Magullado Sr. Van Damme:
En los últimos tiempos ando observando un extraño fenómeno que asola el mundillo de la crónica, la égloga y la jaculatoria. Vamos, lo que viene siendo la crítica cinematográfica. Se trata, digamos, de la necesidad imperiosa de posicionarse en el polo opuesto a la tendencia mayoritaria, desesperado ejercicio de diferenciación que a veces cae en el más irremisible de los ridículos.
Vayan allá varios ejemplos. Se estrena un filme que gustó mucho en Cannes, Venecia, Berlín o Torrelodones. Del que ya existen, pues, testimonios elogiosos que destacan su acrisolada calidad. Una nueva cumbre cinematográfica semanal, vamos (“el mejor estreno habido un 26-F”, “la mejor película del editor de sonido de Silencio”, “la mejor película de Woody Allen desde el 11-S”…)
Pues bien, tras ese primer tsunami de unanimidades, se producirá un reflujo (“Efecto Rebote”, me he permitido bautizarlo con idéntica originalidad que alguno de los susodichos) consistente en la denostación sistemática del hallazgo. El sanedrín andaba equivocado. El hype es un hecho. En el lapso de tres días a contar desde su estreno comercial, valerosos paladines del decoro se pronunciarán en contra, abriendo los ojos a esas masas manipuladas (“los que disfrutaron en La Croisette de este engendro son subseres que convierten en intelectuales a los concursantes de Gran Hermano, “sólo un romántico fratricida post-estructuralista podría simpatizar con un filme sin vida, con personajes lobotomizados y un guion que cabría en el tanga de David Hasselhoff. ¡Vergüenza!”).
Pero, huelga decirlo, el proceso también se repite en el sentido contrario. A saber: película humillada por cualquier mayor de 12 años con un mínimo de entendederas que pasa a ser reivindicada a pecho descubierto como un nuevo hito del séptimo arte, atendiendo a unas cualidades hasta ahora invisibles para los plumillas insensibles. “Fast & Furious 8 es una oda whitmaniana al hombre y su voluntad de poder”, “con Resident Evil 6 he entendido por fin a qué se refería Bazin con lo de la obra total intergaláctica”, “un minuto de la última de Nicolas Winding Refn vale por toda la filmografía eslava desde la invención del cinematógrafo”. No, no era ninguna película fallida, ningún bluf. Era el nuevo Ciudadano Kane y yo he sido el primero en darme cuenta.
No quiero alargarme innecesariamente. ¿Existe o no, a su parecer, una necesidad perentoria de gritar a los cuatro vientos “aquí estoy yo”, de denuncia gratuita, de brindis al sol, zapateado posero y oportunismo–anti?