La venganza tenía un precio
Es difícil analizar Oldboy (Spike Lee, 2013) sin revisionar Old Boy (Oldeuboi, Park Chan-wok, 2003), la materia prima de la que se nutre. La, para muchos, obra maestra de Park (sin duda la más sobresaliente de su Trilogía de la Venganza), es un thriller abierto y sombrío, con un exquisito retrato estético-moral de las tinieblas que empequeñece al bienintencionado tributo de Spike Lee, la cual resulta más bien una despersonalizada refilmación occidental que «una reinterpretación de su historia» (como define el deseo frustrado del propio realizador).
Sin desacreditar per se a los remakes —Una familia de Tokio (Yoji Yamada, 2013), por poner un ejemplo reciente, da buena muestra de que puede existir calidad en el origen y en la copia—, lo cierto es que hay muchos remakes occidentales de películas orientales de dudosa trascendencia. Como esta obra insubstancial que, aunque aporta algunos cambios positivos (los años de reclusión, la chica del paraguas amarillo con evocaciones carrollianas…), no consigue ser más que, en general, una sucesión de escenas re-filmadas, pero desprovistas del halo lúgubre y de la inquietante potencia del original. El problema principal de esta adaptación estriba en el porqué, pero no en el porqué del encierro, ni en el porqué de la liberación, sino en el porqué un director personal como Spike Lee, apasionado defensor y divulgador de la cultura negra (si es que una raza puede conformar una cultura con entidad propia, por más que quiera este adalid del black power), con notables filmes en su haber como Malcolm X (íd., 1992), La última noche (25th Hour, 2002), Clockers (Camellos) (íd., 1995) o Haz lo que debas (Do the Right Thing, 1989), sintió la necesidad de hacer el remake de esta historia. Y más aún, el porqué en lugar de ir a la raíz (el comic homónimo), se decantó por la versión cinematográfica.
Parece que el fondo de la venganza ha sido el punto en común entre esta propuesta y el activista Spike Lee, mas malcolmista que mandelista. Pero, a pesar de contar en el guión con Tsuchiya y Minegishi (los autores del cómic), no ha conseguido dar una visión interesante y renovada de la historia. Porque su obsesión por la reivindicación negra, su actualización tecnológica (llena de Mac´s, iPhones…), el insuficiente metraje en detrimento de la emoción y, sobre todo, su mascado final convierten a esta producción en un resultado, cuando menos, prescindible. Aún así en Oldboy (2013) podemos resaltar la magnífica interpretación de Josh Brolin (recordado por todos por Los Goonies, Richard Donner 1985), que provoca más empatía que Choi Min-sik, pese a su destacable presencia en varias producciones de éxito surcoreanas como New World (Sin-se-gae, Park Hoon-jung, 2013) o Encontré al diablo (Akmareul boatda, Kim Jee-woon, 2010), al igual que el personaje de Elizabeth Olsen, más verosímil que el de Hye-jeong Kang. También juega a su favor la evidente crítica al capitalismo salvaje ejemplificada en el cuadro que acompaña al protagonista en su habitación-cárcel, con su irónica amabilidad «¿Qué podemos hacer para mejorar tu estancia?», que cambia la depresiva sentencia del original (por otro lado, más a tono con el desenlace) de «Ríe y todos reirán contigo, llora y llorarás solo».
Parece que últimamente hay cierta profusión de películas en torno a la libertad (y su contrapuesto cautiverio) ¿metáfora del tiempo en el que vivimos de dictaduras encubiertas, opresión y miedo? La justicia no se consigue de forma institucionalizada, y menos aún de forma pacífica. Así, en numerosos filmes vemos a los protagonistas arremeter contra los malhechores restituyendo la justicia caída —como la escena fallida de la masacre en el Hotel Oldboy, ese negocio impersonal en el que, como en Hostel (íd., Eli Roth, 2005), se diluye la figura del psicópata al mercantilizar el horror—, a través de la venganza justificada y necesaria, como reflejo de ese latente y frustrado sueño de justicia social: una ficticia, pero deseada, victoria del bien en su eterna lucha contra el mal. No así el cine de Park Chan-wook, que va mucho más allá, planteándose reflexiones en torno al perdón, la culpa, la redención y los límites de la venganza y la curiosidad. Como el propio Oh Dae-su, que al exclamar «ahora me he convertido en un monstruo. Cuando termine con la venganza ¿podré volver a ser Oh Dae-su?», profesa serias dudas metafísicas sobre la inmutabilidad del yo.
¿Qué ocurre después de la venganza? ¿Alivio? ¿Redención? ¿Culpa? ¿Justicia? ¿Castigo? ¿Perdón?… Park Chan-wook no desvela las respuestas, y Spike Lee tampoco pero donde Oldeuboi muestra ambigüedad y desconcierto en la irrupción freudiana del incesto, y su excesivo y retorcido final, Oldboy plantea un final tan melodramático y revelado, que malogra un relato de por sí implacable.