De miedos, y éxtasis de ser
Sueños y pesadillas. Delirios de grandeza. Y mucho miedo.
¿A que le tiene miedo el hombre?
Como individuo, a no ser capaz de proteger a sus seres queridos o, quizá más importante, a perder a los que le protegen. Miedo a quedarse solo. Miedo a no ser aceptado.
Como sociedad, a no salir victorioso tras un posible enfrentamiento contra los que no quieren aceptar las reglas morales, establecidas y compartidas por la gran mayoría.
Como especie, a no dominar la situación, a no ser el más inteligente, el ser superior propietario de la Verdad Absoluta.
Tres niveles de miedo, de angustia, de lucha. Tres niveles en los que Snyder profundiza a medida que avanza su filme. Lenta pero eficazmente, consigue que cale el mensaje y su complejidad, porque la lucha del hombre consigo mismo (como individuo o como sociedad) no puede simplificarse a buenos contra malos, a terroristas contra inocentes.
Tres niveles que se resumen en: Hombres, Superhombres, y Demonios.
Hombres. Batman y Superman: dos caras de una misma moneda
Superman acaba de salvar a una niña atrapada entre las llamas, y se le ensalza como un gran ídolo. Mientras tanto, en su ciudad… es cuestionado por su actuación individualista. Igual que ya le pasó a Batman.
Si hay una imagen que define a la perfección ya no únicamente el estilo de Snyder sino la piedra angular del desarrollo de todo el filme, es la de Superman rodeado por un pueblo que le considera una “deidad”. Niños alrededor de Jesucristo.
La composición de esa imagen (con las manos del gentío alargadas hacia el rostro del héroe) no es realista, pero responde a un recurso con el que jugará el director sistemáticamente para hacer comprender el momento personal de ambos superhéroes… Y es que, a conciencia, ese plano es presentado como una ensoñación, como la interpretación de la realidad del granjero ahora convertido en periodista: encuadre cenital, personas inmóviles, luz imposible, ralentización de los mínimos movimientos de los protagonistas… La pequeña escena de un cuadro, que bien podría estar en esa pintura que obsesiona a Lex Luthor: ángeles y demonios para los que podemos invertir su procedencia.
Lex Luthor, personaje que actúa como narrador encubierto, lanzando en los momentos más adecuados las sentencias que iluminan el por qué y el cómo del avance del filme. Así se va descubriendo el miedo de menos a más (individuo, sociedad, especie), y se realiza la conexión que da sentido a la batalla ¿entre superhéroes?
Vamos con Batman. Un Batman maduro que, a pesar de las reticencias tras el gran trabajo de Christian Bale, merece el reconocimiento de estar dignamente llevado por Ben Affleck, quien lo dota de un físico creíble y de una postura y forma de hablar que realzan la parte más humana del personaje. Destaca, ante todo, la contenida descompresión que realiza en la batalla contra Superman: Affleck muestra al ser humano, a Wayne, que sobresale tras su atuendo de murciélago superhéroe. Vemos al vulnerable hombre que no puede comportarse como el Dios que se cree… O se creyó tiempo atrás.
Igual que, ahora, Superman.
La imagen que define a Batman, la que le persigue durante toda su vida (léase filme), es la de la pistola enrollada por un collar de perlas: la inocencia que lucha contra una violencia sin sentido.
Batman es un niño con una coraza llamada traje de superhéroe. Batman se presenta como el solitario, cuando ahora, también, se está acusando a Superman de ello. Batman es el héroe americano, el cowboy, aunque haya estado apartado…. En contraposición, Superman es un niño con una coraza llamada Kent, que quiere convertir en su realidad. El alien repudiado (como se lee en una pancarta: «un alien no es un americano»), se convierte en respetado soldado (americano).
Ni dioses ni hombres. Ni héroes ni cowboys. Ni aliens ni orgullosos americanos. Sino todo a la vez.
