That’s entertainment!
El hombre de una tierra salvaje (Man in the Wilderness, Richard C. Sarafian, 1971), es una película setentera que retrata la lucha por la supervivencia en la naturaleza salvaje donde lo bello y lo siniestro se dan la mano en un tapiz excelso, lúgubre, a la par que dramático. Una película bien narrada, elegante. Eran otros tiempos para el mainstream. Ahora parece, como bien dice Peter Bogdanovich en El Cultural sobre el cine de Hollywood actual, que “tenemos a adultos haciendo películas para niños que se supone que los adultos deben tolerar.” Estamos en la era técnica que ya preconizaba Walter Benjamin en su La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica (1936) en el que, frente a lo original y auténtico en el arte, se opta por la copia en cadena industrial; esto es, frente a la fuerza de la trama se elige acción, efectos visuales, como fórmulas eficaces para un entretenimiento fugaz. Es el sino de nuestra era. El renacido responde, como buena parte del cine comercial actual, por desgracia, a ese tipo de cine pueril referido por Bogdanovich.
Aún así, es difícil no disfrutar de la película de Iñárritu sobre un trampero con sed de venganza en la América decimonónica; una película casi perfecta técnicamente, que cuenta con un amplio presupuesto, con una música épica de Ryuichi Sakamoto (que ya trabajó con Iñárritu en Babel), unas actuaciones espléndidas o una fotografía gloriosa que se recrea en el paisaje desolador e inhóspito de una supuesta Dakota del Sur. Pero también es imposible, a la par que saboreamos este cine de entertainment, no destacar que algo chirría, que tanto exceso de grandilocuencia fotográfica nos embelesa, sí, pero también subvalora nuestras expectativas dramáticas, que tantas vidas regaladas al protagonista para este Rambo que “renace” casi en cada fotograma no hacen sino restar plausibilidad a la trama (como la caída en caballo, por poner un ejemplo), y que tanta heroicidad encadenada no da respiro ni a su personaje ni al espectador.
Y es que si la comparamos con la mencionada de Sarafian, basada también en la misma novela; donde el análisis de los personajes eran la base de aquella, aquí lo trepidante pesa sobre el resto y choca con la evidencia de que tanto en la naturaleza como en la vida hay muchos tiempos muertos donde no ocurre absolutamente nada; donde el relato preponderaba en aquella, aquí reluce la fotografía de Emmanuel Lubezki; donde la narratividad respondía a los cánones clásicos de inicio, nudo y desenlace, aquí Iñárritu, el rey postmoderno, intenta aunar y alargar planos-secuencias memorables sin hilo ni trasfondo. Estamos ante un filme que recuerda a Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, Sydney Pollack, 1972) o Hacia rutas salvajes (Into the Wild, Sean Penn, 2007), ambas basadas tanto en historias reales como en sendas novelas pero con la diferencia que McCandless, el alter ego de Sean Penn busca su sentido vital en la naturaleza salvaje huyendo de la nada existencial propia de la contemporaneidad, mientras Hugh Glass se ve forzado por unas circunstancias impuestas. También vemos la influencia estética de Apocalypse Now (íd., Francis Ford Coppola, 1979), como bien apunta el pretencioso Iñárritu. En VOSE se puede apreciar además la excelsitud de sus actores protagonistas, Glass (Leonardo DiCaprio) y su némesis Fitzgerald (Tom Hardy); uno que con su sola expresividad facial da a luz a su personaje, Glass, casi sin diálogos; otro que gracias a sus proceso camaleónico es capaz de hacernos creer que estamos ante un americano de las Apalaches. La pena es que, pese al buen hacer de Hardy, su personaje sea tan plano y previsible. En cambio en la película de Richard Harris, su “némesis” es el capitán Henry (un sensacional John Huston) una suerte de Ahab o de Fitzcarraldo, con carácter contradictorio, rico en matices y con una contundente determinación por llevar las pieles cruzando Missouri frente a todas las inclemencias, incluso humanas. Hay muchas diferencias en ambas en cuanto a la historia (por ejemplo la relación paterno-filial, decisiva en El renacido, pero secundaria en la de Sarafian), en cómo está contada pero sobre todo el tono y finalidad (venganza vs perdón) y el montaje, telón de Aquiles del, por otra parte, siempre interesante Iñarritu que, queriendo hacer malabarismos, solo consigue el enfriamiento y distanciamiento por parte del espectador.
Sarafian y su equipo huyen del lucimiento técnico y estético centrándose en un guión sobrio y tomándose su tiempo en mostrar la motivación y recuperación del protagonista para dar mayor verosimilitud; mientras la fábula survival El renacido es un pasatiempo vacío tras su visionado. Donde Iñárritu pone acción, Sarafian descripción. En la película de Sarafian hay una historia bien contada. En el cine de Iñárritu solo hay pose, una pose muy amena, eso sí, pero nada más.