Jersey Boys

Un musical a baja revolución

Uno. Sin parangón

No debería sorprendernos en absoluto el hecho de que Clint Eastwood opte por dirigir la versión cinematográfica de un musical de Broadway. Ha tocado casi todos los géneros. No voy a enumerar su muy amplia filmografía pero no debemos olvidar que, más allá de su dominio del western y el thriller, ha probado suerte con gran fortuna en el cine bélico, la ciencia ficción y el biopic. El melodrama es una constante de su cine,  eje central en dramas románticos pero elemento transversal en en buena parte de su obra. Tampoco ha dejado de efectuar apuntes de cariz político en diversas cintas, de modo central o como telón de fondo nada neutral. En cuanto al musical, aunque abordado desde opciones alejadas a Jersey Boys, no solo no le es ajeno sino que le ha permitido construir dos de sus mejores películas. En El aventurero de medianoche (Honky tonk man, 1982), Eastwood nos ofrecía una historia de perdedores, interpretando a un músico alcohólico, enfermo y marrullero que conseguiría el éxito post mortem a la par que, tras un rito de paso de la adolescencia a la edad adulta, abría la puerta a un futuro mejor a un joven encarnado por el propio Kyle Eastwood. La música era la otra protagonista no limitándose a ambientar la trama, sino a definirla. Una cinta de amor a la música country y a aquellos autores olvidados cuya maestría no quedó reflejada en amplias discografías. Su amor al jazz, como fan y también como intérprete, se materializó en Bird (íd., 1988), para muchos la revelación de Eastwood pese a previas obras que le acreditaban como gran director, fue una genialidad sobre un genio, Charlie Parker. En ella desbordó el biopic para definir a su protagonista mediante la música que creó. Sin ambages, sin ocultar la zona oscura del adicto que también fue Parker, la película se movía adelante y atrás en el tiempo mecida por las creaciones be-bop de Bird. En ambas la música estaba viva y se fundía con las imágenes.

En definitiva, un nomadismo genérico que ha acabado construyendo una filmografía sin parangón, un director crecido con el cine moderno que no ha dejado de mirar el clasicismo de reojo.

Dos. Las edades de Clint

Desconozco cuál es la situación económica de Eastwood y si hay algún motivo financiero que justifique su actividad. Sin embargo en sus declaraciones no hay referencia alguna a este hecho y sí a un deseo fehaciente de rodar mientras pueda. Rodar, crear, como razón para seguir vivo. Algo que no hizo, según se lamenta él mismo, su admirado Frank Capra, quien vivió hasta los 94, tres décadas después de su última película. Ni tampoco William Wellman, otro autor citado por el californiano, muerto a los 79 y cuya última cinta databa de 17 años atrás, La escuadrilla Lafayette (Lafayette Escadrille, 1958), en la que Eastwood tuvo uno de sus primeros papeles destacados [1].

Si nos entretenemos en estos comentarios no es tanto para hacer un amago de prensa rosa, sino para valorar hasta qué punto es satisfactoria esta actitud para el espectador. Si bien Ford, Lumet y Kurosawa mantuvieron en casi todas sus obras el listón muy alto, no fue el caso de Don Siegel ni, tampoco, de los prematuramente retirados Capra y Wellman, cuyas últimas obras no estuvieron al mismo nivel que lucieran antaño. Triste fue el caso de Billy Wilder que cerró a los 75 años una brillantísima carrera con una obra lamentable, Aquí un amigo (Buddy buddy, 1981)… ¿Decadencia, senilidad o presiones de industria en busca de un producto de éxito, prefabricado a múltiples manos y firmado por autores de éxito? La sensación de precocinado de las obras del casi octogenario Woody Allen entre 2005 y 2012 va en la misma línea. No es Allen un autor oprimido por las deudas o por la productora. Al contrario, según sus declaraciones, semejantes a las de Clint Eastwood, se plantea seguir rodando cómo sea. Algo agradable y prometedor tras el visionado de Blue Jasmine (íd., 2013); desazonante habida cuenta de los resultados previos [2]. 

