Sitges 2014

El festival de la desmesura

Más calidad que cantidad? Tal vez no, pero la programación, otras actividades aparte, se acercó a los dos centenares de películas. Pese a ver cerca de la cuarta parte de la oferta, no pude acceder a algunas de las obras más destacadas por público y crítica. Aun así vimos suficientes obras para compartir opiniones en Miradas de Cine y comentar tendencias exhibidas en este Sitges 2014 que ha llegado a su 47ª edición.  Podríamos empezar por el principio, por REC 4 (Jaume Balagueró, 2014) o, tal vez (solo tal vez) deberíamos decir por el final, dado que parece plantear el final de la serie. Y es útil empezar por ella porque es representativa de una encrucijada. Merece la pena felicitar a su autor, a los productores, felicitarnos de que nuestra industria culmine tan próspera aventura con una obra de género facturada con calidad de nivel internacional. Sin embargo no podemos plantearlo del mismo modo en la vertiente artística puesto que si bien REC 4 funciona con agilidad, deja un amargo sabor de deja vù, de obra realizada con fotocopiadora, quedando por debajo de sus precedentes en la serie. Empezábamos el festival, pues, con el reto de elevar el listón y alejarnos de los caminos más transitados.

A continuación comentaré las obras a mi parecer más destacables y agruparé otras de modo más o menos razonable, más o menos gratuito.

Sitges 2014: las mejores

Fish and Cat (Shahram Mokri, 2014)

Fish and Cat es tal vez la película más fascinante vista en Sitges, en pase único y con pocos afortunados en platea. Algo incomprensible en una cinta ya avalada por Venecia. Película peripatética, recupera la vocación del plano secuencia prolongado, como en la errante El arca rusa (Russkiy Kovcheg, A. Sokurov, 2002). A diferencia de aquella, la obra de Shahram Mokri no ejerce su efecto mediante la búsqueda de un ambiente onírico sino en la construcción de un conjunto de cuentos hilvanados en torno al movimiento de la cámara. Historia genuinamente persa en su construcción entrelazada,  al estilo de las mil y una noches, encadena los destinos de múltiples personajes en el que podría ser un infinito plano secuencia que, tras más de dos fluidas horas, culmina magistralmente.  En este espacio dilatado de tiempo no hay sensación alguna de morosidad. La combinación de movimientos de cámara con una extraordinaria, milimétrica, coreografía de las idas y venidas de los personajes, dan pie a un peculiar conjunto de historias cruzadas que se mezclan y se funden en el espacio y el tiempo. Veremos la historia del padre de familia que añora su amor de infancia, a su hijo refunfuñante agobiado por la familia, a dos sospechosos cocineros, a una embarazada que regresa del pasado para echar en cara la frivolidad a su novio anterior, a una mujer que debe contar un terrible suceso (pero que no acaba aclarándolo), a un fantasma muerto por “la política”… Unos y otros cruzan, física y metafóricamente, sus destinos. Cuando el movimiento incesante de la cámara deja un personaje para recuperar otro que había aparecido cinco, quince minutos atrás en el metraje pero cuya historia transcurre de modo simultáneo a la que acabamos de presenciar. Como decía, Mokri funde caminos cruzando las trayectorias de la cámara y de los personajes en la que resulta ser una obra maestra oculta.

Child of God (James Franco, 2013)

Insólita, insolente, seca, elíptica… Contradictoria y atractiva. Child of God, interpretada por Scott Haze, íntimo amigo del director, es un viaje nada complaciente a la locura. Si Truffaut y Herzog miraron a los ojos temerosos de los buenos salvajes, Franco nos obliga a mirar a la cara la locura agresiva y desafiante de un salvaje salvaje. Es la historia de un peculiar  habitante de los bosques de Tennessee, huérfano y privado de casa y posesiones que se enfrenta con una vieja escopeta a todo aquel que considera un intruso y a los representantes de la ley. Basada en una obra de Cormac McCarthy, y luciendo una interpretación excelente, más rica en matices de lo que los guiños, muecas y tics podrían hacer pensar, nos acerca más a la locura de Stroszek que a la de Caspar Hauser. Puntuado con música bluegrass  y country, el retrato hiperrealista del personaje y de la comunidad rural consigue una obra simpar de en el festival. La secuencia final en la cueva, de una fisicidad desbordante, y su conclusión, arrogante, desafiante una vez más, nos dan a ver la capacidad de James Franco al otro lado de la cámara. Extraña, incómoda, excelente.

