¿Qué será, qué será, el regalo que abrirá?
1. De Abrams y Spielberg, de cajas y regalos
J.J. Abrams ha sido frecuentemente considerado como el heredero del cine de Steven Spielberg. Si bien comparten un innegable talento para la construcción de imágenes, ambos autores están bastante alejados uno del otro. De hecho, durante años, Spielberg construyó su carrera en base a obras eminentemente “clásicas” (más propiamente deberíamos llamarlas modernas). Sus primeras películas se construían en base a una premisa, un nudo y desenlace en el formato más mainstream posible. Los chascarrillos y gag que desarrollaría en el conjunto de sus comedias de aventuras no le acercaban tanto a la postmodernidad inminente como al humor presente en los clásicos de aventuras de Walsh, Hawks o Hathaway. No será hasta mediada su carrera, con los bolsillos llenos, que Spielberg (después de casi 19 largometrajes, incluidas cintas bélicas y melodramas) cambia radicalmente de estilo y utiliza su capacidad narrativa para desarrollar obras con estructura más compleja, con subtexto, tanto en el ámbito de la ciencia ficción —A.I. Inteligencia artificial (Artificial Intelligence, A.I., 2001)— o el thriller político —Munich (íd., 2005)… aunque recientemente parece volver sobre sus pasos.
A diferencia de Spielberg, J.J. Abrams no se foguea en la televisión, sino que sienta cátedra en ella. Sus exitosos Alias (2001-2006) y Perdidos (Lost, 2004-2010) representan una auténtica revolución. Tal vez sin ser las mejores, ambas producciones representan la auténtica revolución en lo que respecta al consumo audiovisual que se ha dado en este inicio de siglo. El espectador joven abandona el cine para centrarse en la televisión que le ofrece tramas de igual o superior calidad, con personajes mejor desarrollados en muchas ocasiones y solvente factura visual. Y, si bien el monitor no tiene las pulgadas precisas para equiparar la sensación con la obtenida en la sala oscura, si permite prolongar la experiencia encadenando diversos episodios en la televisión por cable. Abrams es consciente de ello y se alía con cadenas que explotan este mercado. A diferencia de Spielberg, que precisa encontrarse con Indiana para triunfar, J.J. Abrams ya es un hombre de éxito cuando se le brinda la oportunidad de saltar a la dirección en la pantalla grande, con Misión Imposible III (Mission: Impossible, III, 2006), nada casualmente una saga basada en una serie televisiva.
Sin embargo, el aspecto que más caracteriza a este nuevo rey Midas es básicamente su concepto de la creación visual. No estamos en el ámbito moderno ni post moderno. Abrams desarrolló en la ya famosa conferencia TED su concepto de las cajas, muy a propósito de la estructura de Perdidos, concepto que se prolonga en su cine. Allá dónde Hitchcock, primero, y De Palma, más adelante, basaban buena parte de sus películas en determinados motivos visuales y set pieces (en secuencias construidas desde su imaginación visual y cuidadosos storyboards), sobre las que giraba el resto de la trama, J.J. Abrams llega, prácticamente, a obviar la trama misma. Su cine, en mayor o menor medida, encadena situaciones de intriga, o de tensión, en una suerte de red que incluye diversos argumentos narrativos, algunos de ellos sin salida, otros con resolución diferida. El resultado puede ser más o menos conseguido; pero nunca será aburrido. Para Abrams el interés se estimula y se mantiene mostrando un envoltorio atractivo, una situación intrigante. Aun recurriendo a los efectos especiales, a Abrams le interesa atraer la mirada del espectador. Aunque a continuación deje la caja a medio abrir para coger otra. J.J. Abrams basa su cine en un concepto tan simple como el que atrae a los niños a las fiestas de cumpleaños o al dia de Reyes. La sola visión de los paquetes coloridos envolviendo los regalos supera a la de los propios regalos en ellos contenidos. El regalo es la ilusión. El paquete, la herramienta. El interior, puede ser lo de menos. Y, mientras Abrams aparenta abrir un paquete, todos los niños gritamos: ¿Qué será, què será, el regalo que abrirá?… De inmediato, contemplamos cómo se detiene a media acción y procede a abrir otro paquete ante nuestra mirada expectante.
