D'Autor 2014

You can’t have it all

dautor-cartelComo en todo festival, siempre nos lamentamos por no haberlo visto todo… especialmente por Norte, the end of history (L. Diaz, 2013) y Sobre la marxa (J. Morató, 2013), dos de las más estimulantes y admiradas propuestas. Pero sí pudimos ver un par de decenas de obras, de las secciones Direccions (obras con pedigrí procedentes de otros festivales), Talents (la sección a concurso) y alguna otra de las 60 que componían el conjunto del Festival. Una celebración de la creación a la que no fueron ajenos los fans de alguna obra y sus correspondientes detractores, los enfados por las sesiones solapadas o las comidas a horas extemporáneas. Pero que nos trajo, afortunadamente, abundante material para saturar nuestras retinas. Repasemos, de menos a más, las diversas obras que pudimos ver.

Decepciones

Bruce LaBruce no se basta con el porno y dirige obras de diversos géneros aun sin dejar la homosexualidad como eje. Gerontophilia (2013) es la historia de un joven que sale del armario descubriendo la atracción que siente por ancianos y que se coloca en el geriátrico dirigido por su madre ninfómana. Habría resultado atractiva en las manos de un primerizo Almodóvar, de John Waters o tal vez de John Cameron Mitchell, pero así resulta boba y se acerca más a la reivindicación de la ternura que a la provocación. Tal vez era eso, precisamente, lo que se pretendía, pero el producto final se parece demasiado a obras tan comerciales y blancas como Intocable (Intouchables, O. Nakache, 2011).

Un rápido comentario sobre obras insuficientes como Shirley, Visions of Reality (Gustav Deutsch, 2013), Medeas (Andrea Pallaoro, 2013) y Stop the Pounding Heart (Roberto Minervini, 2013). Tres creaciones que partían de muy interesantes puntos de vista pero que se recrean excesivamente en sí mismas. La primera, una recreación de los cuadros de Edward Hopper en la que la voz en off de una solitaria mujer es el pretexto para atravesarlos y encadenarlos a una sucinta revisión de la historia USA durante el siglo XX; las referencias cinematográficas y el juego de luz del autor americano daban mucho más de sí. La segunda, un drama lánguido y voluntariamente minimalista que disfruta de la calidad de una excelente fotografía y se conforma con ello. La tercera, un dudoso documental (posiblemente documental de creación) en torno a la represión de una adolescente en una familia integrista en la América profunda. Sin carecer de interés, las tres se quedaban demasiado lejos de sus posibilidades.

Corneliu Porumboiu, quien triunfara comercialmente con 12:08, al este de Bucarest (A fost sau – na fost?, 2008) y a nivel crítico con Politist Adjjektiv (2009), se entretiene con una obra en apariencia menor, When Evening Falls On Bucharest or Metabolism (Cand se lasa seara pesti Bucuresti sau Metabolism, 2013), que narra la pequeña historia (de hecho, el final de la misma) de un director que se acuesta con la actriz de su película. Comentarios y disquisiciones varias sobre el cine, alrededor del lecho o sentados a la mesa, dejan entrever actitudes personales y pequeños gestos permiten intuir grandes mezquindades. Construida mediante secuencias separadas por elipsis de tiempo algo indefinidas, en base a diálogos rellenos de mentiras, se antoja una suerte de borrador de otros proyectos que nos lleva de la comedia sutil al vacío narrativo. Los personajes pasarán de la pasión a la frialdad e incluso a la venganza más mezquina aunque todo ello sea narrado con cierta indiferencia, evitando la tensión dramática. Una opción discutible. Habrá que esperar mejor ocasión para disfrutar de los méritos de un director que pone en solfa a actrices, directores y tal vez a sí mismo.

Negro y variado

El noir ha tenido presencia en diversos ámbitos del D’A. Con tonos y lenguajes muy diversos. Y también, ¡ay!, con resultados diversos.

Si vamos del más claro al más oscuro deberíamos empezar por The Major (Major, Yuri Bykov, 2013), un decepcionante thriller que se decolora por el camino. La historia de un policía en una ciudad de provincias que, al arrollar a un niño, pide a sus compañeros que le encubran. Este acto desencadena una espiral de violencia que, si bien inicialmente resulta una propuesta interesante, se remata con incoherencia argumental y torpeza. Tal vez la menos interesante de las propuestas que tuvimos ocasión de ver.