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Child of God

Cold in July (Jim Mickle, 2014)

Una de las cintas más destacadas de Sitges 2013, aunque no demasiado comentada, fue We Are What We Are (J. Mickle, 2013), remake de una cinta mejicana sobre una familia caníbal (Somos lo que hay, J.M. Grau, 2010). La cinta de Mickle mejoraba mucho el original y llevaba la acción de la gran capital a un pueblo de provincias, ordenando también la trama y dando gran densidad a personajes y situaciones la tensión estaba bien graduada y la atmósfera, aun empapada de agua y humedad, iba inflamándose hasta un final angustioso. Cold in July consigue mantener la calidad y la tensión de la propuesta anterior. Thriller contenido, coescrita con Nick Damici, su colaborador habitual y Joe R. Lansdale, autor de la novela original, Cold in July mantiene al espectador en vilo, mediante una puesta en escena y un montaje muy ajustados y gracias a unos inesperados giros de guion que enriquecen a la par que revuelven completamente la trama. Añadamos interpretaciones muy adecuadas de Don Johnson y Michael C. Hall (Dexter en la serie del mismo nombre) y a un descomunal, inmenso, Sam Shepard en un papel inolvidable que linda con las recreaciones entre cómicas y trágicas que elaborara Walter Brennan, el resultado es más que satisfactorio. Desafortunadamente los últimos quince minutos pierden originalidad (que no fuelle) en unas secuencias que mezclan a Grupo Salvaje (The Wild Bunch, S. Peckinpah) con Taxi Driver (íd., M. Scorsese, ) pero el balance final sigue siendo muy satisfactorio.

A Girl Walks Home Alone at Night (Ana Lily Amirpour, 2014)

Odiada y alabada a partes iguales. Infravalorada en mi opinión, el debut de esta joven artista es una obra de culto instantáneo. Ambientada en una ciudad denominada Bad City, Amirpour sigue las (escasas) andanzas de un joven humilde, poseedor de un viejo y aparatoso auto, hijo de un padre heroinómano, y de una joven vampira que se desplaza de noche con chador, mostrando un aspecto tan tenebroso como el del Babadook. Sus destinos cruzados son el pretexto para una historia mínima que basa su atractivo en la descripción de un ambiente opresivo de la que parece ser una ciudad fantasma. Fotografía contrastada en blanco y negro  y puesta en escena remiten a Jarmusch, compartiendo también con él un singular sentido del humor.  Cineasta y miembro de un grupo rock Amirpour dota a su película de una atractiva banda sonora A Girl Walks Home Alone at Night es una cinta mucho más fresca que el opresivo ambiente que retrata, motivo de las simpatías y animadversión que despierta. Curiosa mezcla oriente y occidente, Irán y Hollywood, en la fuga final no sobrarían los acordes de Bruce Springsteen y su Thunder Road.

Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013)

Como la anteriormente citada, Under the Skin es alabada y denostada a partes iguales. Se ha dicho que solo es un vehículo de lucimiento para su protagonista, Scarlett Johansson, y tal vez por ello los distribuidores se resistan lamentablemente a su estreno. De hecho, el desnudo que exhibe un en una escena es harto significativo, puesto que marca la evolución del personaje, que pasa de una actitud neutra a una de curiosidad hacia el cuerpo en el que reside. La obra de Glazer va, pues,  mucho más allá de un pretexto comercial para relanzar una actriz (que no parece necesitar tal estrategia, dado que encadena estrenos diversos), sino que es una inquietante, abstracta, historia que mediante la ciencia-ficción contempla también las relaciones entre los humanos. Glazer sigue de hecho, la trayectoria del que parece ser un extraterrestre en cuerpo de mujer con una puesta en escena distante, glacial, y una banda sonora tan hipnótica como la protagonista. Desnudada de elementos innecesarios (la peli, no la actriz), sin dar explicación alguna de origen, motivos u objetivos, sin diálogos, con grandes elipsis, Glazer sigue las andanzas del personaje. ¿Es pecado mentar aquí a Bresson? Johansson, a bordo de una vieja furgoneta, se desplaza por calles y espacios solitarios, a la caza de víctimas, proceso que Glazer nos presentará de modo progresivo hasta culminar en unas fascinantes secuencias situadas en un espacio sin límites, un vacío en el que se funden las víctimas de esta mantis. Posteriormente, el alienígena empezará a sentir curiosidad por sí misma y por sus potenciales víctimasy cambiará su actitud y su rol de modo radical.  Una gran dirección para un cuento de ogros crueles.

