Terry Gilliam celebró su 73 cumpleaños en Gijón, justo el día después de haber recibido el premio de honor durante la gala de apertura de la 52 edición del Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX). El público puesto en pie del Teatro Jovellanos le cantó el cumpleaños feliz, algo que el propio Gilliam ya había vaticinado. El cineasta describió en una entrevista radiofónica, que debía emitirse a la mañana siguiente, cómo iba a transcurrir el evento antes de que este tuviese lugar. A fin de cuentas, es sabido el gusto del director de Brazil (id., 1985) por adelantarse al futuro.
Gilliam, que comenzó como publicista y dibujante, se convirtió en el único miembro americano de los Monty Python, realizando todas las imaginativas animaciones del legendario grupo, como ese pie gigante que siempre aplasta la escena en la apertura de la serie Monty Python’s Flying Circus (1969-1974). Su carrera como director se inició precisamente en Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grail, 1975), que correalizó junto a Terry Jones, seguida de un corpus de unos veinte filmes, tan personal y coherente como irregular, siempre en la órbita del género fantástico, y en el que se cuentan filmes de culto como la citada Brazil, Doce monos (Twelve Monkeys, 1995) o Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998). Ahora presenta su último filme The Zero Theorem (2013), pocos días antes de su imprevisto estreno comercial en España (que como él mismo explicó agradecido, se ha producido gracias al premio que le ha dado el FICX). En este filme, protagonizado por Christoph Waltz, Matt Damon y Tilda Swinton, Gilliam retorna por los senderos que abrió hace treinta años con la ya doblemente mencionada e interesante Brazil. El cineasta imagina otra nueva distopía apocalíptica y barroca, con rasgos de humor, que incorpora una reflexión filosófica sobre el sentido de la vida, un tanto artificiosa.
Justo antes del encuentro, que se realiza conjuntamente con otros dos periodistas, Gilliam se quita un gorro de clown. Acaba de hacerse una foto junto al ilustrador y cineasta Bill Plympton y no para de moverse. Se incorpora en el sofá para atender la que va a constituir su enésima entrevista. Su rictus varía constantemente entre la risa desmedida ante sus propias ironías, y la actitud de pensador rodiniano. Y la verdad es que su acting está justificado: sus bromas son bastante graciosas y sus reflexiones lúcidas.
—Me gustaría saber cómo se produjo su salto desde la animación y la etapa con los Monty Python hasta llegar a convertirse en una especie de auteur cinematográfico a la europea en los años ochenta…
—¿Tenemos un par de años para hablar de ello? [Se ríe]. Nunca tuve planeado ser animador. Simplemente estaba en un programa de televisión que tenía un cierto material que no sabía cómo difundir, y yo les dije “¿Por qué no me dejáis hacer un corto?” Y es lo que pasa con la televisión, de un día para otro me convertí en un animador famoso. Y esto me llevó a los Monty Python… y a los Monty Python and the Holy Grail [Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, 1975]. Terry Jones y yo sentimos que queríamos dirigir la película para poder controlarla en vez de tener un director externo. Así que le dijimos al productor: “Solo puede dirigir la película alguien que se llame Terry”. Y estuvo de acuerdo. Y entonces mi nombre apareció en la pantalla debajo del rótulo de dirigido por. Así que ya era director de cine. Es realmente fácil, muy sencillo… [Gilliam da una palmada y se ríe].
—Recientemente se produjo un retorno puntual de los Monty Python, pero después de que John Cleese se retirase, manifestó que aunque en el pasado habían trabajado bien juntos, nunca había habido una amistad real, y que por eso cada miembro del grupo había tomado un camino separado. ¿Es verdad?
