Caminantes bajo mar de nubes
Arraianos (íd., E. Enciso, 2012) era un apreciable documental que observaba el hábitat humano en una zona remota de Galicia, al límite de Portugal. No creo oportuno establecer (odiosas) comparaciones pero sí considero oportuno citar esta obra próxima en tiempo de producción y área geográfica para resaltar la originalidad de la cinta de Lois Patiño. La relación del hombre con el paisaje y el paisaje con el hombre definen la naturaleza eterna de Galicia. Más o menos así reza una cita de Castelao al inicio de Costa da Morte (íd., 2013). La cinta es plenamente coherente con la frase, estando constituida por una serie de admirables secuencias que integran en su seno a hombre y Naturaleza, esta en mayúsculas. Patiño empieza, parsimoniosamente, entre la niebla, con el ruido de unos motores que finalmente se revelan motosierras abriéndose paso en el bosque, derribando árboles aquí y allá. Progresivamente, las imágenes de Patiño irán ganando en luz, avanzando en el día, hasta que cae la noche siguiente.
A diferencia de la citada película de Enciso, a diferencia de tantos y tantos documentales, Costa da Morte se niega a alinearse con lo conocido. La película de Patiño no es una crónica de la lucha del hombre, aunque por momentos nos retrotraiga a las ásperas imágenes de Hombres de Arán (Men of Aran, R. J. Flaherty, 1934) en las imágenes de los “percebeiros” sujetos a las rocas, aguantando la embestida de las olas. No es una contemplación pura de la Naturaleza, de intención ecologista, como fuera Hogar (Home, Y. Arthus-Bertrand, 2009) aunque contrapone las formas de la naturaleza, tierra, mar y aire, a los movimientos humanos por uno y otro elemento. No es tampoco una visión new age como la trilogía Qatsi de Godfrey Reggio, puesto que aunque puede compartir el subyugador poder de las imágenes puras de la naturaleza, evita efectos como el time-lapse o una banda sonora como la aportada por Philip Glass. Si a alguna obra podemos afiliar la identidad de Costa da Morte sería a las miradas sobre el desierto realizadas por Werner Herzog, Fata Morgana (íd., 1971) y Lecciones en la oscuridad (Lektionen ins finsternis, 1992).
Difícil explicar con palabras la potencia visual de esta propuesta. Pero no le restemos mérito alguno, porque Costa da Morte es totalmente única en sí misma. Más allá de utilizar planos secuencia de gran belleza, la combinación de imágenes y personas está construida de modo peculiar, manteniendo a los individuos o grupos en el interior de grandes planos generales, en algunos casos casi ocultos a la vista, pero permitiendo sin embargo oír sus conversaciones para contrastar la presencia humana. El grupo de mujeres mariscando en el agua, la pareja de amigos conversando en la playa, los citados percebeiros en las rocas, el barco en el mar… Si en algún momento nos dejamos llevar por el fluir de imágenes relacionadas y pensamos en Caspar David Friedrich y su Caminante sobre el mar de nubes (1818), erramos el tiro. Patiño nos prueba que el hombre se integra en la Naturaleza, tal vez le saca provecho, pero no puede superarla, se pierde en ella. Las imágenes del pueblo, de la fiesta nocturna, la procesión, la mina o, en menor medida, la doma de caballos, se sienten intrusivas, molestan a los sentidos. Y, sin embargo, son imprescindibles para recordarnos quiénes somos y dónde estamos.
Al final de la película Patiño cierra el círculo y nos deja ver cómo la oscuridad se cierne sobre la Costa da Morte. Sobrecogedoras imágenes del crepúsculo hacia una noche cortada por un faro que el Hombre ha construido, Y, en un último plano, de nuevo, las mariscadoras en el agua. Ahí siguen. Eternamente, vida en la Costa da Morte.