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Under the Skin

The World of Kanako (Kawaki, Tetsuya Nakashima, 2014)

Esperábamos mucho del director de Confessions (Kokuhaku, 2010). Y no decepcionó en absoluto. Aunque el registro sea radicalmente distinto al de su obra anterior. El mundo de Kanako es todo menos esperable. Thriller tenso, angustioso, adopta las formas del hard boiled y del exploitation, con un protagonista, policía retirado del cuerpo por motivos oscuros, alcohólico, machista y extremadamente violento, que nos refiere repetidamente a Mike Hammer. Conduciendo un vehículo (como su dueño, aparentemente indestructible) sacado de Starsky y Hutch o alguna serie de los 70, se lanza a la búsqueda de su hija desaparecida por el lado más salvaje de la vida… y con las maneras más salvajes. The World of Kanako es brutal, sádica y sarcástica. Pero es brutal por lo que muestra, por cómo lo muestra, por lo que no muestra y por lo que cuenta. Por un personaje violento, en una sociedad violenta, que engendra violentas criaturas. Y, además, por si todo ello no bastara, es totalmente manierista. Nakashima se remite directamente a Tarantino y Leone, recurriendo en sus créditos iniciales a sobreimpresiones y animación y a un contraste con una serie de imágenes de hipnótica fotografía. Pese a un final algo redundante que daña el conjunto de la película y malogra la idea argumental final, The World of Kanako es una obra para contemplar detalladamente. Eso si, con un buen impermeable para no mancharse de sangre.

Sitges 2014: la familia, el horror

Varias de las mejores propuestas de terror del festival giraron en torno a diversas formas de familia, surgiendo la amenaza del exterior o, más bien, de su propio seno. The Babadook (Jennifer Kent, 2013), una de las mejores obras del festival, comparte no pocos puntos con Oculus (Mike Flanagan, 2014), When Animals Dream (Når Dyrene Drømmer, Jonas Alexander Arnby, 2014) y  Goodnight Mommy (Ich seh, ich seh, Severin Fiala & Veronika Franz, 2014).

En The Babadook una viuda sufre, junto con su hijo, el acoso fantasmagórico de un agente externo invocado por sus temores y traumas. Como debe ser en toda obra de terror que se precie, será difícil establecer qué parte de la amenaza es real y qué parte surge de la imaginación, los temores y las frustraciones de los protagonistas. La directora establece un itinerario que nos lleva de la cordura a la locura, de la lucidez al sueño y de todos ellos a la pesadilla, con una puesta en escena totalmente acorde con esta intención (tanto en las escenas interiores en el domicilio familiar como en el exterior, como la fiesta infantil o la frustrada denuncia en comisaría). Por otra parte, más allá del temible fantasma, de su presencia, The Babadook tiene un par de detalles a destacar: el rol defensor del niño, superando la pasividad e indefensión materna, y el insólito final que establece una suerte de pacto entre el deseo y el temor.

Goodnight Mommy sería la contrapartida de la anterior. A diferencia de aquella son los hijos de la protagonista la amenaza directa, y nada sutil, que sufre la protagonista. Aislada en una casa tan bella como fría, deberá enfrentarse a sus propios vástagos que no la reconocen tras una intervención quirúrgica facial. Recurriendo a una fotografía espléndida y una sabia puesta en escena (producción de Ulrich Seidl), Goodnight Mommy provoca escalofríos aunque, como otras propuestas, culmine en una final que nos resulta familiar. When Aninals Dream y Oculus fueron otras apreciables propuestas. En el primer caso, con una hija enfrentada a su padre y a todo el pueblo a raíz de un trastorno heredado de la madre. Es una obra de serena composición que se crece en la descripción de personajes y la creación del ambiente de terror pero que finaliza la historia demasiado pronto. En el segundo, dos hermanos marcados por un violento hecho en la infancia se enfrentan a un espejo encantado encerrándose en la antigua mansión familiar para derrotar la maldición; un ejemplo de puesta en escena y montaje.

