El tamaño no importa
¿Os acordáis de cuando, en la infancia, os escondíais bajo unos almohadones, entre cartones o entre las patas de la mesa, simulando que era un fuerte, una cueva o un hogar, dónde estabais a salvo, dónde os sentíais seguros? Mirad dentro de vosotros y planteároslo de nuevo. ¿Realmente nunca habéis deseado buscar ese refugio? Posiblemente es lo que busca Paul Safranek. Fisioterapeuta ocupacional, con un buen trabajo en el que sus compañeros y jefes le respetan por su manifiesta profesionalidad, su atención y su empatía, marido de una esposa atenta y agradable, sufre por lo que no tiene. Y lo que no tiene es aquello que, él cree, tienen todos los demás. El sueño americano, aunque sea a su escala. Un sueño devenido pesadilla por la falta de espacio vital. A sus compañeros de promoción, el trabajo les ha permitido desarrollarse profesional y personalmente, ganar dinero y comprarse auténticas mansiones de ensueño. La casa dónde Paul vive se ha quedado pequeña para sus aspiraciones (y para las de su esposa) y la situación le lleva a lo que parece ser un callejón sin salida hasta…
Los noruegos, tan ecologistas ellos, elaboran la técnica de la reducción con la sana intención de salvar el planeta, disminuyendo el tamaño de los humanos y de este modo reduciendo el consumo y el impacto medioambiental. Sin embargo, cada país, cada organización, utiliza este método para diversos fines. Según las opciones comentadas por Alexander Payne y Jim Taylor, su coguionista, Israel y algunas dictaduras se dedican a encoger a los palestinos o a miembros opositores mientras las grandes empresas americanas diseñan urbanizaciones de lujo para el americano medio que no las puede pagar a tamaño real. A menor consumo, hasta los menores ahorros permiten una finca de lujo en un entorno opulento. Mecanismos de seguridad protegen a los habitantes reducidos, singles y prejubilados mayormente, de los rayos ultravioleta, las trombas de agua y los insectos, llevándoles a una serie de “suburbias” de tamaño Lego que reproducen y se adaptan a sus sueños de pequeñoburgueses.
Podíamos habernos planteado que la última obra de Alexander Payne fuera cercana al drama fantástico de El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, Jack Arnold, 1957) o a divertimentos como Cariño, he encogido a los chicos (Honey, I Shrunk the Kids, Joe Johnston, 1989). Pero hay que recordar que Payne es un autor muy ligado a la realidad y aquella opción era más que improbable. Una vida a lo grande (título creado para la versión española de Downsizing que, por una vez, se me antoja un invento acertado) es un drama realista narrado mediante las herramientas de la ficción. Si bien el punto de partida es la reducción anatómica de las personas, Una vida a lo grande se desarrolla sobre un drama cotidiano y minúsculo, las tribulaciones íntimas de un ser humano. Tal cual fueran obras anteriores de Payne, el hilo argumental sigue a un personaje fuera de lugar (en este caso, de modo radical) y contempla como acaba modulando sus necesidades y sus ambiciones, su forma de actuar y de ser, sus sentimientos y, en definitiva, su vida.
Payne se divierte (nos divierte) relatando de modo coherente y minucioso todo el proceso y sus repercusiones sociales, dando explicaciones que lo alejan de la ficción para acercarlo a la realidad. El fenómeno, se nos cuenta, no carece de riesgos. Para aquellos que se reducen, puede haber peligros vitales. Pero, para los que se quedan, permanece la devaluación de barrios dónde masivamente se ha producido una reducción de sus habitantes o el aumento de los impuestos al repartir necesidades entre menos convecinos, dando pie todo ello a movimientos anti reducción.
La prolija pero interesante primera parte de la historia nos lleva, evidentemente, al punto en el que Safranek y su esposa deciden someterse a la reducción para conseguir su deseo de vivir en una gran finca. Pero las cosas no son como uno las espera. Y, una vez perdido el 75% de su volumen, Paul se encuentra solo en un nuevo mundo. Solo y arruinado, pasando de ser un aspirante a nuevo rico a un white collar con un trabajo de oficina desmotivador. Y a medida que transcurre la acción comprenderemos que el gran giro de la obra no es la reducción, sino que ésta sólo es el primero de muchos cambios, más emocionales que físicos, y que el downsizing no es sino el mcguffin que nos lleva a contemplar una auténtica, curiosa y mayúscula epopeya en tamaño reducido.
Safranek es arrancado de su zona de confort, viviendo en un pequeño apartamento bajo el penthouse de un turbio contrabandista serbio. Este, el inefable Christoph Waltz, se enriquece junto a su hermano (mayor, claro) aportando el material reducido que legalmente no existe en los pequeños paraísos pero que consumen hasta los más menudos. Por si ello no bastara, Safranek conocerá a una activista vietnamita, reducida a la fuerza, mutilada e inmigrante ilegal, que sobrevive esforzadamente sin dejar de ayudar a los demás. Una mujer activa e incansable quien, tras un nuevo giro del destino, acabará contratándole como empleado, dando apoyo a los desheredados de la fortuna, y llevándole a otra etapa de su vida, siendo ahora menos que blue collar. Es en este momento en el que Safranek llega a la máxima reducción, física y económica, a partir de la cual sólo le quedan dos opciones, crecer o desaparecer.
Usa, pues, Payne un proceso equivalente al de Jack Arnold; pero, en este caso, no enfrenta a su protagonista con gatos o arañas gigantescas sino con el derrumbe de su identidad social y personal. La epopeya de Safranek (integrada aun por un par de tramos narrativos más que evitaremos revelar) sigue un itinerario ciertamente singular pero no deja de tener paralelismos con la de Matt King (George Clooney) en Los descendientes (The Descendants, 2011) o con la de David Grant (Will Forte) en Nebraska (íd., 2013). Los tres son personajes arrancados súbitamente de su ámbito más personal por hechos que les superan y que proceden de su misma intimidad: el coma de su mujer en el caso de King, obligado a enfrentarse a partir de entonces con una realidad de la que se escondía, la obsesión, bañada en demencia, de su padre en el caso de David, obligado a conducir de un estado a otro, la traumática reducción de Paul, que le lleva en dirección vital totalmente opuesta a la que deseaba. Payne narra la historia también de modo semejante a las anteriores, tomando una serie de incidentes que bordean el melodrama pero que él presenta con una naturalidad salpimentada de comedia. Hay detractores de sus películas, acusándole de falta de estilo. Sin embargo, es en este tono y en esta ausencia de rasgos estéticos altisonantes (no hay grandes travelling, elipsis, montaje sincopado o planificación espectacular) en la que se basa su obra. Es en la búsqueda del naturalismo mediante guion y actores, y también mediante una puesta en escena que capta la realidad aun en entornos inverosímiles, dónde Alexander Payne crea sus historias y es así como se crece, atrapando al espectador en una narración que no por clásica deja de tener mérito.
Finalmente, un tanto atónitos y maravillados por el itinerario seguido, veremos cómo Safranek alcanza el que quizás (sólo quizás) sea el final del camino. Un camino que le lleva, inesperadamente, al crecimiento. El crecimiento real que revela su auténtica talla como persona. Y será entonces cuando nosotros, como espectadores, comprenderemos que esta epopeya interdimensional, que nos ha llevado a distintos ámbitos y diversos países, no trata del tamaño físico, de si se puede volver a crecer o si se puede vivir en otro mundo, sino de cómo debemos aprender a vivir en el mundo en el que estamos. Payne elabora una epopeya clásica cuya fluida narrativa alberga una metáfora sobre la humanidad y que revela su auténtica talla de gran autor.