2. De Abrams y Hitch, y de más cajas y más regalos
Abrams ha dirigido también Star Trek (íd., 2009), Super 8 (íd., 2011), Star Trek: En la oscuridad (Star Trek into Darkness, 2013) y Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars, The Force Awakens, 2015), siendo en esta última cinta en la que ha aplicado con mayor ahínco su dinámica de abertura de cajas. No obstante, como Spielberg, Abrams se ha dedicado en buena parte a producir otras series televisivas de desigual fortuna y diversos largometrajes, entre ellos la escalofriante Monstruoso (Cloverfield, 2008). Su director, Matt Reeves, su guionista Drew Goddard y el propio Abrams son ahora los productores de Calle Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, Dan Trachtenberg, 2016) y hay que admitir que el nuevo juguete funciona muy bien, incluso desde el mismo momento en que la publicidad ocultaba la identidad del mismo, oscilando entre la promesa de una cinta de terror y una de ciencia ficción.
Habrá que ver como evoluciona el debutante Trachtenberg que, en esta ocasión, parece demostrar un excelente sentido del ritmo, de la planificación y de la dirección de actores. Pero, sin ninguna duda, esta es una película de Abrams. Michelle, su protagonista, despierta tras un accidente de tráfico en un búnker, retenida por un inmenso Howard (John Goodman) que refiere estar salvándola del Apocalipsis que tiene lugar en el exterior… Si Marion Crane estaba en el lugar equivocado, ¿está Michelle en el lugar equivocado en el momento adecuado o está en el lugar adecuado en el momento equivocado? ¿O todo es falso? ¿Es Howard un salvador o un psicópata? ¿Podría ser ambas cosas? La joven en fuga de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) veía su vida truncada a media película, tal vez como penitencia o castigo por un pecado original. Pero en este caso (en este siglo) la narración audiovisual prescinde de justificaciones, por una parte, y no puede limitarse a un único giro de guion, por otra. Estamos en el territorio de los paquetes sorpresa y la trama se desarrolla como cajas que se van abriendo, con sucesivos giros recibidos con anhelo por el espectador. Los referentes no son Hitch ni De Palma. El omnipresente Abrams expande su filosofía (Goddard y Trachtenberg mediante) no sólo la evolución de la historia sino los sucesivos cambios que nos aparecen de modo acelerado pero muy pròximos a los que se podían dar en alguna de las series producidas por Mad Robot, la productora de J.J.
No sabremos gran cosa de Michelle, salvo que huye como mínimo de una ruptura sentimental. No se nos dan más explicaciones o coartadas para saber de su actitud. Del mismo modo, tampoco se nos dará excesiva información sobre Howard, en parte para dosificar la intriga, en parte porque interesa dejar cabos sueltos. A cada caja que se abre corresponderá un giro de guion que se nos ofrece, sabiamente, como nada gratuito.
A nivel formal, se huye de la cámara subjetiva, que constituía el leit motiv de Monstruoso, obra a la que alude directamente y con cuyo argumento se juega ahora. Aquella estrategia triunfó en la primera década de este siglo pero en los últimos años presentaba un gran desgaste en todas las narraciones en las que se recurría a ella. Irónicamente, Calle Cloverfield 10 se encierra en sí misma, bajo tierra, y se aleja de los espacios abiertos en los que transcurría la cinta referenciada. Se sigue trabajando la tensión mediante el espacio en off y una sabia construcción del guion. La apuesta funciona perfectamente (tal vez con mayor naturalidad que los mecanismos de relojería orquestados por directores como Mankiewicz o Mamet) y no sólo consigue un buen resultado sino que demuestra que el cine de Abrams no es tanto heredero de Spielberg como una evolución contemporánea de las estrategias hitchcockianas. No necesariamente mejor ni peor, sino la propia de nuestra época.
¡Qué Abrams traiga más cajas!