Aun sin ser obras de terror, la familia marcaba a los protagonistas de numerosas obras. Al protagonista y a los dos hermanos delincuentes de The Rover (David Michôd, 2014), un thriller conciso y sin concesiones en una Australia con ecos de Mad Max, a las relaciones paternofiliales en el neowestern Young Ones (Jake Paltrow, 2014), a los  diversos personajes de la plana Stereo (Maximilian Erlenwein, 2014) y de la incompleta, Dios local (Gustavo Hernández, 2014), una obra muy trabajada en sus texturas y fotografía pero insuficiente en su desarrollo argumental.

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The Rover

Mucho más peculiares eran los casos de Fango (José Campusano, 2012), una historia de venganzas por infidelidades en el contexto de una villa miseria, dirigida por un director autodidacta e interpretada por los habitantes del barrio, con  un resultado tan pobre en recursos como interesante por las condiciones de producción y los planteamientos argumentales. Y también interesantes, la sobrevalorada The Tribe (Plemya; Miroslav Slaboshpytsky, 2014), en la que los miembros de la familia son, en realidad, un clan mafioso de jóvenes sordomudos en una escuela ucraniana. Es en una historia narrada en signos (sin subtítulos), multipremiada tal vez más por su peculiaridad lingüística y el impacto de algunas imágenes que por el resultado global. Pese a su buen nivel narrativo no resulta especialmente original a poco que conozcamos obras de Rumania, Serbia o Kazajistán.

Maps to the Stars (David Cronenberg, 2014) se puede colocar también en este grupo. Aunque crónica agria de los personajes y personajillos de Hollywood, el director de Cosmopolis (íd., 2012) hurga en las miserias de una familia, disuelta tras un doble trauma y forzada a encontrarse con sus peores miedos por el retorno de su hija. Evidenciando que el dinero es el motor que mueve a la fauna hollywoodiense (nada nuevo bajo el sol), Cronenberg nos trae otra obra gélida de lo que parece ser un periodo creativo más pausado que los de su filmografía precedente. A diferencia de su propuesta anterior, sufre de una planificación arrítmica basada en secuencias muy breves y, algo poco frecuente en su autor, de un muy pobre sentido del humor (que en su obra anterior compensaba la falta de empatización con los personajes). Interesante pero insuficiente viniendo de su autor. Eso si, Julianne Moore se tira pedos como en la peli de Godard y ella gana más premios.

Sitges 2014: la comedia triunfa

La comedia no es ajena a Sitges, aunque pueda ser minoritaria en la programación. Y la hay de todos los estilos. Comedia zombi, aparentemente escrita por zombis habida cuenta de las oportunidades perdidas, como es el lamentable caso de Goal of the Dead (Thierry Poiraud & Benjamin Rocher, 2014), con un estallido de infectados en pleno partido de fútbol, o Life After Beth (Jeff Baena, 2014) dónde padres e hija se esfuerzan en negar que ella es una zombi. Broma blanca, casi infantil, en R100 (Hitoshi Matsumoto, 2013) un padre de familia tranquilo y con la mujer en coma prolongado se suscribe a un juego sadomaso y acaba perseguido por las amas; empieza rotunda, carcajeante, pero acaba con gags muy simples. Comedia inteligente, aunque algo confusa, a lo Primer (Shane Carruth 2004), The Infinite Man (Hugh Sullivan, 2013) merecía más atención, dónde un novio abandonado, tratando de cambiar el pasado, acabo multiplicándose a sí mismo y a  su pareja en un interminable vodevil.

Pero hubo comedias realmente brillantes. Merece destacarse, por simpatía y porque pocos la disfrutaron, Wetlands (David Wnendt, 2013), la más provocativa de todas. Tal vez la película más escatológica que recuerde (y, si, me acuerdo de Leolo [íd.; Jean-Claude Lauzon, 1992] y de La gran comilona [La grand bouffe; Marco Ferreri, 1972]). Su protagonista experimenta con la suciedad, andando descalza en urinarios públicas inundados, frotando su vagina en los retretes, intercambiando tampones… sorprendentemente, en contra de lo que se puede pensar, Wetlands es a la par tremendamente divertida e inteligente, consiguiendo equilibrar el humor gamberro, la comedia romántica y el drama familiar en un cocktail fílmico que funciona mucho mejor de lo que se esperaría. Una cinta que merece ser reivindicada, por su dirección, por Carla Juri, su deliciosa protagonista y por su banda sonora.

