La nueva edición del Festival de Cine de Autor de Barcelona, el D’A (#DA2016), se ha cerrado felizmente, aportándonos un puñado de buenas y estimulantes obras. Ganaron algunas que sólo os comentaremos de paso o no las mencionaremos… Sea por que se estrenarán o, sobre todo, porque nos dio mucha rabia que no premiaran a las que más nos gustaron. Así somos, un trío sindicado de delincuentes culturales, el bueno, el feo y el malo. Chico, Groucho y Harpo. Park, Chan y Wok. Nos lo pasamos muy bien en el D’A y esperamos seáis felices vosotros leyendo esta serie de crónicas y reseñas: notaréis las seis manos y doce ojos, los tres estilos, paranoico-científico, sarcástico – castizo y onírico poético, cada uno a lo suyo.
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El grueso de las obras de este D’A miraban la realidad contemporánea desde un punto de vista naturalista. Un puñado de ellas, no obstante, recurrieron a una visión de la actualidad a través de una mirada retrospectiva.
The Event (Sobytie; Sergei Lotnisza, 2015) fue la que buscó el rigor histórico con más vehemencia, en lo que se refiere a la reconstrucción. Obra eminentemente basada en la recuperación de material de archivo (de diversas fuentes de video y audio), The Event recoge los hechos sucedidos en San Petersburgo (Leningrado) durante el golpe de estado de 1991, cuando una URSS decadente se metamorfoseaba en la Federación Rusa y empezaba a gozar de la transparencia y cierta libertad. Como si se tratara de una narrativa de ficción, una edición exquisita narra con claridad la amenaza, velada inicialmente, abierta más adelante, de las fuerzas antidemocráticas y la reacción de la gente de la calle, escuchando y leyendo noticias primero, discutiendo después y montando barricadas en las calles finalmente. The Event es un auténtico prodigio de documental histórico por lo que tiene de esfuerzo de recuperación de la memoria y por su ejemplar edición. Y, pese al epílogo, en el que se da a entender que buena parte de la información esencial para identificar a los instigadores y colaboradores del fallido golpe (protegidos por los poderes ahora vigentes, hijos o hermanos de los comunistas de antaño), se echa a faltar un punto de crítica. ¿Cómo ven los demócratas que reivindicaron la libertad las ansias de independencia de Ucraína? ¿Qué queda de las políticas de Gorbachov, incluso de Yeltsin, en la Rusia de Putin y los oligarcas? Bueno, tal vez esa sea otra película que podamos ver en el futuro.
También Aleksandr Sokúrov miró hacia atrás, sin ira, para contemplar el presente. Lo explicita uno de los personajes de Francofonia (íd., 2015 ), una obra tan dispersa como interesante. El autor de El arca rusa (Russkly Klovcheg, 2002) toma ahora el museo del Louvre como metonimia de la vieja Europa. En sus imágenes se mezclan una supuesta conversación de Sokurov con el capitán de un mercante que transporta obras de arte en un océano embravecido, imágenes del Louvre, material de archivo de la Segunda Guerra Mundial, dramatizaciones del mismo periodo y animación de mapas, todo ello aderezado con la voz del autor en off. Francofonia medita sobre el papel de Europa como saqueadora y preservadora de arte y del arte como emblema de cultura, de paz y de guerra. Con tan peculiar ensayo Sokurov denuncia tanto al nazismo como al colaboracionismo pero resalta la ambigüedad de la relación entre dos aparentes enemigos, el director del Louvre y el militar alemán responsable de las obras de arte conquistadas. La película concluye narrando el destino de ambos (uno, un funcionario que siguió una carrera más bien gris; el otro, un militar que fue retirado de su puesto por proteger en exceso el “material” enemigo), que quedaría sellado por la salvaguarda de un bien cultural que pervive más allá de las vidas humanas individuales. Si en Sunset Song (íd.; Terrence Davies, 2015), vista en el festival, la tierra perdura a la humanidad, en Francofonia perdura la Cultura.
Posto avançado de progreso (Hugo Vieria da Silva, 2015) retrocedía a finales del siglo XIX en base a una narración de Joseph Conrad. Una mirada triste a un intento imperialista de equiparar Portugal con Alemania e Inglaterra en la lucha colonial africana. Se diría que una mirada más sarcástica que melancólica. Pero, sobre todo, una mirada triste. Portugal, su cine, mira frecuentemente a las colonias, a su más reciente final (hablemos de Angola, Mozambique o Cabo Verde, hablemos de Miguel Gomes o Pedro Costa), para poner en valor la sociedad actual. Aquí la mirada va mucho más atrás y aunque no hay en ningún momento referencia a la actualidad, uno tiene la sensación que se está elaborando un lamento desde nuestra sociedad actual no por lo que fue sino por cómo se hizo, por cómo, aún ahora, se está actuando en Europa, desde Europa. La potente imagen inicial, en travelling en retroceso, de dos occidentales de blanco inmaculado, siendo abandonados por un barco al estilo de la Reina de África en medio de la selva, encadena con una atribulada llegada al minúsculo enclave dónde deben esperar y custodiar cargamentos de marfil. Inmediatamente ambos se revelan desagradables y zafios, ajenos al mundo al que llegan e incapaces de entenderlo porque no tienen interés alguno en hacerlo. Quizás sean mis prejuicios, pero tengo la impresión que es una actitud aún vigente desde nuestros gobiernos y nuestra misma sociedad. A partir de esta premisa, Posto avançado… presenta una serie de anécdotas que revelan la progresiva degradación de los protagonistas, física y mental, y su incapacidad para resolver situación alguna de duda o conflicto. Pese a los interesantes episodios alucinatorios, harto surreales, que puntúan la evolución, la cinta padece una morosidad (diríase que tropical) que lastra en exceso el resultado.