—No hemos trabajado juntos desde hace muchísimos años, y cada uno ha seguido caminos diferentes, sí. Al principio éramos muy buenos amigos, amigos íntimos. Éramos casi como hermanos. Éramos como una familia… y ya se sabe lo que pasa lógicamente con las familias… [Hace un gesto brusco con las manos y se ríe]. Así que nos separamos, cada uno por su lado… Pero decidimos volver a reunirnos, solo para trabajar con material antiguo… Que nos hubiéramos sentado para plantear nuevas ideas o una nueva película me parece imposible… básicamente porque John Cleese ya no es nada gracioso… [Se ríe].
—Creo que hay dos huellas reconocibles del estilo de los Monty Python en la mayoría de sus películas. Una es la manera en que sus animaciones previas se convierten en reales en películas que no son de animación, y la otra es el humor absurdo y a veces surrealista. No sé si está de acuerdo…
—Sí, sí, perfectamente. Verá además es porque antes de animador yo era dibujante. Hacía viñetas políticas, y creo que mis películas son en definitiva eso, caricaturas políticas animadas. Buscan la abstracción, el hiperrealismo, lo grotesco, lo distorsionado, pero a fin de cuentas es sobre la realidad sobre lo que hablan, la realidad que vivimos… Y el sentido del humor es una necesidad para poder describirlo, para bailar [Gilliam hace una serie de onomatopeyas intraducibles y se ríe] sobre esa realidad. Estoy de acuerdo, creo que es una definición razonable de mis películas.
—Su última película se vio en Sitges hace un año, se pasa ahora en Gijón y se estrena en toda España. La película plantea un futuro un tanto psicodélico, con alguna conexión con Brazil, y quería preguntarle si usted ve el futuro realmente de esa manera… o cómo le gustaría que fuera…
—Creo que The Zero Theorem habla realmente sobre hoy. Cuando empezamos a hacer la película iba a tratar sobre el futuro, pero cuando la acabamos, el futuro había llegado ya rápidamente [Se ríe]. No sé cómo será el futuro. Cada vez soy más pesimista con respecto al futuro. Tenemos sistemas que no funcionan bien y nadie parece saber muy bien cómo parar esta especie de Juggernaut que se nos viene encima. No sé que más decir… [Se ríe].
—Dice usted que el futuro nos ha pasado, que lo hemos alcanzado. Es algo que podía aplicarse también a Brazil. ¿Cree que lo cuenta esa película ocurrirá de alguna forma?
—No lo sé… Brazil sí que iba sobre el futuro, no sobre el futuro de hoy, sino sobre la clase de futuro que teníamos en aquella época, a mediados de los ochenta. Pero la gente no se dio cuenta entonces de eso. A la gente le ha llevado muchos años darse cuenta [Se ríe]. Estados Unidos ha tardado años en crear el Departamento de Seguridad Nacional. Hace unos años en Nueva York, estuve aislado un tiempo dándole vueltas a la posibilidad de denunciar a George Bush y Dick Cheney por la utilización ilegal y sin autorización de algunas ideas que estaban en Brazil [Se ríe]. Pero volviendo a The Zero Theorem creo que trata realmente sobre el ahora… Y no sé qué es lo que ocurrirá en el futuro.
—Con respecto a la filmación de estas dos películas tan relacionadas, Brazil y The Zero Theorem, quería saber qué le ha supuesto el gran cambio tecnológico que se ha producido desde los ochenta hasta ahora, partiendo de la importancia que este aspecto tiene en ambos filmes…
—La tecnología es tecnología. No es complicado. Rodamos The Zero Theorem en cine, la editamos digitalmente y la proyectamos digitalmente. Aquí está el secreto… [Gilliam saca un móvil del bolsillo]. ¡El gran secreto de Brazil! Este fantástico iPhone… En varias escenas de The Zero Theorem hubo que hacer durante el montaje algunos cambios en el diálogo. Christoph Waltz estaba en Berlín, Mélanie Thierry estaba en el sur de Francia y simplemente remontamos las secuencias con el nuevo diálogo y se las mandamos en un Quicktime por e-mail. Ellos grabaron sus nuevos diálogos en sus iPhones y me devolvieron los e-mails. Y están en la película. Eso es lo fantástico de la tecnología. El problema es que no cambia el mundo, pero sí que hace las cosas más fáciles de rodar, y más baratas. En el pasado habríamos tenido que coger un vuelo para ir a Londres, alquilar un estudio para volver a grabar los diálogos, y ahora no.
