Lo viejo y lo nuevo

Cine comercial y la Alternativa 2013

Nuestras pantallas

Me permitiré estas miradas de edición anual, esta ojeada sansilvestrina, para lanzar una diatriba, hacer catarsis, del state of the art en lo que a la exhibición (producción/distribución) cinematográfica se refiere en nuestro país. Me dejaré llevar por los más bajos instintos y mis filias, así que estoy dispuesto a recibir burlas o improperios a posteriori. Lo cierto es que me siento ofendido. No sé si la causa son las elevadas tasas a pagar por los distribuidores independientes para adquirir los derechos de exhibición de una película, a las que habrá que sumar publicidad y doblaje o subtitulado (desgraciadamente con mucha menor frecuencia). No sé si será la escasa visión de futuro ante un mercado cambiante de un conjunto de empresarios que (entre el botiguer pequeñoburgués y la cinefilia) han visto naufragar su negocio no tanto a expensas de la piratería audiovisual como de nuevas formas de diversión, sean los videojuegos o el streaming. Tal vez los mayores responsables sean los lobbies industriales que han sacrificado la calidad y la imaginación (la imaginación en verdad creativa) por una rápida rentabilidad (que se mide, en buena parte, por los ingresos del primer fin de semana) y que con la alianza de ciertos distribuidores y exhibidores han hundido el mercado. Si miramos ahora la cartelera barcelonesa, por ejemplo, encontraremos a 12 años de esclavitud (12 Years Slave, S. McQueen, 2013), obra antiesclavista y pro Oscar, en 13 salas, Blue Jasmine (íd., W. Allen, 2013) en 10 (aproximadamente las mismas), y a los enanos y princesas invadiendo 16 salas, más de la mitad de las existentes (El hobbit, la desolación de Smaug; The Hobbit: The Desolation of Smaug, P. Jackson, 2013; Frozen, el reino de hielo; Frozen, C. Buck, 2013), ambas buscando su tesoro particular, De tal padre tal hijo (Soshite chichi ni naru, H. Kore Eda, 2013), obra japonesa pero accesible narrativa y estéticamente para todos los públicos, se exhibe sólo en 2 salas a horarios alternos, Gente en sitios (J. Cavestany, 2013), obra surrealista sobre una sociedad que lo es cada vez más, y Ernest y Celestine (Ernest et Celestine, B. Renner, S. Aubier, V. Patar, 2012), el mejor largo animado estrenado este año, en una única sala. Son sólo algunos ejemplos aislados pero que deberían hacer pensar a todos que ni la piratería ni la escandalosa aplicación del IVA a la cultura en general son los únicos motivos de la disminución de público en las salas o de salas en las ciudades…

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Un último culpable. La crítica, tan encerrada en su torre de marfil como, en ocasiones arbitraria en sus declaraciones. Hay consenso mayoritario en las listas top ten de cada año, especialmente si se amplían a veinte propuestas. No coincidirán las primeras pero suelen coincidir el 50% de las diez mejores en muchas listas. Sin embargo, hay sesgos importantes, tanto nacionales (baste ver las listas de Cahiers du Cinema o Film comment, por ejemplo, respectivamente francófila o pro yanqui) como de filias editoriales, tal vez vinculadas a la edad media de los redactores en una u otra publicación, tal vez dependientes en ocasiones de la publicidad (en el caso de Miradas la primera situación es posible, afortunadamente no la segunda). Y hay, también, incoherencias. Por ejemplo, la misma crítica que linchó a Gus van Sant por su remake de Psicosis (Psycho, A. Hitchcock, 1960 ; G. Van Sant, 1998) alaba a Yoji Yamada que prácticamente copia Cuentos de Tokio (Tokio monogatari, Y. Ozu, 1953) con la excusa del homenaje, por supuesto) en Una familia de Tokio (Tokio Kazoku, 2013). Si el motivo es necesitar un chivo expiatorio de modo periódico o descubrir una gran obra en un festival es intrascendente; aquello que trasciende, si tenemos memoria, es la gratuidad de determinados comentarios.

