El león duerme esta noche, de Nobuhiro Suwa

El tiempo se confunde en las estancias aún muebladas de un viejo caserón abandonado donde Jean, actor veterano, se instala durante una interrupción de su rodaje. Es el escenario perfecto para una historia de fantasmas y, en cierta forma, así podría presentarse la última película de Nobuhiro Suwa, El león duerme esta noche (Le lion est mort ce soir, 2017).

El fantasma que alberga la casa es una sombra del pasado, un amor de juventud truncado por la muerte. Juliette se proyecta primero en el espejo, como un espejismo, y luego toma cuerpo en la realidad de la habitación. Trae consigo el tiempo de antaño, ese jadis lejano y agridulce. Sin embargo, la casa es también el espacio donde infancia y vejez se contraponen: el vestíbulo se llena de tiempo futuro (désormais) con la irrupción de un grupo de niños que quiere filmar allí su película.

Puesto que Jean no es otro que Jean-Pierre Léaud, resulta inevitable pensar, viéndole rodeado de una pandilla de muchachos inquietos, en el Antoine Doinel de Los 400 golpes (Les 400 coups; François Truffaut, 1959). Pero resuena aún con más fuerza la reciente La muerte de Louis XIV (La mort de Louis XIV; Albert Serra, 2016). A su paso por la Filmoteca de Catalunya, Suwa explicó que ambos proyectos se desarrollaron de forma paralela, generando una cierta intertextualidad (por ejemplo, las reflexiones de Jean, que no sabe cómo interpretar su muerte de forma que haya algo de verdad en ello). La comparación resulta especialmente interesante por el carácter opuesto de las películas: si la obra de Serra era una crónica penumbrosa, crepuscular, de un imperio que tiembla bajo la agonía de su monarca, aquí no hay rastro de los aposentos tenues y viciados donde el rey se gangrenaba. Suwa aborda la muerte desde la vida, y lo hace a través de una fotografía clara, luminosa y llena de color. Las contraventanas de la vieja mansión se abren y entra el sol de la mañana.

el leon duerme esta noche

El director también contó en la presentación de la obra que el rodaje dio lugar a dos películas: la suya y la de los niños. Resulta interesante ver cómo El león duerme esta noche es capaz de articular a la vez la mirada de Jean, de una madurez nostálgica, y la mirada de los niños, que se exalta en la imaginación y la aventura. Su corto casero es también una película de fantasmas, pero más bien en la línea de Los cazafantasmas (Ghost Busters; Ivan Reitman, 1984): las apariciones espectrales son percibidas como un peligro y la muerte es aún, para la mayoría de ellos, una pistola de agua y el ruido de un disparo hecho con la boca. Un viejo dejando flores en una tumba; fechas, nombres.

La película de Suwa y el corto de los niños tienen algo en común: su belleza radica en la sencillez. Así lo expresa Jean en una escena que puede leerse como una formulación de la teoría fílmica de Nobuhiro Suwa. El tono sincero y benevolente del filme lo desmarca del cine de la crueldad que, según parece sugerir el barómetro de los festivales, marca la tendencia a nivel europeo, y lo acerca a otros cineastas como Eugène Green, que apuestan por un cine optimista y constructivo, capaz de generar esperanza sin caer en el buenismo. Una de las últimas películas de Green, El hijo de Joseph (Le fils de Joseph, 2016), presenta una escena parecida, en la que dos personajes discuten sobre el cine de hoy —y sobre la vida en general— a partir de El desierto rojo (Il deserto rosso; Michelangelo Antonioni, 1964). «Las películas de aquella época siempre nos dan esperanza» dice uno de los personajes, para luego opinar que, hoy en día, la gente se complace en la desesperación y el cinismo.

Hay esperanza contenida en esta película, que transcurre como si fuera un sueño. Cuando los niños vuelven a la casa y la encuentran vacía, el ajuar envuelto y retirado, la figura de Jean parece haber salido de un cuento de fantasmas. Algo permanece en el lugar, una transmisión, una sapiencia. El cine de Suwa busca un atisbo de belleza en algo que pueda erigirse como verdad: la aceptación de una ausencia, el embate del tiempo, la confluencia de la vida y la muerte, como un encuentro. Lo busca —y lo encuentra— en el placer de hacer cine.