La plaga

¿La fórmula de la vida?

¿Qué tienen en común un moldavo luchador de grecoromana, una octogenaria al final de sus días, un Pagés a contracorriente, una puta triste y una filipina? ¿Qué tienen en común entre ellos y con todos nosotros? ¿Qué tienen en común campo y ciudad? ¿Qué es aquello que está entre el campo y la ciudad? La periferia, un “no lugar”, la zona tampón, la franja gris… la vida real, tal vez, desprovista de aditivos, con sus vacíos, sus incertidumbres, su soledad…

Neus Ballús es de Mollet, una ciudad industrial y, también, una ciudad dormitorio a las afueras de Barcelona. Una zona más lejana, con un gran núcleo urbano, pero semejante en algunas áreas a la mostrada en Petit Indi (M. Recha, 2009). Una urbe que pugna por determinar su propia identidad, en el pasado y en el futuro. Gàllecs es una parte de este “no lugar” que ha sobrevivido a un destino incierto. Zona agrícola, muchos de sus habitantes fueron desterrados en los 60 con la finalidad de construir una gran ciudad dormitorio. El proyecto nunca se llevó a cabo y Gàllecs, azares del destino, devino décadas después un parque agrario en el que se sigue cultivando, como antes del fallido proyecto. La plaga viene a ser una metonimia. Neus toma a sus habitantes como esencia de un lugar superviviente y retrata a través de sus pequeñas historias un mundo que se resiste a morir, un grupo de personas que se resisten a una derrota vital. La enérgica Rosemarie, emigrante filipina que cuida ancianos en una residencia. Raúl, el agricultor part time que quiere mantenerse fiel al cultivo ecológico y prefiere renunciar a una cosecha antes que sulfatar. Juri, moldavo, ayudante del anterior cuyo objetivo es conseguir ganar el campeonato. Maribel, la prostituta que ejerce en un camino dónde nunca pasan clientes. Y, por encima de todos, la enérgica Maria Ros, anciana habitante del territorio de Gàllecs a quien una avanzada cifosis e insuficiencia cardiaca fuerzan a una residencia geriátrica. Todos ellos son seguidos, contemplados, acariciados, cohabitados, por Neus Ballús y su equipo en un rodaje que llevó cuatro años, dos de los cuales dedicados al contacto con los personajes y otros a la obtención de material útil para el producto final.

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La plaga es uno de los resultados del Máster de documental de creación que auspicia la Universitat Pompeu Fabra (UPF), siguiendo los pasos de Jose Luis Guerín, Isaki Lacuesta o Mercedes Alvarez. El resultado, como en casos previos, tiene el mérito de presentar, de indagar, en esos resquicios de vida, en esas zonas de sombra, que raramente son contemplados en el cine. Incluso que ignoramos a nuestro alrededor en el día a día. Y de hacerlo evitando la molesta sensación de neutralidad que desprenden los reportajes sociales. Hay un gran esfuerzo de inmersión en la vida de los personajes y un gran trabajo de campo que Ballús (y Domi Parra como co montadora y Pau Subirós como productor) consigue reflejar en la pantalla. La frustración de Raúl ante la pérdida de la cosecha o las acusaciones de su madre de perder el tiempo en el campo, el ir y venir por un camino que no parece llevar a ninguna parte o, sobre todo, las escenas con Maria (enfermada durante el rodaje, lo que obligó a cambiar los planes e introducir el personaje de Rosemarie, y fallecida al final del mismo) son auténticos retazos de vida. Los comentarios de la anciana, sus discusiones con la cuidadora o la bella secuencia en la que, en silencio, sonriendo con ojos y boca, come un bombón servido por la filipina son el meritorio resultado de la obra de Ballús y de la estrategia del documental de creación.

Hay sin embargo un pero. Desprovisto de las múltiples lecturas referenciales de las obras de Guerín o de la poesía de Lacuesta, la fórmula del documental creativo corre el riesgo de ser insuficiente. Cierto que permite ahondar en la superficie, que bucea en ámbitos poco contemplados, que aborda y muestra sentimientos. Pero la complejidad de la apuesta, el gran volumen de información recogida, no tienen una correspondencia eficiente en el resultado. Aun considerando  a Gàllecs, sus caminos polvorientos y sus cultivos enfermos como el pretexto para indagar en la soledad como plaga o como síntoma de una sociedad enferma, nos quedan muchas lagunas en la construcción de los personajes. ¿Es la agricultura la primera opción de Raúl, reivindica el cultivo ecológico por vocación o por contrato de venta? ¿Es la lucha grecoromana la gran pasión de Yuri por la que vino a Barcelona? ¿Cuál es el pasado de Maria? La fórmula opta por evitar excesivas respuestas, por dejar cabos sueltos para que nosotros tiremos de ellos, por recoger sentimientos más que hechos. Deja no obstante también cierta sensación de insuficiencia. Habrá que valorar nuevas obras de Neus, nuevas creaciones del Máster de la UPF para ver si es una fórmula que sólo algunos privilegiados saben aplicar.