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Wetlands

Y hubo dos comedias de éxito. What We Do in the Shadows (Taika Waititi & Jemaine Clement, 2014) es un hilarante mockumentary sobre un grupo de vampiros que comparten piso. Siguiendo las declaraciones de unos y otros contemplamos sus conflictos domésticos, la falta de colaboración en la limpieza del piso, sus dificultades para las relaciones o para acceder al pub dónde quieren pasar la noche… porque nadie les invita a entrar, puesto que se debe pagar entrada. En una segunda mitad, a raíz de la vampirización de una víctima, el grupo se vuelve más extrovertido (en especial cuando descubren Google y Facebook) y la comedia se desborda. Sus enfrentamientos internos y externos (con el ordenado grupo de hombres lobo) se antojan cortos cuando llegamos al final de la película.

Realité (Quentin Dupieux, 2014) fue la otra comedia triunfadora. Humor absurdo, crítica más demoledora de Hollywood que la obra de Cronemberg. Esta nueva entrega de un Dupieux abonado a Sitges, es absolutamente desternillante. Con el pretexto de un cámara televisivo puesto a autor cinematográfico que busca el grito perfecto para las víctimas humanas de una invasión de televisores asesinos, Dupieux enlaza diversas peripecias que se transforman a su vez en sueños dentro de sueños. El único problema que tuve con esta película fue la sensación de haberla vivido ya… ¿en un sueño o en un episodio de Muchachada Nui?

Sitges 2014: british style

Tal vez estoy forzando demasiado las agrupaciones; pero, vaya, las asignaciones de películas a una u otra sección del festival también lo eran. Lo cierto es que las cintas británicas vistas en Sitges tenían cierto aire común de contención, fuera cual fuera su género, en las más destacables o en las olvidables, como fuera The Quiet Ones (John Pogue, 2014), pobre enfrentamiento entre ciencia y paraciencia.

Una de las mejores obras (menos) vistas en Sitges, Starred Up (David Mackenzie, 2013), muestra que el drama carcelario no está agotado. Sorprendentemente sobria historia de un joven hiperviolento, encerrado en el mismo bloque que su propio padre, presenta no sólo su evolución sino también,  en una par de secuencias realmente impresionantes, como se desencadena, de modo inevitable y estúpido, la espiral de violencia. Starred Up podría contener una orgía de sangre pero lo evita en buena parte sin perder un ápice de intensidad. Una gran dirección y unas creíbles interpretaciones al límite de la explosión de Ben Mendehlson, Jack O’ Connell y y Rupert Friend (el Quinn de Homeland)

How I Live Now (Kevin Mcdonald, 2013) luce, en una primera parte, tranquilidad narrativa, que no encorsetamiento, siendo tan sensible a los sentimientos adolescentes y juegos infantiles como respecto a los apuntes de una inminente catástrofe. Crónica de un forzado cambio vital, de un radical rito de paso, narra la historia de una joven americana (excelente Saorsie Ronan, desagradable y distante)  llevada antes de la guerra a la casa de campo de sus primos ingleses. Naturaleza bucólica, despertar al amor, truncados por una hecatombe a la que seguirá el caos y una búsqueda angustiada de la supervivencia en una segunda parte de nivel inferior, como sucediera con una obra anterior del director, El último rey de Escocia (The Last King of Scotland, 2006).

The Duke of Burgundy (Peter Strickland, 2014) era deseada más que esperada. Tras la muy favorable recepción en edición anterior de su obra anterior, Berberian Sound Studio (íd., 2012), queríamos disfrutar la posiblemente peculiar visión de este director de las relaciones de dominio, la inversión de poderes, entre ama y criada. La historia, ambientada en algún punto en el primer cuarto del siglo XX, arranca con secuencias de una mujer en la naturaleza. Arroyos, orugas, insectos, mariposas… para entrar a continuación al interior de una mansión dónde la mujer es sometida a continuas humillaciones por su dueña. Pronto veremos que esta no es la situación real y sucesivamente, observaremos una multiplicada inversión de papeles entre ama y criada, entre las dos amantes. Strickland crea una obra circular repleta de rituales que van más allá de lo sexual y los vincula al ciclo de determinadas mariposas, pasando de oruga a pupa, refugiándose en capullo, bajo tierra, para reaparecer en una forma más lucida. Más allá de ciertas semejanzas con Peter Greenaway, The Duke of Burgundy es tan bella y sensual como parsimoniosa y, ¡ay!, hipnótica, provocando en buena parte del público (incluido este observador) un estupor inadecuado.