Marco Bellocchio retrocede todavía más en Sangue del mio sangue (2015) llevándonos a una época dónde se desarrolla una historia sórdida. Una joven, acusada a de ser una encarnación satánica y haber llevado un cura al suicidio, está siendo juzgada por la Inquisición. El hermano del sacerdote, aun tratando de vengarle, se revela como un amante en parte despechado y en parte cómplice. Bellocchio traza con mano maestra una historia gótica en la que la sensualidad, el erotismo y el horror se dan la mano, revelando la hipocresía de una sociedad que no duda en quebrar sus propias normas y sacrificar una inocente para satisfacer los deseos de los poderes establecidos. En un salto sin red, Bellocchio encadena esta historia con otra (más trivial, con más fugas argumentales) que se desarrolla en el mismo convento (significativamente considerado cárcel) en nuestros días. Tan peculiar historia nos llevará a un proceso de especulación, con proxenetismo incluido, por parte de un estafador que es finalmente derrotado por un vampiro aristócrata que defiende sus propios intereses inmobiliarios. La belleza y la potencia de las imágenes de la primera historia se desvanece en la segunda, revelando la banalidad de la iconografía que manejamos hoy en día, algo que ya hiciera Fellini en sus últimas obras. Pese a ello, y gracias al doble desenlace de ambas historias, vinculadas entre sí, Bellocchio cierra con éxito esta crónica de las veleidades y las injusticias de una sociedad que no cambia con los siglos.
La locura
Tres cintas han apostado por la irrupción del horror en la cotidianeidad. En Nasty baby (Sebastián Silva, 2015) un artista conceptual gay que trata de tener un hijo con una madre de alquiler elabora un proyecto que se burla de su propia obsesión por la paternidad. De modo progresivo sus temores toman forma y verá como su normalidad es distorsionada por un hecho inesperado. Silva descolocó a sus personajes y al espectador con la original Magic Magic (2013), en la que unos jóvenes yanquis se enfrentaban en Chile a una posible irrupción de lo paranormal para acabar sufriendo un ataque psicótico. En esta ocasión, sin embargo, el tono de comedia suave tarda en romperse y cuando lo hace es en medida desproporcionada, grotesca por lo excesivo, malogrando el conjunto de la película.
Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) es una propuesta más estimulante y aunque limitada por su bajo presupuesto resulta atractiva por su originalidad y su crudeza. Esta historia mejicana de dos “olvidados” reivindica claramente a Buñuel en lo grotesco y cruel. Johnny y Miguel son dos delincuentes de poca monta, el primero de familia burguesa y el segundo un sin techo, que malviven buscando voluntarios para ser ordeñados, es decir, como donantes de sangre en redes ilegales. Miguel, bisexual, de clase inferior a Johnny, sufre el maltrato del primero, gay celoso porque su amante y sirviente tiene una amante, y ambos, cada uno a su manera, acabarán pagando por ello. Lastrada porque el argumento mínimo se hincha con imágenes repetidas y repetitivas de skating, Te prometo anarquía expone un tenebroso submundo con realismo impactante.
Demon (Marcin Wrona, 2015), una de las más atractivas propuestas del festival, presenta la irrupción y desaparición de lo extraño en un contexto tan material, tan terrenal, como puede ser una boda, una fiesta de matrimonio. Un polaco, residente en Londres, regresa a su país para casarse con la hermana de un amigo, ante la dudosa aprobación del futuro suegro, un industrial de la minería. Las primeras imágenes, con el desplazamiento de una excavadora por las calles del pueblo (herramienta que desencadenará lo sobrenatural) y la visión de un extraño incidente cerca del río avisan al espectador y al protagonista de que la cotidianeidad va a romperse inesperadamente. Efectivamente, unos hechos inesperados enfrentarán al novio con la reencarnación de una joven judía muerta cincuenta años atrás. Curiosamente, tras unas secuencias inquietantes, en la mejor tradición del cine de terror, la cinta se desliza, discreta, sutil pero imparablemente hacia la comedia, hacia una comedia muy, muy, negra. El suegro puede tolerar un yerno desconocido, casi un extranjero. Le puede incomodar que este poseído, tal vez. Pero la boda no debe, bajo ningún concepto, estropearse. Y, siguiendo esta premisa, Demon se transforma en una obra extraña, totalmente surreal, que se encadenaría con el cine de Wojciech Has, Roman Polanski o Andrzej Zulawjski. Las secuencias contrastadas entre los invitados absolutamente borrachos, desplazándose en masa de un edificio a otro, mientras el cura niega la posesión y huye de escena, el médico grita entre tumbas y el anciano profesor rememora el mundo judío que se desvaneció antaño crean en el espectador una situación de desconcierto, a la vez que provocan curiosidad, esperando más de tan peculiar historia. El tono salvaje y melancólico a la vez, amenazante e inofensivo, se cierra tan secamente como empezó, tan misteriosamente, tan inquietante.