—Algo muy bueno para el presupuesto…
—Sí, pero el presupuesto es una ficción. Por ejemplo, en The Zero Theorem, hace seis o siete años cuando empezamos a hablar del proyecto, el presupuesto era de veinte millones de dólares, y hemos rodado la película por ocho millones y medio. Ese es el cambio. Y la tecnología hace posible que ocurra eso. Incluso que un presupuesto más bajo no afecte a las ideas de la película.
—Dentro de la tendencia de trasladar películas a la pequeña pantalla, le ha tocado a una de las suyas, Doce monos. ¿Qué opina al respecto?
No tengo ni idea. Ni siquiera se han puesto en contacto conmigo. Lo único que sé al respecto es lo que leo en Internet. Me da igual. Hicimos una buena película y si la serie va a ser buena o mala… no tengo ni idea. Lo único que le puedo decir sobre cómo me siento es que el productor, que se supone que es amigo mío, ni siquiera se ha puesto en contacto conmigo para informarme del proyecto. Eso es todo.
—¿Qué es lo que no le gustaría para nada que cambiasen con respecto a su película?
—[Gilliam se pone algo nervioso] ¡Me da igual! [Se ríe]. De verdad. Creo que ya han cambiado al personaje de Jeffrey y que ahora es una mujer. El personaje de Brad Pitt ahora es una mujer… No tengo ni idea. Me da igual. No quiero ni pensar en ello, de verdad. [Se ríe bastante nerviosamente].
—Hay una película suya que me interesa bastante, Miedo y asco en Las Vegas, y me gustaría saber hasta qué punto se inspira en cierto modo en su experiencia personal en los años sesenta en Estados Unidos…
—Yo no tomaba drogas [Se producen ciertas risas]. No, no. Es verdad. En aquel momento decía que cuando acabara la película iba a tomar ácido, pero al final no lo hice. [Se ríe]. Pero conocía el efecto de las drogas. Lo he visto en mis amigos, en su entorno y en otras personas. Pero la película no va sobre las drogas, va sobre la época que se estaba viviendo en los sesenta. Era un tiempo en el que éramos muy optimistas sobre la posibilidad de cambiar el futuro, pero la realidad no siguió por ese camino. En realidad es una película sobre el fracaso y la decepción.
—Precisamente era a eso a lo que me refería, a su experiencia con respecto al contexto norteamericano de los sesenta, los cambios políticos, Vietnam…
—Fue muy importante claro. Dejé América en parte por la guerra de Vietnam. Era una época extraordinaria porque cambiaban muchas cosas. El movimiento de los derechos civiles en primer lugar… las protestas contra la guerra [Gilliam imita el sonido de una metralleta], los derechos femeninos y de los gays… todos los signos eran positivos, pero el mundo estaba a punto de destruirse al mismo tiempo, y eso es lo que se reconoce en esa película. El libro en el que se basa [Escrito por Hunter S. Thompson; se publicó en 1971] fue muy importante a nivel personal para mí, y por eso estuvo muy bien poder hacer su adaptación. Había que mantener el tono del libro, que contiene una cierta desesperación, pero que al mismo tiempo es explosivo y escandaloso, y eso es lo que tratamos de hacer.
—Después de haberlas hecho, ¿vuelve usted a revisar sus películas?