Valga todo ello para plantearnos si la carrera de Eastwood está siendo perjudicada por esta vocación estajanovista. Como en los casos citados, tenemos un descenso de calidad en los últimos años, habiendo estrenado hasta la presenta cinco obras desde 2008. La sola excepción ería su película anterior, J. Edgar (íd., 2011), una cinta que parecía pervertir la presumible hagiografía de su personaje principal, creador del FBI; opresiva, oscura y atrevida incluso para venir de un veterano que no tiene pelos en la lengua.

Tres. Jersey Boys

Y tanto por J.Edgar como por los antecedentes musicales llegamos a este nuevo proyecto con cierta ilusión. Jersey Boys es la versión cinematográfica de un éxito de Broadway y del West End londinense, como lo fueran (¡ay!) El fantasma de la Ópera de Andrew Lloyd Webber (The phantom of the opera, J. Schumacher, 2004), Mamma mia (íd., P. Lloyd, 2008 ) o Los miserables (Les miserables, T. Hooper, 2012). La obra musical, más allá de las pegadizas canciones de Frankie Valli and the Four Seasons es vibrante, ágil y ciertamente imaginativa. No es un montaje recargado, barroco, ostentoso. No es kitsch ni camp. El Jersey Boys teatral suple la gran escenografía por coreografía. Y no hablamos aquí de cuerpos de baile sino de una sorprendente agilidad a la hora de cambiar de escena, de introducir las piezas musicales o de hacer los apartes explicativos de algunos personajes directamente cara al público. La música dinamiza la acción y la sencillez de la trama, aunque obvia, no resulta molesta. Hay un gran trabajo de dirección y producción en este éxito del musical contemporáneo.

No precisaba, pues, la versión teatral de un realizador que hiciera la obra más cinematográfica, no eran necesarios adornos o envoltorios para llevarla a pantalla. Al contrario, aquello que Jersey Boys podía precisar era tal vez un director que supiera introducir en las imágenes el ritmo de las canciones y las luces que brillaban sobre el escenario… ¿Rob Marshall, autor de Chicago (íd., 2002) [3]? ¿Spike Jonze, tal vez? ¿Demme, De Palma, Gondry…? Una primera opción, el versátil Favreau, estaba ocupado con su Chef (íd., J. Favreau, 2014). Entonces, bueno, asumirían los productores (entre ellos los propios personajes protagonistas, Frankie Valli y Bob Gaudio, cantante y compositor de las piezas que componen la banda sonora), Eastwood es lo suficientemente todoterreno como para asumir el proyecto… Y así le llego a las manos del californiano, quien lo asumió como un proyecto más. Aunque, él también confiesa, no trata su música predilecta… Y tal vez el problema de esta película radique allí; se trate, simplemente, de eso… Jersey Boys arranca con unas secuencias que nos sitúan en el barrio de los protagonistas, los presenta con agilidad y traza una trama con obvias resonancias (italoamericanas) al amigo Marty. Es fluida, la ambientación es más que correcta y los breves números musicales que tienen lugar en bares y clubs están rodados con musicalidad. Eastwood busca un montaje de planos cortos, combinado con pequeños travellings y suaves panorámicas, y transmite la melodía de aquellos años y de los primeros éxitos pop. No hay, pues, añoranza del montaje de Broadway. Jersey Boys es ahora cine y se narra con el clasicismo del cine de los cincuenta.

Sin embargo, en el momento en que el grupo alcanza el primer éxito empiezan a surgir diversos conflictos argumentales, la naturaleza de la película padece su propio conflicto. La propuesta teatral, con o sin traiciones, con infidelidades, ruinas financieras y amenazas mafiosas, no dejaba nunca de ser una comedia musical. Y parece que eso es algo que Eastwood no acepta. Drama y comedia colisionan en pleno metraje, dando la impresión de que dos directores de estilos diversos alternaran el rodaje…

