La familia como conflicto
No resulta sorprendente que la familia sea el núcleo de numerosas películas. Lo sorprendente es que la familia sea el conflicto. Así nos lo presentaron, por ejemplo, en la tensa y elegante Hounds of Love (Ben Young, 2016), con unos serial killers que retienen jóvenes para el placer sexual, aunque la mujer sufre habitualmente el maltrato de su pareja. Sin embargo, más allá del thriller tuvimos la oportunidad de ver en este contexto algunas de las mejores obras del festival: As boas maneiras, Thelma, The Killing of a Sacred Deer, Closeness o A Bride for Mr. Rip Van Winkle.
En el primer caso la familia condena a sus integrantes, concretamente a sus integrantes menos integrados. Modesta formalmente, As boas maneiras (Juliana Rojas & Marco Dutra, 2017) oscila entre una comedia tan sutil como hilarante y el cine de género. La historia de una enfermera que es contratada por una pija embarazada, huida del hogar y sin contacto con el padre de su criatura, mezcla con desparpajo alegría de vivir, erotismo y un humor muy ácido. Las canciones puntúan los antojos de la embarazada y los esfuerzos de la enfermera por satisfacerla en una historia singular en la que luce el nivel interpretativo y el pulso de los directores manteniendo el equilibrio entre géneros. La película pierde fuelle cuando se establece una relación familiar que perjudicará a sus integrantes y entra en un territorio (fantástico) más conocido y previsible.
Thelma (Joachim Trier, 2017) contempla el conflicto desde un punto de vista semejante, el de una hija marcada por el extremo control de un padre, ortodoxo religioso. El tono difiere de la película brasileña, es más acorde con la latitud nórdica, y la frialdad domina una historia en la que la protagonista arde por un deseo reprimido. El sexo como camino de fuga, al igual que en el caso de As boas maneiras, pero también como culpa. Thelma trata de romper con el control paterno, con la cárcel familiar; pero, aun a distancia, siente su deseo coartado. De modo sutil, Trier introduce en la narración realista una serie de incidentes que sitúan a su protagonista y al espectador entre lo fantástico y lo naturalista. Jugando con la incertidumbre diagnóstica, se nos permite dudar acerca de si las alucinaciones sufridas por la joven son signos de una enfermedad, producto de su imaginación o creaciones de una capacidad paranormal. Progresivamente, Trier (autor de Oslo, 31 de agosto), ayudado por una exquisita fotografía y una puesta en escena muy acertada, nos desplazará del territorio de Ingmar Bergman al de Brian De Palma. Después de diversos enfrentamientos verbales con su padre, de un encadenado de extraños sucesos y de un descubrimiento acerca de su familia y antepasados, Thelma se sumerge, literalmente, en un subsconsciente representado por una piscina dónde se enfrentará a sus temores y saldrá reforzada para vencerlos.
Al final de Thelma, igual que al inicio, la cámara se sitúa en un plano general muy elevado, casi un picado, por encima de sus protagonistas, como observando su trayectoria y su destino. También Yorgos Lanthimos utiliza este recurso visual para observar (tal vez condenar) a sus personajes. La misteriosa The Killing of a Sacred Deer (2017) es, como las obras anteriores de su autor, una cinta tan críptica como fascinante, aunque en esta ocasión exista una trama, por así decirlo, más asequible. En este caso nos encontramos por una familia (pareja y dos hijos) asediada por un adolescente que se relaciona de modo extraño con el progenitor. Lanthimos siembra, en un primer momento, la duda: ¿qué relación mantiene el maduro cirujano cardiaco con un joven de clase inferior al que obsequia con relojes de lujo y cuya identidad esconde a familia y colegas? No es, sin embargo, lo que podríamos pensar. Una vez hemos sospechado la trama sexual, Lanthimos y el joven revelan una trama de venganza. Su padre falleció y ahora reclama una reparación, el sacrificio de un ciervo… o de su equivalente humano. Tampoco será, no obstante, un thriller. Es una película de Yorgos Lanthimos y el suspense es relativo. Aquello que interesa no es por qué o el cómo actúa la maldición lanzada sobre la familia del cirujano. No importa tanto el quién es este joven o cómo obtuvo sus poderes. Importa el qué decidirá el padre de familia, condenado a elegir entre las vidas de sus seres queridos. Qué hacer, qué regla moral seguir, qué solución tomar… Lanthimos contempla a sus personajes con distancia, se burla de ellos, los observa con frialdad desde las alturas o en planos artificiosamente simétricos. Ellos actúan con su discurso monocorde, como actores de teatro griego clásico, atrapados en su papel, e incapaces de razonar. Como en Canino, como en Alps, como en Langosta, una fuerza mayor delimita su destino. Una fuerza frente a la que les es difícil oponerse. Y Lanthimos nos los presenta así, un conjunto de figuras patéticas, atrapados entre sus sentimientos y sus convenciones sociales, entre, tal vez, algunos deseos ocultos, y la culpa que vuelve de nuevo, sin piedad. A diferencia de Joachim Trier, que brinda una oportunidad a Thelma para cambiar su destino, Lanthimos es el demiurgo que se complace en presentarnos la derrota de sus personajes con una narración tan implacable como extraña.
