Captain Fantastic, de Matt Ross
“The water before you is somehow special. When you drink it you feel revived and full of energy. It is better than anything you’ve ever tasted. Take a drink now.”
Upstream Color (íd., Shane Carruth, 2013)

La reproducción de una escena de la vida común: una familia desayunando alrededor de la mesa. Este sencillo encuadre, y su directa presentación, sin música adicional extradiegética que condicione las emociones del espectador (sólo el sonido de los cubiertos, y poco más), es el más poderoso de todo el film, ciertamente. Porque cada cual debe sentir, al observar el plano, lo que le dicte el corazón. Algunos quedarán contentos con este momento. Otros, se entristecerán y le darán vueltas a su significado final. Pero todos seguirán pensando, ya sea con rabia o con desasosiego, en el planteamiento de Captain Fantastic y lo vivido junto a con la prole del peculiar padre.

Ben y su esposa han criado a sus hijos lejos de la establecida sociedad capitalista. No reniegan de ella, ni mantienen a sus hijos alejados de su existencia, pero no están de acuerdo con sus institucionales reglas morales autoimpuestas. A sus hijos les enseñan a sobrevivir sin los medios de una sociedad acomodada, con un estricto calendario de aprendizaje que va desde el entreno físico hasta la imaginativa reflexión acerca de cualquier tema, ya que el conocimiento de arte y ciencia, política y todo tipo de religión es la única forma de conseguir un criterio propio. Porque Chomsky debe ser admirado, que no idolatrado. Y el cristianismo…

Paradójicamente, la premisa de Matt Ross plantea, en última instancia, si esta educación es verdaderamente beneficiosa.

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El director y guionista, entonces, decide mostrar en varias escenas más bien simplistas y simplificadoras el choque entre esta cultura y la de la actual sociedad del primer mundo. Demostrar que los niños son más inteligentes que aquellos a los que se les cría dentro de una “protección” que se traduce en esconder la verdad sobre la vida y la muerte, o el sexo, y a los que se les permite casi todo, pero advertir también de que el aislamiento puede crear inteligentes monstruos; o demostrar que estar por encima del capitalismo no tiene por qué ir ligado a no respetar su funcionamiento robando en un supermercado… De esta forma Ross ¿intenta? no posicionarse hacia ningún lado, adoptando finalmente una cómoda visión intermedia, que puede llegar a ser incluso un poco molesta para algunos espectadores. Situaciones algo forzadas para poner de manifiesto cómo se ha criado la familia; esperados giros argumentales más que vistos en este tipo de films tragicómicos; cierre, para algunos, esperanzador… Y, no obstante, esta naïve reconciliación que pretende Ross con la sociedad acaba calando, no tanto por cómo ha decidido hacerlo (si algo hay que destacar es una coherente dirección que nos recuerda, para mejor, al Alexander Payne de Los descendientes —The Descendants, 2011—), sino por hacernos pensar en otras propuestas que hablaban de la defensa de una libertad similar, y sus consecuencias.

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Así que Captain Fantastic trae a la memoria, cómo no, la divertida y nada pretenciosa, como la que nos ocupa, The Kings of Summer (íd., Jordan Vogt-Roberts, 2013), por, lógicamente, sus escenas en el bosque pero sobre todo a la buscada libertad de los tres adolescentes protagonistas. En aquella se trataba la necesidad tanto de la libertad física como de aislamiento frente al agobio paternal. En cambio, en esta Captain Fantastic se plantea lo contrario, las dudas de algunos niños frente a la poco asentada vida que les están inculcando, ya que aquí es precisamente esa figura paternal la que asegura a los niños, por encima de todo, la libertad mental (curioso: cuando se ofrece toda la libertad posible, es uno de los propios hijos el que se plantea buscar “refugio” en la falsa estabilidad del dinero. Aunque, claro… el director también intentará “arreglar” este posicionamiento).

No obstante, Ross no piensa en que lo ideal sea mantener a los niños alejados, así que tampoco estamos en El Bosque (The Village, 2004) de Shyamalan. En el thriller psicológico el querer proteger a los niños de la violencia del mundo mostraba otra forma de radicalización que también acababa simbolizando cómo la sociedad del miedo (obviamente reflejo de la educación religiosa) expone, igualmente, a los suyos a los peligros del desconocimiento de otras realidades. Y, por alguna razón, La cinta blanca (Das weiße Band – Eine deutsche Kindergeschichte, Michael Haneke, 2009) también acaba por cruzarse transversalmente en nuestro pensamiento. Un escalofrío nos recorre la espalda: pensar que unos niños con sólo una parte de la visión del mundo real, y con, por qué no, una alta autoestima gracias a sus conocimientos, puedan no ser educados con la visión completamente global que defiende el Ben de Captain Fantastic

Pero el film con el que más puede identificarse Captain Fantastic, considerando por supuesto todas las diferencias en cuanto a complejidad de guión y técnica formales, es Upstream Color. Porque su finalidad (o una de sus finalidades, mejor dicho), el despertar de la sociedad hacia nuevas formas (y más tolerantes) de convivencia, es la misma. Carruth utiliza como vehículo principal el Walden de Henry David Thoreau publicado ya a mediados del siglo XIX. Ross lleva las enseñanzas del libro a una supuesta pero no tan radical puesta en práctica. Carruth quiere provocar una revolución encubierta en la mente del que entienda su objetivo. Ross apuesta por una moralidad menos controvertida, asumiendo como ilusión esa forma de vida pero, en definitiva, otorgando “café para todos”. Así que como decíamos al inicio… debe ser voluntad del espectador decidir cómo interpretar Captain Fantastic, y pensar bien qué versión de sí mismo y de sus descendientes desea para este mundo. Y hacer algo al respecto.