Snyder, además, relata la necesaria simbiosis entre personajes (no es casual la imagen escogida como portada de la BSO del filme) atendiendo además a la memoria inconsciente del espectador, tanto a través del guion como de sus imágenes. Partamos, como muestra, del discurso de la senadora de la versión de Snyder hablando de Superman…
…Y el comisario Gordon, en el mejor filme de la trilogía de Nolan, ensalzando a Batman:
En cuanto a asociación de la vida paralela/idéntica de los protagonistas, la más evidente es la búsqueda de la identidad: Batman recorre el mundo tras la muerte de sus padres para encontrarse a sí mismo, y a quien encuentra es a un apoyo, Ras’al Ghul. Superman experimenta ahora esa crisis «del ser», y Snyder le emplaza en un terreno muy similar al del joven Batman de Batman Begins (íd., Christopher Nolan, 2005): montañas y frío hielo, máximo estandarte de la soledad. El espectador hace, de nuevo, una inconsciente relación entre los dos personajes, que se ve fortalecida con la conversación y reflexiones de Superman con el hombre que también encontrará en ese alejado y subconsciente paraje.
Así que los puntos en común entre los dos protagonistas se unen en uno de los grandes momentos del filme, el final de la batalla entre Batman y Superman. Allá Snyder consigue transmitir la rotura de «corazas» con una emoción que rasga acertadamente la secuencia de acción. Hace aparecer sus almas al desnudo (y, como comentábamos, es aquí cuando Affleck nos graba en la piel su interpretación… Algo que lamentablemente no consigue Cavill ni un momento en las más de dos horas de metraje…).
Esta convergencia hacia la evidente y (para algunos) reveladora fusión tiene una única finalidad: cuando el individuo supera sus miedos, debe pasar a enfrentar los de la sociedad. Entonces, la relación Batman/Superman de Batman vs. Superman: El amanecer de la Justicia encierra una exploración política y social hacia la realidad de nuestros días. Unos días en los que necesitamos de superhombres.
Superhombres. Wonder Woman es la respuesta
El nacimiento del cómic de superhéroes se establece en una época convulsa, en la que era necesario asentar la moralidad y tranquilidad frente al miedo de una sociedad contra su enemigo. Ahora, los superhombres nos sirven para aferrarnos a la ilusión de que, cuando no comprendemos una situación, o no podemos soportar su existencia, podemos «inventar» la aparición de algo o alguien que sí sea capaz de enfrentarse a ello. Una ilusión totalmente conectada con la religión, con la creación de deidades, que es la explotación principal del filme de Snyder como ya hemos visto. Pero no la única, porque el mensaje es claro: Superman es un hombre, igual que Batman es un superhombre. Los dos sufren y luchan contra su pasado, y seguramente, también contra su propio destino. Cualquiera puede ser el salvador si se lo propone y, además: cualquiera de ellos puede ser el reflejo de cualquier persona. Y aquí llega el problema.
El espectador, actuando ya como sociedad, necesita aferrarse a algo sobrenatural, divino, cuando sus referentes (Batman, Superman) se han convertido en él mismo. Y quien mejor que DC para tranquilizarnos: Snyder juega con la expansión del universo DC al introducir, en la medida justa, a los nuevos personajes, al mismo tiempo explota la necesidad de que pensemos que una mujer pueda, y deba, tener las mismas oportunidades que los hombres. Y aquí entra en escena Wonder Woman, acompañada incluso con un cambio radical en la armonía musical preparada para la película del siempre genial Hans Zimmer.