Closeness (Tesnota, Kantemir Balagov, 2017) da el mazazo final contra la estructura familiar. El más definitivo. Posiblemente porque, a diferencia de las anteriores, no recurre a fenómenos paranormales y evidencia que las amenazas son presentes en el mundo real, en la cotidianeidad. En una alejada república de la Federación Rusa, un par de familias judías ven como vástagos, a punto de casarse, son secuestrados. El argumento no se orienta, sin embargo, al thriller. La cantidad a pagar como rescate es muy superior a la que una de ellas puede aportar y la familia, la madre a la cabeza, busca alternativas negociando una boda arreglada de la hija a cambio de una dote que se destinará al rescate del hijo. Rodada con muy pocos medios, Closeness es una obra impecable e implacable. Por una parte, presenta la extrema complejidad de un país conformado y desnortado por gran variedad de etnias (rusos, chechenos y judíos) que se entrecruzan pero que se mantienen a distancia, cuándo no se atacan unas a otras. La sensación que se desprende es de una extrema fragilidad en la estructura social y una sensación constante de amenaza por el riesgo de violencia entre unos y otros. La tensión que se vive en la fiesta en la gasolinera, botellón mediante, se refleja en el video que alguien activa en el televisor y que contiene asesinatos y fusilamientos (¿reales?) sucedidos en el frente de guerra a poca distancia de ellos. Tensión que emana de nuevo desde la pequeña pantalla para desencadenar rencillas, envidias, desprecios, acusaciones mutuas y, finalmente, agresiones. Una escalada de violencia que, a tenor de lo mostrado por el director, se intuye como inherente al lugar. Por otro lado, Closeness gira en torno a un personaje femenino tan complejo como auténtico, que se debate entre la fidelidad a la familia y la independencia. Ilana, mujer moderna, trabajadora en el taller mecánico junto al padre, fumadora y bebedora a espaldas de la madre, velará tanto por el bienestar de su familia como por el suyo. Una decisión radical suya dará pie a otra decisión de su novio oficioso y al giro final de la trama. Closeness es, sin duda, una de las mejores obras del año por la capacidad de mostrar conflictos y personajes de carne y hueso, gracias a una soberbia labor de dirección e interpretación.
Y como epílogo a este grupo, es inevitable referirse a la más bella de las obras vistas, A Bride for Rip Van Winkle (Rippu van winkuru no hanayome, Shunji Iwai, 2016). Próxima a las épicas obras de Sion Sono con personajes apasionadamente enamorados que viven múltiples peripecias, pero alejada de las estridencias de aquellas, la fluidez con que se desarrolla hace que se sienta mucho más ligera a pesar de su muy extensa duración. Historia narrada con efectiva sencillez, sigue el trayecto vital de una joven en busca de pareja, en su boda llena de invitados contratados, en un matrimonio breve que se frustra por un extraño complot y su sucesiva vida como doncella en un caserón abandonado junto a una actriz con la que desarrollará una nueva relación. Una obra realmente sensible con los personajes, a los que cuida el director, emotiva en su tramo final, evitando sensiblería y salpimentándola con gotas de un humor absurdo (los stripteases en medio de las lágrimas en la ceremonia fúnebre). Los sucesivos giros de guion mantienen un interés continuado por parte del espectador y, pese a lo insólito de alguna situación, dan lugar en definitiva a una historia que tiene mucho de cotidiano y verosímil. La ventana que abre finalmente la protagonista a una nueva vida da realmente pie a seguir compartiendo vicisitudes con ella.