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The Duke of Burgundy

Luna (Dave McKean, 2014) es una de esas obras en las que debes agradecer al azar que te ha llevado a ella. Ni he visto sus obras previas ni recordaba que era el dibujante de Arkham Asylum o de Sandman. Y es una sorpresa, una pequeña joya sincera, emotiva y muy apreciable. Luna se basa en una hecho real, familiar a su autor, pero McKean supera tan temible premisa ofreciendo una historia sencilla de modo brillante y recurriendo en buena parte de ella a la animación. Historia de un reencuentro entre dos parejas, separadas durante años tras un trauma familiar, su director encuentra y consigue plasmar en pantalla los sentimientos de dolor, de emoción y de agradecimiento sin sentimentalismos y de modo creíble. Gillam ya lo hizo y merece ser reivindicada más ampliamente.

The Double (Richard Ayoade, 2013) me recuerda que debería ver Submarine (íd., 2010), anterior obra del director. Pero no deja de ser una sorpresa que Richard Ayoade, actor de series cómicas (Los informáticos [The IT Crowd; Graham Linehan, 2006-2013. Channel 4]) y también de la divertida Los amos del barrio (The Watch, A. Schaeffer, 2012) haya realizado una obra tan inquietante y perturbadora como The Double. A diferencia del naturalismo utilizado en Enemy (Denis Villeneuve, 2013), basada en un cuento de Saramago, Ayoade se remite a Dostoievsky y crea un mundo agobiante, de oscuridad y colores ocres o verdosos, con reminiscencias obvias de El Proceso (The Trial; Orson Welles, 1963) y Brasil (Brazil; Terry Gilliam, 1985). La historia es realmente agobiante, arrancando con una pesadillesca, absurda, situación de pérdida y se complica hasta límites insostenibles. La angustia de un hombre que se disuelve en la nada, aunque nadie más parece darse cuenta de su tragedia, y que acaba creando otra situación peor. Aunque se pierde en su propio laberinto es una de las obras destacables del fantastique, gracias también a una banda sonora inspirada en las creaciones de David Lynch y, tal vez, Kaurismäki.

Sitges 2014: los dibus

Animación de estilos diversos, animación autoconsciente de serlo como en la brillante (por oscura) y barroca The Boxtrolls (Anthony Stacchi & Graham Annable, 2014). La historia de unos seres que viven bajo tierra, robando trastos y artilugios a los urbanitas y a los que un malvado y sus filosóficos secuaces tratan de eliminar. Aunque demasiado lineal (no debo olvidar que es una peli infantil), es harto interesante su conciencia de stop-motion (manifestada en las imágenes finales) y las discusiones acerca del bien y del mal.

Absolutamente insólita, la propuesta coreana The Satellite Girl and The Milk Cow (Oo-lee-byeol il-ho-wa eol-lug-so; Hyeong-yoon Jang, 2014) descolocó y encantó. Tenemos un satélite que se convierte en chica al bajar a la tierra, un chico convertido en vaca por una maldición y un mago Merlín transformado en rollo de papel higiénico. Si añadimos que esta comedia mantiene cierto tono poético pese a que los personajes se enfrentan a situaciones totalmente surrealistas (el chico vaca cagando en el wáter y cogiendo el papel desenrollado por el mago Merlín) supongo que acabo de confundir a todo lector… pero es que era así y era bonita.

Más clásica, pero impecable en guion, desarrollo de personajes y ritmo, Minuscule – La vallée des fourmis perdues (Hélène Giraud & Thomas Szabo, 2013) es una brillante obra. La odisea de un grupo de hormigas que llevan a su base una caja de azúcar, acompañados de una mariquita y asediados por la tribu rival, es un excelente western. Impecable animación de ordenador, uso de imágenes reales, agudos gag y una persecución fluvial que supera de largo la espectacular escena del río de El hobbit: la desolación de Smaug  (The Hobbit: the Desolation of Smaug, P. Jackson, 2013). Su estreno sería obligado.

