Capitán América: El soldado de invierno

Excepción y entretenimiento

cartelQue es la excepción? Excepción es aquello singular, que ocurre como desviación de la norma, pero no por ello es algo que ocurre una sola vez, sino que toda aquella vez en que difiere se puede considerar excepción; lo excepcional no es necesariamente bueno, sólo es ruptura con la normalidad. Si algo debemos reconocerle Marvel Studios, además de un genuino intento de desvincularse de las producciones superheróicas marcadas por la gravedad y un realismo mal entendido como oscuridad —nota para despistados: los superhéroes son ficción, su realismo es conferido al respetar la coherencia de sus leyes internas—, es el movimiento de excepción: intentar hacer cine de entretenimiento con calidad que vaya más allá de fusilar la popularidad de los personajes que explota. Algo lógico si suponemos que son sus personajes y no una licencia comprada, de no ser porque eso no es garantía de nada. Es por eso que aunque su universo se rige por las leyes del heroísmo de cómic, ese maniqueísmo donde los buenos son virtuosos y los malos son nefandos y los tonos de gris son excepción, escapan, con buen tino, de los dos vicios más comunes de la adaptación de esta clase de obras: el literalismo, que convierte la película en un cómic en movimiento viñeta por viñeta; y la renuncia al concepto, que convierte a los personajes en estrafalarios sujetos insertos en un mundo cinematográfico al cual son extranjeros.
Hablar de Capitán América: El soldado de invierno (Captain America: The Winter Soldier, Anthony y Joe Russo, 2014) es hablar del giro cinematográfico por parte de Marvel, el respeto hacia sus héroes y la tradición del cine como entretenimiento —subrayado necesario, pues se debe entender que no se debe juzgar la película como lo que no es—, que les lleva hacia derroteros que hoy parecen inexplorados, o sin ninguna intención de explorar. Cargada de acción, guiños y humor, resulta una refrescante aventura por aquello que tiene de excepción. Excepción no sólo por forma, una aventura que hereda dejes y referencias de lo que podría haber sido un James Bond apócrifo después de tres ciclos consecutivos de esteroides para partirse la cara con Jason Bourne, sino también en contenido, ya que es la primera vez que una película de Marvel se enfanga para hacer crítica social en algún grado. Crítica social tosca, demasiado verbalizada, pero que acaba en un giro importante que es toda una declaración ideológica: no se debe decidir entre libertad y seguridad, ya que la vigilancia perpetua no es seguridad sino fascismo.
Tono político que no esconde y desarrolla, convirtiendo al personaje en aquello que siempre ha sido aunque se le niegue de forma sistemática, aunque ya apareciera en la primera película con una delicadeza mucho mayor: no un patriota con ceguera, sino un abanderado de los derechos civiles. Quizás por eso funciona, con reservas, en el plano ideológico. El poso que queda, aunque inocuo, hace un guiño hacia Assange/Snowden/Manning, como diciendo «Eh, chicos, El Capi está con vosotros». ¿El problema? Que no pasa de eso, de guiño.

Soldado de invierno

Si queremos entender la película, debemos entenderla como película de aventuras. Cuando están en movimiento, actuando, es cuando la película funciona: El Capitán América parece por vez primera el de los cómics combatiendo, haciendo uso intensivo del escudo como parte de su arsenal, al tiempo que en las partes más sosegadas no se pierde comba en su sentido de la acción, aunque aquí recayendo todo interés en Natasha Romanov por su mayor componente social. ¿Cual es el problema? Dos, aunque sólo hemos dejado traslucir uno: que los papeles están férreamente compartimentados y que las escenas de acción están rodadas con poco gusto. Que el protagonista único tiene primero el nombre en la película es evidente, pero resulta ridículo el trato concedido al resto: se podrían sustituir todos los personajes sin consecuencia alguna para el guión, en tanto no son más que soluciones para las necesidades creadas: Natasha Romanov, la espía; Halcón, el tío que vuela —que podría haber sido Iron Man sin problemas, de no ser porque estaba ocupado luchando contra El Mandarín en esas fechas—; Alexander Pierce, el villano. Todos son sustituibles por cualquiera otro que cumpla su papel. En el caso de Soldado de Invierno alcanza cotas criminales, ya que su importancia se supedita de forma absoluta, quizás de forma consciente —en un momento dado se nos define como un asesino fantasma, lo cual sería lógico de no ser porque no hace otra cosa salvo exhibirse—, al papel que se le asigna: ser un deus ex machina viviente.
De las escenas de acción, cuando no está involucrado el escudo, cuanto menos hablemos mejor. Alargadas de forma artificial y con innecesarios movimientos de cámara, cuando mejor funcionan es cuando se alejan del combate entre personajes para redundar en momentos de puro espectáculo al involucrar vehículos: las persecuciones son excelentes, al igual que el espectacular duelo entre El Capitán y un helicóptero, lo cual hace aún más sangrante la total ausencia de fuerza en las peleas. Peleas que cuando llegan al cuerpo a cuerpo son interesantes, que nos hacen creernos a Chris Evans como El Capitán América, pero que se deslucen desde el momento que carecen de la misma credibilidad o interés los demás héroes, cuando no parecen olvidar, aunque no siempre, su carácter cuando luchan. Cuando Natasha recuerda que es una tramposa, Halcón que sabe volar y Soldado de Invierno que su baza es el ámbito físico y el sigilo, las escenas suman enteros a pesar del negligente uso de cámara y montaje.
Si hubiera que achacarle problema alguno a la película, sería uno muy sencillo: es muy poco como la primera. Aunque con menos acción y con una caracterización en combate peor del personaje, Capitán América: El primer vengador (Captain America: The First Avenger, Joe Johnston, 2011), centrándose también en su protagonista como estrella absoluta del show, funciona mejor en tanto limita la aparición de secundarios fuertes —o lo que es lo mismo, el único otro gran personaje actúa como espejo del propio protagonista: Cráneo Rojo— y porque no insiste en subrayarnos un mensaje político que, por aguado, es perfectamente comprensible sin necesidad de que HYDRA nos recuerden las bases teóricas de su ideología fascista. Ambas son películas de aventuras mínimas, más simples que sencillas, con la diferencia que con la secuela esgrimen pretensiones que su simpleza no puede pagar.
¿Por qué remarcábamos al principio dos conceptos, excepción y entretenimiento? Porque, como hemos visto, es de exactamente eso de lo que trata la película: de una agradable excepción en forma de buena película de aventuras pero que, a diferencia de otras películas de la casa con mucha más fuerza como Los Vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012) o Iron Man 3 (Iron Man 3, Shane Black, 2013), no pasa del mero entretenimiento vacuo.