Si bien Wonder Woman se presenta en primera instancia casi como chica Bond, la guapa de turno, pronto intuiremos la relevancia de su papel gracias a la escena de baile que comparte Diana Prince con Bruce Wayne. Ella, imponente frente a un Wayne ensimismado ante tanta belleza. Él, que se hace pequeño ante los ojos del espectador gracias a la canción ambiental: el Waltz 2 de Dimitri Shostakovich, tema principal de Eyes Wide Shut (íd., Stanley Kubrick, 1999). Inconscientemente pensamos ya en una mujer mucho más decidida, y decisiva, que su “oponente”. La selección no parece baladí en una escena que reproduce incluso los tonos anaranjados del filme de Kubrick…
Ya tenemos nuevos superhombres que disipan el miedo social. ¿Contra qué les debemos hacer luchar?
Demonios: la amenaza terrorista
Y llegamos al tercer nivel, el más relevante e importante del filme y el que, sin embargo, está peor tratado.
Miedo al terrorismo sin fronteras, ese gran monstruo fruto de la ira de uno o varios individuos. Lex Luthor, como decíamos antes, avanzará en uno de sus monólogos este tercer nivel: la inesperada llegada de un demonio incontrolable, insaciable, que rebaja la soberbia de la civilización.
Demonificar al terrorista como solución inmediata porque somos incapaces de comprender el porqué actúa de esta forma. El Lex Luthor/Lex Lucifer de Eisenberg en Batman vs Superman forzosamente debe ser diferente y desalineado de la postura interpretativa de sus antecesores, abanderados por Gene Hackman. Porque el terrorismo de nuestros días no tiene ya nada que ver con la amenaza de hace cincuenta años. Eisenberg reinterpreta la locura del terrorista: no es el Joker, aunque ya intuimos trabajan mano a mano, pero tampoco es un simple científico loco o criminal de mente prodigiosa. Su transformación responde exclusivamente a la mirada aterrada de todas las sociedades que le rodean y, en resumen, de la globalizada especie humana. En síntesis, el monstruo «sangre de su sangre» no es más que materialización de la ensoñación de una sociedad universal que quiere eliminar el terrorismo, ese gran ente informe y amenazador que está permanentemente en sus pensamientos. Como no puede ser de otra forma en el filme, los superhombres serán capaces de erradicar el mal. ¿O no? Siempre hay una amenaza a la especie, a la sociedad universal. Real o inventada.
Obviamente, como en todo filme icónico (como avanzamos es este), hay deslices que lastran el resultado final. El director se equivoca en querer hacer tan épico como entretenido el desenlace del tercer nivel. Parece dudar de su autoría, o estar dominado por fuerzas superiores (llámese industria), que consideran que Los Vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012) es lo que quiere el público de este subgénero fantástico. La innecesaria extensión de la batalla nos hace olvidar los enormes y épicos momentos que hemos estado viviendo, los que son más característicos de los filmes de DC (héroes atormentados, su relación con la sociedad) frente al guion ingenioso y divertido de los héroes de la competencia (por muy fan que se sea de Whedon). Estos deslices, también es verdad, no son del todo reprochables porque se ven menguados por la maestría demostrada al conseguir predominantemente equilibrar la defensa de su autoría y saber hacer (aquí ya no encontramos tantas reminiscencias de la seguro incesante presión del productor que es, entre otros, Christopher Nolan) con la necesidad de cumplir con las exigencias del estudio («reflótanos, dótanos de una identidad distinta a Marvel… pero no te olvides de que necesitamos ser comerciales, de que tenemos que avanzar el futuro de DC…»). Por otro lado, Jeremy Irons intenta adaptarse a una figura reconvertida de Alfred que no se sostiene por ningún sitio: el mayordomo se convierte en experto en la tecnología de su “amo” (eso sí, no es capaz de encontrar —ni adivinar— en los archivos al “portugués blanco”), y lo único que se consigue es que en casi cualquiera de sus escenas veamos sentado ante las pantallas a Lucius Fox/Morgan Freeman.
En cualquier caso, peccata minuta. Con Batman vs. Superman: El amanecer de la justicia tenemos la misma sensación que en su día nos dejó Watchmen (íd., 2009): el filme será de culto, pero aún no estamos preparados para ello.