Concrete Night (Betoniyo, Pirjo Honkasalo, 2013), procedente de Finlandia, arranca con una evidente referencia, una variación del final onírico y terrible de Europa (íd., Lars Von Trier, 1991), en la que un tren se precipita al fondo de un río y donde el protagonista ve su propia muerte flotando rodeado de los más diversos objetos. La pesadilla no será más que el preludio de una realidad más agobiante en la que se mezclan una familia disoluta, un hermano mafioso, unos policías amenazadores y un fotógrafo homosexual. Tal vez demasiados hilos argumentales para una obra que luce una asombrosa imagen, que juega brillantemente con las sombras y que también nos trae ecos de La ley de la calle (Rumble Fish, Franics Ford Coppola, 1983) y de la reciente Oslo, 31 agosto (Oslo, 31. August, Joachim Trier, 2011). Desafortunadamente los hallazgos plásticos no ocultan la insuficiencia de una trama que se diluye, como el ánimo del protagonista, a media película.

Como en The Major, una venganza desencadena una espiral irracional en Blue Ruin (Jeremy Saulnier, 2013), donde se mantiene mucho mejor la tensión. Historia fatal de la venganza de un hombre que, marcado por el asesinato de sus padres, malvive como un sin techo hasta el día en que el asesino sale de la cárcel. Su acto de violencia desencadena una serie de sacrificios. Blue Ruin es seca y sucia. Sucia en la sucinta muestra de personajes que se dejan llevar por el ansia de venganza y sucia por el barro, la sangre, sudor y lágrimas que pueblan diversas escenas. Un guion bien elaborado y buenas interpretaciones redondean la historia de un perdedor cuyas acciones condenan su vida y la de los que se cruzan en su camino.

Aunque lejos de la sutileza visual de la propuesta finlandesa, Harmony Lesssons (Uroki Garmonii, Emir Baigazin, 2013), luciendo su posproducción occidental, es una turbadora muestra de la realidad kazaja. Historia de una escuela en la que grupos mafiosos extorsionan a los alumnos y donde los rebeldes son enfrentados entre sí y aplastados. Y historia de dos de las víctimas, un introvertido joven interesado por las ciencias y un desplazado de la gran urbe que se ve envuelto en el conflicto local. Harmony Lessons tiene los pecados de muchas primeras películas. Demasiadas propuestas argumentales y excesivo morbo en algunas secuencias (hay vómitos, cucarachas y golpes en primer plano) que chocan con la opción de elipsis en otras (aunque sea coherente ocultar a la vista los dos asesinatos para dar ambigüedad a la narración). No obstante la obra funciona a diversos niveles. Como metáfora de la situación del país (irónico el comentario del policía torturador que, contrariado, dice preferir seguir haciendo de profesor de historia, al que su compañero responde con “sólo es un trabajo”), y como retrato de un personaje que aprende a sobrevivir aun a costa de sus amigos y de la soledad, acompañado por sus fantasmas en una incómoda secuencia final.

Ombliguismo feliz en la estela de Rohmer

La Jalousie (2013) es una comedia de Philipe Garrel. Y es Garrel. Con sus conflictos emocionales, sus personajes torturados, la amenaza del suicidio y la famiiia Garrel al completo. Una obra para conoisseurs de Garrel, pero que se presenta como si Rohmer interpretara a Garrel. Una obra para entusiasmar a los fans y que puede descolocar ligeramente a los demás por la ligereza con la que presenta dramas habituales en su cine: la separación, la pérdida de ilusión, la angustia vital.

El director coreano Hong Sang-soo no presenta nada nuevo. Tanto mejor. Our Sunhi (Uri Sunhi, 2013) es otra de sus variaciones sobre las relaciones humanas, sobre nuestras inseguridades y el temor a enfrentarnos a incertidumbres profesionales y personales. Y de cómo reaccionamos a todas ellas con mentiras, disimulos y autoengaños. Y lo hace, como siempre, con la ironía de Rohmer, contemplando a sus criaturas con cierta distancia burlona, mediante una narración feliz, escanciada con cerveza y soju y repleta de personajes que pasan de la pasión más repentina a la modorra en la que ocultar su indecisión o su vergüenza. Con cierto toque vodevilesco, con personajes que entran en escena en el momento en que otros desaparecen, Our Sunhi es un feliz reencuentro con el prolífico director.

Creatividad, innovación, originalidad. Las guindas del pastel

Tan arbitrario como entusiasta. Dejamos para el final comentarios sobre las obras que consideramos más interesantes, tan diversas como estimulantes.