Sobre el escenario teatral, los personajes dicen “And the whole world exploded”… y resuenan en la sala los acordes, felices, triunfantes, contagiosos, de Sherry, primer hit del grupo. En pantalla no hay alegría, sigue la narración. No hay la agilidad que se sentía en el teatro. La película avanza pero los diálogos, aun siendo fielmente los mismos, aun contando con escenas rodadas con decorados detallistas o paisaje natural de exteriores, se ven acartonados. Jersey boys pierde el dinamismo de la escena teatral, como si se tratase de un vinilo de 45 rpm. girando a 33 revoluciones por minuto. Y, sorprendentemente para los que hemos vista la versión teatral, así seguirá la cinta. Dudando entre la comedia, el drama y el cine de gangsters, Eastwood plasma en imágenes la historia de Frankie Valli, fiel al texto, pero completamente ajena al género musical, como si estuviera molesto de que las escenas de comedia deban irrumpir tras los conflictos, tras la tragedia. El punto más lamentable se produce en la que debería ser la escena cumbre, cuando Frankie y Bob han superado su prematura fama, su larga caída y alcanzan, de nuevo, rotundamente, el éxito con Can’t take my eyes off you. La secuencia, incluso en su clasicismo, daría de sí para un despliegue de grúas, panorámicas y travelling. Sin embargo, el crescendo musical de la pieza queda visualmente limitado a un encadenado entre dos espacios para continuar presentándola con una exasperante sucesión de planos fijos.

La película acaba, en sus títulos de crédito, como si de la obra teatral se tratase, con una reinterpretación de un éxito del grupo. En esta ocasión los personajes aparecen bailando en una coreografía tan sencilla como eficaz, filmada con diversos movimientos de cámara… ¿realizados por la segunda unidad?

Viniendo de un montaje teatral tan brillante como era este, viniendo de una obra tan atrevida aun en su lenguaje clásico como era J. Edgar, Jersey boys es un retroceso en la carrera del veterano director, dejándonos en la duda acerca del proyecto en curso, American sniper (2014). Eastwood ha sido un autor que ha sabido utilizar material ajeno para elaborar obras de calidad, afines al clasicismo más absoluto como Sin perdón (Unforgiven, 1992), Space cowboys (íd., 2000) o Milion dollar baby (íd., 2004);  o imbuidas de construcciones visuales o narrativas de cierta voluntad revulsiva como fueron Infierno de cobardes (High plains drifter, 1973), la citada Bird, Mystic river (íd., 2003) o Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006). Tal vez, ahora que físicamente ya no puede tener la potencia juvenil que exhibía en Rawhide (serie televisiva que ha optado por mostrar en una secuencia de Jersey Boys), sería interesante que la actividad profesional se orientase hacia la exploración de nuevas formas, quizás renunciando a la comercialidad como hacen otros incansables veteranos europeos, sean Godard o el centenario, inefable, Manoel de Oliveira.

[1] Algo que sí trataron de hacer autores relacionados en cierto modo con Eastwood. Si bien Sergio Leone murió precozmente a los 60, otros referentes para Eastwood tuvieron carreres más largas. Kurosawa falleció a los 88 años, cinco después de su última y testamentaria obra, Madadayo (íd., 1988). Lumet falleció a los 86, en 20011, cuatro años tras su cinta póstuma, Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the devil knows you’re dead, 2006). Ford muere en 1973, a los 79 años, siendo su última obra Siete mujeres (Seven women, 1966). Don Siegel en 1991, a los 78, cerrando Blackjack (Jinxed!, 1982) su filmografía. 

[2] Concretamente para obras dispersas, desorientades y de calidad, en algún caso, muy pobre. En el caso de Allen fueron Scoop (íd., 2006), Vicky Cristina Barcelona (íd., 2008; para mí, el punto más bajo de su carrera), Conocerás al hombre de tus sueños (You’ll meet a tall dark stranger, 2010) y A Roma con amor (To Rome with love, 2012). En el caso de Eastwood estas obras se correspondían con El intercambio (Changeling, 2008), Gran Torino (íd.,2008 ), Invictus (íd., 2009) y Más allá de la vida (Hereafter, 2010).

[3] Ocupado, de hecho con la versión cinematográfica de otro musical, Into the Woods (2014), que nos llegaría como el hit de Año Nuevo.