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Minuscule

Sitges 2014: el espacio

Propuestas modestas en presupuesto, simpáticas a priori y totalmente antagónicas en sus resultados. Space Sation 76 (Jack Plotnick, 2014) es un experimento fallido, como película. La reelaboración de un scifi con el estilo, los decorados, la banda sonora y el vestuario de los 70. Unas imágenes, unos personajes, que nos retrotraen a los de la serie Espacio 1999 (Space: 1999; Gerry & Sylvia Anderson, 1975-1977. ITC – RAI), entre otras. Los personajes tocan botones cuadrados, los robots son simples, no hay digitalización alguna y se utilizan los videocassettes. Por supuesto, estamos ante una comedia. Lamentablemente, en lugar de una space opera con toques retro como la excelente Los guardianes de la galaxia (Guardians of the Galaxy; James Gunn, 2014), estamos ante una soap opera, un culebrón, ambientado en una nave espacial: infidelidades, miedos y chistes toscos en una obra que resulta torpe y pasada de moda.

Last Days in Mars (Ruairi Robinson, 2013) no es especialmente original. Recuerda, en parte, a Fantasmas de Marte de John Carpenter (Ghosts of Mars, 2001). Pero, como decía antes, es una obra que hace de la modestia una gran virtud. El argumento es simple. En las horas previas a la evacuación, un equipo de investigación terrestre hace un accidental descubrimiento, un encuentro que nunca debió de tener lugar, y que les lleva a una lucha por la superviviencia. Con un espíritu digno, no sólo de Carpenter, sino también de Budd Boetticher, de Hawks o de El jardín del diablo (Garden of Evil, H. Hathaway, 1954), su director construye una obra realmente interesante, tensa de principio a final, sin concesiones.

The Signal (William Eubank, 2014) es una curiosa película. Arranca con un suspense que nos orienta al terror, nos deja al protagonista prisionero en una suerte de base subterránea aparentemente por contraer una infección y acaba, bruscamente y en un apoteósico despliegue de efectos especiales, en el espacio abierto de la ciencia-ficción; interesante pero precisaba más metraje y/o mejores responsables.

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The Signal

Sites 2014: desmesuras asiáticas

Last but not least. Todo Sitges contiene estas insólitas muestras de creatividad destructiva… o de destrucción creativa. Me planteo hasta qué punto se construyen los thrillers coreanos a reflejo de su sociedad. Mientras los blockbusters americanos tienden a una pirotecnia de persecuciones automovilísticas y tiroteos un tanto asépticos, las hipertrofiadas películas de acción llegadas de Corea del sur parecen substituir (parte) de las persecuciones en vehículo por diversos sprint de los protagonistas o auténticas maratones. En cuanto a las peleas hay una incontinencia de disparos, apuñalamientos y torturas que dejan un evidente rastro de sangre y cadáveres a sus espaldas.

No Tears for the Dead (U-neun nam-ja; Lee Jeong-boon, 2014) es un potente thriller… uno más. Historia de un (demasiado) lacónico asesino a sueldo, torturado moralmente por haber asesinado a una niña en el curso de un encargo que culmina con matanza y al que se le encarga asesinar a su madre. Llegados a un punto, el conjunto de casualidades y la trama en sí dejan de importar y lo único a destacar es el permanente, imparable,  despliegue de violencia. Sin olvidar la omnipresenta corrupción policial y política, denunciada en la mayor parte de los thrillers coreanos, el máximo interés de su director radica en las sucesivas set pieces que enfrentan al protagonista con sus adversarios. Sin armas, con rifles, a cuchilladas o a trompazos, saltando varios pisos o atravesando cristales, No Tears for the Dead acaba por situarse en el terreno de La jungla de cristal (Die Hard; John McTiernan, 1988), con un héroe atormentado resiliente a todo enemigo. A diferencia de Hollywood las muertes son más obvias, más sangrientas, las heridas duelen más y la idea de final feliz es harto distinta. The Target (Chang, 2014) es otro de esos thrillers rotundos, viscerales. Arranca potente, en noche de lluvia, con un tiroteo del que desconocemos motivos y antagonistas… lamentablemente, de nuevo, la cinta se alarga en persecuciones de ida y vuelta acabando en una apoteosis con enfrentamientos de machos.  Funciona bien a pesar de que nos parezca haberla visto ya varias veces. Lo más destacable es la coincidencia temática en la causa del conflicto,  mucho más allá de un macguffin. La especulación inmobiliaria mezclada con corrupción policial y política que desencadena el drama. Algo semejante a lo que también veremos en Hwayi, the Monster Boy (J. Joon-Hwan, 2014) Esta empieza también de modo prometedor, con un  golpe a cargo de una banda de sádicos, el secuestro de un niño y la revelación posterior de que el crío ha sido abducido y educado en el crimen por sus propios secuestradores. Desafortunadamente, el giro argumental nos lanza a uno de aquellos conflictos melodramáticos del gusto oriental y, a partir de ahí, seguirá una interminable retahíla de secuencias sadomasoquistas, tiroteos inacabables y enfrentamientos paternofiliales. Una obra fallida porque el director quiere tirar de demasiados hilos que se le enredan en las manos.

