Instinto animal, coraje humano
(Cornelius): «Tengan cuidado de la bestia humana, pues él es el instrumento del diablo. Sólo entre los primates de Dios mata por diversión, por codicia, o por avaricia. Sí, asesinará a su hermano para poseer la tierra de su hermano. No dejen que se reproduzca en grandes números pues convertirá en un desierto su hogar y el de Uds. Evítenlo. No lo dejen salir de su guarida en la selva pues él es presagio de la muerte.»
El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968)
El instinto es esa conducta innata que nos hace temer y salir huyendo… o que nos vuelve protectores.
El instinto, dirigido por la inteligencia, puede derivar en coraje. El coraje, en liderazgo. El liderazgo, en heroísmo. El heroísmo, en martirio.
Y el mártir, puede convertirse en deidad.
O en presidente de los Estados Unidos, pero esta es otra historia, en otro espacio tiempo. En el que nos ocupa… César es un mártir. Un dios para sus descendientes. El primer simio inteligente.
Un hombre con instinto.
Un hombre sí. El hombre de un mundo cíclico.
Un mundo cíclico… ¿de qué bando estás?
“El caso no es dónde estamos, sino cuándo estamos.”
El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968)
Esta potente sentencia la recordábamos en el texto presentado para El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, Matt Reeves, 2014), para ilustrar la continuidad de una coherencia que ha sido siempre el gran objetivo de esta precuela a modo de trilogía. La frase, que pasaba conscientemente desapercibida, la pronunciaba al inicio del film uno de los compañeros del que poco después iba a ser conocido como “ojos claros”…
Ojos claros, el que ve su especie amenazada, relegada a vivir en los bosques y al servicio de los simios una vez domesticados.
¿Quién hizo que se retiraran a los bosques?
Ojos claros, que se autoproclama la esperanza de un pueblo que, sin embargo, no le reconoce. Porque no le importa ser, o no, libre.
¿Cómo ha llegado el hombre a involucionar de tal forma, a volver a la vida nómada, salvaje?
Ojos claros, que llora el devenir de una especie en pro de la surgida a partir, precisamente, de otra ojos claros…
Tal y como se anuncia en introducción, gracias a El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011) sabemos del componente biotecnológico de la caída, en pocas décadas, del ser humano. La propuesta, muy a lo Doce monos (Twelve Monkeys, Terry Gilliam, 1995), convencía tanto por su realismo como por su detallista interés por ser respetuosa con el material de partida. Por otro lado, la ya citada El amanecer del planeta de los simios daba un paso más allá: el blockbuster para todos los públicos se oscurecía, mostrando el inicio de una lucha no deseada por ninguno de los dos bandos (pero, aún así, inevitable) que nos dejaba, además, un regusto amargo que no sabíamos explicar. Un regusto que no era otra cosa que haber dado en el clavo, también, a la hora de hacer evolucionar la personalidad de César… y que tiene mucho que ver con ese mundo cíclico no del todo cerrado, pero sí completamente intuido, presentado aquí en La guerra del planeta de los simios.
Y es que la anunciada batalla explota con un inicialmente género bélico que recuerda, sin esconderse en ningún momento (de hecho, el film está presente incluso con un guiño directo, y no nos referimos a la existencia, ideales y apariencia del Coronel) al mejor Apocalypse Now (íd., Francis Ford Coppola, 1979), y que acabará, como ésta, transformándose para convertirse también en una especie de western (la espectacular banda sonora creada por Michael Giacchino se encarga bien de remarcar su epicidad) que deriva en film casi psicológico sobre el autoconocimiento (a lo Ben-Hur, eso sí) y la aceptación del destino (en un pasaje también muy a lo Los diez mandamientos —The Ten Commandments, Cecil B. DeMille, 1956—. Oh sorpresa, film que aparece en la primera entrega cuando uno de los “cuidadores” de simios está viéndola en su televisor, en lo que entonces pensábamos era un guiño a Charlton Heston. ¿Cuánto de la idea estaba ya pensada desde el inicio de la precuela hasta esta última entrega?).
Este devenir/amalgama de géneros debe mucho al nuevo y necesario antagonista de César, una vez desaparecido Kova, con el que continuamente se mide: el Coronel, al que se le reserva uno de los mejores momentos de la película, el brillante monólogo que desvela el por qué del hombre salvaje que acaba encontrando George Taylor en “el planeta de los simios”.
César, el líder que hemos seguido durante años, y que ahora no reconoce en el soldado su propia vida… experimentada al revés.
Porque, volviendo al mundo cíclico, la vida del Coronel es la misma que la del simio inteligente yendo a contracorriente (es decir, estando cada uno en un lado de su ciclo vital): un admirado líder, inteligente, al que el conocer una gran verdad le lleva a la locura, y a compartir un final tan común y vergonzante como el de otros de su especie, versus un simio que adopta artificialmente una inteligencia que le lleva a ser líder de masas, y ser recordado para siempre.
Un simio que camina erguido. Un simio que mejora su competencia lingüística desde el famoso “¡no!” de la primera entrega a las frases con sujeto, verbo y predicado de la tercera. Un simio que aprende, que razona, que deduce… no es más que un hombre cuya mente evoluciona tan exponencialmente, que su cuerpo no le a compaña.
Y es entonces cuando vamos a la frase destacada de Cornelius: “No lo dejen [al ser humano] salir de su guarida en la selva pues él es presagio de la muerte”.