E agora? Lembra-me (Joaquim Pinto, 2013)

Un diario íntimo de un enfermo de sida da, a priori, ciertos reparos. La focalización en reivindicaciones sanitarias o la contemplación forzada de la decadencia física pueden resultar demasiado duras. La experiencia de Pinto, antiguo montador en producciones portuguesas e internacional, parado forzoso por una hepatitis C, y enrolado en un ensayo clínico, es plasmada en imágenes con profesionalidad y positividad. Pero, sobre todo, con la lucidez narrativa adecuada. La película resulta un ensayo en el que el director revisa su situación vital, física, emocional e incluso espiritual, sin dejar de comentar su currículum profesional o referirse a otros autores con los que ha colaborado. Las referencias a la enfermedad, al sistema sanitario (portugués y español), a los recortes y la crisis se alternan con su punto de vista personal sin que se enfaticen en exceso. La búsqueda de un equilibrio entre la objetividad y la subjetividad resulta harto modélica y los episodios de mareo o laxitud provocados por la medicación, el interferón, se corresponden con variaciones de tono narrativo. Excesiva en su metraje, reiterativa en su tercio final, E agora?… no deja de ser una obra a tener muy en cuenta entre los diarios filmados revisados por las escuelas de cine.

O homem das multidoes (Cao Guimaraes & Marcelo Gomes, 2013)

Es muy difícil plasmar en imágenes el vacío sin caer en él. Difícil transmitir el tedio sin contagiarlo. Obras tales pueblan los festivales de cine y son amadas y odiadas a partes iguales. Una producción sobre un hombre solitario que se vende con la curiosidad de un formato vertical (3×3, aunque es un rectángulo en realidad) hace temer que ese sea todo el interés de la propuesta. No es el caso de este hombre en la multitud que se revela una muy medida historia de soledades, la de un conductor de ferrocarriles y su superior, con la que entabla una singular relación. La rutina, profesional y personal, del personaje es asumida con ritmo interno muy concreto que, sin abandonar la parsimonia, no nos sumerge en el aburrimiento. La actitud indiferente del protagonista a peticiones de favor o acusaciones, de halagos o amenazas, su rostro entre indolente y feliz, resulta simpático y se aleja de las máscaras dolientes o pétreas de propuestas parecidas. Los puntuales guiños de humor resultan realmente revulsivos (la rotura del único vaso que tiene el protagonista) y están aprovechados con sabiduría, facilitando el tránsito hacia un final tan inevitable como curioso.

Mouton (Marianne Pistone & Gilles Deroo, 2013)

Premio del Jurado bien merecido. Película extraña pero tan curiosa como original. Historia de un joven disminuido, empleado en un restaurante playero en el norte francés, que se esmera como pinche y como camarero y que disfruta su pequeña existencia con un grupo de amigos (¿?) aunque la relación que mantienen con él raye la humillación. Tras un inesperado y trágico suceso, Mouton desparece de las vidas de este grupo de gente. Película primeriza a la que le falta un desarrollo en su segunda mitad y una definición más clara del estilo que busca, Mouton indaga no obstante allá donde muchas otras películas se quedan. Los dos directores siguen la trayectoria de los colegas de Mouton y, aun sin mostrar nada excepcional, sin introducir imágenes o situaciones fuera de lo habitual, ponen en evidencia la tristeza de sus vidas que, tal vez, disminuía la presencia de Mouton. Recurren para ello a un plano de carne oscura siendo cortada, que contrasta con la elegancia con que Mouton aprendía a cortar el pescado blanco; el encuentro a tres en la parte de atrás de una furgoneta con una prostituta que se duerme durante el sexo; la entrega de material bajo una fría lluvia; una declaración de boda junto a la barra de un bar, como a escondidas; un día de trabajo en una perrera… Ciertamente se puede acusar a Mouton de sus altibajos en su último tramo, pero la habilidad con que los autores nos presentan la rotura en las vidas, la pérdida de la inocencia, la forma en la que nos desvelan cómo la bondad puede mitigar la miseria y el hartazgo cotidianos es realmente encomiable.