Algo parecido, aunque voluntariamente, sucede en The Midnight After (Na yeh ling san, ngo joa seung liu Wong Gok hoi wong dai bou dik hung Van; Chan Fruit, 2014), suerte de variación hongkonesa sobre Perdidos (Lost; J.J. Abrams & Carlton Cuse & Damon Lindelof, 2006-2010. Fox), cuando los viajeros de un minibus llegan a su destino, en la vecindad de la gran urbe, y lo encuentran vacío. Tan vacío como la obra en sí misma, lo suficientemente atractiva como para tolerar las dos horas de duración, pero que se enriquece de modo absolutamente gratuito con escenas de terror zombi, comedia, suspense, drama social, sadismo… una mezcla que, finalmente, cuesta de digerir para paladares occidentales.

Sitges 2014

The Midnight After

A diferencia de las citadas, That Demon Within (Mo jing; Dante Lam, 2014) exhibe no sólo un gran pulso sino que desarrolla el guion de modo harto integrado con la definición del personaje. En este caso un policía introvertido y atento con sus semejantes que se ve involucrado en el enfrentamiento del cuerpo de policía con una peligrosa banda criminal, liderada por el rey demonio. Pronto se verá que nada es lo que parece y que todos tienen secretos y dobles caras. De nuevo la denuncia de la policía corrupta, la atracción del mal, lealtades que no son tales y una culpa no redimida que marcará la salud mental y el destino del protagonista. Tras una trama que semeja la Cosecha Roja de Dassiel Hammet, el protagonista se identifica con el demonio, culminando su redención, cerrando el caso en una secuencia apoteósica, antológica, que emula el final de Al rojo vivo (White Heat, Raoul Walsh,1949)

Pero todas ellas fueron superadas en cuanto a desmesura por las dos películas asiáticas del maratón sorpresa final, que empezó a las 2 de la madrugada. Sólo algo realmente vibrante nos podía mantener despiertos. Y así fue. Tokyo Tribe (Tokyo Toraibo; Sion Sono, 2014) es la nueva incontinencia visual de su autor. Es, sin duda, cineasta de la desmesura. Desmesura de metraje en ocasiones, de emociones en otras, de imágenes siempre. Tokyo Tribe es un prodigio visual en torno a la guerra de bandas en un Tokio más distópico de lo habitual. Un artefacto, un musical, que arranca con un enorme plano secuencia, steady cam y grúas mediante y que culmina con una batalla semejante a la que culminaba Why Don’t You Play in Hell? (Jigoku de naze, warui, 2013) pero que en realidad me hizo pensar en una mezcla entre Dragonball Z y Doraemon (bueno, eran las 4 de la mañana del 9º dia de festival). Luchas de fantasía y calles de fuego al ritmo perpetuo del hip hop y malvados de broma en un juego tan inocuo como brillante. Un gozoso desmadre.

Y The Raid 2: Berandal (Gareth Edwards, 2014) no bajó el nivel. Todo lo antes mencionado respecto de los thrillers coreanos o hongkoneses se queda corto. Dos horas y media de tensión y luchas apoteósicas con puños, cuchillos, bastonazos, pelotazos, hoces y martillos (sic). Y tiroteos, y asesinatos, y venganzas y traiciones y más masacres… Entre Election 2 (Hak se wui yi wo wai kwai; Johnnie To, 2006) y Oldboy (Oldeuboi; Park Chan-wook, 2003) ), The Raid 2 no puede medirse según una vara occidental y hay que entenderla y aceptarla o rehusarla en función de su contexto. Como en las citadas películas del continente, la corrupción es el origen de todo. Como en ellas, la violencia es la solución. Si esta es la realidad, mal pronóstico para el país. De hecho, no podemos olvidar que estamos en el antiguo reino de Suharto y que hemos visto imágenes reales tan duras como éstas.

… Y hasta aquí, fin de Sitges 2014. Sangre, retinas quemadas y felicidad en el ambiente.