Interesante: los hombres, igual que César y sus seguidores, se refugiaron en la selva cuando comenzaron a vislumbrar su nuevo futuro. Un futuro desalentador para los primeros, prometedor para los segundos. Y es la tribu de César la que se convierte en la “muerte” del ser humano en cuanto se ve obligada a salir de la selva. Por eso los simios, analizando la situación como humanos, dejan escrito que el hombre es la muerte si consigue, también, salir… porque, con casi toda seguridad, se convertirá en el reinicio del ciclo.
Y, años después… llega, de nuevo, un “ojos claros” a la Tierra.
El Cornelius con el que se topará Ojos Claros puede ser, dada la propagación del virus (y el guiño/personaje de la niña), hijo del líder, de César (aunque esta suposición se da de bruces con los cálculos de los astronautas del film del 68). De hecho, sus palabras se nos antojan casi proféticas y, por tanto, alejadas en el tiempo de los sucesos ahora explicados, como si repitiese las enseñanzas de una divinidad que nunca quiso ser tal, o de unos sabios que han querido propagar la palabra de su Dios.
César: la bestia humana que genera profunda empatía en el espectador
“¡César ama a los humanos más que a los simios!”
El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, Matt Reeves, 2014)
En esta última entrega César consigue que lloremos por toda una civilización incipiente… aunque sepamos que su gente propiciará la muerte, en volumen y en desarrollo, de nuestra especie.
Sí, es cierto que, en realidad, es el propio ser humano, con sus ansias de jugar a ser Dios, el que inicia la destrucción. Y es esta idea la que queda arraigada en nuestro cerebro, gracias a la evolución de esta trilogía. Si bien en El origen del planeta de los simios la historia ya gira en torno a ensalzar al carismático bebé chimpancé (la culpa es nuestra, no de César, ni de los monos del laboratorio), es bien cierto que se nos dejan ya algunas ideas para pensar en cómo va a evolucionar su personaje. Y es esta soterrada evolución la que debe fascinarnos…
Recordemos, por ejemplo, cómo César desprecia a su “padre” pro abandonarle en la jaula. O cómo obvia el matar él mismo a Steve Jacobs en la primera entrega, haciéndole una seña a Kova para que sea él el ejecutor. Curioso: un simio cuya evolución mental transforma su instinto protector en letal violencia… delegable. ¿Cuánto más inteligentes, más violentos? Importante reflexión, más si pensamos en el Coronel y su papel “espejo”.
De esta forma, los guionistas han convertido a César ante nuestros ojos y sin percatarnos de ello en un líder autoritario, que sólo se ensucia las manos si la muerte debe dar ejemplo a sus seguidores. Por eso asesina él mismo a Kova, al que tildará en El amanecer del planeta de los simios como “no simio”. Por eso, en La guerra del planeta de los simios matará al hombre mudo, para demostrar benevolencia. Pero…
César se vuelve más inteligente, y también más tirano. De eso nos damos poca cuenta, y es uno de los dardos envenenados del film: César, un líder cada vez más humano, y cada vez más intransigente. Como lo son los de nuestra especie cuando alcanzan el poder. Y es que matará a Winter (la infografía sorpresa del film) no para demostrar ante sus amigos que un traidor no merece su respeto, sino como venganza. Igual que no matará al coronel por lo mismo: prefiere hacerle sufrir, y que sea decisión el propio humano, antes que mancharse ya innecesariamente sus propias manos.
César, un hombre con poder al que nadie de su alrededor ve como realmente es. Nos suena.
Quizá la verdadera enseñanza de la trilogía era presentarnos, en su entrega final, que es posible recapacitar. ¿Hacer el bien para no condenar a la especie?
Coherencia argumental. Coherencia formal. Coherencia musical. Coherencia histórica. Coherencia pronosticada
“(Soldado): ¡Somos el principio!
(Pelotón): ¡Y el fin!”
La guerra del planeta de los simios (War for the Planet of the Apes, Matt Reeves, 2017)
El resultado es tan potente que acaba siendo original, e incluso autocomplaciente. Y es que aunque la emoción buscada, a veces demasiado forzada y recreada en esta última La guerra del planeta de los simios (la parte más negativa de la banda sonora de Giacchino, sumada al un uso demasiado poco arriesgado de la combinatoria de guiones de éxito sobre héroes mártires), no implica reflexión o arrepentimiento del espectador/hombre sino puro entretenimiento con caché, el poso final, esa continuada coherencia, corona, y ensalza, una gran verdad en forma de mito del que no nos sentimos responsables: el César salvador, el César deidad.
Leamos como leamos el film, la conclusión es la misma: la culpa es nuestra, de los humanos, y nos merecemos acabar escondidos en bosques, sin capacidad de habla, ni raciocinio. Así que callemos, y otorguemos. Sí, alegrémonos porque la tribu de César, y, lo más importante, gracias a él, llega a la tierra prometida, a la tierra en la que quieren estar solos, y alejados de los hombres, para evolucionar tan rápidamente como su líder. Y sí, lloremos por las pérdidas de los simios. Porque acabarán siendo tan violentos como lo somos/fuimos nosotros, por mucho que quieran evitarlo con sus proféticas enseñanzas.
El mono se convertirá en hombre, y propiciará su propia destrucción. Quizá, gracias a la tecnología, ya no harán falta millones de años para que ocurra porque, al fin y al cabo, la Historia es cíclica… incluso a nivel distópico. Así que volveremos a tener nuestra oportunidad. ¿Cuánto tardaremos en auto-boicotearnos de nuevo? Pensemos en el cambio de César. Pensemos en el tipo de líderes que necesitamos. Y convirtámonos en ellos. Sólo así, los simios, tardarán más tiempo en ocupar nuestro lugar.