El futuro (Luis López Carrasco, 2013)

Y si había una obra que podía disputar, clara y justamente, el premio a Mouton era otra película singular. El futuro podría haber sido la crónica de una época a través de un pequeño acontecimiento. Podría ser una crónica sentimental a través de una banda sonora, en este caso constituida por una serie de canciones pop-rock-punk españolas de la primera mitad de los ochenta. Podría ser un retrato costumbrista de una época centrándose en un encuentro de amigos. Todo ello lo hemos visto ya, en ocasiones con mayor y en otras con menor fortuna. El futuro constituye, sin embargo, una propuesta fuera de lo común. No es una propuesta emotiva, ni sensorial, sino, en cierto sentido, emocional. Y, por encima de todo, es un experimento. Comentaba la amiga Marla Jacarilla que tal vez El futuro no sea una película. Me apunto a la tesis. El futuro es una propuesta audiovisual de poco más de una hora de duración que perfectamente podría verse en un museo o en una galería.

El futuro se inicia con el sonido en off de una noche electoral. De hecho, la noche del ascenso al poder del PSOE, la noche del triunfo de Felipe González y la noche del Cambio. La noche en la que se iniciaba una nueva España. No vemos imágenes de recurso ni nada parecido. Pantalla en negro, con algunos rótulos, a la que seguirán algunas imágenes del espacio donde tendrá lugar una fiesta. Para filmarla, López Carrasco precisó dos días de rodaje con un grupo de personas y una cámara que se desplaza entre ellas. Podemos reconocer entre ellos a aquellos personajes que siempre aparecen en las fiestas: el plasta, la mujer fatal calienta braguetas que cuenta sus problemas a la vez que echa el anzuelo, los pesados que charlan por su cuenta bajo una mesa, el ligón que está a la que salta, los colgados, las pijas algo desubicadas, la que se desmadra, la cocina donde, como todos sabemos, siempre se prepara lo mejor de la noche… López Carrasco nos sumerge, literalmente, en el guateque, saltando de un plano a otro, de uno a otro personaje, de uno a otro instante durante la noche de juerga, en la que los personajes cambian de humor, de habitación o de pareja, y moviendo la cámara y los actores de modo que produzcan la sensación de estar sumergidos en el ambiente.

Pero López Carrasco hizo más. Tras los dos días de rodaje, trabajó durante 8 meses en la posproducción transformando el material en una suerte de súper 8 (rallado, defectuoso, con saltos de montaje y evidencias de una moviola que nos lleva a un falso found footage). Si hay quien reelabora la realidad, López Carrasco reelabora el documental, con manchas, ralladuras y saltos. El resultado, un trabajo que es más materista que otra cosa, más emocional que textual, es el de un estudioso del presente rastreando en las imágenes del pasado, en el futuro por lo tanto. Y la sensación que produce es tan fascinante como desazonante. Para todos. Y, especialmente, para los que aquella noche pensamos que veríamos un futuro distinto, innovador, liberador, para los que alguna noche estuvimos en una fiesta parecida con los colgados, las calienta braguetas, las chicas que siempre quisimos pero nunca conocimos, los pesados que nos rallaron durante interminables minutos… para nosotros, que llegamos al futuro, la obra de López Carrasco nos produce una escalofriante sensación de vértigo.

La pervivencia de los clásicos

Vic+Flo ont vue an ours (Denis Cotè, 2013)

Etiquetar este film como cine negro es un tanto arriesgado. Pero esta lacónica historia de dos antiguas amantes refugiadas de su pasado en la profundidad de un bosque tiene mucho del sentido trágico de algunos noir. Aunque salpimentada con insólitos, negros, toques de humor, la película de Cotè me recuerda a obras como Johnny Guitar (íd., Nicholas Ray, 1954) o Juntos hasta la muerte (Colorado Territory, R. Walsh, 1949), dos cumbres del western romántico (o del cine romántico, directamente) en las que un pasado marca fatalmente y persigue a los protagonistas. Por supuesto han cambiado los tiempos y ya no parece quedar lugar para el romanticismo, pero las resonancias están presentes. Vic, en libertad condicional tras un delito no especificado, busca simplemente alejarse del mundo de los hombres, hostil y agresivo; Flo, amante y compañera de cárcel, se reúne con ella tanto por mantener la amistad como para escapar de una amenaza latente. Pese a adentrarse en la naturaleza, la mal denominada civilización dará sucesivos zarpazos legales a la pareja fugitiva que, por sus antecedentes, no recibirá nunca la ayuda de la ley (representada por un funcionario cuya condescendencia va de la mano de su incapacidad). Soledad y dificultad de equilibrar una relación de pareja, lealtad, colaboración, empatía entre las dos amigas son conceptos que la sociedad canadiense (descrita con severidad) no parece comprender y se dedica a fragmentar más su inestable situación, marginando y dejando a las protagonistas a su suerte. Obra lacónica y serena, de apariencia ligera, pero sin concesiones, su sorprendente final nos acerca inequívocamente al Fritz Lang de Solo se vive una vez (You Only Live Once, Fritz Lang, 1939). Vic+Flo es también, y sobre todo, una bella historia de amistad y amor de dos personas marginadas. Ello gracias a dos grandes interpretaciones, las de Pierrete Roitaille y Romane Bohringer, en un festival donde primaban los directores por encima de los actores.