—No, la verdad es que una vez que las he rodado, lo que quiero es huir de ellas. [Se ríe]. Me parece más interesante observar la reacción del público o de la crítica. Por ejemplo en el caso de The Zero Theorem, creo que es una película que la gente ama o que la gente odia. [Se ríe cada vez más histriónicamente]. Hay quien dice que es extraordinaria, maravillosa, y quien dice que es una auténtica mierda, que ha perdido dos horas de su vida viéndola. [Se ríe]
—Y en este sentido, ¿hay alguna película en la que usted tuviera todas sus esperanzas puestas y en la que el público y la crítica no respondieran a sus expectativas?
—Bueno, la mayoría de mis películas. [Se ríe]. No… Por ejemplo con Brazil pasó eso. La mitad del público se levantaba y salía de la sala. Yo estaba sentado en la butaca y de repente había gente que pasaba por delante de mí y se iba. [Gilliam lo explica de forma muy expresiva y haciendo diversos sonidos de acompañamiento]. Con The Zero Theorem está ocurriendo lo mismo. Yo hice la película pero no sé por qué pasa. De verdad que no lo sé. Es una película de la que estoy orgulloso. Estoy feliz porque con ella he podido decir lo que quería decir. Creo que es la mejor interpretación de Christoph Waltz [Se ríe], y Mélanie Thierry es la mujer más sexy y bella que he visto en una pantalla en mucho tiempo. [De repente se oyen unos golpes secos y repetidos en la sala contigua…]. ¡Están disparando a gente ahí al lado ahora mismo! ¡Quizá están representando un cuadro de Goya! ¡Fusilando a gente contra la pared…! [Se ríe]
—Quería preguntarle por el aspecto formal de sus películas… Usted utiliza muy habitualmente el gran angular y planos bastante largos, o al menos más largos de lo que se acostumbra a hacer ahora en el estándar de Hollywood. ¿Por qué lo hace?
—Verá creo que con el uso del multicámara no se puede atender a dos cosas a la vez, no puedes tener mucha amplitud porque te tienes que situar más cerca del objeto. No puedes tener planos muy generales. No obstante, por ejemplo en The Zero Theorem hemos utilizado muchas menos lentes angulares que habitualmente, y es porque la película está muy centrada en un único personaje que es Christoph Waltz. Teníamos que quedarnos con él. Yo simplemente le seguía todo el rato. Pero lo que me gusta del gran angular es que te sitúa en un espacio mucho más grande, no es como un simple primer plano. ¿Por qué hacer un primer plano cuando tienes el mundo alrededor tuyo? Se trata de relacionar al personaje con el espacio que le rodea. El fondo es para mí tan importante como lo que hay en primer término.
—¿De qué cineastas se siente usted admirador?
—[Terry Gilliam se queda un rato pensativo, emitiendo un sonido que se asemeja mucho a un mugido]. Soy fan de los hermanos Coen… Me gustan mucho… y hay mucha gente a la que admiro… Pero la mayoría de aquellos a los que admiro de verdad están muertos. Es triste… Me gustaría emocionarme más con el cine actual pero no… Quizás sé demasiado. Las películas me divierten, me emocionan, me entretienen, pero eso me ocurre cada vez con menos frecuencia. Cada vez que veo una película —y puede creer que ya no veo muchas— me parece que son muy repetitivas, sobre todo las más comerciales. Así que me aburro. Técnicamente son brillantes, pero no encuentro historias nuevas o frescas. Se repiten una y otra vez. No es fácil ver en un cine comercial películas que sean interesantes. Sé que en los festivales las hay, pero no tengo tiempo para verlas, tengo que responder a entrevistas [Se ríe]. Los festivales son los únicos sitios en los que se pueden ver las películas más interesantes que se ruedan hoy en todo el mundo… Es el refugio para los cinéfilos, que son un grupo de gente que profesa una religión… una religión de amor por el cine. Pero cada vez me recuerdan más a los cátaros que vivían en el monte Ségur. Creo que los cinéfilos acabaremos probablemente como ellos, cometiendo suicidio en masa. [Se ríe].
Entrevista realizada en Gijón, el 23 de noviembre de 2014.