La Alternativa. Cine (in)dependiente

Y si he sido tan duro con los estrenos no es sólo por su irregular calidad. Es, en parte, porque los árboles no nos dejan ver el bosque. Aviones (Planes, K. Hall, 2013) no es sino una burda copia de una pobre propuesta, Cars (J. Lasseter, J. Ranft, 2006), que ya tuviera una lamentable secuela (Cars 2, J. Lasseter, B. Lewis, 2011). Turbo (D. Soren, 2013) es a su vez, un remake de ambas… Y todas ellas, como ahora la citada Frozen, ocuparon un gran número de salas limitando la posible exhibición de otras obras de mucho mayor calidad (como sería el caso de la referida Ernest y Celestine). La pregunta pasaría a ser, entonces, si hay tantas obras que merezcan mayor atención. Y la respuesta es por supuesto. De obras estrenadas que quedaron semiocultas en la cartelera como fueron casos tan dispares de Traición (Izmena, K. Serebrenikov, 2012), Después de mayo (Apres mai, O. Assayas, 2012), Bienvenidos al fin del mundo (World’s End, E. Wright, 2013), Tabu (M. Gomes, 2012), Erase una vez en Anatolia (Bir zamanlar Anadolu’da, N. B. Ceylan, 2011) o Star Trek: En la oscuridad (Star Trek: into Darkness, J.J. Abrams, 2013). O de tantas obras no estrenadas a las que me refiero en mi momento elegido y que ahora no repetiré. Y aquí tenemos el papel de los festivales y aquí y ahora merece la pena romper una lanza por proyectos tan destacables como la Alternativa, Festival de Cinema Independent de Barcelona, que llegó a su edición vigésima con obras notabilísimas y gran vitalidad. Porque la Alternativa no se limita a exhibir un conjunto de proyectos de escuelas o particulares con difícil o nula salida comercial ni se limita a exhibir durante 6 días cortometrajes de orígenes, texturas y objetivos muy diversos pero de gran calidad sino que se arriesga en buscar lo Nuevo. Si nos planteamos que el cine moderno se agotó y que el post moderno alcanzó sus límites, no debemos, como espectadores, conformarnos con constantes revisiones de lo viejo, una y otra vez. Linklater, Allen, Jarmusch o Abrams siguen trabajando con habilidad y grandes resultados en fórmulas ya conocidas pero la mayoría de los productos se quedan en lo Viejo. Serebrenikov, Gomes, Anderson y otros van explorando la imagen, los ángulos de la puesta de escena, del off, las evocaciones y las modificaciones de la narración. En un Festival (así, en mayúsculas) como la Alternativa podemos encontrar buena parte de esa búsqueda que queda abandonada, lamentablemente, en los márgenes de la exhibición. Cine independiente en su concepción, dependiente del azar y de festivales como éste, para su visionado público. Tuve en esta ocasión, la oportunidad de ver tres grandes obras, dos de las cuales aparecen en buena parte de los listados top ten internacionales.

Leviathan (L. Castaing Taylor, V. Paravel, 2012) ha sido una de las sensaciones del año en los circuitos off-off. Una cámara con vida propia viaja en la noche de un barco pesquero, saltando de babor a estribor, del puente al surco trazado por la nave, de las redes, a sus agónicos prisioneros, de estos a los cuchillos que les decapitan y trocean antes de congelarlos. Leviathan es una sorprendente incursión del video arte en el cine cómo lo entendemos mayoritariamente. Una fascinante incursión que nos lleva de los alucinados ojos de peces y calamares que topan con la cámara y el foco que les ilumina a una lado de la quilla del barco a esos otros ojos vacíos de peces a punto de ser manufacturados. Un ejercicio de estilo brillante, apabullante, que se mezcla con el documental. Sonará a boutade, a vacilada, pero a mí esta interesante y arriesgada obra me pareció insuficiente. En su mezcla de ensayo y documental, se me queda corta. Quiero más de lo mismo en mi masoquismo cinematográfico y siento un desequilibrio entre la danza de la cámara y las secuencias reposadas del descanso de los marinos, que se me antojan demasiado breves. Echaría la carne en el asador con un director’s cut de varias horas al estilo de West of the Tracks (Tie Xi Q,W. Bing, 2003), aquella obra de 9 horas que documentaba el desmantelamiento de una ciudad industrial a la vez que reseguía con la cámara máquinas y raíles.

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Museum Hours (J. Cohen, 2012) es una sutil obra sobre la amistad, sobre el arte y sobre las relaciones humanas. La historia de un vigilante del museo de arte de Viena y la breve relación que establece con una canadiense venida a visitar una vieja amiga, ahora en coma en un hospital. Ambos rellenan horas muertas, recorren “no espacios” y les insuflan significado y vida con sus comentarios personales. Cohen nos habla de la vida, de cómo se desarrolla en ramificaciones inesperadas, de cómo nos obliga a evolucionar, a definirnos, a adaptarnos. Cuida a sus solitarios personajes y les trata con respeto, dejando que expliquen sus historias, permitiéndonos ver pedazos de vida. Y, además, se permite un juego con los cuadros, con el arte. Nos lleva a relacionarnos con Brueghel y con los clásicos aunque, básicamente, recurre al arte y a la imagen pictórico para que contemplemos la actitud ante la misma, la interrelación que establecemos con ella y los estímulos que el arte puede conllevar. Una gran obra que podría, perfectamente, estar en cartelera comercial.

36 (N. Thamrongrattanaritt, 2012) es la más breve de las tres. En poco más de una hora, con delicadeza, se nos presenta una historia de tres o cuatro personajes, de sus aspiraciones, sus deseos y sus frustraciones. Pero también nos habla de la memoria, de cómo recordamos y cómo olvidamos y de cómo la imagen grabada (fotografía o video mediatiza y condiciona nuestra memoria). Es la historia de una fotógrafa de localizaciones cinematográficas cuya vida se estructura según las imágenes que ha captado y que ve desaparecer sus recuerdos en la pérdida o borrado de un disco duro. Estructurada en 36 planos secuencia, algunos muy breves, la obra se basa tanto en la elipsis como en el fuera de campo, obligando al espectador a rellenar los huecos en la misma manera que la protagonista debe hacer. Puede parecer a primera vista una obra menor pero, en realidad, es una pequeña joya.

Son obras que investigan el lenguaje cinematográfico pero que lo hacen de modo asequible si no a todos los públicos sí a sectores del mismo —como lo serían también otras obras vistas en la Alternativa como Tzevetanka (Y. Tabakov, 2012) o It’s Such a Beautiful Day (D. Hertzfeldt, 2012)—. Por el momento las posibilidades de estreno comercial de cualquiera de ellas son ínfimas pero, del mismo modo, que la Alternativa hace cada año, nuestra obligación como amantes de este arte es reivindicar este Nuevo cine, compatible por lo menos con un imperante viejo sistema.