Stray Dogs (Tsai Ming-liang, 2013)

Si obras debutantes como Mouton o El futuro aportan a su calidad el valor añadido de la sorpresa, del descubrimiento (aunque venga pregonado desde festivales previos), las obras de valores seguros, de maestros, de referentes, arrastran el riesgo de la decepción, del temor de no estar a la altura de la filmografía previa de su autor o la temible posibilidad de descubrir un fallo, una debilidad, una insuficiencia en su construcción. ¿Cómo enfrentarse a ellas? ¿Con entrega devota? ¿Con la confianza absoluta en un autor que no nos puede fallar? O bien, llevados por sentimientos fatalistas o por maledicencias, ¿nos acercamos a ellas con la sensación de peligro inminente? La trayectoria de Tsai Ming-liang se basa temáticamente en la soledad, la separación, el fracaso de la relación amorosa, y, a nivel estético, en una puesta en imágenes tan depurada como bella, incluso en contextos de pobreza, miseria o suciedad. A ello hay que añadir la presencia de prolongados planos secuencia en los que los personajes suelen estar inmóviles o se desplazan trabajosamente.

Stray Dogs es una excelente película sobre un hombre solitario y sus dos hijos. Un personaje al borde de la miseria que subsiste sosteniendo en sus brazos carteles publicitarios en medio del tráfico en las peores condiciones climatológicas. Sus hijos, solos, pasan el día en un supermercado, imaginando todo lo que podrían comprar si tuvieran con qué hacerlo y aprovechando las ofertas para probar algunos productos. Una encargada del súper, figura materna, supervisa su día a día antes de que marchen a reunirse con su padre en una barraca construida en los restos de otro edificio. La historia resulta impactante por sí misma pero Tsai la potencia con su puesta en escena. Una puesta en escena que resalta una triste soledad utilizando los espacios abandonados, los pasillos llenos de escombros, las alas a medio construir, tal vez a medio derruir. Son no-espacios, ambientes de pesadilla, que atraviesan los personajes en desplazamientos tan oníricos como fantasmagóricos mientras el exterior está azotado por una lluvia que marca las paredes y se hace omnipresente, como en otras obras del autor. El dispositivo de Tsai Ming-liang se completa con los planos secuencia. Y aquí es donde nos asalta el temor. ¿Ha alcanzado el límite el director taiwanés? Si la estética mantiene la lógica interna, si las elipsis en la edición permiten especular sobre la veracidad de la historia o su linealidad, planteándonos si todo es cierto o se mezcla tal vez con el deseo, con el sueño o con los recuerdos… En todas estas estrategias podemos reconocer y admirar al maestro. Pero cuando los planos secuencia de personajes inmóviles se suceden, interminablemente, durante quince minutos… entonces podemos creer que el maestro está siendo imitado por un alumno que reduce su cine a puro manierismo, a alguien que recurre al recurso más típico para evidenciar la marca de fábrica, sin que el efecto causado sea superior al que se conseguiría con un plano de duración muy inferior. En ese caso no nos creemos que Tsai Ming-liang nos desafía y plantea tensarnos al máximo, sino que pensamos que ha dejado el rigor (y reloj) de lado a cambio de una mayor e innecesaria notoriedad. Y la obra maestra que Stray Dogs podría haber llegado a ser queda tocada de una sospecha, de una voluntad de complacer al crítico que se ha acostumbrado a sus guiños.

Exhibition (Joanna Hoggs, 2013)

