de José Francisco MonteroÁlvaro Peña y Borja Vargas Llopis. Resulta difícil añadir nada interesante a los mismos o a la reflexión que otro colaborador de la revista, Roberto Morato, compartía en su cuenta de Twitter: «Termino de ver The Act of Killing con la constancia de que no estamos muy alejados del panorama moral presentado en la película». Limitémonos por tanto a subrayar que, pese a su arritmia y sus redundancias, el acercamiento de Oppenheimer y Cynn a Anwar Congo y demás asesinos de comunistas indonesios en los años sesenta, un acercamiento que incluye la recreación en clave cinéfila de los crímenes por parte de los propios verdugos ¡y sus víctimas!, alberga algunas de las observaciones sobre la imagen, y sobre su interacción con los espectadores y lo consensuado como real, más agudas y honestas vistas en años. Hasta el punto de que la película podría ejercer sin complejos como réplica a ese monumento a la impostura moral titulado Shoah (Claude Lanzmann, 1985).

D.S.

9. La vida de Adele (La vie d’Adele, Abdellatif Kechiche)

A veces cuesta encontrar las pequeñas emociones en una historia. La de Adèle abarca ese tránsito siempre confuso entre la última adolescencia y los primeros pasos de la edad adulta. Su director, Abdellatif Kechiche, planta la cámara a ras de piel, en busca de cada sentimiento que se arremolina sobre su protagonista, consciente de la importancia que tiene cada cosa cuando las vives por primera vez. El deseo es el engranaje interno que mueve a la película, el que extirpa los tiempos muertos —donde reside la vida y lo cotidiano— y potencia un amor al límite, tan doloroso que parece una herida siempre abierta. Tan doloroso, sí, que incluso las largas escenas de sexo, las caricias, arrumacos y besos furtivos se pierden en el tiempo, como etapas de una carrera que siempre quemamos demasiado rápido. En el vértigo entre el amor y la vida.

O.B.

8. To the Wonder (íd., Terrence Malick)

El amor, la fe, la fe en el amor y el amor a la fe. Todos sinónimos, todos humanos, todos brillantes o por su ausencia o por estar presentes, todos como nosotros o como ninguno. Nadie como Malick. Nadie como el puto Malick para hacernos comulgar con ruedas de molino, aunque estas no aparezcan en ninguno de los embriagadores parajes de esta película borracha, bella como una batalla y contundente como un abrazo. Son gigantes, Terrence, son gigantes pero con pies del barro con el que nos hicieron, con el que nos moldearon, con el que nos enterrarán. Del mismo con el que se construye esta película, extrema e inquietante, bella y huidiza, rara avis eterna sin compromiso de permanencia ni ofertas de bienvenida. Solo cine mayúsculo e imperecedero no apto para críticos con fecha de caducidad.

M.O.

6. Amor (Amour; Michael Haneke)

La emocionalmente brutal secuencia en que Eva (Isabelle Huppert) propone a su padre (Jean-Louis Trintignant) “hablar seriamente” muestra el problema de la imposible comunicación dentro de la familia protagonista, en este caso particular no trasladable a cualquier ámbito. Violencia emocional para la que Haneke pulsa teclas parecidas a las que tocaba Bergman en Gritos y susurros (1972) o Sonata de otoño (1978). Dura, fría, evidentemente provocadora, Amor busca incomodar al espectador enfrentándole a sus propios miedos y exhibiendo la hipocresía de la que nadie está a salvo. Poner existencialismo, pesimismo y realismo sobre una misma línea que se utiliza para sacar de sus casillas a unos cuantos, y si además quien lo cuenta es un “burgués”, por utilizar el calificativo habitual al hablar de este director, duele un poquito más, porque, en un alarde de autoconciencia y autosuficiencia en el que coincide mucho con Lars Von Trier, Haneke parece decir que al menos lo reconoce y lo acepta, y tú que te picas, no.

S.V.

6. Spring Breakers (íd., Harmony Korine)

Harmony Korine creció cinematográficamente amamantado por Larry Clark, el cineasta que le enseñó a mirar y entender la belleza de esas comunidades reducidas donde los adolescentes construyen, desde el sexo y las adicciones, sus propios mundos a resguardo de la mirada adulta. Ahora que Korine ha abandonado el angst adolescente y se acerca a la madurez, su cine se ha sumergido en una experiencia sensorial más elemental que profunda. Spring Breakers es una película de gestos e imágenes, de sonidos y sensaciones, torpe y arrítmica, bella y estrambótica, conservadora y a ratos libre; un autorretrato de su creador, entre la parodia y el amor hacia unas criaturas, ex estrellas infantiles, por las que siente una ternura infinita. Un filme en el que por mucho que suene Skrillex descubres que eres más de Britney Spears.

O.B.