Destacar una pequeña obra inglesa frente al maestro oriental puede resultar tan provocador como pasado de vueltas. Sea por ansias de lanzar una boutade, sea por que esta fue la última película vista en el festival, no podemos dejar de llamar la atención sobre una obra realmente especial. Exhibition es una modesta pero muy elaborada construcción basada en unos sólidos fundamentos: dos actores y un edificio. Exhibition es la historia de una separación. Pero no, como podría ser, la separación de una pareja, sino la separación de dicha pareja del edificio en el que han habitado durante décadas. D es una artista dedicada a las performances (interpretada por Viv Albertine, una cantante punk) y H es un arquitecto (interpretado por Liam Gillick, un artista conceptual) que viven en una casa singular, un edificio realmente de catálogo arquitectónico, que contiene espacios habitables y otros de lucimiento para el creador y de discutible uso para sus habitantes. Joana Hogg nos muestra un caleidoscopio con los momentos de felicidad y tensión, de ternura y frialdad, de sexo y separación, de ambos cónyuges. Saltando, sin avisar, o con muy escasas pistas, adelante y atrás, Hogg recoge las variedades infinitas de las relaciones de pareja a través de unas escenas tan concisas como sutiles. El sexo solitario, el aislamiento deseado o forzado, los miedos nocturnos, la evitación de los amigos pesados, se dan la mano de los pequeños instantes de felicidad que enriquecen la vida, de las complicidades, de los proyectos realizados… Todo ello en un collage vital y emocional que remite a Dos en la carretera (Two On the Road, Stanley Donen, 1967), una de las obras maestras que el cine ha producido sobre las relaciones humanas. Hogg no se limita no obstante a recurrir al trabajo actoral. Al contrario, no demanda más expresividad de la natural y trabaja dramáticamente el espacio, las luces que provienen del exterior a través de las sofisticadas persianas y cortinajes del domicilio, las sombras de las estancias más amplias, el off visual que no permite a espectador ni protagonistas saber a qué corresponden los numerosos sonidos del exterior (y que oímos constantemente, a mayor volumen del esperable, indicando la amenaza que acecha más allá). Hogg ofrece una película muy rica en matices y con una elaboración mucho más pensada de lo que parece a primera vista. Una obra que revela una gran directora y que merece mucha más atención.

Redemption (Miguel Gomes, 2013)

La película de Miguel Gomes nos pareció la más interesante es no decir nada, en especial si tenemos Tabú (Gomes, 2012) como referencia. Si decimos que es la obra más breve presentada en el festival (27 minutos), y más intensa, añadimos muyo poco más. Y, sin embargo, nos vemos incompetentes para destacar la brillantez de la construcción de una obra magna, tan irónica como inteligente, tan juguetona como profunda.

Redemption es una coproducción europea que haría temer lo peor y se estructura en diversos episodios narrados en idiomas distintos que parecen simplemente honrar la variedad de productores de la película. Nada más lejos de la realidad. En un primer episodio, un niño portugués escribe desde el continente a sus padres, que viven aún en las colonias africanas. El niño echa en falta no tanto a los progenitores como el ambiente tropical, a sus nativos y a la vida feliz que tenía allí. Reconoce que hay una revuelta, que son odiados y que deben ir regresando a la patria. Sin embargo, no se reconoce en un país, Portugal, que, según dice, considera feo, sucio y triste y que siempre seguirá siendo así. Las disquisiciones del niño son ilustradas con imágenes de fuentes absolutamente diversas, rodadas en ultramar o en Portugal, caseras y oficiales, y muestran, como hacía Tabu, el contraste entre lo exótico y lo cotidiano, con la ventaja clara de la fascinación lejana sobre una realidad miserable.

De modo semejante con imágenes de archivo diversas y voz en off, se repetirán otros tres episodios. En uno de ellos, en italiano, un anciano explica a cómo todo su poder acumulado, como sus infinitas relaciones sexuales y sus triunfos profesionales, no ha ocultado la frustración que sintió cuando, tras amenazar como un macho a unos burgueses fascistas, estos partieron con su hija de la que él estaba prendado y a la que nunca más vio. En el siguiente episodio un padre se disculpa ante su hija por no haber estado a su lado durante la infancia pero asegurándole que esta actitud le permite a cambio abrirle todas las puertas de los estudios o los deseos que ella tenga. En el episodio final una alemana del Este recuerda con malestar (y banda sonora wagneriana) cómo se emocionó más al descubrir una ópera del compositor imperialista que en el momento de su boda…

La construcción de cada uno de los episodios es impecable, a nivel de montaje visual y en la concatenación de las imágenes seleccionadas con unos textos que ponen en solfa el discurso oficial de cada personaje, las contradicciones internas de unos y otros entre lo asumido y lo inalcanzable, entre los sueños y la realidad o, incluso, entre una realidad pública y otra realidad íntima, mucho menos satisfactoria.

En una pirueta final Gomes revela que los cuatro textos (imaginarios) se corresponden con cuatro personajes reales, otorgando a su pequeño artificio un valor tan irónico como icónico de una Europa cuya moral es tan artificial como su unión.