5. Solo Dios perdona (Only God Forgives, Nicolas Winding Refn)

Nicolas Winding Refn ha hecho del thriller una huida hacia ninguna parte en la que sus antihéroes, como animales arrinconados, aguardan su destino hasta el último aliento. Solo Dios perdona es el punto omega de esa manera de entender el género, la sublimación del thriller en forma de aventura sensorial. Atrapados en un Bangkok onírico, los personajes se convierten en fantasmas de aquello que alguna vez fueron, presencias ausentes que languidecen entre silencios, secretos y traumas que se han hundido hasta el tuétano. Así, Refn convierte un psicodrama familiar en una historia de violencia desbocada, donde cada plano es un sueño que conecta el relato con sus implicaciones psicoanalíticas y cada cliché es una herramienta para violar de una vez por todas al thriller.

O.B.

4. Antes del anochecer (Before Sunset, Richard Linklater)

No hay muchos cineastas que permitan al espectador vivir y crecer en una misma historia durante casi dos décadas. Aprender y madurar, encontrar y perder, enamorarse y decepcionarse, regresar y no dejar de estar ahí, hablar y escuchar, pero sobre todo sentir cómo ese tiempo que pasa se injerta en nuestras experiencias vitales. Richard Linklater ha tardado dieciocho años en contar la vida de Jesse y Céline en un periplo que no solo describe la madurez de sus personajes, también la de sus artífices. Quizá Antes del anochecer carezca de la frescura de sus predecesoras, en las que las réplicas se hilvanaban con la misma naturalidad con la que hablamos tú y yo; quizá, simplemente, nos hacemos mayores, el tiempo pasa y perdemos esa confianza que teníamos cuando éramos jóvenes y sabíamos decirnos las cosas hasta con el mínimo gesto. Que su última película nos pille a pie cambiado no tiene por qué ser algo malo. Simplemente, nosotros también hemos cambiado y ahora empezamos a percibirlo.

O.B.

3. La gran belleza (La grande bellezza, Paolo Sorrentino)

Esta película, que inevitablemente nos remite a Fellini y también a Antonioni, narra el proceso que sigue el periodista Jep (Toni Servillo) (que escribió su única novela, todo un éxito, cuarenta años atrás), en su madurez tardía, en busca de un sentido a su existencia. La hipnótica secuencia inicial donde se narra un día habitual en la vida de Jep, que no es sino una de sus noches típicas porque la luz solar le invita a dormir, aunque no sea precisamente un vampiro, nos sumerge de lleno en un mundo tan atractivo en las formas como superficial en el fondo, y del que Jep no puede evitar sentirse parte importante. Cuando descubre que en un momento de su vida como ese lo que no puede permitirse es perder el tiempo, comenzará su busqueda de “la gran belleza”, bien enterrada en su pasado.

S.V.

2. The Lords of Salem (íd., Rob Zombie)

Si To the Wonder es la belleza y la búsqueda de la misma, The Lords of Salem es su cara B, los pisos oscuros, los trabajos nocturnos, la soledad, aunque buscada, permanente, el encuentro con la tinieblas del día a día. Lo que huele a nosotros mismos demasiado, lo que se cierne sobre la inconsistencia de nuestra propia existencia. Llegados a este punto, ¿por qué no dejarnos arrastrar por el mal ya que el bien nunca llega o es una mierda para controlarnos?¿por qué no engendrar en nuestras entrañas algo malo que nos sobreviva? Rob Zombie pare su gran obra (aunque tal vez no su mujer película) sin cesárea y con años de adelanto, con un satánico y blasfemo soliloquio, independiente y personal, sin peajes ni caramelitos (en esto también se parece a Malick), que no nos toma ni por idiotas, ni por santos. Una meridiana apología del terrorismo interno de cada uno, que nos deja libre para plantearnos los conceptos que construyen nuestras creencias heredadas. Una obra venenosa y apasionante que edifica su andamiaje con premura e inteligencia para hacerlo saltar todo por los aíres en el último tramo. Incluido a los espectadores, incluido a los fanáticos de cierto cine que se sienten incómodos cuando se les saca de su zona de comfort. Que el demonio se los folle.

M.O.

1. The Master (íd., Paul Thomas Anderson)

Podía parecer obvio pero una película tan enorme como The Master es merecedora de cualquier honor que se le confiera. Y es verdad que a lo mejor no hay sexo explícito entre adolescentes con los pelos azules o que no se rodó de tapadillo en una isla griega con la aquiescencia de la cinefilia más autorreferencial. Tampoco Anderson puso en peligro su vida al grabar a gente peligrosa descubriendo ante todos sus crímenes y su impunidad, ni arriesgó la continuidad de su obra al dejarse poseer por el espíritu de Fellini en un camino, tal vez, de no retorno. No volvió loco a los jóvenes más locuelos de la crítica con bikinis de triples lecturas y princesas disney, ni desnudó su estilo para encontrarse en Bangkok huyendo de la chaqueta (un poco pija) de escorpión de su propio éxito. Ni siquiera consiguió la militancia cinéfilo-satánica que si conquistó Rob Zombie. Simplemente hizo el milagro de afrontar nuevamente la gran novela americana cámara en ristre y con el pene fuera. Poco más y todo eso. Cine con mayúscula, hipnótico, polimorfo, sublime, distante, de una exigencia y un rigor enfermizo a la hora de afrontar su propias estrategias y de dirimir sus catarsis. De dejar libre el pensamiento. De atraparte como una secta.

M.O.